EL DESENVOLVIMIENTO MENTAL EN EL NIÑO Y EN LA RAZA (JAMES MARK BALDWIN)

CAPÍTULO PRIMERO
PSICOLOGÍA DEL NIÑO Y DE LA RAZA
El estudio de la psicología ha adquirido tal desarrollo en estos últimos años, y es tan diferente el ideal que hoy persigue desde el punto de vista de los antiguos tratados de filosofía mental, que se experimenta la necesidad de introducciones especiales para cada una de las secciones creadas. Estas introducciones tendrán no sólo la ventaja de servir para claridad de la exposición, sino que permitirán defender algunos estudios objeto de serios ataques todavía. La expresión «nursery psychologist» tiene indudablemente alguna aspereza de intención por parte de su autor; pero sería de desear que el público, instruido, no la mirase ya como frase de zumba y de desprecio, sino como un título de honor.

I. Psicología del niño: Ontogénesis
No ofrece duda que al éxito creciente de la idea de evolución debemos una parte al menos de los progresos de la psicología durante los veinticinco o treinta años últimamente transcurridos. Ese renacimiento y expansión de la concepción antigua de esta ciencia, están verdaderamente en armonía con las ideas tiempo ha dominantes en otras ramas de estudios científicos. Una fase sin embargo de esa amplitud de investigación psíquica se produce muy característicamente bajo la influencia de la doctrina evolucionista, y puede llamársela fase genética o de crecimiento.
La antigua ciencia del alma consideraba a ésta como una entidad inmutable dotada de atributos igualmente inmutables. La psicología consciencial, alcanzando su objeto de un modo a la vez inmediato y adecuado, parecí a una ciencia definitiva. Era tanto más fácil estudiar el espíritu cuanta más plenitud de desarrollo hubiese adquirido, y creí ase que sus más elevadas facultades, aun inactivas no cesaban jamás de estar presentes, bien que adormecidas. Con tal concepto, nada de lo que está en la conciencia del hombre debe faltar en la del niño, y lo que en ésta falta, nunca se encontrará en la del hombre.
Necesario era, pues, separar ya al hombre entero en las manifestaciones de su infancia, y si determinados fenómenos aparecían tan sólo en la conciencia del adulto, debí a tenérseles presentes en la conciencia del niño aunque escapasen a nuestros medios de investigación. La argumentación antigua — y no lo es tanto que no se la encuentre aún en ciertos libros modernos — era ésta: La conciencia nos sugiere ciertas grandes ideas evidentemente sencillas y primitivas. Por lo tanto, semejantes ideas son innatas, y si no las hallamos en la conciencia infantil, al menos es preciso leerlas en ella.
La idea de evolución trastorna todo esto. En lugar de una sustancia inmutable, tenemos una actividad que crece y se desarrolla, y la psicología de las funciones reemplaza la psicología de las facultades. En vez de comenzar el estudio del espíritu en el acto de su pleno crecimiento y de su entero desarrollo parécenos más instructivo estudiar primeramente los fenómenos más elementales de la actividad mental. El desarrollo de ésta procede tanto por evolución como por involución, y los elementos primeros desaparecen pronto detrás de la urdimbre de los fenómenos más complejos. Si hay en la conciencia del adulto principios que no se observan en la del niño, es preciso en lo posible explicarlos por lo que podemos colegir de la conciencia infantil, y si es imposible, al menos determinar con exactitud las circunstancias precisas de su aparición y de su desarrollo.
Establecida esta concepción evolucionista, admíranos que no se hubiese dado más pronto a luz, y admira también que la «nueva» psicología la haya usado con tal restricción. La diferencia entre la descripción y la explicación es tan antigua como la ciencia. ¿Qué químico se contentará por mucho tiempo con una simple descripción de los cuerpos suministrados por la naturaleza? Ninguno, en verdad, pues no ignoran que la ciencia empieza por el análisis. No le satisface al filólogo el exacto conocimiento de gramáticas y lenguas; quiere además reducirlas a elementos comunes y busca penetrar las leyes de su génesis. Pero el psicólogo, en vez de ciencia, se ha contentado años y años con tal descripción, aun cuando la naturaleza, con los datos que le ofrecí a, prestábase a ayudarla en el análisis mental.
Entre las ventajas que esperamos de la psicología del niño, existe precisamente la necesidad del análisis, y esto en razón misma del crecimiento del espíritu. Por lo demás puede desarrollarse esta aserción indicando varios puntos precisos que diferencian esta rama de psicología general de las otras ramas actualmente reconocidas.
I.—Por lo pronto, los fenómenos de la conciencia del niño son simples y no reflejos; esto es, sus representaciones y sus recuerdos se le presentan inmediatamente y no a través de la observación que podrí a hacer.
