Construcción del espacio analítico: deconstrucción del lenguaje de acción, confidencialidad del tratamiento

Seguramente, la mayor parte de los adolescentes que vemos en nuestros consultorios o instituciones, han sufrido y sufren traumatismos importantes, ya sea externos o internos que perturban y retrasan estos procesos de duelo, derivando en duelos patológicos que siempre están en la base de las patologías graves.
Lo primero a plantear es el tipo de demanda que está en juego, porque hay que tener claro qué pide el adolescente y qué pide el medio familiar y social. Quizás la mayor parte de las veces habrá que trabajar este punto de partida porque se constituye en el cimiento del espacio analítico que habremos de construir.
Por supuesto que el malestar que genera en el entorno, produce a su vez una presión interna en el adolescente con sus problemas y sus síntomas. Este malestar personal, será el motor del análisis futuro y lo que habrá de trabajarse en los comienzos del tratamiento.
Malestar en el entorno, malestar personal que si se articula en esa presión interna es porque hay una posibilidad de tránsito y cierta elaboración del sentimiento de culpa característico de una problemática edípica. Lamentablemente en general las condiciones de inicio de análisis son menos halagüeñas, asistiendo a un paciente que está “intoxicado” por un lenguaje de acción (Gómez y Tebaldi, 2001), lenguaje que habrá de ser deconstruído, abriendo a otro lenguaje que abra a nuevas significaciones de la historia personal, que pueda incluir los aspectos traumáticos reprimidos o escindidos hasta ese momento.
Pienso que esto tal vez sea el problema más espinoso y el objetivo general del tratamiento analítico y que constituye un logro esencial del aparato psíquico ya que se trata de poder incluir vivencialmente los aspectos penosos.
Volviendo al lenguaje de acción, es muy importante poder entenderlo como instrumento de la repetición y su compulsión (Freud, 1914). Repetición que implica un re- pedir acceso a la conciencia y a la acción de tal manera de poder re – escenificar aspectos traumáticos infantiles que en la evolución han tenido que ser dejados de lado pero que insisten (por suerte y por desgracia) en su re-actualización para ser tenidos en cuenta. Nuestra posibilidad será la de incluirlos en la dinámica de la transferencia – contratransferencia, porque de lo contrario caerán en el vacío de las intelectualizaciones o de historias que son aceptadas como interesantes pero sin ningún efecto sobre el adolescente.
El lenguaje de acción o actuación, puede constituirse en un síntoma, pero más allá de eso –como lo señalan L. Goijman (1998) y otros autores– es en sí mismo el modo específico de expresión de este momento vital, una característica del funcionamiento psíquico. De la misma manera que el juego es el principal vehículo de expresión de la fantasía en la infancia, la acción es una forma de expresión de la fantasía en la adolescencia, en la medida en que la maduración psicomotriz permite un protagonismo diferente; existiendo a la vez una necesidad de confrontar lo estatuido por la ley parental experimentando nuevas alternativas.
El inicio de la intimidad entre paciente y analista, puede entonces instalarse. Esta forma peculiar de transferencia, es posible cuando el analista logra desinvestirse de la actitud parental moralizante y evita también la complicidad con el adolescente.
Sostenido por una imagen representacional diferente de aquellas que ya posee, el adolescente puede ampliar el juego de identificaciones en forma más rica, especialmente cuando el analista es percibido como capaz de una comprensión de lo inconsciente que implica entender sus dificultades y conflictos en su trama familiar y de su entorno.
El objetivo es incidir en la vida emocional del adolescente, posibilitando una reestructuración psíquica. Como siempre, nos enfrentamos a una roca de base (Freud, 1937) que es el narcisismo –de ambos, paciente y analista. Constitución narcisista que se expresa en el lazo libidinal hacia lo propio y los aspectos agresivos hacia lo considerado ajeno y extraño.
Es un momento de construcción de la identidad, de búsqueda de referentes identificatorios, de aumento de las exigencias de los ideales, por lo que las interpretaciones analíticas fragilizan aún más el yo y por lo tanto estarán alertas todas las defensas paranoides del adolescente que en una parte de sí no desea ser cuestionado.
Esto nos conduce a jerarquizar toda la labor preparatoria (Aryan, 1985. Salas, 1973) de nuestras interpretaciones y si entendemos que nuestras utopías son importantes, no por sí mismas sino por lo que producen en nosotros, en su intento de conseguirlas, diremos que nuestra utopía parafraseando a Winnicott, es que el adolescente pueda construir sus interpretaciones por sí mismo.
Para que esta labor preparatoria se inicie, es imprescindible que haya un cuidado de las asociaciones libres que el analista debe estimular con sus preguntas y que a su vez haya también un trabajo con ellas.
Como plantea Rómulo Lander (2002), es importante poder superar una desconfianza inicial que es muy frecuente así como también ir dando pruebas de la confidencialidad del tratamiento que se juega muchas veces en las entrevistas que por diferentes motivos se generan con los padres. El adolescente necesita muchas veces de comprobaciones prácticas de dicha confidencialidad para que se pueda ir dando un ambiente continente donde trabajar con las asociaciones libres. Un índice inequívoco de buena marcha y de proceso analítico es sin duda como en los pacientes adultos el surgimiento y trabajo conjunto con las asociaciones libres.
Es necesario entender las asociaciones libres con un criterio amplio porque a veces se trata simplemente de un gesto, un tono de voz, un silencio y otras veces se trata de palabras. Por otro lado es importante estar abiertos a las cartas, diarios personales, poemas, dibujos, fotos, juegos y a los actos tanto fuera como dentro de la sesión, en los que nos prestamos a jugar ciertos roles que son asignados, donde nuestro carácter de superyo auxiliar permite toda esta gama de expresiones en la seguridad de no ser censurado (Strachey 1934). Por eso hay un consenso entre los diversos autores acerca de la actitud del analista, ya que se requiere una especial disponibilidad afectiva para trabajar con adolescentes.
Sus juegos, actuaciones, angustias masivas, sus fuertes ambivalencias y su constante vaivén narcisista y objetal, nos someten a fuertísimas excitaciones psíquicas que nos conmueven y nos llevan a sentir todo tipo de afectos relacionados a ese movimiento pulsional y transferencial del adolescente.

Particularidad del análisis con adolescentes