CLAUDE LEVI-STRAUSS: HACIA LAS ESTRUCTURAS DEL ARTE

Fiel a sus principios, sostuvo que ninguna máscara individual tenía significado por sí sola, y que el significado de todas las máscaras en su conjunto sólo podía ser discernido tomando en cuenta las máscaras producidas por otros grupos: grupos de la misma región que, sin embargo, diferían de una tribu dada en cuanto a la época, ubicación geográfica y/o situación social. Utilizando un instrumento propio de la lingüística estructuralista, Lévi-Strauss procedió a descomponer las máscaras en rasgos distintivos —por ejemplo, rasgos faciales "protuberantes"o "involutivos"— y atribuyó una calificación a cada máscara en términos de su valor respecto de dicho rasgo. Llegó a la conclusión de que si la forma de la máscara se mantenía igual entre distintos grupos, su función semántica sería diferente, mientras que si la máscara difería con respecto a ciertos rasgos, su función semántica sería la misma. Al estudiar las máscaras, Lévi-Strauss se aproximó más de lo que nunca lo hiciera, en su anterior trabajo profesional, a un planteo explícito de su actitud frente a las artes. A su entender, los rasgos que individualizaban a una obra de arte o de artesanía surgían debido a la profunda necesidad de cada clan o linaje de definirse a sí mismo en relación con los demás. Es decir que el estilo es una proclama de una cultura de que difiere de otras culturas, las que a su vez han efectuado sus propias elecciones en cuanto al modo en que están construidas sus máscaras. Estas elecciones se toman a partir del mismo conjunto de opciones, pero reflejan las diferencias que perciben (al menos a nivel inconsciente) los miembros de las propias culturas. Lévi-Strauss concluyó su análisis de las máscaras afirmando que la creencia occidental en la creación individual no es más que una ilusión. Por más liberadora y estimulante que pueda resultar esta ilusión al artista activo, el individuo no puede recorrer solo el camino de la creación. Cada individuo se identifica, inevitablemente, en relación con todos los demás usuarios del lenguaje de la forma artística en cuestión. Por otro lado, Lévi-Strauss es un cartesiano perfecto, el prototipo del intelectual francés. Es un devoto de la lógica y cree en las posibilidades racionales del lenguaje y el pensamiento. Lévi-Strauss busca identificar los elementos básicos dentro de un dominio dado, determinar las relaciones existentes entre esos elementos y expresarlas mediante fórmulas lógicas. Fiel a la tradición francesa, se ocupa de sistematizar, organizando mapas de parentesco y de organización social, y agrupando máscaras, mitos y aun sistemas enteros de clasificaciones. En este sentido, Lévi-Strauss puede ser fácilmente asimilado al grupo que conforman Piaget y Chomsky. Sin duda, los tres comparten la convicción en la importancia de postular representaciones mentales, la certidumbre de que las similitudes entre los individuos son mucho más profundas que sus diferencias, el convencimiento de que gran parte de la explicación del conocimiento deriva en última instancia de la genética y la biología humanas, la adhesión a las representaciones formales matemáticas o lógicas de la conducta, el desagrado por los conceptos de "aprendizaje" y "causas ambientales", y la aversión hacia diversos "ismos", incluyendo el conductismo, el empirismo y el funcionalismo (aunque no, por supuesto, el estructuralismo). Sin embargo, mientras que Piaget y Chomsky se orientan casi exclusivamente hacia las explicaciones racionales y científicas de la experiencia, Lévi-Strauss se interesa y se ocupa también de las artes. Su propia biografía está profusamente entrelazada con la actividad artística. Su padre era pintor, y él también pinta, además de tener un considerable talento literario. Ciertamente, es el único de nuestros estructuralistas al que podemos considerar un estilista, y su forma de escribir es muy admirada dentro del mundo literario francés. También lo atrae, hasta obsesionarlo casi, la música, y ha escrito mucho más sobre música y sobre el funcionamiento de ésta, que acerca de las demás formas artísticas. Sus más profundas vivencias estéticas derivan de la música, de escuchar a Wagner, Debussy y Stravinsky. Llegó incluso a afirmar que es debido a su incapacidad congénita de componer obras musicales que se ha visto impulsado a estudiar los mitos, los que en muchos sentidos emplean, a su entender, los mismos principios de la cognición humana que la música. En virtud, quizá, de esta arraigada convicción en las similitudes entre el mito y la música, Lévi-Strauss planeó toda su obra Mythologiques de acuerdo con un complejo marco musical; esto se refleja en los títulos caprichosos de algunos capítulos, como "Tema recitativo con variaciones", "Breve sonata en anatomía bien templada", "Sinfonía rústica en tres movimientos" y "Fuga de los cinco sentidos» Además de ocuparse en forma explícita de la música y el arte en sus escritos, Lévi-Strauss