Comunicaciones: CHETOS Y CUMBIEROS. BANDAS, TRIBUS, CIBERCULTURAS O CLASES COMUNICACIONALES

COMUNICACIONES.

CHETOS Y CUMBIEROS. BANDAS, TRIBUS, CIBERCULTURAS O CLASES COMUNICACIONALES.
Murolo, Norberto Leonardo
UNQ – UNLP – CONICET

Introducción
Esta exploración teórica tiene lugar en el marco del proceso de investigación para la tesis doctoral “Usos de las tecnologías de la comunicación por parte de jóvenes del Conurbano Bonaerense Sur”. En este acercamiento hacia los jóvenes del Conurbano Bonaerense, principalmente en el partido de Quilmes, podemos observar diferentes agrupaciones juveniles, la mayoría de ellas marcadas por el uso de las tecnologías, diferenciadas principalmente por sus gustos musicales y vestimentas. La visualización de estos grupos hace propicia la reflexión acerca de las conceptualizaciones teóricas existentes para abordar su estudio. De ello que en este trabajo propondremos primeramente una descripción de los grupos y luego una exposición de las conceptos empleados para denominarlos, haciendo una propuesta final que consideramos contempla la perspectiva de clase social constitutiva de estos grupos.

Los grupos. Chetos y cumbieros en el conurbano bonaerense
Es muy común entonces ver que las clases populares se distancian aun más de las altas por los marcados consumos culturales y de allí la aparición de dos macro grupos y de las nominalizaciones de “chetos” y “cumbieros”.
Las nomenclaturas no nacen en el propio grupo: los “chetos” no se llaman a sí mismos de ese modo, como los “cumbieros” tampoco se llaman a sí mismos “cumbieros”. Sin embargo, como nominalizaciones dehistorizadas, son atribuidas y asumidas borrando el origen. Para los chetos, su grupo de pertenencia está formado por “los chicos”; para los cumbieros, sus amigos son “los pibes”.
Una posible descripción, con atenuaciones y misturas, de estas juventudes debe comenzar advirtiendo los consumos culturales, que es el terreno donde se configuran como tales. Los chetos escuchan música electrónica, generalmente viajan auto, van a “boliches” (locales bailables) de moda, y usan ropas de marca; los cumbieros escuchan “música tropical”, viajan en colectivo, van a boliches marginados por la cultura dominante y usan ropas de cualquier marca, mientras tienen devoción por las gorritas con visera y las zapatillas deportivas, tildadas por ellos mismos de “Altas Llantas”.
Desde estos grupos, las nominalizaciones también tienen sus traducciones en descalificaciones: los chetos son “caretas” (falsos), los cumbieros son “grasas” (ordinarios), como también sus equivalencias que pretenden ser insultantes: los chetos son “putos” y los cumbieros son “negros”. La discriminación levita en todo momento:
el que está enfrente es un otro opuesto, característica central de la construcción de la identidad individual y grupal. En estas disputas no se tematiza la posición económica, pero se alude a ella en todo momento. Las prácticas comunicacionales y de consumo son las protagonistas, como dijimos, muchas de ellas aceptadas como bandera y otras, las indeseables para los “chetos” y las imposibles para los “cumbieros”, estigmatizadas hacia los otros. En muchos casos estas son elecciones como improntas identitarias, a pesar de no querer o de no poder acceder económicamente al otro estatus. El boliche, la música y la vestimenta se convierten en elementos conformistas de socialización prefijados. Los cumbieros no quieren la ropa cheta y los chetos no quieren los boliches cumbieros, mientras que la tecnología, en este escenario, parece unificar los sentidos: los dos grupos desean el último celular. En otras palabras, la tecnología, costosa, no parece erigir lógicas desiguales de identificación, tanto los sectores populares como los altos gustan y procuran conseguir el último designio de la tecnología de la comunicación. El compartimento estanco del mercado, aglutinado como una decisión propia en ropas y consumos de la industria cultural, es en los hardwares de la comunicación donde tiene su límite. Ambos grupos tienen como marca de época un apego naturalizado por las tecnologías de la comunicación. Esto para el mercado es un triunfo por demás trabajado.
Entre chetos y cumbieros existe una rivalidad y una necesidad manifiesta. El uno no podría ostentar sus emblemas sin el otro. El otro, en este caso, es un efecto simbólico imperioso de la construcción comunicacional recíproca. En casos como estos el despliegue simbólico opera más en mecanismos para construir al otro que en lo realizado para construirse a uno mismo. Los estigmas son tomados como bandera y reforzados en usos y prácticas comunicacionales. Los consumos culturales son la manera preeminente de manifestar el ser. La música es el mayor ejemplo, ya que nuclea toda una dinámica social que tiene que ver con los locales bailables, los recitales, las emisoras radiales, los programas televisivos, los sitios de Internet, los usos de las tecnologías, y la estética que los