De la violencia física a la violencia simbólica: La estructura de la ficción y el poder

Fuente: Francisco Javier Gómez Tarín; ¨De la violencia física a la violencia simbólica: La estructura de la ficción y el poder¨.

En el siglo XVIII se abrió un nuevo mundo, ya enunciado por el Renacimiento, que a su vez tendría como consecuencia el protagonismo de la burguesía en el terreno de las revoluciones políticas y la revolución industrial. La burguesía pasó a detentar el poder político como fruto de su hegemonía económica. La ciencia jugó un papel importantísimo, a través de los avances técnicos; dio lugar a nuevos inventos pero también se convirtió a un discurso cada vez más poderoso: avance científico = progreso; es un discurso en torno a la verdad, a la demostración, al empirismo de la ciencia como posibilidad única. La fe en una mejora, en un destino feliz para la humanidad, en el imperio de la razón, alumbró todas las manifestaciones sociales y culturales como resultado de un hilo previo que provenía de Descartes, Locke, Hume e incluso Francis Bacon.
La nueva sociedad precisaba de un proceso acelerado de divulgación, de una desacralización; se promovió el impulso de la crítica, la libertad, la tolerancia, el diálogo, la divulgación del saber, se rompió el vínculo divino y se reivindicó la figura del artista, del genio creador. Uno de los grandes lemas del siglo de las luces sería la divulgación del saber y la cultura más allá de las fronteras del viejo régimen, en Universidades, museos, revistas. Pero… eran relatos, discursos. La idea de progreso y final feliz de la historia se desmorona en nuestro siglo; el sujeto monolítico ya había comenzado a ponerse en duda y sufría humillaciones: su insignificancia en el universo, a partir de la astronomía de Copérnico; su resultado como suma de azares, al desvelarse el evolucionismo con Darwin; y, finalmente, su propio desconocimiento, su pluralidad íntima, descubierta por Freud y el psicoanálisis. La racionalidad instrumental, denunciada por Weber, sojuzga al individuo y da protagonismo al poder económico; la sociedad es cada día más uniforme, la violencia ha sido domesticada, la dominación del poder sobre el sujeto es anónima e introyectada en muchos casos; viejas esperanzas desaparecen, hundidas en el flujo de la guerra y el caos social. Recientemente aparece el pensamiento único, la globalización, y la idea de postmodernidad dispuesta a negar el sujeto desde la perspectiva de otra narración de modelos de vida.

Michel Foucault habla de un afuera del pensamiento, en un uso metafórico del término (parecido al llamado limbo de Kant). Ese afuera está hecho de nuestra resistencia al poder, cualquier poder, no solo el oficial y localizado; la resistencia a pensar que las cosas son como son por necesidad, como si hubiera un universal; por eso reflexiona a través de su obra en el terreno de la locura, el sexo y el poder. Esa resistencia se dará cuando nuestro pensamiento se resista (valga la redundancia) a pensar que las cosas son porque sí, necesariamente, y que los valores son inamovibles. Todo lo que hay y sus funciones, relaciones de todo tipo, han tenido un umbral histórico, incluso valores como la libertad o la igualdad; y esto lleva a pensar que nada es necesario porque sí y en consecuencia puede ser cambiado. Si todo ha tenido su origen histórico, puede haber otro punto histórico en que se cambie.

Otros relatos. Otros discursos. Tampoco podemos olvidar que, con la llegada de la Modernidad se produce el auge del Ejército y los Estados Nacionales, con su monopolio legal de la violencia. Todo ello conlleva un proceso civilizador que asienta en las conciencias una normativa, una ética o moral, una forma de entender la vida y las relaciones sociales basadas en la autodisciplina y el autocontrol. Este mecanismo lo resume Giddens en cuatro puntos: Capitalismo, Industrialismo, Vigilancia social y Ejército. El gran logro de la Modernidad fue, en cualquier caso, la inauguración de un nuevo ordensocial; pero, según Charles Taylor, llevaba consigo al menos tres graves enfermedades:
El individualismo, que colocaba al hombre como ente unitario en el centro del universo social; la razón instrumental, que abogaba por la obtención de los fines por cualquier medio; y el pensamiento exclusivo de los individuos en el propio interés, lo que Taylor denomina despotismo blando.
