Charles Darwin, El origen de las especies: Objeciones a la teoría de la selección natural

Capítulo VII: Objeciones a la teoría de la selección natural.

LONGEVIDAD. Un distinguido naturalista alemán ha asegurado que la parte más débil
de esta teoría es que consideramos a todos los seres orgánicos como imperfectos. Lo
que realmente hemos dicho es que no todos son tan perfectos como pudieran haberlo sido
en relación con sus condiciones, lo cual está demostrado por el hecho de que tantas formas
indígenas en muchos puntos del globo hayan cedido sus puestos a intrusos. Tampoco
pueden los seres orgánicos, aun cuando en un tiempo dado estuvieran perfectamente
adaptados a sus condiciones de vida, haber seguido estándolo cuando estas condiciones
cambiaban, a menos que ellos también cambiaran de igual modo; y nadie disputará que
las condiciones físicas de cada país, como también los números y de sus habitantes, han
pasado por muchas mutaciones.
Incluso ha habido un crítico que recientemente ha repetido, con alguna apariencia de
exactitud matemática, que la longevidad es una gran ventaja para todas las especies, de
tal modo que quien crea en la selección natural «necesita arreglar su árbol genealógico»,
para que todos los descendientes tengan una vida más larga que sus progenitores. ¿No
puede nuestro crítico concebir que una planta bienal o uno de los animales inferiores
pueda extenderse a un clima frío y perecer allí cada invierno, y sin embargo, por causa de
las ventajas adquiridas por medio de la selección natural, sobrevivir año tras año por medio
de sus semillas o huevos? Mr. E. Ray Lankester ha discutido recientemente este punto,
y sus conclusiones son, en cuanto la extrema complejidad del asunto le permite formar
juicio, que la longevidad está generalmente relacionada con el tipo de cada especie en la
escala de la organización, y también con la cantidad de lo que se gasta en la reproducción
y en la actividad general, por lo que es probable que estas condiciones hayan sido grandemente
determinadas por medio de la selección natural.
El célebre paleontólogo Bronn, al final de su traducción alemana, pregunta cómo puede
por el principio de la selección natural vivir una variedad al lado de la variedad madre.
También insiste Bronn en que las especies distintas nunca varían entre sí en caracteres aislados, sino en muchos puntos, y pregunta: «¿Por qué muchas partes de la organización han sido modificadas a un mismo tiempo por medio de la variación y de la selección natural?».
La mejor respuesta a la expresada objeción es la que presentan esas razas domésticas
que han sido modificadas con algún objeto especial, principalmente por el poder de
la selección del hombre. Véanse el caballo de carrera y el de tiro, el galgo y el mastín.
Toda su figura, y aun sus distintivos mentales, han sido modificados, pero si pudiéramos
trazar paso por paso la historia de sus transformaciones, como podemos hacerlo con los
pasos más recientes, no veríamos grandes y simultáneos cambios, sino primero el de una
parte y luego el de otra, seguramente mejorada. Aun cuando la selección haya sido aplicada
por el hombre a un solo carácter, de lo cual ofrecen los mejores ejemplos nuestras
plantas cultivadas, se encontrará invariablemente que aunque esta parte (flor, fruto u
hojas) haya sido en gran medida cambiada, casi todas las otras partes también habrán sido
modificadas, lo cual puede atribuirse por un lado al principio de crecimiento correlativo y
por otro a la variación llamada espontánea.
Una objeción mucho más seria ha presentado Bronn, y después de él, recientemente,
Broca, a saber: que muchos caracteres no son, al parecer, de utilidad alguna para sus poseedores, y que, por lo tanto, la selección natural no debe haber tenido influencia en ellos.
Bronn pone el caso de la longitud de las orejas y rabos de las diferentes especies de liebres y ratones, los complejos pliegues del esmalte en los dientes de muchos animales, y
otros muchos casos análogos. Con respecto a las plantas, ha sido ya discutido este asunto
por Nágeli en un ensayo admirable, en el que admite que la selección natural ha realizado
mucho, aunque insiste en que las familias de las plantas se diferencian principalmente
entre sí en caracteres morfológicos sin ninguna importancia, al parecer, para el bienestar
de la especie. Cree, por consiguiente, en una tendencia innata hacia el desarrollo progresivo
y más perfecto, y especifica la disposición de las células en los tejidos y de las hojas
en el eje, como casos en los cuales no podía haber operado la selección natural. A estos
ejemplos pueden añadirse las divisiones numéricas de las partes de la flor, la posición de
los óvulos, la figura de la semilla, cuando no es de utilidad para la diseminación, etc.
