Diabetes Mellitus, complicaciones psíquicas

capítulo XVIII compIicaciones psíquicas Juan Carlos Plá Iribarne
Manfred Bleuler (1954) escribe en su Psiquiatría endocrinológica: Podrá
resultar decepcionante, quizá, la brevedad con que se pueden enunciar
actualmente los puntos auténticamente importantes de la psiquiatría de
los diabéticos y la base precaria de nuestros conocimientos. Será así,
sin duda, si uno no se siente solicitado por las capitales interrogantes
que nos plantea (ahora) nuestro cuerpo. Si no atiende las perspectivas
que se abren para el futuro con los hechos ya comprobados. Las
posibilidades de una esperable confluencia ,de los actuales caminos de
la filosofía, la psicología, la biología y la física. Ser encarnado,
consciente y mortal, el hombre está situado de entrada en una
experiencia que lo trasciende. Mi existencia es coexistencia,
copertenencia al ser. Mi conciencia incluye (y está incluída en) la de
los otros. El hombre, lanzado para siempre fuera de sí mismo, es, dice
Heidegger, este claro en la aspereza del ser, en el gran misterio donde
residen (y de donde pueden surgir) las cosas del mundo. Adentro y afuera
son sólo términos correlativos, que se aclaran mutuamente. El cuerpo es
su zona de encuentro, de génesis (de aparición) de toda realidad. Es el
órgano de percepción y de relación. Sólo cuando ya no somos, cuando
morimos, nos independizamos de lo que vemos y sentimos (por y en nuestro
cuerpo) del mundo. En tanto que vivos, nos vivimos como ya siendo en el
mundo, en medio de hechos externos e internos que no elegimos, nosotros
mismos un hecho, pero un hecho inacabado (por hacerse), inacabable, y
cargado de sentido. Teniendo siempre un pasado, comprometido siempre en
un porvenir que nos importa. Al que todo referimos. Todo nos afecta,
todo nos va; actualmente o potencialmente, todo tiene (o puede tener) un
sentido. Nuestra vida es tiempo limitado, que transcurre sin pausa.
Pertenece a un solo, irrepetible tiempo, el de nuestros contemporáneos.
La conciencia de este límite, la muerte, nos permite acceder al sentido de la (nuestra) vida. La comprensión del
límite va junto con la posibilidad de trascenderlo en la comprensión de
la continuidad del ser, de la inseparabilidad de la vida y la muerte. El
hombre porque se muere se adhiere. Y porque se adhiere, puede
desprenderse (anticipación creadora del último desprendimiento) y abrir
la mirada. El cuerpo, también límite nuestro, es límite y comunicación,
límite y posibilidad de trascenderlo. A través de él existo. Por él
aprendo a hablar de yo y el otro, de yo y el mundo. A la vez, por el
otro (que es otro cuerpo) y por el mundo, puedo hablar de mi cuerpo. Son
términos indisolubles y en relación dialéctica (y constitutiva). Mi
cuerpo y mi muerte, he aquí mis límites, mi límite (espacio temporal,
práxico), mi incanjeable punto de vista, mi posibilidad de ver más allá
de mí mismo. Porque me muero me preocupo. Es decir, vivo. El mundo que
voy a perder es lo que me interesa. A su vez, mi despedida me permite el
desprendimiento, salir de mí mismo en la creación. Y es con mi cuerpo
que pienso, amo y odio, que atraigo y soy atraído, que rechazo y soy
rechazado. Con mis manos agarro y suelto, me agarro y me suelto, manejo,
señalo, escribo. Con mis ojos miro y soy mirado. Con mi sexo, amo y