Algunos pensadores de la Modernidad han servido como punto de partida para los teóricos del postmodernismo; así ocurre con Nietzsche o Heidegger. La duda sobre la razón y la herencia judeo-cristiana del peso ontológico en el seno de la historia (creación, pecado, redención y salvación), se constituye en núcleo de esta nueva corriente de pensamiento.
Daniel Bell habló de postindustrialismo y anunció que se estaba formando un tipo nuevo de sociedad en la que la primacía correspondía a la élite financiera y de servicios.

Era la sociedad de la información.
En esta nueva sociedad los sistemas de producción han cambiado; el capital y el trabajo se desarrollan mediante conocimientos teóricos específicos que se apoyan en nuevas tecnologías; hay una sensación de distribución más equitativa de los beneficios, pese al desempleo y las desigualdades geográficas; la educación está dirigida hacia la mayor eficacia del sistema social, hacia el logro de la especialización de los individuos. Junto a todo lo anterior, nos hallamos en un momento de comunicación generalizada en el que la extensión de las relaciones en el tiempo y en el espacio se convierten en ilimitadas; la tecnología ha permitido establecer medios de control electrónicos y que el conocimiento legitimado por los ordenadores sea tenido como real. Hemos llegado a una cultura del consumo en la que todo está mercantilizado, se producen necesidades y deseos; el bagaje cultural y estético de la llamada postmodernidad se opone al anterior económico y funcional, todo tipo de producto está sometido al mercado. La desindustrialización de las ciudades las convierte en centros de consumo.
Según Baudrillard la postmodernidad se separa de la modernidad cuando la producción de la demanda – de consumidores – deviene esencial. Se habla de Los Angeles como la primera ciudad postmoderna; el consumismo no conoce límites, siendo capaz de convertir cualquier cosa en un artículo de consumo, incluso el significado, la verdad y el conocimiento; todo es fragmentario, heterogéneo, disperso y plural, sujeto siempre a las opciones de los consumidores. Esta fragmentación pone a prueba las concepciones de la verdad. Si es el consumo el que mueve los engranajes; la coerción ya no es necesaria, el instrumento de control e integración social ha pasado a ser la seducción.
La sociedad de los mass-media es una sociedad transparente. Para Vattimo la intensificación de las posibilidades de información sobre la realidad en sus más diversos aspectos
vuelve cada vez menos concebible la idea de una realidad. Así, la realidad pasa a ser plural, objetable; es el resultado del cruce – o contaminación – de las múltiples imágenes, interpretaciones y reconstrucciones que compiten entre sí, sin coordinación central, y que distribuyen los media. La pérdida de sentido de la realidad quizás no sea, a fin de cuentas, una gran pérdida. Fish lo formula
indicando que se trata de regresar a una idea de la Verdad no monolítica, ya presente en
los sofistas griegos, que sea el resultado de un consenso, un acuerdo entre iguales que permita fijar los mecanismos de interacción social. Incide en estos aspectos la nueva concepción de la Retórica teorizada por Perelman, que insiste en la idea de la duda, en el cuestionamiento permanente de la realidad.
Foucault pretende denunciar la naturaleza disciplinaria de la sociedad actual, tomando como fórmula general la prisión. De alguna forma, la propia estructura social genera sus métodos de vigilancia y castigo en las distintas facetas de la vida humana, construyendo enclaustramientos capaces de dirigir y perfilar el devenir vital del individuo, limitando sus posibilidades de elección y diseñando un estatuto ético ante el cual toda desviación sea punible; de esta forma el pensamiento individual es perfilado en el seno de la familia, la escuela, el ejército y el mundo del trabajo, y las desviaciones son castigadas con el reformatorio, el manicomio o la prisión (panóptico).
El individuo está pues condicionado por el poder, atrapado en una telaraña de la que no puede escapar. Ya desde la antigüedad, el “conócete a ti mismo” desplazó en su transmisión a través del pensamiento cristiano al “cuida de ti mismo” original, donde era una consecuencia lógica de éste. Mediante un mecanismo similar, la confesión y la penitencia consiguen interiorizar en el individuo la creencia a ciegas en una verdad absoluta, el sentido del deber y la disciplina; para el pensamiento cristiano no basta creer sino que es necesario demostrar que se cree y aceptar institucionalmente la autoridad.