Mucha fuerza tiene esta objeción; pero a pesar de todo, debemos, en primer lugar, ser
como hemos dicho antes, extremadamente cautos al pretender decidir qué estructuras son
ahora o han sido útiles a cada especie. En segundo lugar, hay que recordar siempre que
cuando se modifica una parte, se modifican también otras por ciertas causas, oscuramente
vistas, tales como aumento o disminución de corriente nutritiva para una parte precisa,
presión mutua, que una parte que se desarrolle al principio afecte a otra que se desarrolle
después, etc., o por otras causas que motivan los muchos y misteriosos casos de correlación
que no entendemos mucho. Estas influencias pueden ser agrupadas gracias a la brevedad,
bajo la expresión de leyes del crecimiento. En tercer lugar, algo tenemos que conceder
a la acción directa y definida del cambio de cond iciones de vida y a las variaciones
llamadas espontáneas, en las que la naturaleza de las condiciones desempeña aparent emente
un papel del todo secundario.
Las variaciones de los pimpollos como la aparición de una rosa de musgo en una rosa
común, o de un pelón en un árbol de melocotones, ofrecen ejemplos claros de variaciones
espontáneas, pero aun en estos casos, si recordamos el poder que tiene una gota minúscula
de veneno para producir agallas muy complejas, no debemos estar muy seguros de que
las variaciones antes señaladas no sean efecto de algún cambio local en la naturaleza de la
savia, debido a algún cambio de condiciones. Tiene que haber alguna causa para cada pequeña
diferencia individual, así como para las variaciones más fuertemente marcadas que
de vez en cuando surgen. Y si la causa desconocida obrara con persistencia, es casi seguro
que todos los individuos de la especie quedarían modificados de un modo semejante.
Una estructura que ha sido desarrollada a través de selección continuada por mucho
tiempo, cuando deja de ser útil a la especie se hace generalmente variable, como lo vemos
en los órganos rudimentarios, porque deja de ser regulada por este mismo poder de selección.
Pero cuando por la naturaleza del organismo y de las condiciones se han originado
modificaciones que no son importantes para el bienestar de las especies pueden ser, y generalmente lo han sido, transmitidas en casi el mismo estado a descendientes numerosos,
modificados en otros sentidos. No puede haber sido de mucha importancia para el mayor
número de los mamíferos, aves o reptiles, el estar cubiertos de pelos, plumas o escamas:
sin embargo, el pelo ha sido transmitido a casi todos los mamíferos, las plumas a todos
los pájaros y las escamas a todos los verdaderos reptiles. Una estructura, cualquiera, común
a muchas formas parecidas, es considerada por nosotros como de alta importancia
sistemática, y por consiguiente, se afirma con frecuencia que es de alta importancia vital
para la especie.
Nos inclinamos a creer que las diferencias morfológicas que consideramos importantes,
tales como el arreglo de las hojas, las divisiones de la flor o del ovario, la posición de los
óvulos, etc., aparecieron en muchos casos primeramente como variaciones fluctuantes,
que más pronto o más tarde se hicieron constantes por la naturaleza del organismo y de
las condiciones ambientales, como también por el cruzamiento entre distintos individuos,
pero no por la selección natural. Pues como estos caracteres morfológicos no afectan el
bienestar de la especie, cualquier pequeña variación en ellos no pudo haber sido gobernada
o aumentada por la última de las causas dichas. Así llegamos a un resultado extraño, a
saber: que los caracteres de poca importancia vital para las especies son los más importantes para el sistematizador.
Un distinguido zoólogo, Mr. Saint George Mivart, ha reunido recientemente todas las
objeciones que se han hecho en otros tiempos por otros y por nosotros a la teoría de la
selección natural tal como la hemos expuesto Mr. Wallace y nosotros, y ha aclarado
aquellas, con ejemplos expuestos y con admirable arte. Mr. Mivart afirma con frecuencia
que no le atribuimos nada a la variación independientemente de la selección natural,
cuando todos saben que hemos coleccionado un número mayor de hechos auténticos que
el que se encuentra en ninguna otra obra conocida. Nuestro juicio podrá no ser fidedigno,
pero nunca nos hemos sentido tan fuertemente convencidos de la verdad de las conclusiones
aquí sentadas como después de leer con cuidado el libro de Mr. Mivart.
