Diccionario de psicología, letra P, Paranoia (delirio sistematizado)

Paranoia
La mayor parte de los tratados y vocabularios de psiquiatría y psicoanálisis se consideran obligados a recordar que el término «paranoia» está tomado del griego clásico. Convendría además subrayar la distancia entre su acepción originaria y su transposición moderna. En la lengua de Esquilo, Eurípides, Aristófanes -pero también en la de Hipócrates-, «paranoia» no designa una enfermedad del alma, sino el arrebato de un delirio. En Los siete contra Tebas, el término evocará el abrazo fatal en el que se precipitan Edipo y Yocasta; en Eurípides, la terrorífica visión de la que cae víctima Orestes después del asesinato de su madre; en
Aristófanes, el ensueño ideológico de un burgués ateniense; en Hipócrates, finalmente, la crisis
epiléptica. Es cierto que este mismo vocablo, «paranoia», se encuentra también en la definición jurídica, atestiguada por Platón y Andócides, de procedimiento de interdicción al que está expuesto el padre pródigo por parte de sus herederos. Pero también en este caso es llamada a recubrir la descripción de comportamientos observables; le corresponderá a la psiquiatría alemana del siglo XIX realizar su transposición desde ese registro descriptivo a la clasificación nosográfica, en equivalencia con esa entidad que es el delirio sistematizado de la escuela francesa. Testimonio de una evolución ya esbozada, el léxico etimológico de Kraus aportará su definición en su 4 a edición, de 1844, bajo la doble entrada de «paranoia» o «parancea».
Kahlbaum y Krafft-Ebing continúan su elaboración con esta denominación nueva. Finalmente, en
vísperas de la llegada del psicoanálisis, la cuarta edición del Tratado de psiquiatría de Kraepelin fija en unas cincuenta páginas los elementos en adelante clásicos de una sintomatología
destinada a dar asidero a todas las discusiones ulteriores. Punto de referencia sin duda
precioso para marcar la originalidad en tal sentido de la investigación freudiana.
El delirio sistematizado
No obstante, mayor que ningún otro será en este sentido el aporte de la enseñanza de
Griesinger; hasta nosotros ha llegado un ejemplar de su Tratado de psiquiatría cuidadosamente
anotado por el propio Freud; se trata de una obra que, con reserva de la terminología, anticipa ya la intervención del psicoanálisis. Al tratar los caracteres generales de la locura y sus analogías con ciertas formas «normales» de experiencia, Griesinger, en efecto, describe sobre todo las afinidades con el sueño y la hipnosis. En lo que concierne al delirio, delimita su dominio con la denominación de Verrücktheit [demencia], distinguida de la Versinnung o confusión alucinatoria.
Algunos años después, Kraepelin suscribirá esta denominación. Simplemente reemplazará el
término Verrücktheit (el delirio sistematizado de los franceses) por el término paranoia, no sin
asociarlo, en nota, con la designación de Griesinger, dejando en manos de Freud el desarrollo de
fondo de las intuiciones más originales de Griesinger. No obstante, la interpretación
psicoanalítica de la paranoia no se desarrollará sobre el terreno abarcado por esta nueva
designación, sino por un efecto de arrastre a partir del estudio de la histeria y de la neurosis
obsesiva.
«En psiquiatría -escribe Freud el 24 de enero de 1895-, las ideas delirantes se clasifican con las ideas obsesivas, siendo unas y otras perturbaciones puramente intelectuales; la paranoia se ubica junto al trastorno obsesivo en tanto que psicosis intelectual. Si las obsesiones son atribuibles a un trastorno afectivo, y si se ha demostrado que deben su potencia a algún conflicto, la misma explicación debe ser valedera para las ideas delirantes. Estas ideas se
desprenden de una perturbación afectiva y su fuerza se debe a un proceso psicológico. Los
psiquiatras tienen una opinión contraria, mientras que los profanos acostumbran atribuir la locura
a choques psíquicos… El hecho es éste: la paranoia crónica, en su forma clásica, es un modo
patológico de defensa, lo mismo que la histeria, la neurosis obsesiva y los estados de confusión
alucinatoria.»