El lazo que une la racionalización y el abuso de poder es evidente. La existencia del poder se basa sencillamente en el rechazo hacia él; no puede haber poder allá donde no es rechazado, el poder necesita ejercer su autoridad, necesita sojuzgar y someter al individuo, y esto es una forma de racionalidad más que violencia instrumental. En esencia, el poder es una ficción. Por su parte, Baudrillard opone a la idea de poder de Foucault la de seducción, la de deseo. La seducción es más fuerte que el poder, por ser reversible y finita; detrás del poder hay vacío e impresión de realidad. Vivimos en un mundo de simulacros donde la lucha contra el poder sólo puede tener como objetivo desvelarlo como simulacro mediante el desafío a que sea ejercido total e irreversiblemente, sin escrúpulos y con una violencia sin límites (lo que implica la muerte de los dominados); sólo entonces comenzaría su desintegración. El poder no existe, ni la realidad tampoco. Las imágenes, los simulacros, en los medios de comunicación (esencialmente la televisión), se han convertido en realidad, ha desaparecido cualquier distinción entre la realidad y el simulacro mostrado por los medios; así, la televisión es el mundo. De esta forma, habla de hiperrealidad = hipersimulacro.

Relatos. Discursos. Una nueva perspectiva ante la historia (historia vs Historia), en que coincidimos plenamente con Paul Ricoeur, en cuanto el hombre construye sus identificaciones, se reconoce a sí mismo, a partir de relatos, de representaciones simbólicas, generadas por las estructuras del poder.
El proceso actual de homogeneización, que pretende hacer del género humano un ejército de clones, que canta alabanzas hacia el fin de la historia y las ideologías, suprime radicalmente la característica esencial del ser humano: la reivindicación de la duda, que es tanto como decir el libre ejercicio de su pensamiento. Puesto que nuestras convicciones son un constructo, no podemos dar validez irredenta a ninguna de nuestras premisas (creencias), por fuertes que sean. Durante siglos se ha ejercido desde el poder (no necesariamente del Estado, aunque también) una violencia sin límites, infinita, sobre el ser humano (aunque se le haya llamado ciudadano y etiquetado con la hermosa, pero efímera, marca de la libertad); los procesos de desacralización y expansión del conocimiento han sido herramientas del sistema para hacer rentable a sí mismo cada proceso histórico (ahí tenemos el claro ejemplo de la sociedad de bienestar occidental, ahora en franca decadencia a partir de la caída de la Unión Soviética y el socialismo: a falta de modelo contrapuesto, ya no es necesario ese bienestar, que solo se puede conservar mediante duras luchas reivindicativas cada día y sin descuidar la guardia).
El discurso del sistema, hoy en día, intenta imponer sus concepciones a través de la comunicación masiva difundiendo modelos para la creación de un imaginario colectivo basado en la individualidad, el machismo, la privacidad, el nacionalismo, la competitividad, un determinado estilo de vida que hace uso de la violencia como medio, el racismo, etc.
En términos de Chomsky / Herman: el propósito social de los medios de comunicación es el de inculcar y defender el orden del día económico, social y político de los grupos privilegiados. La puesta en marcha de una industria del entretenimiento y el proceso de espectacularización es una consecuencia lógica del mecanismo de regeneración del sistema.
Althusser hablaba acertadamente del aparato ideológico de Estado y ya desvelaba que su actuación permeabilizaba las capas sociales. Con el instrumental mediático a su servicio, la reproducción de las concepciones y modos de vida se convierten en un hecho a escala planetaria y a un ritmo acelerado: es la violencia simbólica. Puede aceptarse que esa violencia simbólica no provoca muertes, pero difícilmente se podrá negar que sí esclaviza cerebros (procesos difícilmente desligables del concepto de muerte). Para Antonio Méndez la asimetría es la caracterización de las nuevas estructuras sociales; una asimetría creciente que aleja cada vez más a grandes capas de la población de los beneficios tecnológicos aclamados por las clases dominantes y frente a la labor de super visión del Estado – como indica la morfología -, uno y desde arriba, la acción de los movimientos sociales podrá considerarse sub versiva mientras proceda desde la pluralidad y la interacción desde abajo. Pluralidad e interacción se nos antojan términos necesarios (aunque utópicos) en la sociedad actual y, sobre todo, en la que presumiblemente se nos viene encima con el nuevo milenio.
El concepto gramsciano de hegemonía ha sufrido muy sutiles cambios en la sociedad contemporánea. El borrado no es tanto el del poder hegemónico, el de la imposición, sino que se ejerce mucho más sutilmente: Se trata de que sea el lector (interpretante del discurso masmediático: quizás el único discurso actual) quien solicite ese concepto, esa forma de vida, ese imaginario colectivo (ya individualizado). Es decir, pasamos de la visión de Orwell a la visión de Huxley, en la que el ciudadano desearía su estado.
