Desarrollo emocional. Capítulo 2: Problemáticas en el desarrollo emocional del niño de 0 a 3 años

Desarrollo emocional.

Clave para la primera infancia (0 a 3)

Capítulo 2

Problemáticas en el desarrollo emocional del niño de 0 a 3 años

1. Definición de problemática

La senda del desarrollo humano integral se ve marcada, especialmente en los primeros años de vida, por una serie de cambios evolutivos que involucran tanto el crecimiento físico como la aparición de nuevos fenómenos psíquicos. Estos cambios se expresan en el plano perceptivo –ligado al uso e integración de los diferentes sentidos–, en el plano motor –es decir, en todo lo que concierne al desarrollo, integración y control del movimiento–, en el plano cognitivo –referido a la adquisición y dominio de los conocimientos–, en el plano de la comunicación y el lenguaje, en el plano emocional y en el plano social.

A su vez, los estudios sobre el desarrollo temprano muestran que los primeros años de vida de un niño son un período sensible a la desadaptación y propicio para el establecimiento de problemas en el plano emocional, ligados a desajustes y disarmonías en el desarrollo.

Existe una serie de desajustes que pueden ser prevenidos y la intervención temprana sobre estos problemas resulta mucho más eficaz que la intervención tardía.

Por esto, es conveniente definir y describir las diferentes problemáticas en salud mental en esta temprana etapa de la vida y reconocer las influencias múltiples de dichas áreas problemáticas entre sí.

Específicamente, una problemática constituye un conjunto de dificultades que se pueden presentar impidiendo el logro del desarrollo integral de un niño.

Estas dificultades pueden implicar tanto deficiencias como inadecuación de los procesos y elementos involucrados en diferentes áreas cruciales para el desarrollo. Aquí se debe pensar, por ejemplo, en la base constitucional-madurativa del bebé: la percepción, la motricidad, y el desarrollo neurológico y orgánico en general. También, y en el mismo orden de importancia, en los vínculos que se establecen entre el bebé y sus cuidadores. Por último, en el medio y las circunstancias comunitarias y sociales que rodean al bebé y a sus cuidadores.

Según Anna Freud 11 existe un número de circunstancias que se combinan para detener, deformar y desviar las fuerzas sobre las que se basa el crecimiento mental. No se pueden separar tajantemente los problemas o las dificultades entre sí. Todos inciden de una u otra manera como aspectos del desarrollo en los que diferentes elementos cooperan para el establecimiento de una problemática.

Estos aspectos, entonces, se pueden ordenar de la siguiente manera:

• Los que dependen de factores constitucionales que afectan al recién nacido o el desarrollo evolutivo esperable desde un punto de vista orgánico-médico.

• Los relacionados con los primeros vínculos en la creación de lazos afectivos y establecimiento de los primeros procesos de comunicación entre el bebé y sus cuidadores hasta llegar al nivel simbólico de juego y comunicación.

• Los ligados a la integración psicomotriz y logros de regulación de los ritmos vitales –sueño, alimentación–, de la autorregulación afectiva y de la regulación de la atención hacia el mundo que rodea al bebé.

Es importante aclarar que no todos los problemas revisten igual gravedad. Existen diferentes niveles de expresión de las problemáticas, partiendo de simples desajustes o llamados de atención, hasta llegar al establecimiento de un problema grave que compromete de manera general el curso del desarrollo mental de un niño.

Para considerar este gradiente y comprender mejor las circunstancias que llevan a la instalación de los niveles graves de problemáticas, conviene introducir las nociones de factores de riesgo y factores protectores.

2. Factores de riesgo y factores protectores

Los efectos de toda circunstancia adversa que atraviesen el niño o su medio son diferentes si existen factores que protegen al niño o bien factores que aumentan el potencial dañino de la situación.

