Debate: Los amores de Freud y el Edipo como su síntoma

Debate

Fuente: Virtualia – Revista Digital de Escuela de Orientación Lacaniana – #26 – Editorial 26: “Límite”

Por Claudio Godoy

Los amores de Freud y el Edipo como su síntoma

Silvia Ons

Freud habló por primera vez del Edipo el 15 de octubre de 1897 [1]. Se trató de un momento muy particular ya que días [2] antes

le había dicho a Fliess que no creía más en su neurótica. Caía la teoría de la seducción como el pilar que sostenía la etiología de la

neurosis. El Edipo estará en el lugar de ese cimiento derrumbado: “Un sólo pensamiento de validez universal me ha sido dado.

También en mi he hallado el enamoramiento de la madre y los celos hacia el padre y ahora lo considero un suceso universal de la

niñez temprana”.

Hoy en día, la banalización del complejo contrasta diametralmente con lo que dice Freud cuando afirma que ningún descubrimiento

había provocado una oposición tan acérrima. Luego, será elevado al rango de rasgo identificatorio de la comunidad analítica como

trazo que define su pertenencia. Freud sostiene que históricamente el reconocimiento del Edipo se fue convirtiendo en el ¨santo

y seña¨ que distingue a los partidarios del psicoanálisis de sus adversarios. Sin embargo, si analizamos determinados textos,

advertimos que Freud considera que el complejo de Edipo cumple una función de desconocimiento. En la conferencia 21 [3] dice:

“Para la época en que la madre deviene objeto de amor, ya ha empezado en el niño el trabajo psíquico de la represión, que sustrae

de su saber el conocimiento de una parte de sus metas sexuales. Ahora bien, a esta elección de la madre como objeto de amor

se anuda todo lo que el esclarecimiento psicoanalítico de las neurosis ha adquirido importancia tan grande bajo el nombre del

complejo de Edipo””. El amor edípico supone, entonces, un trabajo de sustracción y de represión de las metas pulsionales. Para

entender, por ejemplo, la manera en la que opera esta elisión vale recordar lo dicho por Freud en otro texto “Creo, por extraño que

suene, habría que ocuparse de que haya algo en la naturaleza de la pulsión sexual misma desfavorable al logro de una satisfacción

plena” [4]. La prohibición de goce, centro del complejo, vela así a la imposibilidad de goce pleno, dicho de otra manera, el goce

interdicto conduce a la suposición de que ese goce sería posible si no estuviese vetado. Los analistas quedan así identificados por

esta represión de lo imposible del sexo y ello tendrá hondas consecuencias en el modo de organización de las sociedades.

Se podría pensar que Freud habría elevado un descubrimiento hecho sobre él mismo en su autoanálisis a la dimensión de un

universal para el inconsciente, procediendo por un camino inductivo: de su caso particular, concluye en una regla universal. Este

trayecto es el que él desaconseja en relación a cada análisis ya que recomienda al analista tomar cada caso como único, olvidando

lo general e incluso lo que aprendió en otros casos. ¿Si el Edipo es la estructura común a todos, acaso esta estructura no enmascara

el goce más íntimo, más singular, más secreto disimulado en los motivos edípicos que el sujeto comparte con sus congéneres?

El alcance universal del complejo indica que ese universal está montado en el padre, interdictor, muerto, objeto finalmente de

odio y de amor. El complejo nuclear de la neurosis alberga así hondas raigambres religiosas que no se le escapan a Freud cuando

sostiene que en el Edipo se encuentra el origen de la religión, la ética y la moral. Ya San Pablo, en el pasaje más famoso de sus

escritos, el versículo 7 del capítulo 7 de laEpístola a los romanos, sostiene que no hay pecado anterior o independiente de la Ley, la

Ley, pues, crea el pecado, o mejor, la Ley crea el pecado al prohibir el deseo:

“Pero el pecado, aprovechando la oportunidad del mandamiento, produce en mi todo tipo de codicias. Sin la ley, el pecado está

muerto. Alguna vez yo viví sin la ley, pero cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió y yo morí, y el mismo mandamiento

que prometía vida demostró ser muerte para mí”

Pablo de Tarso ilustra, de manera ejemplar en esta frase, el circuito de la morbosidad mortificante de la prohibición y el deseo. La

interdicción crea el pecado constituyendo al goce como ilícito y culpable. Paradójicamente, transgredir la ley, no quiere decir otra

cosa que ser obediente a sus designios, verse compelido irremediablemente a desear lo prohibido, alienarse inexorablemente en

el deseo del Otro.

