El concepto en la clínica: Lacan y su uso del concepto

El concepto en la clínica: Lacan y su uso del concepto

Lacan y su uso del concepto

Jean-Louis Gault

Fuente: Virtualia – Revista Digital de Escuela de Orientación Lacaniana – #26 – Editorial 26: “Límite”

Por Claudio Godoy

El psicoanálisis es una práctica que se inscribe en un diálogo marcado por una radical disimetría. Gracias al analizante, la transferencia instituye al analista en una posición de ascendencia sobre su paciente. Freud reconoció ese poder, que no es diferente al que tiene el médico hipnotizador sobre su paciente y al que él ha rechazado ceder. Es renunciando a todo poder sobre su paciente que permitió la emergencia, en su autenticidad, de esta experiencia que lleva su nombre. La transferencia podía entonces desplegarse en su verdad analítica más allá de su raíz sugestiva.

Ubicar la acción del analista en el corazón de la reflexión

Lacan se inquietó al constatar que el poder dado por la cura al analista no había sido pensado suficientemente. En el momento en que inicia su enseñanza, estigmatiza, en sus colegas, la decadencia que caracteriza la especulación analítica. Pretende mostrar que “la impotencia para sostener auténticamente una praxis se rebate […] sobre el ejercicio de un poder”, es por lo cual él ubica la acción del analista en el corazón de su reflexión. Nota así lo siguiente: “es en la medida de los callejones sin salida encontrados al captar su acción en su autenticidad, como los investigadores, tanto como los grupos, llegan a forzarla en el sentido del ejercicio de un poder” [1].

El analista que ignora “el origen de los efectos de su propia acción” queda reducido a aplicar un catálogo de recetas; no hay entonces, dice Lacan, “límite para los desgastes de la técnica por su desconceptualización” [2]. Ha  idiculizado esta práctica ritualizada y su formalismo, y la ha sustituido por una formalización de la experiencia. A la suma de criterios que se quisieran reunir para decir lo que es un psicoanálisis, ha sustituido esta definición en forma de boutade: “un psicoanálisis […] es la cura que se espera de un psicoanalista” [3]. Esta formulación tenía por fin poner al analista en el banquillo. Lacan se preguntó: ¿de dónde extrae el analista los poderes que tiene en la cura? Siendo la cura una experiencia de palabra ha concluido que es la palabra la que detenta todos los poderes.

A falta de saber qué son los poderes de la palabra, el analista no puede decir nada auténtico sobre la dirección de la cura, su manejo de la transferencia o su práctica del inconsciente. Lacan ha reconocido que la estructura de todo discurso comportaba la inscripción de un poder, y la del discurso analítico no escapa a eso. El analista tiene un poder -aquel que le confiere la estructura de la experiencia- y lo pone al servicio de su acción en la cura. Esto ha llevado a Lacan a interrogarse por el orden de subjetividad que debe realizar el analista para aspirar auténticamente a esta acción. Ha desprendido de esto una concepción original del deseo a atribuir al analista si quiere estar a la altura de su acto. Ha concebido ese deseo como salido verdaderamente de un psicoanálisis llevado hasta su término.

La experiencia freudiana no es en absoluto pre-conceptual. No es una experiencia pura. Es una experiencia verdaderamente estructurada por algo artificial que es la relación analítica. En el momento en que comenzó su enseñanza, Lacan partió de la actualidad analítica. La técnica analítica movilizaba entonces la reflexión de sus colegas. Ella ocupaba un lugar preponderante en las enseñanzas. Los libros más leídos eran los manuales de técnica psicoanalítica. El libro 1 del Seminario de Lacan anuncia “Los escritos técnicos de Freud”, pero no trata de la técnica analítica. Destaca, por otra parte, que los textos de Freud que han sido reunidos en el volumen que lleva ese título no se ordenan por su relación a la técnica. Ese grupo de escritos testimonia de una etapa intermedia en el pensamiento de Freud, entre su descubrimiento del inconsciente y la elaboración de su teoría estructural del yo, el ello y el superyó. Esos textos, situados entre 1904-1918, tratan sobre nociones fundamentales que elabora al filo de esos años, tales como la resistencia y la transferencia. Freud -subraya Lacan- no abordó jamás la técnica aisladamente. La trató siempre en referencia al progreso de su doctrina, y por lo cual habla todo el tiempo de ella. Sus Estudios sobre la histeria [5] son la exposición de su descubrimiento de la técnica analítica. Es lo que le da su valor, porque la vemos ahí en formación. La interpretación de los sueños [6] habla de técnica. Inhibición, síntoma y angustia [7] es un texto de técnica analítica.

