Cuerpos poseídos (“Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real”)

“Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real”

Fuente: Virtualia – Revista Digital de Escuela de Orientación Lacaniana – #26 – Editorial 26: “Límite”

Por Claudio Godoy

Cuerpos poseídos

Daniel Millas

Voy a comenzar por valerme del equívoco que introduce este título, poniendo en consideración sus dos acepciones posibles. Por

una parte el cuerpo invadido, dominado por algo o alguien. Por otra, el hecho de poseer, de tener el cuerpo y vivirlo como propio.

Articular estas dos dimensiones relativas a la posesión del cuerpo es un modo de abordar la cuestión de qué quiere decir “tener un

cuerpo” cuando nos encontramos en el campo del psicoanálisis. Para eso voy a partir de la afirmación de que la operación analítica

tiene como mira la relación existente entre el decir y el cuerpo, es decir, aquello que en la clínica psicoanalítica denominamos

pulsiones. Esta relación la instituyó Freud a partir de considerar al síntoma como un modo sustitutivo de satisfacción pulsional.

El concepto de pulsión tal como lo entiende Freud supone tomar en cuenta una exigencia constante de satisfacción implicada en

determinadas zonas del cuerpo, que debemos diferenciar de cualquier necesidad de orden biológico.

Si Freud emplea el análisis gramatical para dar cuenta de los avatares libidinales del sujeto es porque lo que está en juego nada

tiene que ver con la noción de instinto. El circuito pulsional encuentra en el cuerpo el comienzo y el final de su recorrido en

búsqueda de satisfacción. Por esta razón pensar el síntoma como un modo de satisfacción pulsional sustitutiva implica una

referencia al cuerpo ineliminable.

Se trata entonces de un cuerpo exiliado de la naturaleza. Recordemos que el descubrimiento freudiano se funda a partir del cuerpo

histérico, del rechazo del cuerpo a obedecer a un saber natural.

Lacan por su parte define a las pulsiones como el eco en el cuerpo de que hay un decir.[1] Definición que se torna solidaria con la

idea de pensar al síntoma como un acontecimiento del cuerpo. El síntoma está articulado como un lenguaje, pero lleva a pensar al

cuerpo como un lugar de inscripción de acontecimientos discursivos que dejan huellas y que de diversas maneras lo afectan y lo

perturban. Encontramos entonces una relación de implicación contundente: no hay síntoma sin cuerpo.

Estas primeras consideraciones nos llevan a constatar que se trata para nosotros del cuerpo poseído por las pulsiones. La cuestión

crucial será cómo apropiarse de un cuerpo así constituido.

Ser y cuerpo

La idea del cuerpo identificado al ser, vivido como Uno, puede parecer una evidencia pero en realidad sólo tiene su validez en el

registro animal. Es sólo allí donde el individuo es también el ser vivo.

Cuando en cambio se trata del sujeto, el Uno en cuestión no proviene del cuerpo. El Uno del que se trata viene del significante

y el sujeto, en tanto sujeto del significante, no logra una identificación plena y armoniosa con su cuerpo. Existe siempre una

tensión, una divergencia entre el sujeto y su cuerpo. Por esta razón adquiere tanta importancia la dimensión de la imagen, que es

correlativa a la imposibilidad de una subjetivación plena del cuerpo vivo.

La idea de un sí mismo como cuerpo-imagen la encontramos todos lo días en lo que constituye el narcisismo post-moderno. Una

elevación del cuerpo a la categoría del ser que tiene como correlato una ardua tarea de construcción de la personalidad a partir

del cuerpo propio, desplegada a través de las dietas, la moda, la gimnasia, las cirugías, etc. Esta construcción tiene como objetivo

lograr un principio de equivalencia: «Tú eres tu cuerpo». Equivalencia destinada sin duda a sufrir avatares y a encontrar sus

propios impasses.

En el otro extremo podemos ubicar casos en los que existe en cambio una clara percepción del registro de una discordancia radical

entre el ser y el cuerpo que se habita. ¿Qué mejor para ilustrarlo que aquellos sujetos conocidos con el nombre de transexuales?