Lacan [5] ubica en el fin de análisis un amor fuera de los límites de la ley , amor que podemos pensar como no amarrado a este

circuito, más allá pues del deseo transgresor generado por la Ley, más allá entonces del complejo de Edipo. En cuanto a Freud

se podría pensar en una dirección similar cuando dice que el hombre debe vencer el horror al incesto con la madre o con la

hermana. Es interesante rastrear el contexto en el que llega a esta conclusión. La prohibición edípica produce en muchos sujetos

un desdoblamiento de la vida amorosa, personificada en el arte por el amor divino y el terrenal, si aman a una mujer no la desean

y si la desean no pueden amarla, así degradan al objeto sexual y supervaloran al amado, cercano a la madre. La mujer amada es,

por esta proximidad, un objeto prohibido con quien no puede desplegarse el goce sexual confinado a destinarse sin escrúpulo

a la mujer degradada. Freud estima posible -con Lacan- un amor más allá de la ley cuando ante el mencionado atolladero dice:

“Aunque parezca desagradable y, además, paradójico, ha de afirmarse que para poder ser verdaderamente libre, y con ello

verdaderamente feliz en la vida erótica, es preciso haber vencido el respeto a la mujer y el horror a la idea del incesto con la madre

o con la hermana” [6]

El horror a la idea del incesto confluye con la atracción que genera, producto de la misma prohibición. Vencer ese horror

implicaría necesariamente traspasar el complejo de Edipo, afirmación de un goce no basado en la transgresión. Considero que tal atravesamiento se liga con la posibilidad de una ética fundada más en la estética que en la prohibición, más afín con la antigüedad

pagana que con el cristianismo. Con relación a este último punto es el mismo Freud el que dice, en el texto anteriormente citado,

que la corriente ascética del cristianismo creó para el amor valoraciones psíquicas que la antigüedad pagana no había podido

ofrendarle jamás, alcanzando su máxima expresión en los monjes ascéticos, cuya vida no era sino una continua lucha contra

las tentaciones libidinales[7]. Y, con respecto a una ética unida a la estética, también es el mismo Freud quién en su respuesta

a Einstein acerca del porqué de la guerra[8] se confiesa pacifista por razones de gusto no dudando de apelar a la estética entre

las razones de su condena. No querer la guerra, sin que ello se vincule con una formación reactiva debida a una agresividad

reprimida, ni a un rechazo fundado en lo moralmente aceptable, ni siquiera a un acatamiento al segundo mandamiento. No querer

la guerra por causas que atañen al goce, porque ella no proporciona ninguna satisfacción libidinal, no por prohibición de matar

sino por gusto en no hacerlo.

En el Seminario 17, Lacan[9] asevera que el esquema asesinato del padre-goce de la madre, elide por completo el resorte trágico.

Pondrá el acento en que Edipo accedió a Yocasta por haber triunfado en la prueba de la verdad y será en este contexto donde

propondrá pensar el complejo de Edipo como un sueño de Freud y como un síntoma que merece ser interpretado. Al respecto cabe

recordar el famoso medallón que los partidarios vieneses le obsequiaron, en ocasión de sus cincuenta años. Llevaba, esculpido

en el anverso su perfil, y en el reverso reproducía un grabado que representaba a Edipo en actitud de contestar a la Esfinge.

Alrededor de ese dibujo había una frase de Sófocles que decía: “Aquel que descifró los famosos enigmas y fue muy poderoso”.

Cuando Freud leyó la inscripción estremeció ya que, siendo estudiante universitario soñó con su propio busto e imaginó en él un

epitafio con las mismas palabras que ahora veía en el medallón. El sueño freudiano se asienta en Edipo descifrando el enigma,

identificado con aquel que quiere saber a cualquier precio.

Lévi-Strauss [10] establece una relación entre la solución del enigma y el incesto. El éxito en responder a la Esfinge es análogo al

incesto, por ello a su resolución le sigue el casamiento con Yocasta. Lacan afirma que no se puede abordar seriamente la referencia

freudiana, sin hacer intervenir, más allá del asesinato y el goce, la cuestión de la verdad. Así, para Freud el Edipo se centra en el

amor al padre muerto, y, para Lacan, en el amor a la verdad. Edipo quiso saber a toda costa, respondiendo a la Esfinge, pretendió

borrar la pregunta por la verdad y el encuentro con la castración es la respuesta a su misma pretensión, cuanto más aspiró a

apresar la verdad con más fuerza se le reveló un dominio que la excede. Lévi-Strauss capta muy bien esta articulación ya que al

vincular la solución del enigma con el incesto pone en relación la verdad y el goce. La castración de Edipo es, en un sentido la

consecuencia de haber ignorado esta relación.

Hay amor a la verdad en Freud y éste es el fundamento de su ética como analista. Revisemos algunas referencias. En

“Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”[11] dice: “el tratamiento analítico se edifica sobre la veracidad”. En “Análisis

terminable e interminable”[12] afirma que “el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es decir, en el reconocimiento de

la realidad objetiva y excluye toda ilusión y todo engaño. Ante esto, Lacan aconseja que si algo debe inspirar la verdad, no es amor,

ella no conoce algo más de lo real y, más bien, al pretender suturar su campo, es impotente. Lo real es lo imposible de demostrar

y esto es lo que recomienda Lacan para medir el amor a la verdad.

¿No se recrudece el ansia de verdad freudiana, en los momentos en los que como analista tendría que encarnar ese imposible que

anida? «La novela de Freud -dice Lacan en la «Nota italiana»- son sus amores con la verdad»[13].

