El deseo parental. El ayer y hoy de una construcción compleja (Amor maternal, amor paternal)

El deseo parental. El ayer y hoy de una construcción compleja.

Elina Carril 

Amor maternal, amor paternal.

Ph. Ariés (1973) en un trabajo ya clásico, muestra cómo la indiferencia materna ante los bebés caracterizaba a la sociedad tradicional. E. Shorter,(1977) por su parte, agrega que este desasimiento emocional, que en la nobleza europea fue paulatinamente desapareciendo, persistió en las clases bajas hasta fines del siglo XVIII o principios del siglo XIX, llegando en algunos sectores y regiones, a perdurar hasta bien entrado el siglo XIX . El ejercicio maternal entendido como un conjunto de prácticas basadas fundamentalmente en el afecto que se supone emana de la biología y que conlleva necesariamente el sacrificio, el altruismo y el renunciamiento a los logros personales, tuvo su máxima expresión desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX (I. Badinter, 1980) y perdura hasta nuestros días en los sectores más tradicionales. 

Si bien siempre ha existido un afecto residual entre madre e hijo, producto de la relación biológica, sostiene Shorter que hubo un cambio en la prioridad que ocupó el niño en la jerarquía racional de valores de la madre. Aunque en la sociedad tradicional la madre había sido preparada para tener muchas consideraciones – casi todas ellas vinculadas a la desesperante tarea por sobrevivir- más allá del bienestar del niño, en la sociedad moderna el niño ha llegado a tener una importancia suprema: para una madre, ningún interés puede sobreponerse al bienestar de su hijo. Esta premisa conlleva ideales de sacrificio y altruismo, que se incorporan al sistema de ideales y marca los imperativos éticos y de cuidados del superyó femenino. La psicoanalista argentina Irene Meler dice:

 

(…)» la exigencia materna desmesurada se comprende si se relaciona la magnitud de la renuncia requerida a las mujeres, en cuanto a la autonomía y el despliegue pulsional, así como respecto de gratificaciones narcisistas que no deriven del ejercicio de la maternidad»2

La maternidad como actividad exclusiva y privilegiada, promueve que el lugar psíquico de ese hijo tenga una dimensión narcisista. Para las mujeres para quienes la maternidad ha sido la mayor o única fuente de gratificación narcisista, los hijos son representados en ocasiones como productos propios, retoños de su propio deseo, hijos partogenéticos. El papel del hombre en la gestación, admitido racionalmente, queda luego desvirtuado a través de las producciones inconscientes que develan fantasías de autogestación. «Este va a ir adonde yo vaya, porque es mío», decía una paciente embarazada mientras se tocaba su vientre, aludiendo a un lazo sustentado en la biología, pero que trasciende la misma. La madre como única fuente de cuidados y sustento, ha promovido la creencia de que el hijo es de su propiedad. Sólo ella sabe mejor y más que nadie, sobre los requerimientos y necesidades de su cría, porque la naturaleza así lo ha dispuesto. 

Algunos discursos psicoanalíticos, han reforzado estas creencias ilusorias. Así, Phillipe Julien, psicoanalista de orientación lacaniana, sostiene: 

«En efecto. ¿qué hay mejor en el mundo para un hijo que el amor de la madre? Ella posee una intuición que proviene al mismo tiempo del corazón y de la experiencia física de la gestación, del parto y de la lactancia. Tiene un saber que ningún hombre, ni siquiera el mejor del mundo, podría verdaderamente reemplazar o imaginar. Es por ello, que si el padre es eminentemente intercambiable en su papel de educador, la madre, por el contrario, no lo es y no puede ser reemplazada por el padre)»3

La teoría psicoanalítica ha caracterizado y puesto el énfasis fundamentalmente en el deseo de las mujeres de ser madres, extrayendo estas conceptualizaciones sobre un modelo de mujer, cuyo ideal prevalente era la maternidad y con un alto grado de sexualidad reprimida. Los hijos como prolongaciones narcisistas o como sucedáneos eróticos, tal como lo describe Freud han sido – y aún lo son- un observable frecuente, en la clínica, pero tal descripción no puede hacernos perder de vista las condiciones de subjetivación.

La sangre o la continuidad de un linaje parecían ser en las épocas premodernas, aquello sobre lo que se asentaba la paternidad. Desde mediados del siglo XIX la sociedad industrial le imprime nuevas características a la familia. Los hombres se ven forzados a trabajar todo el día y el contacto entre los padres urbanos y los hijos se reduce considerablemente. Se impone de hecho, una profundización entre el espacio público y el privado, quedando los hombres como soberanos del público y las mujeres del privado. El modelo hegemónico de masculinidad, incluye la producción de un padre y marido proveedor y ejecutor de la ley.

El padre de la Modernidad, a la importancia de la transmisión del apellido, le agrega el amor por la madre: el hijo es fruto de éste. Pero este ejercicio de la paternidad ha estado ligado a las obligaciones que ésta implica y no a la satisfacción o alegría que puede brindar una relación tan próxima. Los padres modernos han estado ausentes en la vida de sus hijos, tratándolos muchas veces con extrema severidad como una forma de trasmitir la disciplina y autoridad que se han supuesto parte de sus deberes. 

Para Freud, la paternidad ha sido tratada fundamentalmente desde el ángulo de la relación del hijo con el padre. El psicoanálisis ha centrado sus hipótesis explicativas en la figura del padre, como aquel cuya tarea es separar al niño de su madre, instaurar la ley, prohibir el incesto y ofrecerse como un modelo de hombre que le permitirá el acceso a otras mujeres. Para Víctor Seidler (1994), el padre freudiano está, a partir del nacimiento del infans, en el «patio del fondo», listo para, en el momento apropiado, hacer su aparición desde su función de corte, de manera que el niño pueda hacer su propia transición desde la dependencia hacia la independencia. Sostiene este autor, que parecería que para Freud, el desarrollo está concebido en términos masculinos, como un movimiento que va de la dependencia a la independencia y autonomía, siendo el padre el representante de estas últimas.* 

Badinter, por su parte, agrega que la teoría freudiana de la identificación del hijo en la relación edípica con el padre, es una ironía de la historia, ya que justamente mientras desarrollaba sus conceptualizaciones los padres de las ciudades abandonaban masivamente el hogar para trabajar por fuera y las niños quedaron al cuidado exclusivo de la madre.

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Notas:

2 Meler, Irene; «Los padres» en Varones. Subjetividad y Género, de Burín, M. y Meler, I.- 2000. Edit. Paidós. Buenos Aires.

3 Julien, Ph. El manto de Noé. Ensayo sobre la paternidad. 1993. Alianza Editorial, Buenos Aires.

* La psicoanalista norteamericana Jessica Benjamin (1996), sostiene algo similar al destacar la importancia del padre para los hijos así como la de una madre que posicionada como sujeto, pueda también ella promover la autonomía y la independencia.