Reflexionando sobre Freud, escribe Terry Eagleton: Una vez que el poder se ha inscrito en la forma misma de nuestra subjetividad, cualquier insurrección contra él parecería suponer una auto transgresión. Si bien Eagleton ve en estas indicaciones una inspiración idealista que conecta con la posición de Gramsci sobre la cultura y visión del mundo y las relaciones de poder, nosotros proponemos un giro de 180o a la expresión de Freud en torno a la sublimación: Si la cultura dominante (como imaginario colectivo) se inscribe en nuestra subjetividad (es sublimada) no se producirá ninguna transgresión, porque la norma, lo establecido, lo políticamente correcto, estará en relación directa con esa visión de mundo. El enmascaramiento, como dinámica del sistema para invisibilizar los procesos de dominación, ha repercutido en todos los discursos, desde el histórico al científico, desde el ideológico al epistemológico o al puramente convencional. Puede considerarse un microsistema de impregnación que llega a los textos (relatos) a través del oscurantismo y esto se padece especialmente en las áreas de la cultura de élite (no popular ni masiva), de la educación, de la investigación. . .
La riqueza del momento que vivimos estriba precisamente en la capacidad para tener una visión múltiple del mundo que nos rodea. Desde nuestra perspectiva, la tesis del pensamiento único como nueva ideología del sistema neoliberal, no es más que un mito, una necesidad ontológica del sistema para regenerarse. Ahora bien, las prácticas de producción sígnica, la industria de la cultura – arropada en la tecnología -, como consecuencia inmediata de un sistema dominante que controla los medios a través de los costes de producción, son reproductoras de ideología y transmisoras de cultura. En consecuencia, las alternativas a ese sistema navegan en la utopía. La duda, una vez más, estriba en la concepción del concepto dialógico: diálogo entre qué y quién, y en virtud de qué. Quizás la honrada perspectiva democrática, no violenta, esencialmente vivencial, sea un modo de tránsito lento hacia la consecución de parcelas del poder hegemónico o de cambios estructurales en el mismo; pero ese poder, mucho nos tememos, sólo puede llegar a un cambio real y efectivo a través de un proceso violento: Una contradicción insalvable (para los que creemos (?) todavía en la fuerza del diálogo y el conflicto ideológico) o una tesis totalmente diferente: El caos como alternativa. Lo cierto es que, si en el ejercicio de nuestras reflexiones amparadas en la duda permanente, concluimos que se ejerce desde el poder una violencia ilimitada sobre el ciudadano (concedamos al sistema el beneficio de la etiqueta), es lógico deducir que el propio mecanismo sistémico, en su jerarquización, legitima el ejercicio de la violencia frente a él, tanto más cuanto hay una evidente descompensación de los medios, sean físicos, materiales o virtuales / simbólicos. La interiorización del rechazo a la violencia en los individuos se ha constituido históricamente en un medio de la hegemonía ideológica del sistema dominante, que no duda en ejercerla en aras de un bien común que satisface plenamente sus ansias de enriquecimiento.
El poder se ha constituido a sí mismo a través de un relato vehiculizado en el discurso hegemónico que ha ejercido permanentemente en el seno de la sociedad. Ese relato no es sino una ficción más (story vs history) que se mantiene gracias precisamente a su fuerte impresión de realidad (verdad).
En él confluyen el poder económico-social, el político y el cultural, actuando en círculos concéntricos cuya conexión es precisamente la establecida a través de los mecanismos de representación, los relatos, y, hoy en día, con la aparición de las nuevas tecnologías y los sistemas masmediáticos, las formas de representación simbólica, esencialmente la televisión.
Hay ahí todo un paradigma de la violencia, ejercida sin escrúpulos, abierta e ilimitadamente.
En el polo opuesto, una violencia desorganizada, que arrastra el caos como alternativa y que brota inesperadamente en los momentos de crisis generalizada, ante la carencia de perspectivas y la anulación de las esperanzas (Argentina, Argelia, Venezuela. . . y tantos otros ejemplos), o bien organizada en la creencia ideológica, fe ciega en sistemas alternativos las más de las veces viciados por la estructura del hegemónico (terrorismo, guerrillas, fundamentalismos). Violencia frente a violencia, legitimada por la institucional y que interioriza su propia ilegitimidad porque se ha construido a partir de las estructuras discursivas del poder.