diferentes grupos de jóvenes despliegan como iconicidad identitaria. De este modo, el boliche cheto está emparentado con los colores oscuros, los brillos y un tinte de glamour posmoderno en la configuración de su estética; nombres en inglés de los establecimientos y de sus propuestas (como happy hour, all night free, after office, creamfield), tragos sofisticados, y apelación a públicos selectos o VIP (Very Important People). Mientras que el boliche cumbiero (llamado despectivamente bailanta) se construye mediante colores fuertes y una exageración de la cotidianeidad de los sectores populares; la performance se completa con grupos musicales en vivo, mientras que se bebe principalmente cerveza y fernet. El modo cheto reniega del modo cumbiero por su simpleza, vulgaridad, y por la carencia de los elementos distintivos que el mundo cheto despliega. El modo cumbiero rechaza del cheto su artificialidad y su, por demás, ostentación luminaria. Las dos posturas están ligadas a la imagen, sin imágenes imponentes no surtirían el efecto de plantarse en el terreno cultural como corrientes concomitantes, definidas y opuestas. Es, sin embargo, en el lenguaje donde las clases comunicacionales más se diferencian y sustentan su batalla cultural. Existen palabras de chetos y palabras de cumbieros. Los chetos manejan un vocabulario misturado con el inglés ya que prefieren emparentarse con el encanto de lo foráneo; los cumbieros, por su parte, construyen su léxico mediante un constante juego metafórico. De esto que pueda resultar más interesante la operatoria cumbiera del lenguaje, ya que realiza una migración paradigmática –en términos saussureanos- de una misma familia de palabras hacia contextos impensables, pero plausibles. Mientras los chetos prefieren el “off course” al “por supuesto”, los cumbieros prefieren el “alto” al “bueno”. Mientras los chetos imponen el uso de conectores como el “o sea” y el “tipo que”, los cumbieros plantean verbalizaciones metafóricas como “rescatate” (ubicate, regenerate) o “se puso la gorra” (quiso poner orden). El tono de la lengua también es una impronta identitaria ya que ambas clases comunicacionales imponen una cadencia de pronunciación imitable y susceptible de burla por parte de sus opuestos. Aquí, las tecnologías de la comunicación juegan el rol posmoderno de propiciar escenarios de lucha simbólica mediante el lenguaje. Los chats, las redes sociales virtuales, los sms proponen una autoconfiguración semiótica individual y colectiva de los jóvenes, que estos aprovechan para identificarse. Hay modos chetos y modos cumbieros de ser en fotos y en epígrafes. Mientras los chetos, a fines de la década de los 2000, coparon el escenario virtual impregnando de fotografías autotomadas las plataformas de internet, deviniendo en floggers; los cumbieros que no migraron enseguida a estas imposiciones dominantes, al menos como fachada momentánea, se aglutinaron ostensiblemente en el uso del teléfono móvil, prefiriendo aplicaciones como la de reproductor musical, empleándolas incluso en el transporte público de pasajeros. Mientras los chetos extrapolan su experiencia virtual a la vida presencial bajo reuniones asiduas en shoppings, es muy común ver y escuchar a los cumbieros encender sus teléfonos móviles con altavoces en el espacio público y compartir su música. Asimismo, el sms y el Fotolog plantearon dispositivos significantes recurrentes: “tkm”, “pasate”, “firmame”, “efe”, “eme” y demás insignias se postularon como propias de un código cerrado.
El consumo en este caso nos muestra que es capaz de modelar esferas identitarias omnipresentes como el lenguaje. No se compra lenguaje, no se vende, no se alquila y no se presta. Se adquiere, configura y reconfigura en su uso. Cada palabra y cada imagen, mediante identificación y contexto, tanto en voces y gestos de chetos como de cumbieros, obtiene significado en su uso. Desde la comunicación interesa la construcción de sentido que conlleva consumir. De ello que entendamos que el consumo en el caso de chetos y cumbieros tiene mucho que ver con estructuras del sentir pre-existentes, en constante cambio y, fundamentalmente, visibles en el acto de consumo.
Las teorías. Juventud. Bandas, tribus y ciberculturas
Una parte de la juventud, la adolescencia, se constituye generalmente en grupo. Los modos de ser joven tienen que ver, en este estadio, con compartir con otros los mismos gustos en cuanto consumo cultural. Esta juventud pensada en términos etarios coincide con la época de la vida en la cual se transita por el sistema escolar y de ello con compañeros de la misma edad. El corte generacional, la socialización en una misma época, implica compartir una cosmovisión y de ello que compartir, poner en común; es decir, la comunicación, sea posible. Estas complicidades manifiestas entre jóvenes son teorizadas de diversas maneras por los estudios de juventud. A continuación veremos brevemente algunas de esas formas de nombrar.