procreo. El mundo de las relaciones que constituyen la existencia humana
dice M. Boss (1959), impregnan el cuerpo en tanto que indispensable
medio de su realización. La preocupación, la afectación (el estar
afectado, los afectos), penetra al cuerpo, lo traspasa. Empiezan las
dificultades. La fisiología habla de una vida de relación y de una vida
vegetativa. iEs esto fácilmente admisible?, ipuede haber una vida
humana, una vida, que no sea de relación? Evidentemente no. Pero,
iatención!, esta evidencia no nos facilita el avance inmediato. Al
contrario, nos aumenta los problemas. Hay una opacidad de sentido
(inmediato, relacional) propia de los fenómenos biológicos (en lo que
tienen de vegetativo), que no se puede aclarar totalmente. Y que
condiciona una ambigüedad esencial de la experiencia del cuerpo: es mío y
al mismo tiempo se me oculta y aparece un tanto ajeno, algo que tengo y
que me tiene a mí. Esta ambigüedad, mal comprendida, ha llevado a las
concepciones dualistas de psiquis y soma, de alma y cuerpo, como dos
realidades distintas que se influirían mutuamente. Y, según los casos, o
la posición del autor, se pone el acento en la somatogénesis de un
hecho psíquico o en la psicogénesis de un hecho somático. Simplistas
explicaciones causales que no hacen progresar el conocimiento (unitario)
del hombre. El tratamiento médico del hipertiroidismo puede mejorar la
sintomatología psíquica (inespecífica), pero esto no quiere decir que
aquél produzca a ésta. La terapia psicoanalítica de un ulceroso
gastroduodenal lo mejora en su sufrimiento físico, pero esto no quiere
decir que las fantasías inconscientes (inespecíficas) produzcan el
ulcus. La psicología y la biología proseguirán realizando hallazgos
fecundos (útiles) en sus sendas especializadas. Pero tendrán que ser
pensadas juntas, también, para dar cierta satisfacción al pensamiento de
hoy, para permitir comprender mejor al hombre y sus enfermedades. Ya
hay un movimiento espontáneo de confluencia. Apuntaremos algunas de las
tentativas de afrontar explícitamente las dificultades. Todas conciben a
cuerpo y psiquis como representándose recíprocamente (con una capacidad
recíproca también), como las percepciones parciales de un mismo
fenómeno: la experiencia humana. M. Boss (1959), inspirándose en
Heidegger, no se aparta de la condición relaciona1 de nuestra
existencia. Nuestra corporeidad, señala, se adapta a las relaciones de
un momento dado, más o menos rápida y rigurosamente según el dominio estructural que da la respuesta, por ejemplo
mucho más rápido en el de la mímica o de las expresiones fisiológicas de
la emoción que en el de la anatomía tisular. Por otra parte, dice: si
el hombre pierde la libertad de abrirse al mundo según sus
posibilidades, entonces sus relaciones, no pudiendo actualizarse
normalmente, se vuelven hacia las esferas oscuras y silenciosas de la
existencia, desprovistas de palabras y de pensamiento, hacia el dominio
de la corporeidad ante todo, . . . se sumerge en la corporeidad, lo que
dará lugar a los fenómenos histéricos y organoneuróticos (conversivos y
psicosomáticos). Histeria y trastorno organoneurótico se distinguirían
por su grado de recubrimiento. El histérico no ha perdido todo poder de
realizar sus posibilidades existenciales en una relación con su mundo.