La noción de factor de riesgo* es ampliamente utilizada en el campo de la salud, y de gran utilidad también en las áreas de educación y trabajo social. En relación con el desarrollo emocional, son aquellas características del niño, de su entorno inmediato o incluso de su medio comunitario y social que constituyen un riesgo de déficit o de distorsión de las condiciones adecuadas para el despliegue de los recursos y de los cambios evolutivos que implica el desarrollo. Ahora bien, tan importantes como los factores de riesgo son los factores protectores*, es decir, recursos propios del niño, o aspectos y modos del entorno que lo rodea, que permiten atravesar de modo más protegido las situaciones adversas que le toque vivir, o que favorecen el despliegue de sus propios recursos. En este sentido, es central tener en cuenta el aporte de capacidades individuales y recursos interiores del niño como factores protectores en sí mismos ante las situaciones estresantes.

Mínimos factores de riesgo + Máximos factores de protección = Buena crianza

Cuando situaciones de estrés psicosocial* directo o indirecto –como violencia, pérdidas, inestabilidad habitacional– hacen impacto sobre un niño pequeño, lo que este pierde es la protección, la seguridad y el bienestar básicos; es decir, la “envoltura” protectora, sostenedora, que debe constituir su ambiente cuidador inmediato.

El ambiente cuidador debe funcionar como un factor protector que escude al niño de los eventos estresantes, reduciendo así su impacto. Si no ofrece protección, no solo no ayuda sino que multiplica el impacto y, a través del efecto de la ansiedad y/u otras emociones negativas, puede incluso reforzarlo, funcionando así como un factor de riesgo para el niño.

Dentro de esta perspectiva también hay que considerar que cuanto más pequeño es el niño, mayores son el impacto y el riesgo, ya que los recursos propios con los que cuenta o que ha ido interiorizando a partir de la relación con su entorno todavía son insuficientes o inestables.

Los factores que involucran estrés psicosocial constituyen un riesgo importante para el desarrollo e inciden en el establecimiento de dificultades y problemáticas, tanto en las relaciones del niño con los adultos como en sí mismo.

Muchos de estos factores son pasajeros e involucran cambios o acontecimientos inesperados (separaciones, mudanzas, internaciones médicas), que demandan del niño en desarrollo y su familia la movilización de recursos internos y externos que permitan la adaptación. Pero otros tienen origen en situaciones crónicas de estrés, como la exclusión social. Los niños que crecen con sus derechos vulnerados, en condiciones de extremo aislamiento, con las necesidades más básicas insatisfechas, serán más vulnerables frente a las situaciones de estrés y con más probabilidades de presentar signos de sufrimiento en su desarrollo.

Siempre hay que tener en cuenta que el impacto final de un acontecimiento estresante o del estrés sostenido depende de tres elementos:

• la severidad del acontecimiento o situación (su intensidad y duración en ese nivel de intensidad; lo imprevisto del acontecimiento y la frecuencia e impredictibilidad de su recurrencia);

la edad del niño, sus recursos innatos y la fuerza de su psiquismo en formación;

• la accesibilidad y la capacidad de los adultos que lo rodean para servir como amortiguadores y ayudar al niño a comprender el evento o las circunstancias difíciles, y lidiar con ello.

Las fuentes de estrés que constituyen factores de riesgo pueden estar presentes en la vida de un niño pequeño de diferentes maneras:

• Directa: por ejemplo, una enfermedad del niño que requiere su hospitalización.

• Indirecta: por ejemplo, uno de sus padres se enferma y esto lleva a una separación.

A su vez pueden ser:

• Agudas: por el impacto de un evento traumático como un accidente.

• Sostenidas: un ambiente hostil como estilo de relación en el hogar, por ejemplo.

A veces existe una serie de pequeños acontecimientos que de modo sostenido y acumulado inciden como fuente de estrés y factor de riesgo. Por ejemplo, una serie de viajes de trabajo de alguno de los adultos a cargo de su cuidado, aunque estos sean breves. Por otra parte, ciertos acontecimientos y transiciones específicos que forman parte de la experiencia normal en la cultura pueden devenir estresantes para un niño pequeño: por ejemplo, el nacimiento de un hermano o una mudanza de la familia. Algunos niños experimentan estas transiciones con dificultad, mientras que otros realizan las transiciones con suavidad y se adaptan a las nuevas circunstancias fácilmente.