también compartió con un público más amplio algunas de sus opiniones sobre el panorama artístico contemporáneo. A su modo de ver, las artes han desempeñado, tradicionalmente, un importante papel en las culturas. Han permitido que los grupos se definan a sí mismos y establezcan sus relaciones con otros grupos, y han suministrado un medio por el cual los individuos dentro de un grupo pueden afirmar su propia solidaridad. Estos frutos se pueden advertir no sólo en las sociedades primitivas sino también en el arte griego anterior al siglo V, y en el arte italiano antes del período sienés. Pero en la época moderna, el arte ha abandonado su cometido tradicional en virtud de su creciente énfasis en el artista individual y su preocupación insistente por la fidelidad de la representación. En lugar de ser francamente simbólico y comunitario, como lo fue la mayor parte del arte tradicional, el arte moderno se ha vuelto proclive a los pecados de imitar la realidad y glorificar a creadores individuales. Según Lévi-Strauss, el arte contemporáneo ha llegado a un punto muerto. Habiendo demostrado que son capaces de lograr un perfecto realismo, los artistas modernos han multiplicado ahora sus pecados al producir formas completamente abstractas, tanto en la música como en las artes visuales: es muy difícil para los individuos pertenecientes a una cultura relacionarse de algún modo con tales manifestaciones artísticas. Además, en lugar de tener un lenguaje artístico particular ligado a la cultura, ahora hemos engendrado creadores colosales, como Picasso y Stravinsky, capaces de adoptar cualquier estilo a voluntad; pero si bien esto los hizo aparecer como ciudadanos del mundo, de hecho estos creadores se separaron de cualquier grupo identificable. Lévi-Strauss no niega sentir cierto interés por los experimentos contemporáneos en materia de música, arte y Literatura, pero básicamente (o al menos ideológicamente) éstos le inspiran una profunda aversión. Considera que están al margen de la experiencia humana, en particular de las experiencias cruciales que deberían compartir los individuos de un grupo. Esos experimentos han perdido, en consecuencia, toda importancia simbólica: no se distinguen de los meros juegos mentales, por un lado, ni de los objetos físicos "encontrados", por otro. Todos los seres humanos precisamos ciertas amarras para encontrarle el sentido a las cosas; el arte contemporáneo tiende a cortar nuestras amarras. Como ironizó una vez Lévi-Strauss, el artista abstracto nos muestra la clase de arte que haría si, por casualidad, se le ocurriera hacerlo. Y la música serial contemporánea "es como un navio sin velas, conducido mar adentro por su capitán, quien está secretamente convencido de que ajusfando la vida de abordo a un complicado protocolo conseguirá evitar que la tripulación evoque con nostalgia ya sea el hogar natal que dejó atrás, o el destino hacia el que se dirige" (The Raw and the Cooked, pág. 25). Lévi-Strauss ha compartido sus criterios artísticos con los lectores. Por un lado, ha manifestado su admiración por los grupos simples en los que el arte exhibe una especie de integridad y entereza que están ausentes en nuestro panorama contemporáneo. También expresó que admira a la sociedad japonesa actual, en la que la armonía entre el hombre y la naturaleza parece haberse preservado, la forma familiar de elaborar productos se ha conservado, y las artes y artesanías continúan funcionando orgánicamente dentro de la cultura, de un modo en que hace tiempo han dejado de hacerlo en el contexto occidental. Lévi-Strauss confirmó su convicción en la importancia de las instituciones tradicionales de una cultura al aceptar su nombramiento como miembro de la Academia Francesa, donde fue el primer antropólogo jamás elegido. Pero Lévi-Strauss no tomó parte en el debate de Royaumont (aunque presenció una de las sesiones). Quizás haya pensado, de acuerdo con su modo de ver las cosas, que este tipo de confrontación pública tenía más posibilidades de degenerar en una serie de piezas oratorias espectaculares y huecas, que de brindar ideas útiles. Sin embargo, podemos señalar ciertos puntos en los que cabría esperar un acuerdo o desacuerdo entre Lévi-Strauss y los dos estructuralistas que protagonizaron el encuentro. Pienso que Lévi-Strauss y Piaget habrían discrepado sobre todo con respecto al tema de las etapas del desarrollo; Lévi-Strauss habría sostenido que la mente del niño opera de modos fundamentalmente similares a la del adulto, mientras que Piaget destacaría las diferencias cualitativas en el pensamiento de individuos en distintos niveles de desarrollo. También habrían discutido sobre el papel que desempeña el lenguaje en relación con el pensamiento. Lévi- Strauss considera que el lenguaje es el sistema verbal preeminente y que constituye un modelo para todas las formas de pensamiento, en tanto que Piaget sostiene que el pensamiento deriva de la acción, y atribuye al lenguaje un papel