Con la certeza de ser una mujer prisionera en un cuerpo de hombre, denuncian dolorosamente esta falla entre el ser y el cuerpo a

la que nos venimos refiriendo.

Las formas puras de transexualismo, es decir, aquellas que operan como una suplencia efectiva al desencadenamiento de síntomas

psicóticos, se organizan alrededor de una demanda precisa. La misma va a dirigirse al Otro jurídico y al saber médico encarnado

en el endocrinólogo y el cirujano, para rectificar el grave error que la naturaleza ha cometido. Como lo indica Lacan, la forclusión

del Nombre del Padre los lleva a confundir el órgano con el significante fálico. Su posición subjetiva les hace creer que librándose

del órgano a través de la cirugía, resuelven la cuestión de su identidad.

El psicoanálisis se interesa por las diversas formas en que se manifiesta la falla estructural que existe entre el ser y el cuerpo. Falla

que indica la imposibilidad de considerarlo como nuestro ser mismo y que nos lleva en cambio a determinarlo como un atributo.

Aquello que nos permite decir: “Yo tengo un cuerpo”.

Atribución y cuerpo

La atribución es una operación significante que encontramos desarrollada por Lacan en su escrito sobre las psicosis[2] cuando

se refiere a la alucinación acústico-verbal. Señala allí que toda cadena significante trae aparejada una atribución subjetiva, es

decir que le asigna un lugar al sujeto. En la medida que habla, el sujeto asume como propios sus dichos, cambia de posición

respecto de lo que dice, por ejemplo al negarlo, consentirlo, afirmarlo, etc. En el fenómeno alucinatorio se produce una

ruptura de la cadena significante y el sujeto no puede asumir su palabra como propia. El ejemplo que brinda Lacan es el de la

conocida alucinación “marrana”. La paciente reconoce como propia la expresión “vengo del fiambrero”, pero rechaza en lo real el

término “marrana” cuya atribución va a recaer en el vecino.

Lacan busca demostrar que el sujeto es constituido y no constituyente de la cadena significante, es decir que la estructura del

lenguaje determina que toda palabra se forme en el Otro. Esto significa que existe primero una posición de receptor fundada en la

estructura. La perturbación psicótica consiste en el hecho de experimentarla. Se diferencia del sujeto neurótico que puede llegar

a creerse dueño de su propia palabra.

Veinte años después, en el seminario El Sinthome[3], al referirse a las palabras impuestas que afectan a un paciente entrevistado

por él en una Presentación de Enfermos, Lacan afirma: “Cómo no sentimos que las palabras de las que dependemos no son de alguna

manera impuestas, que la palabra es un enchapado, un parásito, la forma de cáncer de la que el ser humano sufre”.

Siguiendo esta lógica se vuelve pertinente la idea de que el psicótico es normal, ya que vive la cruda experiencia de estar poseído

por el lenguaje.

Es posible constatar la misma lógica cuando se trata del cuerpo. Consideremos para esto la siguiente afirmación de Lacan en

“Radiofonía”: “Vuelvo en primer lugar al cuerpo de lo simbólico que de ningún modo hay que entender como metáfora. La prueba es que nada

sino él aísla el cuerpo tomado en sentido ingenuo. Es decir, aquél cuyo ser que en él se sostiene no sabe que es el lenguaje el que se lo discierne,

hasta el punto de que no se constituiría si no pudiera hablar. El primer cuerpo hace que el segundo ahí se incorpore”[4].

Vemos que aquí Lacan llama cuerpo simbólico al lenguaje, en la medida de considerarlo como un sistema ordenado por relaciones

y leyes internas de funcionamiento. Es entonces el lenguaje el que otorga el cuerpo al sujeto como un atributo, es aquello que le

permite asumir la posición desde donde puede decirse “Yo tengo un cuerpo”. De manera que una alteración en la relación del

sujeto con el lenguaje tendrá como correlato posible un trastorno en la asunción del cuerpo como propio. Nuevamente es en la

psicosis donde verificamos de qué manera la extrañeza del significante se acompaña de la extrañeza respecto del propio cuerpo.