En el hombre, las influencias perturbadoras de la observación interior no son descuidables: me es imposible conocer exactamente lo que siento, pues la atención que le presto lo modifica. Mi voluntad es también un proceso complejo oscilante entre mil alternativas entre las que sobresalen el orgullo y el interés. A todos nos envuelve una red de convenciones y de prejuicios por nosotros mismos fabricados.
No sólo adoptamos la ceremoniosa etiqueta de los que nos rodean, con lo que perdemos las espontaneidades distintivas del niño, sino que cada cual establece dentro y frente a frente de sí mismo todo un sistema de reserva y de formalismo personales. No solamente somos juguete de los «í dolos del foro», sino de los «í dolos de la caverna».
En el niño, la emoción es tan espontánea como un manantial, y pronto se traduce en actos exteriores, exentos de toda reserva, de todo cálculo, de toda duplicidad. El niño no conoce su propia importancia, su genealogía, su gracia, su sitio social, su religión, su patrimonio: no se ha mirado ni observado a través de sus innumerables lentes y no se percata de las mil circunstancias de tiempo, de lugar, de persona, de condición, etc. Su yo no ha llegado a ser todavía su í dolo, y el mundo su templo; podemos estudiarle antes de que se oculte bajo los considerables aluviones que la creciente conciencia del yo no cesa de acumular.
Una de las mejores pruebas que podrí amos hallar de la realidad y de la exactitud de esta aserción sobre la naturaleza del espíritu del niño, es el análogo estado de espíritu del hipnotizado. Creo en efecto que uno de los más señalados servicios del hipnotismo es la demostración de la fuerza motriz de la idea. Toda idea tiende a traducirse en acto. Desechadas todas las convenciones, las reservas, las vacilaciones, muéstrase tal como es el espíritu, como un complejo de reacciones múltiples. El hipnotismo no era sin embargo necesario para esta demostración. La observación paciente de los movimientos del niño durante su primer año, habría permitido considerar esta verdad como una de las más seguras generalizaciones de la ciencia del espíritu. En ausencia de reflexiones y de vacilaciones, el niño obra siempre bajo la influencia de la primera sugestión, traduciendo sus más mínimas impresiones en términos de motilidad.
II. —El estudio de los niños es generalmente el único medio que tenemos de verificar nuestros análisis mentales. Si afirmamos que cierto hecho complejo se compone de elementos mentales más sencillos, sólo a la vida intelectual del niño podemos apelar para comprender esta composición en su génesis. Es tan considerable la distancia del niño al adulto, y los comienzos de la vida mental en el niño están tan bajos, en la escala de las capacidades morales e intelectuales, que casi no hay cuestión de análisis sin resolver todavía, que no pueda solucionarse por este método.
Por otra parte, dicho método parece encaminar a la obtención de análisis definitivos de numerosos estados o procesos mentales que se creyó irreductibles.
La distinción entre la simple conciencia y la conciencia de sí mismo o conciencia refleja es un excelente ejemplo de este género de solución o de análisis. Se ha levantado sistemas sobre sistemas para sostener la teoría de la conciencia sujeto-objeto y en especial para probar que la conciencia personal y subjetiva implicaba necesariamente, al menos en cierto grado, una oposición consciente entre el yo y el no-yo. Puede establecerse sin embargo una prueba de lo contrario por la observación de los niños en crianza de menos de seis meses.
Al llegar a este punto, observemos que la psicología del niño es mucho más útil a la psicología del hombre que el estudio de la conciencia animal. El animal no será jamás un hombre, mientras que el niño llegará a serlo. En ciertos aspectos, los animales adquieren más desarrollo que el ser humano; pero bajo otros, se quedan a gran distancia de é l. Estudiando al animal, témese siempre que resulte superficial la analogía y que ciertos elementos esenciales al desarrollo del humano espíritu falten en absoluto a la bestia. Además, en las cuestiones de anatomía comparada que tienen conexiones con la psicología, como por ejemplo las de localización de las funciones motrices cerebrales, la comparación casi no puede hacerse más que con los animales superiores, tales como el mono. El mismo perro sólo presenta muy remotas analogías. Pero en el estudio del niño podemos estar seguros de que si éste es un ser normal, dará un día un hombre normal.
Si comparamos la psicología infantil a la patología mental, es fácil observar que la ventaja está en favor de la primera. En las enfermedades mentales, están más o menos atacadas todas las funciones del espíritu. Nunca tenemos la seguridad absoluta de que las simpatías y las conexiones funcionales no se hayan desarrollado a la par de otras simpatías más ocultas y otras conexiones menos ostensibles unidas todas para el trastorno de una sola. Así el instinto que se modificó con el desarrollo de la voluntad, no permanece intacto si esa voluntad se debilita. Por este motivo, la aplicación del método de diferencia que consiste en examinar lo que es de un fenómeno si se suprime una parte de sus condiciones antecedentes, no siempre es posible, ya que semejante supresión trae consigo toda una serie de modificaciones de las circunstancias concomitantes. En el niño todas las funciones crecen armoniosamente; la ausencia de una función no ostensible todavía no modifica violentamente las otras, como en las enfermedades mentales, la brusca supresión de una de ellas.