secundario, cuando no periférico. En cuanto a una hipotética conversación entre Lévi-Strauss y Chomsky, el primero no objetaría la convicción de Chomsky en la existencia de un conocimiento innato altamente estructurado, ni su escepticismo respecto de las etapas del desarrollo cualitativamente distintas en el curso de la infancia. Los puntos de vista de ambos diferirían, en cambio, acerca de la relación entre el lenguaje y otros sistemas cognitivos. Lévi-Strauss considera al lenguaje como un modelo para todas las clases de sistemas de signos, desde las relaciones de parentesco hasta las máscaras rituales. Chomsky, por su parte, no cree demasiado en este tipo de análisis semiótico: sólo reconoce la presencia de "paralelismos insignificantes" entre el lenguaje y otros sistemas de signos. Pero más allá de las diferencias que se podrían haber suscitado entre estos pioneros del estructuralismo, los tres tienen algo muy importante en común: su intenso interés por los principios operativos de la mente, lo que hace que sean muy especiales, si no únicos, en el ámbito de las ciencias sociales de nuestra época. Según lo interpreto, Piaget se ocupa de una clase de mente, la del científico, y Lévi- Strauss de la opuesta, es decir de la mente del artista en el sentido más amplio, incluyendo no sólo al pintor, el poeta y el músico, sino también al creador de mitos: el individuo que utiliza sus cualidades y experiencias sensoriales para tratar de comprender los enigmas fundamentales de su sociedad. En esto, Piaget y Lévi- Strauss se complementan, pues se centran en los dos aspectos más importantes y profundos de la cognición humana. La atención prioritaria de Chomsky por el lenguaje revela una tercera perspectiva; sin embargo, este pensador parece estar más abierto que Piaget o Lévi-Strauss a la posibilidad de que la mente humana consista de diferentes facultades, que pueden dirigirse a fines divergentes. Todo programa de investigación tiene sus limitaciones, y esto incluye al estructuralismo tal como lo practican estos tres fecundos pensadores. El elemento más endeble, en mi opinión, radica en la limitada potencialidad de sus respectivos sistemas para tratar el pensamiento creativo, es decir, las innovaciones del tipo asociado a los grandes artistas, líderes políticos o inventores. Por cierto, cada uno de nuestros estructuralistas se ha referido a este aspecto: Chomsky lo ha hecho al llamar la atención sobre la creatividad contenida en el lenguaje común; Piaget, al buscar las raíces de la inventiva en los procesos psicológicos y biológicos elementales, y Lévi-Strauss al desafiar todo el concepto de la invención original. Sin embargo, hay algo en sus sistemas cerrados de exploración —su creencia en que el número de rutas que puede seguir la mente es limitado— que hace difícil imaginar cómo se podría dar cuenta, en el contexto de una ciencia social estructuralista, del trabajo innovador de un Einstein, un Shakespeare o un Freud o, para el caso, de la fecunda imaginación de estos mismos tres estructuralistas. Si bien Lévi-Strauss tiene razón, en principio, en cuanto a que sólo hay un número limitado de formas culturales, puede suceder que en la práctica el volumen de inventiva y creación que es capaz de generar la mente sea ilimitado. Por algún motivo, los programas de investigación de los principales estructuralistas, que surgieron de las batallas que libraron con sus predecesores, no les han permitido reconocer y aceptar el carácter ilimitado de la creatividad humana. Pese a sus protestas en contrario, Lévi-Strauss es probablemente el que más se ha acercado a esto, pues reconoce la importancia de la actividad simbólica en la experiencia humana y demuestra un especial interés por los aspectos relativos a la invención artística. Se queda a mitad de camino en cuanto a que no llega a percibir las características "generativas" o "creativas" inmanentes en el uso de diversos sistemas de símbolos. A mi entender, hay un salto decisivo que debe dar el estudio estructuralista de la mente. Este salto implica el reconocimiento de que la unidad básica del pensamiento humano es el símbolo, y que las entidades básicas con las que operan los seres humanos en un contexto significativo son los sistemas de símbolos. La consideración de los sistemas de símbolos es posible (y hasta natural) dentro de un marco de referencia estructuralista, pero este enfoque abre la posibilidad de una interminable elaboración de mundos significativos: en las artes, en las ciencias, y de hecho en todos los dominios de la actividad humana. Estos mundos han sido explorados de la forma más elocuente por una serie de filósofos a cuyas obras rindo homenaje en el siguiente grupo de ensayos: Ernst Cassirer, Susanne Langer y Nelson Goodman. La clave para comprender la creación artística se encuentra, según creo, en una atinada alianza de los enfoques estructuralistas con la investigación filosófica y psicológica de la actividad simbólica del hombre.