Las bandas
Las bandas son grupos de jóvenes nucleadas principalmente por preferencias musicales. Rossana Reguillo154 plantea la existencia de “una tipología relativamente sólida de las bandas”, donde señala estos agrupamientos en torno a “la expresión simbólica que comprende maneras de vestir, gustos musicales, modos de pensar y de actuar”, donde detecta tres tipos de bandas: los metaleros, los punks y los cholos. Asimismo, plantea que en relación al referente espacial y la pertenencia a distintos barrios, detecta “una autodivisión la gente del sur, la gente del norte y la gente del poniente”. Finalmente detecta bandas exclusivamente masculinas, otras femeninas y bandas mixtas. A su vez, hablar de “chavo banda” implica el despliegue de toda una dimensión simbólica.
Las tribus
En cuanto a la idea de tribu, es propuesta por el sociólogo de la cultura Michel Maffesoli155. Si bien en una primera impresión, de sentido común incluso, la idea de “tribu” puede parecer un término exotizante, ya que remite a los modos en que el colonialismo y las lecturas dominantes entendieron a los pueblos originarios sin comprender que eran forjadores de civilizaciones complejas. Contrariamente, en el sentido de Maffesoli “tribu” equivale a un grupo que mantiene marcas culturales reiterativas y compartidas. En esta conceptualización prevalece la idea de “sentido de pertenencia” y de “sentimiento común”. Es común leer en Argentina términos como “tribus urbanas” que remite directamente a esas otras tribus no urbanas (quizás en oposición a salvajes) que mencionábamos antes, para describir a grupos de jóvenes que mantienen lazos culturales entre sí formados por consumos de estilos de música, vestimentas, espacios y distinciones estéticas. En este escenario nacieron tribus urbanas como los floggers, los emo, los cumbieros, los chetos y más recientemente, los rochos y los turros. Todas variantes muy parecidas, con una fuerte impronta de las tecnologías de la comunicación en la configuración de sus gustos y relaciones mediadas al límite.
Las ciberculturas
Desde la literatura académica se han configurado conceptualizaciones para acercarse al conocimiento de las culturas juveniles relacionadas con los usos de las tecnologías de la comunicación. La idea de Cibercultura está trabajada por autores como Jorge González, mientras que en Argentina, ligada principalmente con jóvenes, por Marcelo Urresti (2008). Sin embargo, la idea de relacionar a los jóvenes con las tecnologías digitales toma la forma del concepto de “Nativos Digitales”. El término fue propuesto por el investigador estadounidense Marc Prensky (2001), quien en el artículo Digital Natives, Digital Immigrants, sostiene: “Hoy en día los graduados universitarios medios han pasado menos de 5,000 horas de sus vidas leyendo, pero más de 10,000 horas jugando videojuegos (mencionan 20.000 horas viendo la televisión). Juegos de ordenador, correo electrónico, Internet, teléfonos celulares y la mensajería instantánea son parte integrante de sus vidas”156. De allí que proponga la categoría: “¿Cómo debemos llamar a estos «nuevos» estudiantes de hoy? Algunos se refieren a ellos como la N-[para generación] o D-[para cámaras digitales] generación. Pero la designación más útil que he encontrado para ellos es Nativos Digitales. Nuestros estudiantes de hoy son «nativos» del lenguaje digital de computadoras, los videojuegos e Internet”157 (la traducción es nuestra).
Otros investigadores, al referirse a la relación entre jóvenes y tecnología, hablan de una “Generación Multimedia”158, o incluso de una “Generación Einstein”159, el primero de los casos refiriéndose a una marca de época, tal como pudo haber sido una “Generación Analógica” la que supo maniobrar, más que los adultos, la televisión o la videocasetera en los 80, mientras que en el caso de la nominalización “Generación Einstein” la distinción trata de habilidades y competencias superlativas por el solo hecho de compartir un rango etario.
Como sea, “nativos digitales” se ha convertido en un concepto central (en el sentido amplio de la palabra) para designar a toda una generación, dadas sus prácticas naturalizadas con las tecnologías de la comunicación160.