Lacan no creía, más que Freud, en el primado de la técnica. Ni en la independencia de la práctica con respecto a la teoría. Comenzó su seminario por la técnica, para ponerla en su lugar e inscribirla en dependencia de la teoría. Destaca la degradación de la práctica analítica, en el sentido de una reeducación del paciente, en donde se trataría de corregir en él una aprensión fantasmática del mundo para conducirlo progresivamente a una relación real con las cosas; el analista se hacía el garante de esta realidad. Esta concepción se debía a la manera en la cual se había leído y adoptado las nociones que Freud había introducido a partir de 1920, a saber: las tres instancias. De las tres era privilegiada la del ego.

Lacan interpreta esta tripartición como un esfuerzo de Freud para aislar en el sujeto registros estructuralmente distintos, que él mismo va a catalogar como aquellos de lo imaginario, lo simbólico y lo real. El yo se inscribe en la relación narcisista en tanto que ella estructura la relación del sujeto con su semejante. El superyó indexa la relación que el sujeto mantiene con la ley. El ello está situado en el límite de lo simbólico.

Releer los casos clínicos de Freud

Lacan había mesurado de entrada que el aparato conceptual del cual se servía Freud no estaba a la altura de un descubrimiento calificado como prometeico. Emprendió entonces un formidable aggiornamento teórico para dar a la experiencia analítica un fundamento de certeza. Ella es una experiencia de palabra, en la palabra y por la palabra. Esta referencia al campo del lenguaje lo conduce a aislar la función del símbolo y promover un orden simbólico autónomo. Introduce entonces el ternario de tres órdenes -imaginario, simbólico y real- que extrae de la antropología estructural de Lévi-Strauss.

Sobre esta base relee sucesivamente los casos clínicos de Freud. En cada oportunidad esclarece la problemática repartiendo los hechos clínicos en cada uno de los tres registros. En el de Dora refiere la función del Sr. K como soporte de una identificación imaginaria. En Hans aísla el caballo como significante para todo uso alrededor del cual se cristaliza la fobia del niño. Interpreta la alucinación del Hombre de los lobos como el retorno en lo real de un elemento rechazado de lo simbólico. Toma de la lingüística saussureana el algoritmo del signo y lo adapta a la clínica. Para dar cuenta de los síntomas y otras formaciones del inconsciente, tal como las interpretaba Freud con su distinción condensación/desplazamiento, introduce las dos operaciones de la metáfora y la metonimia que Jakobson venía de distinguir en su poética.

Importar conceptos

Al lado de los conceptos importados de la lingüística y de la antropología, hay un aporte considerable de conceptos tomados de la filosofía de Hegel. Hay una “clínica hegeliana” [8] de Lacan. Cuando aborda el destete en su texto sobre la familia [9], en 1938, lo considera en términos dialécticos. Se encuentra ahí el esbozo de una referencia al tema de la lucha de las consciencias, que Lacan no cesará de explotar en todas sus resonancias clínicas interpretando, de diversos modos, esta dialéctica del amo y el esclavo.

Lacan concibió la cura como experiencia, Erfahrung, bajo el modelo de la fenomenología del espíritu, situada por Hegel como una experiencia de la consciencia.

En su texto El mito individual del neurótico [10] pone en cuestión el estatuto teórico del complejo de Edipo en el psicoanálisis. El Edipo, concebido por Freud con su estructura ternaria, no parecía clínicamente operatorio. Para tornar funcional al Edipo, Lacan lo abre al desarrollo dialéctico introduciendo en él la negatividad hegeliana bajo las especies de la figura de la muerte.

La primera clínica de Lacan es hegeliana, en la medida en que ella se quiere dialéctica. Es hegeliana en su reformulación de la cura de Dora, que desarrolla en su “Intervención sobre la transferencia” [11]. Lo es aún en su “Informe de Roma” [12], y lo sigue siendo hasta su escrito “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo…” [13]; pero este escrito vale por la separación que Lacan opera allí entre el término sujeto y el término dialéctica. Lacan capta lo insostenible de una posición que tiende a unir la estructura del lenguaje con una dialéctica del sujeto. La estructura de lenguaje es constituyente de la praxis analítica y no el sujeto, como Lacan lo avanzaba en su Discurso de Roma. Se trata de sustituir una logificación del sujeto a la dialéctica del sujeto. Por lo tanto, Lacan no rompe totalmente con la dialéctica de la cual mantendrá el término en su relación con el deseo.

Lacan responde, en un pasaje donde aborda la cuestión del analista en formación, a aquellos que se inquietaban por la incidencia de su enseñanza en la transferencia de sus analizantes. La objeción prueba, dice él, que no se tiene ninguna doctrina del psicoanálisis didáctico que esté en relación con la posición del inconsciente. El inconsciente no releva de lo imaginario y la formación analítica no podría remitirse a un proceso identificatorio. Lacan explica entonces que ha recurrido a la fenomenología de Hegel para intentar curar a los analistas de sus seducciones narcisistas. Los avatares de las diferentes figuras de la consciencia de sí, sucesivamente invalidadas, son otros tantos ejemplos propios para oponerse a las “evidencias de la identificación”.