El sabio inclinado a la patología animal tropieza con las mismas dificultades. Así subsiste siempre el principio indefinido de error llamado «choc». Los órganos que dejó intactos la enfermedad o el escalpelo, simpatizan con el sufrimiento de los órganos heridos, y a menudo una función perdida reaparece cuando el tiempo permite la restauración de los órganos.
El estudio del niño asegura las mismas ventajas de simplificación sin las desventajas de una inhibición posible de ciertas otras funciones. En otros términos, la simplicidad del niño es normal, mientras que la del enfermo o del operado es anormal y acarrea a menudo lo que los médicos llaman complicaciones.
III. — La psicología infantil presenta aún una nueva ventaja, la de una simplicidad psicológica correspondiente a la simplicidad psíquica, de manera que podamos con facilidad darnos cuenta de los procesos biológicos relativamente sencillos. Y digo relativamente sencillos porque en realidad, desde el nacimiento, son complejos de un modo sorprendente, y el embriologista hace remontar mucho más alto sus estudios del desarrollo de la vida orgánica. Son no obstante sencillos si se considera lo que llegan a ser después de la formación de los hábitos, el establecimiento de las asociaciones motrices y cerebrales; en una palabra, después que el sistema nervioso se ha adaptado por completo a las exigencias del medio. Tomemos un ejemplo. El psicólogo, que sostiene que tenemos el don innato del lenguaje, puede apelar a las últimas investigaciones fisiológicas, que le darán en efecto una confirmación orgánica, al menos en la medida de lo que ya se conoce del aparato cerebral. El estudio del cerebro del niño no confirma sin embargo esta prueba. No sólo dejamos de encontrar en él todos los diversos centros del lenguaje actualmente conocidos, sino que los ya existentes no llenan las funciones que tendrán cuando el niño hable. En otros términos, el objeto primero de los centros verbales no es la palabra, sino alguna otra función más sencilla, y el lenguaje sólo aparece gracias a la unión de estas funciones separadas.
Existe, pues, un desarrollo psicológico que armoniza con el desarrollo físico. La serie de esas correlaciones de crecimiento no puede establecerse con exactitud sino comenzando por los orígenes. En cuanto a los hechos interiores cuyas correspondencias fisiológicas no podrán establecerse, se apreciarán más exactamente cuanto mejor se les ilumine.
IV. — La observación del niño permite en fin más amplio empleo de la
experimentación1. Entiendo hablar a la vez de las experiencias sobre los sentidos y de las experiencias directamente conscienciales, como por ejemplo la sugestión, las influencias sociales, etc. En la experimentación con los adultos, surgen graves dificultades por el hecho de que las reacciones (por ejemplo el cumplimiento de un movimiento voluntario al son de un timbre, etc.) se ven contrariadas por la deliberación, los deseos habituales, la elección, etc., sin contar la decisión voluntaria final. El sujeto oye un sonido, lo identifica y oprime un botón, si acepta y decide hacerlo así. ¿Qué ocurre en el intervalo de tiempo que media entre el proceso nervioso centrípeda y la descarga que sigue al proceso nervioso centrífuga? En todo caso, representa esto un proceso cerebral altamente complejo. Por tal razón, un método que simplifique las correlaciones sensoriomotrices o los procesos centrales, da ciertamente mejores resultados. Así, las experiencias sobre las reacciones reflejas son preciosas y aun decisivas, cuando las experiencias similares sobre las reacciones voluntarias son inciertas y de dudoso valor. En cuanto al hecho de que la conciencia infantil es relativamente sencilla y ofrece así más fructuoso campo a la experimentación, evidéncianlo los capítulos en que se trata de la sugestión en el niño y de sus reacciones a las excitaciones fuertes, tales como los brillantes colores, etc.1 Por lo demás, éste es el punto en que debe ejercitarse la inteligencia, ya en la organización, ya en la prosecución de las experiencias. Mejor estudiado el sujeto, las nuevas experimentaciones ofrecerán el mismo número de dificultades que en las demás ciencias; pero actualmente el investigador puede dedicarse al estudio de los fenómenos más sencillos de la vida y de la actividad del niño.
Después de esta incompleta revista de las ventajas de la psicología infantil, tal vez sería oportuno observar los peligros del abuso de semejantes investigaciones.
Estos peligros son reales. La sencillez misma que parece caracterizar la vida del niño, es con frecuencia ilusoria, y es ilusoria porque dicha sencillez acaso no siempre es típica y específica, sino individual.