Frente a situaciones de estrés, es posible que en el niño se den manifestaciones que pueden ceder si existe una respuesta adecuada del ambiente. Estas son:

• Pérdida de logros evolutivos ya adquiridos (regresiones).

• Interrupciones del desarrollo.

• Dificultades para relacionarse.

• Cambios o inestabilidad en el afecto.

• Síntomas específicos (por ejemplo, trastornos del sueño o miedos agudos).

Elementos del vínculo del cuidador primario con el bebé que pueden ser un factor de riesgo

Cuando prestamos atención a esta temática, en el caso de un bebé pequeño, debemos tener en cuenta también que hay modos en su crianza que inciden como factores específicos de riesgo, de manera invisible. Por ello, se deben evitar las siguientes situaciones:

• La inestabilidad de las figuras que ejercen los cuidados primarios, es decir, el cambio frecuente e imprevisible de los “rostros” que cuidan al bebé.

• La falta de establecimiento de rutinas y tiempos medianamente previsibles dentro de la vida cotidiana.

• El trato negligente en cuestiones básicas como la higiene, la alimentación, el respeto por las necesidades de descanso de un niño pequeño. Por ejemplo, un niño de 1 año necesita dormir por lo menos 12 horas por día (incluyendo siestas).

• La violencia en todas sus formas: verbal, física, dirigida al bebé o presente en su entorno.

• Las situaciones de hiperestimulación* en las que el bebé no llega a procesar adecuadamente los estímulos que recibe y, en consecuencia, se desorganiza activamente o bien se retrae abstrayendo su atención del entorno.

Frente al estrés, ¿con qué aspectos cuenta un niño?

Plasticidad del yo*: el yo del niño en desarrollo es plástico en sus posibilidades de adaptación y transformación + Neuroplasticidad + Neogénesis* + Ambiente cuidador que funcione como un factor protector.

3. Situaciones especiales: prematuridad y discapacidad

a.

Prematuridad

Luego del nacimiento, el bebé prematuro puede presentar problemas para sobrevivir y crecer.

Por eso necesita de la ayuda que se le brinda en la Unidad de Cuidados Intensivos de la clínica, hospital o centro en el que haya nacido para mantener su temperatura, alimentarse, oxigenarse adecuadamente, mantener la respiración y metabolizar la bilirrubina. Todos estos cuidados que permiten la supervivencia física son al mismo tiempo una situación de aumento de estímulos: cuantitativos (contacto con muchas personas, instrumental, aparatos, luces, alarmas) y cualitativos (experiencias de dolor).

Al mismo tiempo, existe una disminución de los estímulos positivos que crean confort y seguridad (contacto con el cuerpo materno, amamantamiento, canciones, caricias). Esto representa una situación altamente estresante para el bebé, que suele retraerse para sobrevivir.

Numerosos estudios han mostrado que las experiencias estresantes en los primeros meses de vida dejan secuelas emocionales y neurológicas. Por esto es importante disminuir y organizar la estimulación negativa y aumentar los estímulos que generan seguridad y experiencias tempranas de placer, favoreciendo el vínculo con los padres, el intercambio amoroso a través del contacto ocular, el tacto, la cercanía piel a piel y la voz.

El desarrollo psíquico y la estabilidad emocional que habrá de tener el niño dependen de las relaciones con sus cuidadores primarios. Los momentos iniciales de la relación son decisivos en el desarrollo posterior. La prematuridad puede ser pensada como una crisis psicosocial “accidental”. Los padres se deben enfrentar primero a la posibilidad de que su niño muera, luego hacer frente a una sensación de incapacidad por no haber sido capaces de llegar a gestar un bebé “a término”; después de unos días de incertidumbre, deben renovar la relación con su hijo, separado de sus padres hasta entonces, y más tarde adaptarse a las características particulares de cada niño prematuro. Los padres deben realizar un enorme esfuerzo psicológico para encarar la situación. Para poder atravesar con eficacia la crisis, los padres deben poseer la capacidad de comprender el problema de una manera realista, ser conscientes de lo que sienten y poder expresarlo, y pedir ayuda a otros.