Varias otras categorías hegelianas son requeridas por Lacan. Su primera concepción del deseo como deseo de reconocimiento está tomada de Hegel -así como el “alma bella”, la “ley del corazón”, la “infatuación”, o también el modo en que el filósofo retoma la distinción de lo particular y lo universal. Son numerosos los filósofos de los que va a sacar partido en su elaboración. Con Aristóteles mantendrá un diálogo permanente. La teología, de donde importa una concepción renovada del amor, y la literatura son fuentes constantes de su reflexión. No hay una sola noción freudiana que permanezca intocada en esta novedosa reelaboración conceptual, en primer lugar la de inconsciente. El inconsciente de Lacan no es más el de Freud.

Transformar sus propios conceptos

El aparataje conceptual que Lacan pone en el tapete no está llamado a permanecer fijo. No hay ningún semantismo en su práctica de los conceptos. No tiene la idea obsesiva de que un concepto se define por una significación fijada de una vez por todas. Cuando encuentra una dificultad en su elaboración, o un tope en la práctica, no procede por la introducción de nuevos conceptos que apunten a reabsorber la antinomia. Pone su aparato conceptual a la prueba de los datos nuevos y les hace sufrir una transformación reglada. Los mismos conceptos son conservados pero resurgiendo con un valor y un uso nuevo. Así ocurre con sus nociones de sujeto, del otro y el Otro, del yo, pero también con los conceptos de inconsciente, transferencia, repetición y pulsión, los de cuerpo, deseo, amor o goce que son, cada vez, sometidos a una reconsideración y a un desarrollo que enriquece su alcance.

Fiel al principio de economía de Ockham, Lacan no multiplica sin necesidad los conceptos. Algunos conceptos mayores al comienzo, cuatro conceptos fundamentales luego, bastan a su fortuna de teórico del psicoanálisis. Su robusto ternario de los simbólico, lo imaginario y lo real, introducido en su conferencia de 1953 [14], ha guardado el mismo filo cuando se sirve de ellos, más de veinte años más tarde, en su análisis del caso de Joyce [15]. Por lo tanto, no es del todo lo mismo ni tampoco totalmente otro. Cuando llega a introducir nuevos conceptos opera sobre los antiguos, a los que les hace sufrir una transformación por anamorfosis, para que no se olvide de dónde vienen y, por lo tanto, a qué responden a partir de allí. El “parlêtre”, que apunta a completar el término de sujeto y a suplantar el de inconsciente, condensa “ser hablante” (être parlant) y “ser hablado” (être parlé).

La repartición “lenguaje”, “palabra” y “escritura” es reemplazada por el ternario original constituido por “lalengua” (lalangue), “la apalabra” (l´apparole) y “lituratierra” (lituraterre).

Sus formulaciones canónicas mismas padecen la prueba temible de su pensamiento. El enunciado “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” [16], con la cual ha marcado su entrada en el psicoanálisis, se reencuentra de modo idéntico en su Seminario Encore [17], pero desde entonces ninguno de los términos ha conservado su sentido inicial.

En la nueva conceptualización que despliega en ese seminario, el “inconsciente” no es más el mismo, el “lenguaje” a cedido su lugar a “lalengua” y la “estructura” a perdido su estatuto frente a la promoción del concepto de “aparato”. Por lo tanto, Lacan mantiene que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje” dejando a cargo de su lector descifrar lo que él ha distinguido de ahí en adelante. En este uso de los conceptos, Lacan se declaró utilitarista. Se reclama partidario de Bentham en su manera de servirse de “viejas palabras”, aquellas que ya sirvieron. Es lo que hay que pensar cuando uno se sirve de ellas, es para qué sirven cuando uno se sirve de ellas. Se debe evitar también referirlas a una significación anterior que habría sido ya fijada para siempre.

En ese mismo seminario da un ejemplo particularmente estimulante de este uso benthamiano del concepto. Propone esta aserción: “el goce del Otro, del Otro con una gran A, del cuerpo del Otro que lo simboliza, no es signo de amor” [18]. Advierte también que esos cuatro términos: -el goce, el Otro, el signo, el amor- tiene que ser, cada uno, reconsiderado. El Otro debe ser retomado, el goce y el amor están en tren de cambiar de valor, y el signo va a tomar un sentido nuevo. Es el concepto de cuerpo el que se encuentra revestido de un estatuto nuevo, no es más el cuerpo imaginario o simbólico del cual Lacan había tratado hasta aquí. El cuerpo es, a partir de allí, abordado como cuerpo viviente sede del goce, lo cual tiene por efecto hacer virar el color de todos los otros conceptos con los cuales está en relación. Hay así en Lacan, para cada concepto-clave, en función de los desarrollos de su elaboración, una transformación diacrónica de su valor que se acompaña de una redistribución sincrónica del sistema de los otros conceptos, en donde encuentra su coherencia. Es lo que Jacques-Alain Miller demostró admirablemente en sus seis paradigmas del goce [19].