Hoy por hoy, casi todos los naturalistas admiten la evolución bajo una forma u otra.
Mr. Mivart cree que las especies cambian en virtud de «una fuerza o tendencia interna», sobre cuyos elementos no se pretende averiguar cosa definitiva. Que las especies tienen capacidad para cambiar, lo admitirán todos los evolucionistas; pero no es necesario, a
nuestro modo de ver las cosas, invocar ninguna fuerza interna que no sea la tendencia a la
variabilidad ordinaria, la cual, con ayuda de la selección dirigida por el hombre, ha dado
nacimiento a tantas razas domésticas bien adaptadas, así como con ayuda de la selección
natural originaría igualmente por pasos graduales, razas o especies naturales. El resultado final habrá sido, como ya se ha explicado, un adelanto en la organización, aunque en algunos pocos casos haya sido un retroceso.
Mr. Mivart se inclina además a creer, y algunos naturalistas están de acuerdo con él,
que las especies nuevas se manifiestan de repente «por modificaciones que aparecen con brusquedad y de una vez». Juzga difícil de creer que el ala de un ave se haya desarrollado
de otra manera que no sea por modificación relativamente brusca, de naturaleza marcada
e importante. Esta conclusión, que indica grandes lagunas o soluciones de continuidad en
la serie, nos parece inverosímil.
Todo el que cree en la evolución lenta, y gradual admitirá desde luego que pueden
haber existido cambios específicos tara bruscos y tan considerables como urja simple variación
cualquiera de las que encontramos en el estado silvestre y hasta en el doméstico.
Pero como las especies son más variables cuando están domesticadas o cultivadas que en sus condiciones naturales, no es probable que variaciones tan grandes y repentinas hayan ocurrido con frecuencia en el estado natural. Como se sabe, de vez en cuando surgen en
el estado doméstico. De estas últimas variaciones algunas pueden ser atribuidas al retroceso,
y los caracteres que de este modo reaparecen, probablemente fueron adquiridos en
muchos casos al principio de una manera gradual, y aun el mayor número de ellas debe
tenerse por monstruosidades, como los hombres con seis dedos, o los puerco espines, los
carneros ancón, el ganado ñato, etc.; y como difieren enteramente por sus caracteres de
las especies naturales, arrojan escasa luz sobre la materia que tratamos. Excluidos esos
casos de variaciones bruscas, los pocos que quedan constituirán a lo sumo, si se los halla
en estado natural, especies dudosas íntimamente relacionadas con los tipos de sus antecesores.
Las razones en las que se apoya nuestra duda para creer que las especies naturales
hayan cambiado tan bruscamente como lo han hecho algunas de las razas domésticas, y
para rechazar en absoluto que hayan cambiado de la manera maravillosa indicada por Mr.
Mivart, son las siguientes:
Según el resultado de nuestra experiencia, ocurren variaciones bruscas y muy marcadas
en nuestras producciones domésticas, solamente en casos aislados y con grandes intervalos
de tiempo.
Si ocurriesen tales variaciones en el estado natural, estarían expuestas a perderse por
causas accidentales de destrucción y por los siguientes cruzamientos, como sabemos que
sucede en la domesticidad, cuando las variaciones bruscas de esta clase no son especialmente
preservadas y separadas por el cuidado del hombre. Por esta razón, para que apareciera
una especie nueva repentinamente, a la manera que Mr. Mivart supone, es casi necesario
creer, en contra de lo que nos enseñan casos análogos, que algunos individuos
maravillosamente cambiados aparecieron simultáneamente dentro de la misma localidad.
Esta dificultad queda resuelta, como en el caso de la selección inconscientemente verificada
por el hombre, acudiendo a la teoría de la evolución gradual, en virtud de la preservación
de un gran número de individuos que varíen más o menos en una dirección favorable
y de la destrucción de un gran número que varíe en sentido opuesto.
