Los cambios en las ideas de Freud (Relación con Fliess, Foucault y K. Levin)

Los cambios en las ideas de Freud: había abandonado (al menos en sus cartas a Fliess) la teoría traumática de la seducción, pero todavía no había desarrollado plenamente una nueva teoría de la sexualidad infantil, en especial, la idea de una “sexualidad infantil no patológica”. Sin “la seducción” como trauma efectivamente acontecido, se resquebraja la fórmula etiológica general de las neurosis, basada en la distinción Neurosis actuales / Neuropsicosis. Hasta entonces, el trauma operaba como un concepto explicativo central, que permitía el diagnóstico diferencial y las distintas opciones terapéuticas. Al dejar de lado el trauma infantil, el texto freudiano se vuelve poco claro respecto del estatuto de la sexualidad y de su valor en la etiología de las Neuropsicosis. En todo caso, aparece allí como un factor etiológico difuso e inespecífico, un poco como sucedía con las viejas teorías sobre la histeria que justamente Freud (siguiendo a Charcot) había intentado corregir.
No nos interesa seguir esta historia y descubrir cómo Freud sale de ese atolladero teórico y clínico; por lo tanto, dejamos de lado la historia del psicoanálisis. En cambio, nos interesa este texto como ilustración de un discurso y un modo de intervenir sobre la sexualidad, como parte de una  historia, una genealogía de las ideas y de las prácticas sobre la sexualidad, tal como pueden ser abordadas a partir de los análisis de M. Foucault: no es la historia del psicoanálisis sino la del “dispositivo de sexualidad”.  Y en el texto de Freud se puede ver que no se trata sólo de un dispositivo médico sino también social y moral, en la medida en que cuestiones tales como la de la masturbación, la anticoncepción y la neurosis como “enfermedad sexual moderna” se abren a los problemas del “cuerpo social” y la población. Por otra parte, en el texto de Freud aparecen algunas de las “figuras” a las que Foucault se refiere en La voluntad de saber: la histérica, el niño masturbador, la pareja malthusiana; sólo falta el perverso.
“La sexualidad en la etiología de las neurosis” es, claramente, un texto dirigido a un público médico, pero no formado en psicoanálisis, ni en las discusiones propias del campo neurológico y psiquiátrico: se trata del “médico práctico”. Freud da cuenta de cierta situación vigente (eran casos que se presentaban en los consultorios) y, sobre todo, justifica un dominio pertinente para la ciencia y para la práctica de la medicina. En ese sentido, es una buena ilustración de la nueva “ciencia sexual”, basada en el examen médico de los “secretos” de la vida sexual y justificada por el papel que esos hábitos cumplen en la etiología de las neurosis.  Y en esa nueva ciencia sexual, se ve muy bien la articulación y la integración de los procedimientos de la confesión con las reglas y objetivos científico-médicos.
Freud dice (en una carta a Fliess) que es un artículo destinado a provocar escándalo. Parece referirse a ese público médico al cual se dirigía. Pero no debe suponerse que el escándalo surgiría por la idea de relacionar neurosis y sexualidad, un idea que, como vimos, tiene una larga historia en el mundo médico y lego. Tampoco causaría conmoción alguna que un médico hable de sexualidad ya que hacia fines del S. XIX eran habituales los manuales de psicopatología sexual. En todo caso, lo escandaloso parecería radicar en la tarea a la que el médico práctico era convocado por Freud: cierto “modo de hacer hablar” de sexualidad a sus pacientes. Aquí también, el texto sirve para ilustrar la difusión y transformación de una técnica (la confesión) que, habiendo nacido en el seno del cristianismo, se integra a la práctica médica. Lo que debería subrayarse no es tanto el modo, más o menos explícito de hablar de sexo, sino la conminación a hablar e intervenir en el campo de la sexualidad, que Freud justifica doblemente:
a) por un lado, con un argumento científico: la investigación, la búsqueda de la verdad y de formas eficaces de intervención en el campo de las neurosis no puede ser detenida por prejuicios o temores;
b) pero hay también un argumento moral y aun político, que se expone hacia el final, cuando plantea sus críticas a la moral sexual imperante y promueve una vida sexual más libre como una suerte de profilaxis preventiva de las neurosis, que pasan a ser enfermedades sociales o, si se quiere, de la “civilización”.
Finalmente, en este estado de la cuestión sobre sexualidad y neurosis, se ocupa más de las neurosis actuales que de las psiconeurosis:
a) Por un lado, son aquellas en las que el médico práctico puede intervenir con su consejo, ya que no son susceptibles de un psicoanálisis.
b) Pero, además, como se dijo, es un texto que corresponde a un momento de transición. Ya no puede sostener, como en algunos trabajos anteriores, una etiología  precisa para la histeria y la neurosis obsesiva, basada en los traumas infantiles. Empieza a proponer otro concepto de la sexualidad infantil: ya no es traumática e impuesta por la acción del adulto, sino que hay una sexualidad infantil normal y universal. Y esto plantea un problema que permanece irresuelto: si las experiencias sexuales infantiles son normales y universales ¿por qué algunos desarrollan una neurosis, histérica u obsesiva, o una perversión y otros no?
K. Levin da cuenta del giro que impone en sus ideas: por un lado debe buscar ayuda en modelos tóxicos; por otra, debe plantearse el papel que juegan ciertos factores innatos y la importancia de la herencia en la medida en que ya que no puede hacer recaer el origen de la neurosis en lo “accidental” del trauma.