Más precisamente, entonces, según el principio de explicación admitido por Freud en su
generalidad, «estas personas se vuelven paranoicas porque no pueden tolerar ciertas cosas».
«Además -añade-, es preciso que su psiquismo esté particularmente predispuesto.» ¿En qué
consiste esta predisposición?
Proyección y recusación de creencia
El análisis de un ejemplo remite a Freud a una escena de seducción (24 de enero de 1895), en la
que el problema consistirá en caracterizar la represión en la especificidad del proceso
paranoico. La defensa -escribe Freud-, era innegable, pero también habría podido terminar en un
síntoma histérico o una obsesión. ¿Cuál era la especificidad de la defensa paranoica? Se
introduce entonces el mecanismo de la proyección. Un mecanismo a fin de cuentas trivial, cuya
importancia había sido señalada en particular por Schopenhauer; no obstante, también hay que
reconocer que Freud renovó su concepción, interpretándolo como equivalente a una represión
-diferente de la represión histérica- que se basa en primera instancia en el contenido que la
motiva. Por lo tanto, hay que precisar la relación de esa defensa, asegurada por un «mal uso»
del mecanismo de proyección, con el incidente primario.
El 1 de enero de 1896 Freud encara sucesivamente el incidente primario (sin duda análogo al que
engendra la neurosis obsesiva), el recuerdo de ese incidente, el displacer que provoca (de
manera aún indeterminada), la represión consecutiva y la proyección. Pero a esta última está
asociado además un proceso totalmente característico, que es el de recusar la creencia
(versagen des Glaubens). Entendemos por esto la desconexión respecto del yo, o
desapropiación, de un contenido incompatible con la identidad que el sujeto se reconoce. Más
precisamente, la conciencia se niega a dar crédito al autorreproche, y a tal fin emplea el
procedimiento de la proyección. Se hace responsable al prójimo del displacer. El síntoma primario
así constituido es la desconfianza, la susceptibilidad exagerada con respecto a los otros. Las
voces representan los autorreproches a la manera de un síntoma de compromiso. En términos
más amplios, «los caracteres generales de esta neurosis -la importancia atribuida a la voz en
tanto que imagen de las relaciones con el prójimo y a los gestos que nos revelan la mentalidad de
los otros, la importancia asimismo del tono de sus dichos y de las alusiones-, todo ello emana del
hecho de que la conciencia no puede admitir ninguna relación directa entre el contenido de las
observaciones y el recuerdo reprimido». Con la puesta en evidencia del «rehusamiento de
creencia» concomitante con la proyección, en el curso de ese año de 1896 se realiza una
redistribución de conjunto de los datos del problema. En primer lugar, al prestarse atención a la
emergencia del síntoma originario, su localización cronológica aparece como característica
distintiva en relación con la neurosis obsesiva y la histeria.
El marco edípico
«En la paranoia -escribe Freud en mayo de 1896-, las escenas (originarias) tienen lugar después de la segunda dentición, y son evocadas en la madurez. La defensa se manifiesta entonces como incredulidad; la paranoia es la neurosis que menos depende de los determinantes infantiles. Representa la neurosis de defensa por excelencia, independiente de la moral y la aversión sexual que proveen a la neurosis obsesiva y a la histeria sus motivos de defensa.»
En la estructura de la paranoia encontrará su justificación un vuelco metodológico esencial. Hemos aprendido que el proceso se despliega en un orden: incidente, recuerdo, displacer, recusación de creencia (desconexión), represión (1 de enero de 1896). Como consecuencia se considera que el prójimo me imputa el rasgo o el deseo que yo condeno.
Ahora bien, al año siguiente se produjo la crisis de la que emergió la primacía de la organización
edípica, y sin duda la paranoia contribuyó al descubrimiento de esta organización en un grado no menor que la influencia que el descubrimiento del Edipo tuvo sobre el análisis de la paranoia. En síntesis, la paranoia puso de manifiesto un tipo de defensa que implica, en la recusación de la creencia, la relación del sujeto con el otro. La organización edípica confirma esta investigación, en cuanto asigna a tal experiencia sus dimensiones normativas. Por ello, la interpretación de la paranoia abre el camino a la reconstrucción de las fases de la cultura. «En la paranoia -escribe Freud el 24 de enero de 1897– se combina la megalomanía con la creación de mitos genealógicos sobre el linaje del niño, tendientes al extrañamiento de la familia. La novela de enajenación, añade Freud el 25 de mayo de 1897 -según la cual el sujeto se cree extraño en su familia (p. ej. en la paranoia) está presente en todas partes y sirve para hacer ¡legítima a esa familia.»