Hace gestos perdidos, cuyo sentido permanece oculto (utiliza el lenguaje
de su cuerpo para expresar fantasías inconscientes precisas y
determinadas, revelables psicoanalíticamente). El enfermo psicosomático
vela mucho más su relación existencial, en un nivel profundamente
hundido en la corporeidad. El problema de la elección de órgano es
resuelto por el mismo método que la elección de la neurosis, es decir
que el carácter de la relación vital obstaculizada es responsable de la
expresión orgánica. Ya que toda relación vital es también tal sector
orgánico. Este planteamiento, filosóficamente muy ajustado, nos ofrece
una perspectiva general cuya presencia necesitamos. Sin embargo, queda
adeudándonos un instrumento de análisis concreto. Creemos que le caben
las siguientes precisiones de K. Conrad (que engloban el error opuesto):
orientados causalmente y se contenta con «comprender» a la naturaleza,
como si fuera una creación del espíritu, puesto que se perderá en las
nubes de la especulación; pero también quien crea poder prescindir de
todos los principios teológicos y poder «explicar» los fenómenos vitales
libre de hipótesis, puesto que finalmente pierde todo planteo de
problema y queda estancado. V. Weizsäcker (1956) y K. Conrad
intentaron sortear este obstáculo recurriendo a las nociones de círculo
gestáltico y de estructura. V. Weizsäcker, exolícitamente, ha tratado
de establecer los fundamentos de una nueva Medicina, de una nueva
manera de ver al hombre y su enfermedad. Estar enfermo no es un
accidente fortuito, sin sentido, sino una modalidad de nuestro acontecer
ligada a su esencia. Encontramos en su pensamiento importantes zonas de
encuentro con el de Freud. Este habló de instintos de vida y muerte
como lo primariamente constitutivo de nuestro ser; y si la noción de
instinto es ahora discutible, aquí está apuntado nuestro diálogo más
hondo (vida y muerte) y están señaladas sus raíces biológicas,
naturales. V. Weizsäcker, a través de su concepción psicosomática, ve
en la enfermedad una autoenajenación, un autoocultamiento, y cómo en
ella nos volvemos más primitivos, más infantiles, nos dice que ella,
como una modalidad del ser-hombre, participa en la verdadera identidad
de la vida y de la muerte, en el enlace de su ascenso y caída. Por
tanto,. debemos continuar investigando la solidaridad de la muerte a la
luz del acontecimiento vital (cada enfermedad es una muerte parcial). Se
propone introducir en la patología no sólo al sujeto sino además a la
vida y a la muerte, que representan algo mucho más concreto y lleno de
contenido que lo subjetivo. El camino hacia el sentido y el que conduce a
la determinación se aproximan más a la realidad y se determinan mejor
si consideramos a todas las enfermedades una simple modificación del
camino hacia la muerte y hacia la vida. Después de advertir que no
conocemos suficientemente qué es una angina ni qué es
un agravio, dice: La relación psicofísica no es en absoluto una relación
causal, sino que se forma en la génesis de la enfermedad, sólo como
forma pasajera de transición, para desaparecer de nuevo. Es decir, no es
una relación fija. Existe una organización peculiar, una estructura
determinada, o sea, la sustitución o representación recíproca entre
formaciones psíquicas y corporales, como entre percepciones y
movimientos (círculo de formas). La unidad de percepción y motilidad
constituye el acto biológico, que establece nuestras relaciones con el
mundo. Sólo podemos mencionar sus críticas a las nociones rígidas de la
neurofisiología de arco reflejo y de principio ,de conducción y su
énfasis en la noción de cambio funcional. Ha demostrado que las
funciones del sistema nervioso, en caso de lesiones locales, no se
alteran por defecto de determinadas funciones parciales (con
conservación de las restantes), sino que se llega, siguiendo ciertas
leyes, a una nueva función alterada (de rendimiento variable j. K.
Conrad toma de Krüger el concepto de estructura, algo relativamente
permanente, que al mismo tiempo se pueden modificar en el sentido del
crecimiento y desarrollo, y en el de la de-estructuración. Las formas de
de-estructuración deben estar ya contenidas potencialmente como
posibilidades en la estructura y podrían ser previstas en cierta manera,
conociendo el dispositivo. Muy importante es su descripción del proceso
de génesis y destrucción de las gestalten en las afasias. No podemos
seguirlo sin alejarnos demasiado del propósito de este capítulo. Aún a
riesgo de complicar todavía más a éste (es un capítulo de
complicaciones) transcribiremos unos párrafos de W. Clifford Scott
(1960) que terminarán de subrayar las cuantiosas dificultades de los
problemas psicosomáticos: A través de nuestra vida, las concepciones que
determinan nuestra visión del mundo, y lo que sucede en él, se
modifican notoriamente. Formamos parte de este mundo y creemos en la
existencia de una relación entre las fuerzas inconscientes del
descubridor y los descubrimientos que provienen de la fuerza del mundo.
Sin embargo, todavía nos hemos valido escasamente de la capacidad
modificadora de la realidad externa, en base al grado de mayor
conciencia que el individuo sea capaz de adquirir a través de su vida.
