Descartes R.: Art. 145. De los que dependen únicamente de otras cosas, y de qué es la fortuna

RENÉ DESCARTES

Tratado de LAS PASIONES DEL ALMA (1649)

SEGUNDA PARTE

DEL NÚMERO Y DEL ORDEN DE LAS PASIONES Y EXPLICACIÓN DE LAS SEIS PRIMARIAS

ORDEN Y ENUMERACIÓN DE LAS PASIONES

Art. 145. De los que dependen únicamente de otras cosas, y de qué es la fortuna.

En cuanto a las cosas que no dependen en modo alguno de nosotros, por buenas que puedan ser, no debemos jamás desearlas con pasión, no sólo porque podemos no lograrlas, y afligirnos así tanto más cuanto más las hayamos deseado, sino principalmente porque, ocupando nuestro pensamiento, nos apartan de poner nuestro afecto en otras cosas cuya adquisición depende de nosotros. Y hay dos remedios generales contra estos vanos deseos: el primero es la generosidad, de la cual hablar luego: el segundo es que debemos reflexionar a menudo en la Providencia divina y considerar que es imposible que ocurra nada de otro modo que el determinado por ella desde toda la eternidad; de suerte que la Providencia. es como una fatalidad o una necesidad inmutable que hay que oponer a la fortuna, para destruirla como una quimera que proviene únicamente del error de nuestro entendimiento. Pues sólo podemos desear lo que estimamos posible en algún modo, y no podemos estimar posibles las cosas que no dependen de nosotros sino en cuanto pensamos que dependen de la fortuna, es decir, que creemos que pueden producirse, y que otras veces se han producido algunas semejantes. Pero esta opinión se funda únicamente en que no conocemos todas las cosas que contribuyen a cada efecto; pues, cuando una cosa que hemos creído que dependía de la fortuna no se produce, esto prueba que ha faltado alguna de las cosas necesarias para producirla, y por consiguiente que era absolutamente imposible, y que no se ha producido jamás otra parecida, es decir, otra para cuya producción haya faltado también una causa semejante; de suerte que, si no hubiéramos ignorado esto antes, nunca la hubiéramos estimado posible, ni, por consiguiente, la hubiéramos deseado.