En particular en las madres, el nacimiento de un niño prematuro provoca una importante crisis psicológica. Se observa en ellas una disminución de la autoestima porque no fueron capaces de retener a su niño los nueve meses de embarazo. La separación del bebé aumenta el sentimiento de fracaso. La madre asume una función de apoyo “periférica” que dificulta el proceso de apego y suele presentar sentimientos perturbadores y en ocasiones contradictorios. Las emociones más destacadas son ansiedad, temor a la muerte de su hijo y sentimiento de culpa. A veces se sienten culpables porque no pueden atender al bebé con la misma habilidad que las enfermeras. Aunque se sientan agradecidas, suelen sentir fuertes celos hacia las enfermeras, y aparecen sentimiento de hostilidad y desconfianza.

Para desarrollar un íntimo apego, la madre debe recibir de su bebé una respuesta a lo que ella hace.

Si el niño la mira a los ojos y se mueve en respuesta a sus cuidados, se calma o responde positivamente, y esto produce un fuerte impulso en el sentimiento de apego.

Recomendaciones asistenciales

Es conveniente que desde el nacimiento se facilite y se estimule el contacto del bebé con sus padres.

Como ya se mencionó, el contacto temprano piel a piel y los momentos de intimidad favorecen el apego. Además esto ayuda a disminuir los episodios de apneas, favorece el aumento de peso, acorta el tiempo de internación, estabiliza la temperatura y refuerza el vínculo.

Dentro de este contexto, es conveniente sugerirles a los padres hacer llegar su mensaje al niño y captar lo que él les devuelve como respuesta. También dejar en claro que los prematuros ven y oyen, por lo tanto, como los bebés duermen dos o tres horas y están despiertos por un breve rato, es importante que los padres pasen largos períodos en la Unidad de Terapia para presenciar las respuestas del niño. En caso de que la madre no pueda trasladarse hasta allí, se recomienda fotografiar al niño para que ella pueda verlo, y desde un principio sugerirle que envíe su leche para alimentarlo, ya que es el alimento ideal para el recién nacido. Y apenas se encuentre en condiciones físicas para visitarlo, en lo posible, deberá hacerlo acompañada por el padre u otro familiar cercano. Asimismo es recomendable invitar a los abuelos, hermanos y demás integrantes de la familia a visitar al bebé, para que comiencen a sentirse apegados a él.

Es aconsejable mostrar una actitud optimista, si existe perspectiva de que el niño sobreviva, y recalcar los aspectos positivos del bebé. Es importante brindarles a los padres toda la información necesaria para que comprendan lo que sucede con su hijo y el tratamiento a seguir. Esto conviene hacerlo a lo largo de varias conversaciones, por lo menos una vez al día, para describirles los procedimientos utilizados (monitoreo respiratorio y cardíaco, alimentación por tubuladuras y funcionamiento de la incubadora). También es clave explicarles que el bebé va a progresar más rápido y en mejores condiciones si tiene contacto con ellos.

Dentro de la Unidad de Terapia Intensiva, las reuniones de padres son de gran ayuda para la socialización de la crisis que atraviesan y para facilitar la contención afectiva de las diferentes familias.

b.

Discapacidad

Para la Organización Mundial de la Salud, la discapacidad es un fenómeno complejo que refleja una interacción entre las características del organismo humano y las características de la sociedad en la que se vive. Discapacidad es un término general que abarca las deficiencias —problemas que afectan a una estructura o función corporal—, las limitaciones de la actividad —dificultades para ejecutar acciones o tareas— y las restricciones de la participación —problemas para participar en situaciones vitales—. Entonces, la discapacidad es el resultado de la interacción entre la condición de salud de una persona y las barreras medioambientales y personales que esa persona puede enfrentar (relación entre la condición de salud y los factores contextuales). Esta interacción además de ser compleja es siempre dinámica.