Los trabajos de genética, mostrándonos las mutaciones y el efecto de los
cambios ambientales sobre características que se consideran
determinadas por la herencia; los trabajos de embriología, que han
ampliado los conceptos de integración y diferenciación, los bioquímicos,
modificando nuestro conocimiento del valor del alimento; y la labor de
los físicos y matemáticos que nos han suministrado nuevas concepciones
del universo y más especialmente, nuevas ideas acerca de la relación de
espacio y tiempo (según su formulación y pensar en el continuo tiempo
espacio, con la unidad de experiencia llamada un acontecimiento y su
propio espacio y tiempo es un paso tan importante como la introducción
de los números arábigos), deberán ser referidas algún día a la capacidad
del individuo de conscientización. El haber resumido lo que entendemos
más importante de los problemas de la Medicina psicosomática nos permite
reconocer su interés y sus dificultades, lo embrionario de su estadio
actual de conocimiento, sus posibilidades el terreno concreto de la
diabetes, nos sirve para comprender la frase de M. Bleuler con que
iniciamos el tema. Y, así lo esperamos, nuestra exposición de la
psiquiatría de los diabéticos. .I Citaremos textualmente a M. Bleuler
(1954), para una aproximación totalista de la cuestión: Mientras no se
conocían las implicaciones biológicas
generales del metabolismo diabético, resultaba inexplicable el mecanismo
de la vinculación entre este trastorno y las funciones emocionales y
hormonales. Hoy ya sabemos que los conceptos de la psiquiatría
endocrinológica resultan más claros si se reconocen las categorías de
función, en el sentido de la fisiología funcional
(Leistungs-physiologie) de W. R. Hess. Se percibe entonces con mayor
evidencia que el metabolismo diabético es, en su esencia, un metabolismo
del hambre aumentado patológicamente. No se entenderá nuestro enunciado
del carácter totalista de esta aproximación si no se advierte lo que
significa realmente la experiencia del hambre. El hambre, dice P.
Recamier (1955), es ontogénicamente, hambre de amor al mismo tiempo que
de alimentos. El hambre, escribe M. Klein (1960) -hablando de la
relación madre-lactante-, que es quien despierta el miedo a la inanición
-y posiblemente todo dolor físico y espiritual- es sentido como una
amenaza de muerte; y el chico recibe no sólo la gratificación deseada
sino que también se siente mantenido en vida. El hambre es, entonces, en
los primeros meses de vida, experiencia de aniquilación y de falta del
pecho materno, del amor, la protección y la vida que da la madre. El
hombre es el ser que nace más inmaduro, más desvalido. El nacimiento y
el hambre son vivencias de abandono y de desamparo, de peligro. Son las
vivencias originales de la angustia. Mamar es vivificarse, sentirse
amado y cuidado, calmado. Siempre que la envidia y la voracidad,
excesivas, no hayan transformado, proyectivamente, el pecho bueno en
malo, e impidan así la aceptación de la leche materna. La maduración
evolutiva trae más seguridad interna, una mayor tolerancia a la
frustración, con posibilidad de aplazamiento de la satisfacción, una
visión más integrada de los aspectos bueno y malo de la realidad, un
mayor énfasis en la actividad, en el dar y en el hacer. En términos
psicoanalíticos una subordinación de las tendencias orales a las
genitales. Pero comer será siempre hacer por la vida, será la
experiencia prototipo del incorporar (en todos los planos) y del recibir
de los otros. Y, en situaciones regresivas, cuando resurgen los
peligros primitivos, será una forma de disminuir la angustia, de
colmarse aquel que se siente insoportablemente vacío, de llenarse de
cosas buenas. E irá a la par de un reclamo exigente de afectos, de
privilegios, de una extrema dependencia y necesidad del otro, al que se
absorbe (se chupa). Cuando se habla de oralidad, hay que entender una
estructuración global, una forma de ser, de relacionarse con el mundo.