El testimonio autobiográfico publicado en 1903 por el presidente Schreber -Memorias de un
neurópata- dará cuerpo a estas primeras sugerencias, en un comentario cuyo título e
introducción no dejan de sorprender por su modestia, Modestia del título, que se limita a simples
«Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (dementia paranoides) descrito
autobiográficamente». Modestia de la presentación del caso, por la exclusión de toda
dependencia con respecto a la investigación teórica ante la práctica psiquiátrica efectiva; la
investigación se reduce a la interpretación de un texto.
En el intervalo de 1897 a 1903 se producirá no obstante una revisión esencial, en forma de extensión a la paranoia de la crítica ya realizada de la etiología traumática de la histeria. El 21 de setiembre de 1897, Freud declara en efecto haber renunciado a su «neurótica» es decir, a la hipótesis de que la histeria se origina en un incidente sexual, hipótesis conservada aún en la carta 52 del 6 de diciembre de 1896: «estoy cada vez más convencido -escribía Freud
entonces- de que la histeria deriva de la perversión del seductor». Una solución posible, añade
el 21 de setiembre de 1897, cuando abandona esta última hipótesis, tendría en cuenta que el
fantasma sexual se juega siempre en torno del tema de los progenitores.
Ahora bien, el 15 de octubre de 1897 el mismo movimiento crítico se extiende a la paranoia, y precisamente en el contexto de la representación edípica.
«He encontrado en mí, como por otro lado en todas partes, sentimientos de amor respecto de mi
madre y de celos respecto de mi padre, sentimientos que son, creo, un fenómeno general de la
temprana infancia», aun cuando su aparición no sea tan precoz como en la niñez de los
pacientes histéricos (de una manera análoga a la de la novela sobre la genealogía de los
paranoicos -héroes, fundadores de religiones-). Si esto es así, se comprende el poder
cautivador de Edipo rey, que desafía todas las objeciones racionales que se oponen a la
hipótesis de una fatalidad inexorable. Se comprende también por qué todos los dramas ulteriores
del destino tenían que fracasar lastimosamente. Nuestros sentimientos se revelan contra todo
destino individual arbitrario como el que se encuentra expuesto en Die Ahnfrau, etc. Pero el mito
griego ha captado una compulsión que todos reconocen, porque todos la han experimentado. En
germen, en fantasía, cada espectador fue alguna vez un Edipo, y se espanta ante la realización
de sus sueños transpuestos a la realidad; se estremece proporcionalmente a la represión que
separa su estado infantil de su estado actual.»
En síntesis, en la fecha en que se produce el vuelco decisivo del desarrollo del psicoanálisis, parecen adquiridos los temas siguientes:
1) El resorte de la proyección paranoica tiene que ver con nuestra intolerancia a que la gente
conozca de nosotros lo que nosotros ignoramos (24 de enero de 1895).
2) Las características generales de esta afección (importancia atribuida a la voz, al gesto, al
tono) traducen el corte entre el alter ego y el recuerdo reprimido (1 de enero de 1896).
3) La paranoia es la neurosis que menos depende de las determinaciones infantiles. Ella representa la neurosis de defensa por excelencia, independiente de la moral y de la aversión
sexual, que procuran a la neurosis obsesiva y a la histeria sus motivos de defensa (20 de mayo
de 1896).
4) La elección de neurosis (histeria, neurosis obsesiva, paranoia) depende verosímilmente del
estadio de evolución en el que la represión es posible, es decir, en el que un placer de fuente
interior se transforma en repugnancia proveniente del exterior.
5) Hay desplazamiento por vía asociativa en la histeria, desplazamiento por semejanza
conceptual en la neurosis obsesiva, característico del lugar y quizá también de la época en la
que se produjo la defensa, y desplazamiento de orden causal en la paranoia (25 de mayo de
1897).