A eso se refiere Lacan en su escrito “L’Etourdit”, cuando señala que el sujeto esquizofrénico se encuentra en la posición de tener

que arreglárselas con sus órganos sin contar con el auxilio de un discurso establecido[5].

Podemos afirmar entonces que el cuerpo, al igual que el significante, nos resulta en principio extraño y ajeno. Es por la función

operatoria del Nombre del Padre que el sujeto neurótico puede establecer un anudamiento entre el significante, el significado y

el goce del cuerpo. Es decir, anudar lo simbólico, lo imaginario y lo real, restableciéndose así de un estado originario en el que lo

normal como ya dijimos es la xenopatía y la fragmentación del cuerpo.

En este sentido, resultan muy interesantes las afirmaciones de Gaetan De Clerambault, el brillante psiquiatra que escribe en 1920: “Las

cenestopatías ofrecen cierto paralelismo con el automatismo mental. Con un trastorno cenestésico idéntico, uno se vuelve hipocondríaco, otro

hará un delirio de posesión interna sin persecución, un tercero un delirio de posesión interna con persecución…El automatismo mental, donde

se producen frases y pensamientos vividos como impuestos, produce el sentimiento de influencia externa, que da lugar a la emergencia de un

delirio de posesión. Un daño en la representación del Yo Físico”.[6]

Es interesante encontrar en la descripción fenoménica aquello que Lacan va a sistematizar a partir de la estructura del lenguaje.

Si bien es en la psicosis donde se experimenta descarnadamente esta vivencia intrusiva, podemos encontrar diversas concepciones

acerca del cuerpo poseído. Las hallamos en los mitos, en las religiones, en la literatura y por supuesto en el campo de la clínica.

Poseídos

Son por todos conocidas las versiones vinculadas a la posesión demoníaca que atraviesa la historia de las religiones, especialmente

la católica. Se trata de la creencia en Satán, espíritu maligno que dispone del poder de entrar en el cuerpo de una persona y poseerlo.

Existe una literatura inmensa sobre el tema, así como también acerca de aquello que permitiría una solución: el exorcismo del

demonio por el poder de Dios, a través de un intermediario.

El poseído pierde el dominio de su cuerpo, de su pensamiento, es habitado por sensaciones extrañas y puede llegar a tener

capacidades extraordinarias. El ejemplo más interesante para nosotros es la de hablar lenguas desconocidas, capacidad también

atribuida a las almas próximas a Dios, como forma de unión carismática.

Michel Foucault, refiere que los médicos del siglo XVI, lejos de rechazar la idea del demonio, intentaban explicar en términos

médicos cómo se producía la entrada del diablo en el cuerpo y de qué manera afectaba los órganos y la voluntad del poseso[7].

Es decir, que no consideraban la posesión como una enfermedad mental, sino como un hecho efectivo que podría ser explicado

médicamente.

Me resultó sorprendente encontrar bajo el nombre de “Síndrome de Posesión” una descripción muy actual realizada por el psiquiatra

español José Antonio Fortea Cucurull. Lo denomina también “Síndrome Demonopático de Disociación de la Personalidad”. Este

autor describe casos con delirios de posesión demoníaca que no corresponden a cuadros de epilepsia, ni histeria, ni esquizofrenia.

Se caracterizan por tener trastornos del humor, pérdida de la conciencia, amnesia y emergencia de una segunda personalidad con

rasgos malignos. Asimismo el autor señala que son refractarios a cualquier terapia farmacológica. Si bien considera que son casos

excepcionales, deja en suspenso la creencia en la existencia efectiva del demonio.