Aunque menos compulsivamente, no dejamos de necesitar al que queremos,
de estar ávidos por lo que nos interesa. Seguimos citando a M. Bleuler:
Está planteado el siguiente problema: iPuede el metabolismo de hambre
que caracteriza al diabético ser incitado por otra hambre, hambre de
amor, de halagos, etc.? Está demostrado que los diabéticos sufren mucho
de hambre excesiva por, su frecuente adiposidad y, además, en varios
casos se ha comprobado que tienden, en mayor medida que otras personas, a
reaccionar ante cualquier presión psíquica con una ingestión de
alimentos. De tal modo la patología del metabolismo estimula actualmente
en forma extraordinaria la investigación psicológica de la diabetes. . .
Aún aceptando la hipótesis de que en la diabetes el fenómeno básico
consiste en un metabolismo orientado patológicamente hacia el hambre,
hay que dilucidar si se trata en la cadena causal, de un hecho somático
que provoca la actitud emocional o si, al contrario, el factor emocional
tiene la primacía y produce los fenómenos somáticos. Cuanto más se
profundizan estos problemas con el estudio individual del enfermo, tanto
más claro resulta que el conjunto de los factores
psíquicos y somáticos refleja un único proceso vital y que sólo en
contados casos se puede hablar de la primacía de uno y otro. Y, en fin,
dice sobre constitución: El no haber encontrado una noxa que produzca en
todos los hombres una diabetes, y el observar la acumulación de casos
familiares, han impuesto la idea de una predisposición específica. El
concepto de constitución, entendido en forma estática, presenta el
peligro de resultar grave tabú para la investigación ulterior. Hoy no se
puede ya admitir que por constitución (conjetura basada en los dos
hechos arriba mencionados) debe entenderse inevitablemente la expresión
de uno o varios genes con una probabilidad absoluta de manifestarse.
Creemos que en cuanto a patogenia no se puede decir por el momento nada
más preciso. Una psicología psicoanalítica y fenomenológica que apunte
al alcance existencial de los actos corporales, a su valor dinámicamente
constituido ,de la persona, una biología que incluya las funciones
parciales dentro de sentidos generales, con un criterio evolutivo, una
patología que vincula la diabetes (y todas las enfermedades) con el
desarrollo individual, abren perspectivas revolucionarias para el
conocimiento médico. trastornos psicológicos de los diabéticos n La
observación clínica minuciosa y completa ha demostrado (no podía ser de
otra manera) que la vida de los pacientes, con sus variantes de
situaciones anímicas, influye poderosamente sobre la evolución de la
diabetes y su posible control terapéutico. En este sentido las
investigaciones americanas, de orientación psicoanalítica [Menninger,
Daniels (1948), Dunbar (1948), Mirsky, Alexander (1953)l son
concluyentes. Las restricciones alimentarias deben aplicarse con mayor
rigor, y aumentarse también las dosis de (o recurrir a la) insulina,
cuando el enfermo se encuentra bajo una presión interna; y a la inversa,
cuando se halla en paz. Se ha comprobado incluso una estrecha
dependencia entre las agravaciones (sobre todo la acidosis) y las
tensiones afectivas. Lo que no compartimos es la tendencia de estos
autores a la formulación de esquemas psicodinámicos específicos de la
diabetes. La personalidad de estos enfermos estaría caracterizada por su
inmadurez, su ansiedad de fondo no resuelta, sus fuertes tendencias
orales (avidez, pasividad, marcada dependencia, intolerancia a la
frustración). Son estos trastornos neuróticos, nos parece, demasiado
generales como para concederles especificidad. La experiencia común,
además, muestra en los diabéticos todos los caracteres posibles. No
obstante, estos hallazgos son valiosos, no se pueden desechar
ligeramente. Esta investigación (aue prosigue) dará sus frutos mejores
incluida en una perspectiva más amplia. Deben tenerse en cuenta las
implicancias psicológicas del vivir (crónicamente) como enfermos y
dependiente de los demás. Lo que esto significa de resurgimiento de la
angustia primitiva frente a la destructividad interna, y de posible