Spencer tenía presentes numerosos hechos cuando decía que el desarrollo orgánico comprendía un doble progreso, respectivamente complejo y específico. Esta distinción entre la sencillez que indica una simple ausencia de toda cualidad compleja y la que indica la misión precisa de las funciones, se aplica con grandes limitaciones al crecimiento mental.
Dos reacciones nerviosas pueden parecer igualmente simples; pero la una no es sino una adaptación adquirida con grandes trabajos y realmente muy compleja, mientras que la otra puede ser primitiva y realmente simple. En el niño, el estado de conciencia parecerá no implicar ni complejidad ni integración, y, no obstante, si se le examina, representa todo un cúmulo de experiencias ancestrales e individuales, en razón de su sencillez y de su especificación. Es un corolario de las leyes de herencia, que desde sus orígenes diferencian profundamente a los niños, aun en las más simples manifestaciones de su vida consciente. Nunca se está seguro de poder decir — exceptuando las reservas antes expresadas: — «Este niño ha hecho esto; pues también lo harán los demás.» Lo más que puede decirse habitualmente, según una observación aislada, es: «Este niño ha hecho esto; es posible que otro niño lo haga.» Sin embargo, los casos dudosos pueden reconocerse y eliminarse si no se olvida ciertos principios del desarrollo mental.
1. En primer lugar, en la historia del espíritu no puede fijarse ningún tiempo preciso para la aparición de un fenómeno mental. Las observaciones actualmente generalizadas y observadas como haciendo referencia ya al primero, ya al segundo año, etc., tienden a demostrar perfectamente que no tienen un sentido estricto semejantes indicaciones. El sistema nervioso, igual en esto a un organismo cualquiera, puede desarrollarse más o menos rápidamente según le sean más o menos favorables las circunstancias, y el desarrollo de las facultades mentales depende en gran parte de este desarrollo físico. Sin embargo, pueden indicarse siempre estos períodos ateniéndose a las grandes líneas y a las más amplias generalizaciones.
2. La posibilidad de la aparición de un fenómeno mental debe siempre cuidadosamente distinguirse de su necesidad. La observación auténtica de un hecho único es decisiva, pero únicamente contra aquellos que niegan que pueda producirse en tales condiciones, pues no está probado que el fenómeno sea observable en otras. Por ejemplo: los primeros movimientos del niño para tomar su alimento no pueden atribuirse a la voluntad; pero queda en pie la cuestión de saber cuál es el motivo suficiente de su aparición, y, por consiguiente, cuál es el desarrollo nervioso requerido, qué grado de experiencia es necesario. Lícito es sostener que basta, un solo hecho para derribar una hipótesis, pero raramente son las condiciones suficientemente sencillas para poder establecer por su medio una teoría.
3. Puede deducirse del principio mismo de la evolución, que el orden del desarrollo de las funciones mentales es constante e invariable en normales condiciones. Por lo tanto, las observaciones más fructuosas son las que establecen este orden de aparición, determinando que tal función existí a antes que tal otra pudiese haberse observado. Finalmente, el carácter complejo de los fenómenos mentales llega a ser tan considerable, que nada puede en é l distinguirse, ni antes ni después. Pero si la evolución del niño muestra períodos en los que evidentemente faltan ciertos elementos, tenemos al menos algunas indicaciones sobre la ley de desarrollo: por ejemplo, si establece un solo hecho, de un modo concluyente, que el niño es capaz de deducir la conclusión antes de hablar, este solo caso es tan bueno como pudieran serlo mil para demostrar que el pensamiento, al menos en cierto grado, es independiente de la palabra.
4. Si los más directos resultados se obtienen mediante experiencias sistemáticas guiadas por una idea preconcebida, no es menos importante establecer largas series de observaciones generales, regularmente llevadas a cabo y escrupulosamente registradas, sobre todo habiendo en cuenta la interpretación que finalmente podrá deducirse de ellas. La verdadera fuerza, allí como en todas partes, está en el número de las experiencias. Tales experiencias deberían extenderse a cuanto se refiere al niño: movimientos, gritos, impulsos, sueños, preferencias personales, esfuerzos musculares, ensayos de lenguaje, juegos favoritos, etc., y deberían inscribirse en un periódico regular, con las diversas fechas en que viesen la luz. Conviene practicarse en discernir lo importante de lo que no lo es, y debemos desear que todos los observadores de la infancia se familiaricen con los principios de la psicología general y de la fisiología especial de la primera infancia, ateniéndose a los dictámenes prácticos de un observador ya experimentado.

II.-Psicología de la raza: Filogénesis

III.-Analogías de desenvolvimiento

IV.-Variaciones en Ontogénesis