Podemos mencionar otra versión del cuerpo poseído, ya no por el demonio, sino por Dios. Disponemos para ello de los testimonios

de los místicos que tanto han interesado a Lacan. Una de las místicas más conocidas es Santa Teresa de Jesús (1515-1582), que

comienza a escribir a los 40 años de edad. Sus textos, “Libro de la vida” y “Castillo interior o las moradas” intentan dar cuenta de

lo que ha constituido para ella la presencia de Dios en su cuerpo. Dice Santa Teresa: “Quisiera yo poder dar a entender algo…Pensando

cómo puede ser, hallo que es imposible…No alcanza la imaginación por muy sutil que sea a pintar o trazar lo que el Sr. me daba a entender con

un deleite tan soberano que no se puede decir, porque todos los sentidos gozan en tan alto grado que no se puede decir y así, es mejor no decir

más”.

Podemos apreciar un arduo trabajo para establecer un cierto orden frente a aquello que excede ampliamente la regulación de goce

que propicia el falo. Ya se trate de la “Transverberación” o en la “La merced del dardo” Santa Teresa se esfuerza en intentar dar cuenta

de ese momento. Señala:”…veía un ángel hacia el lado izquierdo en forma corporal…era pequeño y le veía en las manos un dardo de oro largo,

y al final me parecía tener un poco de fuego. Éste me parecía meter por el corazón algunas veces y me llegaba a las entrañas. Al sacarlo, parecía

que se las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada de amor grande hacia Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos y

tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se me quite, ni se contenta el alma con menos que Dios…Los

días que duraba esto andaba como embobada, abrazando mi pena, más esta pena es tan sabrosa, que no hay deleite en la vida que más contento

me dé. Siempre querría el alma estar muriendo de este mal” [8].

La “Unión”, describe otro estado en la que se pone en contacto con un goce que lo ocupa todo el ser y no da lugar a ningún

entendimiento ya que Dios junta con él al alma, volviéndola ciega y muda. También hay que mencionar el “Arrobamiento”, por sus

efectos tan particulares sobre el cuerpo: “En estos arrobamientos parece que el alma ya no anima el cuerpo, que se va enfriando aunque con

grandísima suavidad y deleite. Parecen unos tránsitos de la muerte y a veces se me quitan todos los pulsos y según me dicen las hermanas que

se allegan hasta mi, que con las piernas abiertas y las manos tan yertas que nos las puedo juntar, quedo con un dolor tan grande hasta el otro

día, que me parece que me han descoyuntado”.

O finalmente el acceso a la última morada o al “Matrimonio espiritual” donde el señor quiere que el alma vea y entienda algo:

“…quiere ya nuestro buen Dios quitarle las escamas de los ojos y que vea y entienda algo de la merced que le hace, aunque es por una manera

extraña; y metida en aquella morada, por visión intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima

Trinidad, todas tres personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas

Personas distintas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un

poder y un saber y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista, aunque no es vista con

los ojos del cuerpo, porque no es visión imaginaria”[9].

Al lograr esta última morada el alma llevará siempre la certeza de esa unión con Dios, ya no habrá alborotos interiores, ni penas,

ni deseos de morir, ni arrobamientos. Se accederá en cambio a un deseo de trabajar y servir a Dios al que Santa Teresa se consagra

fundando una nueva orden religiosa y creando monasterios por toda España. De esta manera pasará a la historia con el nombre

de “La Fundadora”.

Desde otra perspectiva, podemos mencionar una versión más contemporánea de la posesión del cuerpo. Se trata de un síndrome

descripto por el psiquiatra norteamericano John Mack en su libro de 1994, “Abduction”. Lo llama “Síndrome de rapto extraterrestre” y

trata acerca de sujetos que consideran que han sido raptados por seres extraterrestres mientras dormían en la noche. Afirman

que luego fueron llevados por el espacio y sometidos a procedimientos de implantes de diversos objetos en el cuerpo, así como a

violaciones sexuales con fines reproductivos. Exhiben marcas en la piel, moretones, cortes diversos y padecen intensa angustia,