regresión oral. Las posibilidades de vivir la enfermedad disociada y
persecutoriamente, con el perseguidor actuando internamente, en el
cuerpo, sobreinvestido éste de carga narcisista, proliferando las
preocupaciones hipocondríacas, y envenenando el resentimiento las
relaciones con los demás (la existencia de diabéticos en la familia
puede ser un elemento del ambiente que contribuya a reactivar la
fantasía inconsciente de haber recibido un veneno de los otros,
particularmente de los padres). 0 de vivirla más unificada y depresivamente, como la presencia tangible y
todopoderosa de la muerte propia. 0, en fin, la posibilidad reparatoria
de admitir, sin abrumarse, la enfermedad, porque se siente, con
gratitud, que la vida ha sido y es una cosa fundamentalmente buena, que
dar y recibir es algo en sí suficientemente nutricio. En cuanto a la
aparición de la diabetes, se observan formas emotivas que aparecen como
desencadenadas por una emoción viva y penosa. En general, es difícil
precisar su comienzo. F. Dunbar refiere que la aparición progresiva de
la diabetes sigue a un período prolongado de tensión y de angustia, en
relación con una situación vital compleja y dolorosa. el niño diabético s
e ha dicho que los niños y los jóvenes afectados de diabetes son
sensibles, retraídos, esquizoides; mientras que los que la contraen a
una edad más avanzada, son frecuentemente de carácter abierto,
sintónicos y cicloides. Expresa esta afirmación una realidad, pese a su
esquematismo: la diabetes apareciendo en la infancia es una perturbación
más profunda, globalmente, en lo psíquico y en lo físico. Loughlin y
Rosenthal (1944) han encontrado trastornos caracteriales y afectivos
francos en el 40 /c de los casos; y señalan la instalación más precoz de
la diabetes en los niños con problemas de personalidad, y la rareza de
los accidentes acidósicos o hipoglucémicos en los bien adaptados. Por
otra parte, medítese en lo profundamente traumática que es esta
experiencia: una enfermedad crónica, sometida a múltiples accidentes,
con hospitalizaciones reiteradas, que obliga a una disciplina higiénica y
alimentaria estricta, con las posibilidades de juego y actividad física
limitadas, que suele dificultar una concurrencia escolar asidua. El
niño se siente insoportablemente frustrado en sus deseos de vida,
angustiosa e intempestivamente colocado frente a la muerte, comido por
los celos y la envidia de sus hermanos (o de los otros niños) sanos, por
el resentimiento frente a sus padres. Los que, a su vez, suelen
reaccionar neuróticamente. Ansiosos, sobreprotegen al niño con una
ternura y un cuidado exagerados, que le aumentan su vivencia de peligro,
que terminan ahogándolo. Revelando así la hostilidad que subyacía a
estas atenciones, en relación con el narcisismo herido, con la culpa no
asumida. A veces, incluso esta hostilidad no permanece inconsciente, y
se manifiesta en los deseos de hospitalizarlo, de colocarlo en
instituciones especiales. Como se comprende, esto es, de alguna manera,
captado por el chico. En cuanto a la inteligencia, los datos sobre el
Cociente Intelectual de estos enfermitos son contradictorios. Las
relaciones del niño con su entourage son decisivas. Puede ser, la
diabetes, causa indirecta de retardo en: 1) secuelas encefalopáticas de
accidentes hipoglucémicos, frecuentes en la insulinoterapia; 2) el
síndrome de Mauriac o en formas asociadas con otros infantilismos. el
adulto diabético p. Recamier (1955), entre otros, subraya diferencias
entre el diabético gordo y el flaco. El primero, dice, satisface por la
hiperfagía buena parte de sus deseos receptivos, y conserva así un
equilibrio afectivo y metabólico relativamente estable; pero soporta mal
las restricciones dietéticas (el médico se ve investido del papel de la
madre que priva a su niño de las cosas ricas). El segundo parece no
querer recibir nada del mundo exterior; se libra a una verdadera auto-fagía; y no es sólo por la vía orgánica que se
destruye, también lo hace por su comportamiento, por las imprudencias
graves que comete, en régimen y medicación. Tal vez sea esta afirmación
un poco simplista, pero apunta a hechos que merecen ser profundizados.