Revisemos algunos historiales bajo este ángulo. En relación al hombre de los lobos, Lacan se refiere a la angustia de Freud cuando

se le revela la función del fantasma. Arrastra con él al sujeto tras un correlato en la realidad, quiere saber a toda costa cual fue el

primer encuentro con la escena, que hay, en definitiva detrás del velo Lacan se pregunta si esa fiebre, esa sed de verdad en Freud

no ocasionó el accidente tardío de la psicosis en el paciente.

En Dora[14], Freud se formula si él habría conservado a la muchacha en el tratamiento representando un papel, exagerando el

valor que su permanencia tenía para él, testimoniándole un cálido interés que hubiese representado el sustituto de la ternura

que ella anhelaba. Sin que nos pronunciemos acerca de acordar necesariamente con este camino, nos interesa desembrollar la

respuesta de Freud acerca de la mentada posibilidad cuando dice: “he evitado siempre asumir papeles y me he contentado con un

arte psicológico más modesto”. Ocupar el lugar de semblante para causar el deseo de Dora es una ficción que rechaza en la medida

en que ha dividido a la verdad, como reino separado de la apariencia, y a la apariencia como ámbito apartado de la verdad. Lejos

aquí de Lacan y de Nietzsche quienes consideran que la verdad misma tiene estructura de ficción, no se trata, con esto de una

suerte de apología de las apariencias ya que no todas tienen el mismo valor, se trata, más bien de no desestimar los semblantes que

pueden conducir a lo real ya que éste sólo se apresa en sus hendiduras. El analista ocupando el lugar del objeto causa del deseo,

toma, necesariamente el lugar del semblante y ello implica una destitución que atañe a sus síntomas y … a sus amores.

En el caso de la joven homosexual[15] aparece el mismo obstáculo cuando Freud desecha los sueños de amor por el hombre al

advertir que son “mentirosos”. La muchacha está empeñada en demostrarle al padre que se puede amar sin tener, haciendo

así acting del amor ya que amar es dar lo que no se tiene. ¿Qué razones la llevan a exhibir su pasión por la dama haciendo gala

de caballero cortés?. La escena tan montada sobre el padre, nos conduce a reflexionar sobre lo que dice Freud cuando lo describe

como alguien que se mantiene alejado de los hijos por su impostado rigor. Demasiado identificado con su personaje, demasiado

identificado con el lugar que ocupa, demasiado igualado al semblante que representa. Este exceso puede vincularse con que Lacan

afirme que su mirada era la ley [16] ¿No nos habla el “impostado rigor” de un padre que no se deja engañar? Freud tampoco.

Sin embargo, si esta dimensión se hubiese podido incluir en la transferencia ello habría permitido a la joven ubicar la castración

del lado masculino, condición necesaria para que no tenga ya sentido demostrar el valor de la falta. Dicho de otra manera: ella

le enseña que amar es dar lo que no se tiene a alguien que cree que amar, es dar lo que se tiene. Freud comenta que la cura se

asemejaba a un tratamiento hipnótico, sabemos que en la hipnosis hay coalescencia entre el ideal y el objeto. Si la mirada del padre

es la ley, en tanto no hay conmoción de ese lugar por la vía de la transferencia, será la joven la que caerá como resto. El amor a

la verdad le impidió a Freud, en determinadas ocasiones, ser dócil al engaño de las ficciones del deseo que podrían permitir la

emergencia en la ranura de lo que no cesa de escribirse. En suma, alojar una transferencia que no fuese idéntica a la de la verdad

de la repetición.

Notas

1. Freud, S.: “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”, Carta 71.En Obras Completas, Bs. As , Amorrortu editores, T 1, 1976, p 301.

2. Ibíd., Carta 69, p. 307.

3. Freud, S.: “Conferencias de introducción al psicoanálisis”, 21° conferencia, op cit., T XVI, p. 300.

4. Freud, S.: “ Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”, op.cit. ,T XI p.182

5. Lacan, J.: El Seminario. Libro 11:”Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, Bs. As , Paidós 1993, p.284

6. Freud , S.: “ Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa “, op cit., p. 179

7. Ibíd,p. 181

8. Freud, S: “¿Por qué la guerra?”, op. cit., T XXII.

9. Lacan, J: El Seminario. Libro17: “ El reverso del psicoanálisis”, Buenos Aires, Paidós, 1992, p. 126-28

10. Lévi-Strauss: Antropología estructural , Bs As, Eudeba, 1968.

11. Freud, S: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, op. cit., T XII p. 167

12. Freud , S.: “ Análisis terminable e interminable”, op. cit, T. XXIII p. 249.

13. Lacan, J.: “Nota italiana”, en El pase a la entrada, Bs As, Editoral Eolia, 1991.

14. Freud, S.:”Fragmento de análisis de un caso de histeria”, op. cit., T. VII p.96.

15. Freud, S.: “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”, op.cit, T. XVII p 156-58

16. Lacan, J.: El Seminario. Libro 10: “La angustia”, Bs. As., Paidós, 2006.