sentimientos de soledad, dificultades sexuales y conflictos relacionales. Mack afirma que en U.S.A., existen millones de personas

que han padecido esta experiencia, muchos de los cuales no presentan trastornos psicopatológicos previos. Lleva adelante una

psicoterapia que estimula la idea de posesión y obtiene efectos de atenuación de la angustia. Algunos de estos sujetos pasan a

creer que son mitad humanos y mitad extraterrestres. Otros piensan que van a crear una nueva raza y finalmente hay quienes se consideran portadores de un mensaje de esperanza y de amor. Puede notarse que Mack aplica la misma lógica que señalamos

cuando hablamos del exorcismo: no se trata de negar lo diabólico, sino de aceptarlo primero para poder luego domesticarlo.

Un goce esplendoroso

Más allá de la estructura clínica en juego, lo interesante es determinar las versiones que intentan dar cuenta de la experiencia de

ajenidad del cuerpo y de las posibles respuestas que encuentra cada sujeto para apropiarse del mismo. Dicho en otros términos,

del artificio a través del cual es posible llegar a un arreglo entre el sentido y el goce del propio cuerpo.

Recuerdo el caso de un paciente que tuve la oportunidad de escuchar en una Presentación de Enfermos. El desencadenamiento

se había producido a los 21 años, en ocasión de ser llamado a cumplir con el servicio militar. Comenzó a padecer un insomnio

que durante meses no le permitía descansar. Luego surgieron una serie de ideas delirantes, tanto persecutorias como religiosas,

que culminaron en un episodio de excitación maníaca por el que debió ser internado. Después de muchos años, a lo largo de los

cuales atravesó internaciones y tratamientos psicoterapéuticos y psicofármacológicos, encontró una estabilización duradera. Fue

a partir de la invención y la puesta en práctica de un simple dispositivo, que como un ritual ineludible lleva a cabo cada noche.

El sujeto conserva algunas convicciones religiosas y la idea de tener una conexión especial con Dios. Por esta razón siempre lee la

Biblia antes de irse a dormir. Explica que se trata de una lectura ordenada ya que cada versículo cuenta con un número limitado

de palabras, pero cada una de ellas nos señala, se abre a una cantidad enorme de sentidos posibles. Cuando se encuentra haciendo

esta experiencia de apertura a una suerte de polisemia infinita, algo se produce que viene a detenerla. Se trata de lo que llama “un

goce esplendoroso” localizado en el pecho, signo inequívoco de la presencia de Dios en su cuerpo. Esto le produce una satisfacción

específica, luego de la cuál todo se aquieta y se duerme apaciblemente. Se trata de un goce que no le resulta enigmático y que no

requiere de una elaboración de sentido, ya que cuenta con el asentimiento del sujeto. Por esta vía, nos muestra el recurso que ha

inventado para arreglárselas con lo real que irrumpió en el momento del desencadenamiento y que durante tantos años perturbó

su vida. Nos enseña cómo ha logrado conciliarse con ese cuerpo poseído por un goce devastador. Cómo ha logrado soportarlo, y

por así decirlo, volver a poseerlo.

Notas

1. Lacan, J., El Seminario, libro 23, El Sinthome, Paidós, Bs. As., 2006.

2. Lacan, J., “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis”, en Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 1987, pág. 515.

3. Lacan, J., op.cit.

4. Lacan, J., Radiofonía & Televisión, Anagrama, Barcelona, 1977, pág. 18.

5. Lacan, J., «L’Etourdit», en Escansión N°1, Paidós, Bs.As.

6. De Clérambault, G., “Automatismo mental y escisión del Yo”, en Automatismo Mental-Paranoia, Polemos, Bs. As. 1995

7. Foucault, M., “Las Desviaciones religiosas y el saber médico”, en La vida de los hombres infames, Altamira, La Plata, Argentina.

8. Santa Teresa de Ávila, Obras Completas, en: www.santateresadeavila.com

9. Ibídem, “Aquí se le comunican todas tres Personas, y la hablan, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que

vendría Él y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos”.