La sintomatología más frecuente comprende: Astenia predominantemente
física, en relación variable con los trastornos metabólicos, acompañada a
menudo de impotencia s>exual y/o arreflexia tendinosa (signos,
éstos, de gran valor). Puede llegar a constituirse un verdadero cuadro
de neurastenia adquirida (con astenia, impotencia, cefaleas,
irritabilidad, hiperestesia sensitiva o sensorial, dolores corporales ) .
Síndromes depresivos. En general, tanto más acentuados cuanto más grave
es la diabetes. Pueden llegar a la melancolía. Se admite que una
depresión prolongada, en un terreno diabetógeno, puede mantener y
agravar una diabetes que acentúa la depresión, creando un verdadero
círculo vicioso psicosomático. Una tonalidad hipocondríaca, suele
impregnar estos cuadros. Pero se observan también cuadros
confuso-oníricos en las fases de transición hacia o desde el coma
diabético. Es necesario un interrogatorio dirigido para descubrirlos
retrospectivamente porque son trastornos que se recuerdan mal, ligados
como están a una alteración de la conciencia. Una de-estructuración
menor de ésta, en el nivel crepuscular, también ha sido relatada. Fuera
de los trastornos metabólicos vinculados al coma, se han referido en un
pequeño número de casos, psicosis orgánicas agudas. La observación hace
suponer que, cuando ocurren, se deben a complicaciones como la uremia,
la avitaminosis, la arteriosclerosis cerebral, la demencia senil, el
alcoholismo, la encefalopatía diabética. No debe olvidarse que la
arteriosclerosis cerebral es más frecuente en los diabéticos que en el
promedio general, y es responsable común de trastornos del humor y del
carácter, de ictus confusionales, de depresiones atípicas, de déficit
intelectual. diabetes y enfermedades mentales C iertos estudios
estadísticos han ,demostrado que la diabetes es más frecuente en los
enfermos mentales que en la población en general. Para explicar este
hallazgo se han indicado diversos factores: edad media más elevada de
los asilados, el diagnóstico en los hospitalizados de diabetes hasta
entonces desconocidas, la existencia de afecciones que pueden entrañar a
la vez diabetes y trastornos psíquicos (tumores o hemorragias
cerebrales, factores toxiorgánicos como alcoholismo y ateroma). Aunque
los datos no son categóricos, se señala su mayor frecuencia en los
maníacodepresivos, cuyo hábito es generalmente pícnico. Sería rara en la
esquizofrenia y en los epilépticos. tratamiento 1 a importancia de la
psicoterapia en los diabéticos es algo definitivamente demostrado. Su
objetivo es mejorar su equilibrio afectivo y lograr la adaptación del
paciente a su enfermedad y a su tratamiento, de modo que vean la
posibilidad de una vida útil y rica. Si se quiere ser práctico, hay que
tener presente que su emotividad influye poderosamente sobre su
metabolismo como también sobre su reactividad a la medicación (una dosis
de insulina tiene efecto diferente según que
el enfermo esté tranquilo o no). Un balance de calorías y de necesidades
de insulina es sólo una falsa exactitud, si no tiene en cuenta la
situación vivencia1 porque está pasando el enfermo, y las repercusiones
psíquicas que sobre él tiene el tratamiento. El temor de ser señalado
como diabéticos ya tiene importancia. No insistiremos sobre algo ya
considerado. Sólo reiteraremos el carácter vital de esta atención en el
niño. Terminaremos este capítulo con las siguientes preguntas formuladas
por M. Bleuler (1956): icuáles son las formas de diabetes y los tipos
de enfermos en que el tratamiento especializado ,del psicoterapeuta
puede obtener mejores resultados que la atención del clínico?; ihay
casos de diabetes que pertenecen íntegramente al psicoterapeuta y en los
que la psicoterapia puede sustituir al tratamiento somático?; Len caso
afirmativo, cuáles son?. Otros problemas referentes a la esencia de la
diabetes y de las afecciones psicosomáticas han sido planteadas al
comienzo de nuestro trabajo.