Extraer nuevos conceptos a partir de la clínica

Paralelamente a este esfuerzo para pensar la clínica freudiana a partir de una conceptualización renovada, pero tomada prestada de dominios no necesariamente clínicos, Lacan ha proseguido al comienzo constantemente otro movimiento, que no ha dejado de anudar al primero. En esta ocasión ha partido de la clínica misma, para extraer de ella nuevos conceptos. Buscó formalizar el caso para elevarlo a la dignidad del paradigma. Seguramente, el caso clínico no se deja leer sino a partir de una conceptualización que le es previa, pero el caso, por otro lado, hace siempre objeción a la elaboración teórica que querría reducir su singularidad remitiéndola a lo ya conocido. Desde entonces, si uno toma en serio las resistencias del caso, su fracaso mismo testimonia de un real clínico irreductible y merece ser llevado a la altura de un concepto nuevo. El caso no es más un ejemplo que ilustre lo ya sabido sino que deviene, a su vez, ejemplar; toma el valor de paradigma y permite leer otros casos. Los casos de Freud estuvieron también en el origen de nuevos conceptos que han enriquecido profundamente el estudio clínico. Dora hace descubrir a Lacan la función de la Otra mujer. La Bella Carnicera le enseña lo que es el deseo de tener un deseo insatisfecho y lo que es el goce de la insatisfacción. El Hombre de las ratas le hace entrever la figura del Otro gozador, la función del padre muerto y quién es la Dama de sus pensamientos. De Schreber extrae el concepto de empuje-a-la-mujer.

Lacan considera que la teoría comanda la práctica de tal suerte que, tenga o no el analista una idea clara de la teoría que lo anima, no puede ser irresponsable de los hechos que recoge en su práctica. Correlativamente, ha deducido del examen de la práctica de los autores que estudiaba la teoría que había que inferir. Así, del estudio de esta noción central de la transferencia y su manejo en los alumnos de Freud, ha desprendido tres teorías de la dirección de la cura de las cuales ha revelado, en cada ocasión, su particularidad [20].

Publicado en La Cause du Desir. Nouvelle revue de psychanalyse N° 80: «Du concept dans la clinique», Navarin Éditeur, París, 2012

Traducción: Claudio Godoy

Notas

1. LACAN, J.: “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos 2, Siglo XXI, México, 1984, p.592.

2. Ibid., p. 589.

3. LACAN, J.: “Variantes de la cura tipo”. En Escritos 1 Siglo XXI, México, 1984, p. 317.

4. LACAN, J.: El Seminario. Libro 1: “Los escritos técnicos de Freud”, Paidós, Barcelona, 1981.

5. FREUD, S. y BREUER, J.: “Estudios sobre la histeria”. En Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1979.

6. FREUD, S.: “La interpretación de los sueños”. En Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1979.

7. FREUD, S.: “Inhibición, síntoma y angustia”. En Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1979.

8. Cf. REGNAULT, F.: Clinique hegelienne, enseñanza pronunciada en el marco del departamento de psicoanálisis de la universidad París VIII,

2001-2002, inédito. El título de este curso le ha sido propuesto por J.-A. Miller.

9. Cf. LACAN, J.: “Los complejos familiares en la formación del individuo”. En Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 33-96.

10. LACAN, J.: “El mito individual del neurótico”. En Intervenciones y textos, Manatial, Buenos Aires, 1985, p. 37-59.

11. LACAN, J.: “Intervención sobre la transferencia”. En Escritos 1, op. cit., p. 204-215.

12. Cf. LACAN; J.: “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”. En Escritos 1, op. cit., p. 227-310.

13. LACAN, J.: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”. En Escritos 2, op cit., p. 773-807.

14. Cf. LACAN, J.: “Función y campo de la palabra y el lenguaje…”, op. cit.

15. Cf. LACAN, J.: El Seminario. Libro 23: “El sinthome”, Paidós, Buenos Aires, 2006.

16. LACAN, J.: “Función y campo de la palabra y el lenguaje…”, op. cit., p. 259.

17. LACAN, J.: El Seminario. Libro 20:”Aun”, Paidós, Barcelona, 1981.

18. Ibid., p. 12.

19. Cf. MILLER, J.-A.: “Los seis paradigmas del goce”. En El lenguaje, aparato del goce, Colección Diva, Buenos Aires, 2000, p. 141-180.

20. Cf.: LACAN, J.: “La dirección de la cura…”, op. cit., p. 583-588.