Existe la duda de que muchas especies hayan sido desarrolladas en manera extremadamente gradual, porque las especies, y hasta los géneros de muchas grandes familias naturales están tan inmediatamente enlazados, que es difícil distinguirlos. En cada continente, al ir del Norte al Sur, de las tierras bajas a las altas, etc., nos encontramos con una cantidad de especies íntimamente relacionadas o representativas, y al suceder lo mismo en ciertos continentes separados, tenemos razones para creer que estos estuvieron unidos en otro tiempo. Pero al hacer estas observaciones y las subsiguientes, nos vemos obligados a hacer referencia a puntos que se discutirán más adelante. Véanse las muchas islas que están alrededor de un continente cualquiera, y se verá cuántos de sus habitantes pueden merecer ser clasificados en el número de las especies dudosas. Lo mismo sucede si miramos los tiempos pasados y comparamos las especies que acaban de desaparecer con las que todavía existen en las mismas regiones, o si comparamos las especies fósiles enterradas
en las subcapas de la misma formación geológica. Por lo tanto, resulta evidente que hay
una multitud de ellas relacionadas de la manera más íntima con otras que todavía existen
o que han existido recienteme nte, y difícilmente se sostendrá que tales especies deban su
desarrollo a cambios bruscos o repentinos. Es preciso no olvidar tampoco, cuando estudiamos
los órganos especiales de especies inmediatas, en vez de los de especies distintas,
que pueden trazarse gradaciones numerosas y asombrosamente delicadas que relacionan
estructuras extraordinariamente diferentes.
Muchos hechos se comprenden tan sólo por el principio de que las especies se han desarrollado por pasos muy pequeños, como por ejemplo, el fenómeno de que las especies
incluidas en los géneros más grandes estén más íntimamente relacionadas entre sí y presenten
mayor número de variedades que las especies de los géneros menores. Las primeras
están también agrupadas en pequeños grupos, como las variedades alrededor de las
especies, y presentan otras analogías con las variedades, según queda demostrado en el
capítulo II de esta obra. Con este mismo principio podemos entender cómo los caracteres
específicos son más variables que los genéricos, y cómo las partes que se desarrollan en
grado o modo extraordinario son más variables que las demás partes de la misma especie.
Muchos hechos análogos podrían citarse en confirmación de esta doctrina.
Aunque es casi cierto que muchísimas especies se han producido por pasos no mayores que los que separan variedades muy delicadas, puede sostenerse que algunas han sido desarrolladas de una manera diferente y brusca. No debe hacerse, sin embargo, esta concesión sin que se den excelentes pruebas de la ve rdad anunciada.
A menos que admitamos transformaciones tan prodigiosas como las que defiende Mr.
Mivart, tales como el repentino desarrollo de las alas de pájaros o murciélagos, o la súbita
conversión del hiparión en caballo, la creencia en las modificaciones bruscas apenas da
alguna luz a la falta de eslabones de enlace en nuestras formaciones geológicas; pero la
embriología presenta una fuerte protesta contra las creencias en cambios bruscos. Es notorio
que las alas de las aves y murciélagos, como las piernas de los caballos y otros cuadrúpedos,
sean indistinguibles en un período embrionario temprano, y que se diferencien
sólo par pasos insensiblemente delicados. Los parecidos embriológicos de todas las clases
pueden explicarse por las variaciones verificadas después de la primera juventud en las
progenituras de nuestras especies existentes, que transmiten los caracteres nuevamente
adquiridos a su descendencia en la edad correspondiente. El embrión no queda afectado,
y sirve como indicio de la pasada condición de las especies. Por eso sucede que las especies existentes, durante los primeros períodos de su desarrollo, se parecen a menudo a
formas antiguas y extinguidas, pertenecientes a la misma clase. Con esta opinión sobre el
significado de los parecidos embriológicos, y sea cual fuere la opinión, es increíble que
un animal haya sufrido transformaciones tan instantáneas y bruscas como las indicadas
arriba, y que no tenga, sin embargo, en su condición embriónica, ninguna huella de modificación
repentina. Por lo tanto, todos los detalles de su estructura son debidos a los pasos
insensiblemente delicados. Todo el que crea que por medio de fuerzas o tendencias internas
se transforma repentinamente una forma antigua en otra alada, por ejemplo, se verá
casi obligado a suponer, en contra de todas las analogías observadas, que muchos individuos
varían simultáneamente. No puede negarse que esos cambios tan bruscos y grandes
de estructuras sean totalmente diferentes de aquellos que la mayor parte de las especies, al parecer, han atravesado. Se verá obligado también a creer que muchas estructuras notablemente adaptadas a todas las demás partes del mismo ser y a las condiciones que las rodean han sido repentinamente producidas, sin que sea posible que encuentre ni sombra
siquiera de explicación para tan complejas y maravillosas coadaptaciones. Se verá forzado
a admitir que cuando estas sean grandes y repentinas no dejarán ningún rasgo de su
acción en el embrión; lo cual, a nuestro modo de ver, es lo mismo que dejar los reinos de
la ciencia para entrar en los del milagro.

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