¿Qué hacer?
El panorama esbozado en torno a la situación actual se presenta como desesperado y sin vías alternativas. Oponer violencia a violencia, en una escala de fuerzas claramente deficitaria para la ciudadanía, reforzaría el poder, que abiertamente se ejercería desde el principio de autoridad, transformando lo poco que resta de las democracias actuales en nuevas dictaduras.
Partimos de una posición teórica en la que hemos aseverado: 1) que la duda es un principio esencial para poder juzgar nuestro entorno e incluso nuestros modelos de mundo, a partir del imaginario social que, evidentemente, nos ha sido impuesto; 2) que la violencia que se ejerce hoy desde el sistema (no como ente abstracto, sino en su calidad de poder – principalmente económico, que, en última instancia, superpone sus decisiones al político -) es ilimitada y se disimula borrando su enunciación en el seno de los discursos simbólicos (esencialmente mediáticos); 3) que la conclusión anterior, incluso en su desproporción, concede carta de legitimidad a cualquier violencia que se enfrente a ese poder omnímodo; y, 4) que el caos – no existente, sino sobrevenido – podría entenderse como una alternativa aceptable para el planeta, al margen del ser humano como ente biológico, y alcanzable mediante la destrucción de los valores simbólicos actuales: Estado, mercado, economía, poder, medios. . . incluso sociedad. En consecuencia, no podemos disfrazar en falsos escrúpulos la necesidad (única esperanza) de (re)construir para el ser humano un entorno que apunte hacia el imperio de la equidad, solo posible sin el ejercicio de poder alguno sobre él. Ciertamente una utopía, pero, establecida como meta, nos permite: 1) Desalojar de nuestros prejuicios la creencia en la maldad intrínseca de la violencia, afirmando que es necesaria para romper el círculo de poder – sumisión en que nos encontramos. Esto implica la supresión de cualquier principio ético que permita al poder asentarse en su ejercicio a través de un discurso moral. 2) Identificar un triple círculo opresor (económico-social, político y cultural) que se ejercita hoy en día de forma esencialmente simbólica, – y física en determinadas circunstancias de conflictividad – a través de los aparatos ideológicos, esencialmente mediáticos, capaces de generar un imaginario colectivo que subsume la ideología dominante en el conjunto de la población (que, a su vez, la hace suya). 3) Explicitar que todo mecanismo discursivo se construye mediante un relato de ficción que obedece a tramas en las que el poder se borra a sí mismo de la enunciación para aparecer naturalizado. 4) Postular discursos que se enfrenten al sistémico (no como marginales o alternativos, sino abiertamente en contra de) desde parámetros cuyas premisas esenciales sean: a) desvelar los mecanismos discursivos del poder; b) cuestionar todo tipo de representaciones, nociones de mundo e imaginarios sociales, enfrentando a ellos la duda y la ambigüedad; c) actuar esencialmente en el terreno de la cultura, mediante producciones simbólicas en la línea de una resistencia activa que abra marcos teóricos; y, d) destruir los modelos discursivos hegemónicos y sus maquinarias de producción mediante el uso de la violencia simbólica (artefactos culturales) y/o real.

Cada paso en esa dirección, por ínfimo que sea, quiebra la estructura de la ficción que ha dado llamarse poder en nuestras sociedades; impidiendo que se otorgue a sí mismo la potestad de legislar y condicionar nuestras vidas, sus cimientos se corroen. La resistencia no es ni más ni menos que la puesta en marcha de productos (artefactos audiovisuales, en el caso que preconizamos) que asuman su función: 1) Como artefactos simbólicos, mostando y desmantelando los códigos de la producción de ficción hegemónica (MRI), estableciendo otros alternativos, propios. 2) Evidenciando los parámetros de ejercicio del poder y proponiendo instancias resolutivas que pueden o no hacer uso de la violencia.
3) Denunciando la ficcionalización (espectacularización) de lo real y la naturalización de lo ficticio en nuestras sociedades mediáticas. 4) Interpelando al espectador sobre su posición ante el mundo en que vive. La acción a través de productos simbólicos puede desarrollarse esencialmente en el terreno de la cultura y es ahí donde habría que ser creativos y construir mecanismos de difusión que permitieran una nueva forma de ver (una nueva mirada) y contribuyeran a desvelar los engaños de la hegemónica.