Desde un enfoque social, no se trata de un problema individual sino de una situación particular dada por las limitaciones que pueda presentar una persona y los obstáculos que impone la sociedad. El modelo de la diversidad propone el abandono del concepto de capacidad como manera de percibir y describir una realidad humana y aboga por el uso de la dignidad, el respeto y el reconocimiento de las diferencias, que conducen la sensibilización y a acciones positivas sobre personas con discapacidad.

Existen distintos tipos de discapacidad: motora, sensorial (auditiva, visual o táctil) y mental (respecto de la personalidad, intelectual, asociada).

Siempre hablar de discapacidad no es plantearse un punto de llegada sino un punto de partida y mucho más si las dificultades se presentan en un bebé recién nacido o un niño pequeño. Lo primero que se impone frente una situación que implique un desarrollo diferente con características particulares es la necesidad de la adaptación del medio (padres, familia, comunidad) a una realidad diferente a la esperada. Se requiere entonces un proceso de elaboración afectiva que puede ser muy costoso, pero que permite generar factores protectores que prevengan ante la posibilidad de encontrarse con dificultades en el desarrollo emocional del bebé. En este proceso, es necesario que los padres puedan conocer tanto el diagnóstico de su hijo, como los servicios, los tratamientos y los apoyos a los que pueden acceder, y las formas para hacerlo.

El anuncio de una discapacidad, cualquiera sea, no debería implicar en sí misma la aparición de problemas en el desarrollo emocional. Siempre que se atienda a la necesidad de un apoyo familiar y para el niño, con el propósito de ir creando la posibilidad de atender a sus requerimientos particulares en el camino del desarrollo integral.

Aun en familias equilibradas, la noticia constituye una crisis. Esto implica un período de desequilibrio psicológico en personas que enfrentan un problema importante, y que por el momento no pueden evitar ni resolver con los recursos acostumbrados. Surgen sentimientos ambivalentes y muy variados, como frustración, tristeza, descreimiento, negación, confusión, fracaso, enojo, agobio y sobreexigencia, sentimientos de soledad, una enorme responsabilidad impuesta por la discapacidad. Pero también pueden manifestarse sentimientos de agradecimiento, de enriquecimiento personal, alegría y satisfacción por llevar adelante un desafío. Cada familia y cada comunidad deben encontrar sus respuestas y sus propios recursos frente a un bebé distinto de lo esperado.

Recomendaciones asistenciales

Es importante ayudar a los padres y a las familias a que asuman un rol activo en relación con este hijo, en principio, “en desventaja”. La experiencia demuestra que los grupos de padres con hijos con discapacidad son espacios muy adecuados para compartir vivencias y sentimientos comunes. En ellos se facilita la reparación, se evita el sobreinvolucramiento, se modela la omnipotencia y se colabora para hacer sentir al niño como propio. Los grupos contribuyen también a neutralizar aspectos hostiles, a tolerar la incertidumbre, las dudas y la inseguridad, y a soportar el dolor de la autoestima herida.

Frente a una discapacidad del recién nacido, se trata de construir un nuevo equilibrio individual y familiar. Si la envoltura protectora que requiere todo bebé para su desarrollo emocional se encuentra preservada, si los adultos logran “cuidarse” y no dejar de atender a sus propias necesidades ni a las de los otros hijos y al mismo tiempo estar disponibles para el bebé, entonces es posible que en el caso de la discapacidad solo haya que estar atentos a la aparición de signos de alarma del mismo modo que con cualquier otro niño pequeño. Psíquicamente hablando, un bebé con problemas en el desarrollo puede ser un niño sano o no. Esto dependerá en gran medida de la estructura familiar, del sostén profesional que se le pueda dar, y de la trama familiar y comunitaria en que esté inmerso.

Notas:

11 Freud, A. (1965): Normalidad y patología en la niñez. Buenos Aires: Paidós.

12 Cyrulnyk, B. (2006): Una infancia infeliz no determina la vida: la resiliencia. Barcelona: Gedisa.

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Dirección Editorial:

Elena Duro, Especialista en Educación de UNICEF

Ricardo Gorodisch, Presidente de Fundación Kaleidos

Autoría:

Marcela Armus

Constanza Duhalde

Mónica Oliver

Nora Woscoboinik

Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF)

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