Cuerpo y cultura, relación mente-cuerpo (los deportes, las redes de comunicación virtual)

Las relaciones mente-cuerpo no son relaciones fáciles, siendo muy intrincadas sus conexiones. El progreso científico ha permitido una mejor comprensión de ambos polos a la vez que diversas técnicas han generado posibilidades de ver el modo en que interactúan pensamientos y musculatura.
De la vieja técnica del ensueño dirigido creada por Desoille (1973) llegamos en la actualidad a la imaginería o visualización practicada por los deportistas de elite para entrenarse en la alta competencia. Esta técnica de visualización a través del pensar, imaginar, “ver los movimientos corporales en los pensamientos”, pone en juego los músculos y el cuerpo aun cuando no haya movimiento “real”. A su vez esos estados mentales, con sus correspondientes respuestas corporales pueden ser ahora visualizados como en las técnicas de biofeedback o de respuesta dermogalvánica (González, 1997). Ya sabíamos de la importancia de la psiquis en los cambios corporales; ahora podemos ver en pantalla cómo se dan esas alteraciones con sólo pensarlas.

Trasladándonos al campo del arte ahora, varios experimentos (De Kerckhove, 1997) muestran tambien la correlación entre nuestros movimientos internos y el resultado, que puede ser “proyectado” fuera de la pantalla. Vemos nuestros pensamientos ahí afuera, nuestros estados de ánimo graficados, nuestras reacciones físicas simbolizadas por distintas interfases gráficas.
Es aceptado por los distintos autores como sinónimo de salud cuando mente y cuerpo se encuentran en un contínuo armónico.
Asociado a lo que se entiende desde la ciencias médicas como vida saludable, el deporte ocupa un lugar importante en nuestra cultura actual. Para Lipovetsky (1983) ese culto al cuerpo, es parte del narcisismo actual en juego, lo que es parcialmente cierto. El deporte reconstruye el cuerpo, lo vuelve a sus límites naturales, lo hace sentir, palpitar, lo contiene en sus bordes, tal como también sucede paradojalmente con las patologías psicosomáticas.
Los deportes extremos parecieran funcionar también como un recordatorio de que tenemos un cuerpo (De Kerckhove, 1997: 73). Plantea también Levy: “Nuestra época, como si quisiera reaccionar ante la virtualización de los cuerpos, ha asistido al desarrollo de la práctica del deporte…” “En cierto sentido son reacciones a la virtualización…” “Intensifican al máximo la presencia física aquí y ahora, y reconcentran a la persona en su centro vital, su “punto de ser” mortal».
“Y sin embargo, esta máxima reencarnación en este lugar y a esta hora sólo se obtiene haciendo temblar los límites” (Levy, 1995: 31). Los deportes extremos permiten re-vivenciar al cuerpo como algo con límites, no fluido, no perdido en las redes de la modernidad líquida.

Así como las identidades nacionales se han visto trastocadas por el proceso globalizador (Giddens, 1999) algo similar sucede con el cuerpo donde la aceleración de la vida posmoderna lleva a cierta “esquizofrenización” y a la descomposición del cuerpo en fragmentos, a la multipresencia. Las nuevas ciencias: neuroendocrinología, psiconeuroinmunología, psicobiología (Bekei, 1996) pretenden reunificar los cuerpos, así como las técnicas orientales -que proliferan hoy en día- plantean una mayor unión entre los componentes somáticos y psíquicos. Esa multipresencia que ofrecen las redes tiene sus costos físicos y psíquicos.
El cuerpo expandido por el universo mediático, a través del teléfono e Internet, las redes, presenta ese aspecto fusional al estilo Matrix, que ha sido recogido tanto desde la crítica (Romano, 2000) como desde la óptica de los avances en la condición humana (Kurzweil,
1999). Es un cuerpo fundido con los otros, una inteligencia global, conectiva, que trasciende la unicidad del cuerpo.
“El teléfono, por ejemplo, funciona como un dispositivo de telepresencia, puesto que no sólo transmite una imagen o una representación de la voz, sino que transporta la propia voz. El teléfono separa la voz (o cuerpo sonoro) del cuerpo tangible y la transmite a distancia. Mi cuerpo tangible está aquí, mi cuerpo sonoro, desdoblado, está aquí y allá. El teléfono actualiza una forma parcial de ubicuidad, y el cuerpo sonoro de mi interlocutor se encuentra, asimismo, afectado por ese mismo desdoblamiento. Si bien los dos estamos, respectivamente, aquí y allá, se produce un cruce en la distribución de nuestros cuerpos tangibles” (Levy, 1995: 28).
Con este ejemplo Levy (1995) muestra lo que señalábamos anteriormente con respecto al desdoblamiento de los cuerpos. “El Homo comunicans es un ser sin interioridad y sin cuerpo, que vive en una sociedad que no tiene secretos, un ser por entero volcado hacia lo social, que sólo existe a través de la información y el intercambio, en una sociedad transparente gracias a las nuevas “máquinas de comunicar” (Breton, 1992: 52). Sin embargo el cuerpo se resiste a ser considerado un mero continente de información.