Una propuesta. Las clases comunicacionales
La conceptualización de clases comunicacionales no viene a investir de grandes cambios a las preexistentes; sin más podríamos decir que a modo de muñeca rusa incluye las demás propuestas conceptuales en ella misma, con el aditivo de no olvidar el componente esencial de advertir la existencia de las clases sociales en la configuración teórica de los grupos juveniles, en nuestro caso en chetos y cumbieros.
Los Estudios Culturales merman en posibilidad de explicación de los fenómenos a los cuales aborda mientras menor sea su compromiso con lo que Lawrence Grossberg161 llama “el corazón de los estudios culturales”, como es la contextualización. Esta contextualización, al tratarse de estudios de micro grupos, sin pretensión de generalización y apelando a miradas interdisciplinarias, no solamente significa que deban ser reflexionados y analizados con arreglo a la espacio-temporalidad, sino también teniendo en cuenta las luchas de poder simbólico, las posiciones de género, de territorialidad, y de clase social. En definitiva entendiendo a estos grupos como parte del entramado ideológico de una sociedad y de su lucha omnisciente por la hegemonía.
Los chetos y los cumbieros, en nuestro caso, serían propicios de ser encasillados como clases comunicacionales, más que como bandas, tribus o ciberculturas. El componente de clase es el predominante en su construcción identitaria y como alteridad.
Las clases sociales se definen de un modo material: son, primeramente, posiciones que los seres humanos ocupamos en el entramado social según la relación que tengamos con los medios de producción. Marx habló de dos grandes clases que siempre dinamizaron la historia con su lucha de intereses. En el capitalismo, estas clases serían la burguesía y el proletariado. El propio Marx advirtió la emergencia de la “pequeña burguesía” como una clase intermedia. Es de sentido común hablar de clase media y tildarla como dinamizadora de los procesos de consumo. La clase media se define como un grupo social que si bien no está formado por los dueños de los medios de producción y por ello no son ricos, tampoco esta constituido por meros dueños de su fuerza de trabajo sin poder colocarla en el mercado. La clase media generalmente tiene empleo y un dejo de capacidad de ahorro, por lo cual dinamiza el consumo de mercancías y servicios medianamente costosos. De allí que para el mercado sea el público a interpelar. Asimismo, la conciencia de clase no hace mella en esta clase que es llevada a pensarse con conciencia burguesa y así lo hace, planteando como objetos de deseo las posiciones dominantes.
Entre los jóvenes, las clases sociales se definen de modo más comunicacional que económico, aunque estén atravesados en todo momento por las posibilidades materiales de consumo. De este modo, las clases altas se aglutinan alrededor de gustos distinguidos mediante marcas y conexiones, mientras que las clases populares tienen lo que pueden y toman aquellas imposiciones deseables como objetivo. En este mapa heterogéneo, existen bandas, tribus o ciberculturas con marcadas ligazones de consumo, como los fans de determinadas músicas y sagas, y otras aparentemente al margen de estas imposiciones y relegadas a las migajas de una cultura outlet. De allí que propongamos entenderlas como clases comunicacionales más que como clases sociales –que subyacen sin manifestarse en el discurso.
Existen identidades ligadas al consumo de libros, discos, y figuras de la industria cultural. Muchas de esas pertenencias se erigen en el terreno del ocio, en jóvenes que disfrutan de las necesidades básicas satisfechas: van a la escuela, no trabajan y son contenidos por el amor de padres presentes. En la punta opuesta de esta brecha, otra juventud no goza de esas comodidades modernas y transitan una posmodernidad como pueden.

Bibliografía
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Notas:
154 Reguillo, 1990: 49.
155 Maffesoli, 1990.
156 Prensky, 2001.
157 Prensky, 2001.
158 Morduchowicz, 2008.
159 Piscitelli, 2009; Islas, 2009.
160 Para una descripción del uso del concepto “nativos digitales” remitimos al trabajo de Gértrudix Barrio y otros.
161 Grossberg, C. Nelson y P. Treichler (1992).

Fuente: Sujetos, miradas, prácticas y discursos. Segundo Encuentro sobre Juventud, Medios e
Industrias Culturales
coordinado por María Gabriela Palazzo y Pedro Arturo Gómez. – 1a ed. – Tucumán : Universidad Nacional de Tucumán. Facultad de Filosofía y Letras. Inst. de Investigaciones Lingüísticas y Literarias. , 2013. E-Book.