Diccionario de psicología, letra A, Antropología

El debate entre los antropólogos y los psicoanalistas comenzó después de la publicación, en 1912-1913, de la obra de Sigmund Freud titulada Tótem y tabú, y dio nacimiento a una nueva disciplina, el etnopsicoanálisis, cuyos dos grandes representantes fueron Geza Roheim y Georges Devereux. Al principio tuvo por marco geográfico principal la Melanesia, es decir Australia (donde aún vivían aborígenes considerados a fin de siglo como el pueblo más «primitivo» del planeta) y las islas situadas al sudoeste del Océano Pacífico (Trobriand y Normanby), habitadas por melanesios propiamente dichos Y polinesios. Más tarde, el terreno de elección fue el de los indios de América del Norte.

Excepción hecha de la experiencia de Henri Collomb en Dakar, de los debates sobre la colonización francesa entre Frantz Fanon y Octave Mannoni, y, por supuesto, del papel único de Wulf Sachs en África del Sur, el continente africano casi no estuvo presente en los trabajos de etnopsicoanálisis y antropología psicoanalítica.

Derivada del griego (ethnos: pueblo, y logos: pensamiento), la palabra etnología sólo apareció en el siglo XIX, aunque el estudio comparado de los pueblos se remonta a Herodoto. Para los Antiguos, el mundo estaba dividido de manera estática entre la civilización y la barbarie (exterior a la ciudad), pero la cuestión se planteó de otro modo en la época cristiana. En efecto, los misioneros y los conquistadores se preguntaron si los indígenas tenían o no tenían alma.

En el siglo XVIII la etnografía se asignó la tarea de investigar sobre el terreno el fundamento de las diferencias entre las culturas. Para la filosofía de las Luces no se trataba ya de dividir el mundo entre barbarie y civilización, entre una humanidad sin Dios y una humanidad habitada por la conciencia de su espiritualidad, sino de estudiar el hecho humano en su diversidad, a la luz del principio del progreso. De allí la idea de una evolución posible desde el estado de salvajismo hasta el de civilización.

En el siglo XIX esta visión progresista de la evolución humana tomó un cariz biologista bajo la influencia del pensamiento darwiniano. A la antigua idea de que el retorno a la animalidad era la fuente de todas las debilidades morales del espíritu humano, Charles Darwin (1809-1882) opuso la tesis de la continuidad. No sólo el hombre no era ya excluido del mundo animal por esencia o naturaleza, sino que se pasaba a considerarlo un animal evolucionado, un mamífero superior. Desde el punto de vista etnológico (en el sentido moderno del término), el evolucionismo darwinista consistió entonces en atribuir las semejanzas que se descubrían en culturas distintas, y geográficamente alejadas, a desarrollos independientes pero idénticos de las civilizaciones. De allí surgió la tesis de que el primitivo se asemeja a un niño y el niño se asemeja a un neurótico. Freud se inspiró en este darwinismo, a través de los trabajos de James George Frazer (1854-1941) sobre el totemismo, y de William Robertson Smith (1846-1894) sobre el tabú. Y emprendió el trabajo de Tótem y tabú a fin de descubrir el origen histórico-biológico (y no ya solamente individual) del complejo de Edipo, de la prohibición del incesto y de la religión.

El pensamiento darwiniano dio origen a una nueva organización de la etnografía como disciplina; la terminología evolucionó de manera radicalmente distinta en los mundos de habla inglesa y francesa.

En Francia, la palabra etnología apareció en 1838 para designar el estudio comparado de las costumbres y las instituciones llamadas «primitivas». Diecisiete años más tarde fue reemplazada por «antropología», a la cual el médico Paul Broca (1824-1881) vinculó su nombre, haciendo de ella una disciplina física y anatómica que a continuación desembocó en el marco de la teoría de la herencia-degeneración, y en el estudio de las «razas» y las «etnias» concebidas como especies zoológicas.

Por el contrario, en el mundo angloparlante (Gran Bretaña y después los Estados Unidos), la palabra ethnology designaba el dominio de la antropología física (en el sentido francés), mientras que en 1908 se creó la expresión social anthropology para caracterizar la cátedra de antropología de Frazer en la Universidad de Liverpool. Fue en este contexto puramente angloparlante -y a través de los debates de la antropología funcionalista de Bronislaw Malinowski, el kleinismo universalista de Geza Roheim y la ortodoxia de Ernest Jones- donde se discutieron las tesis enunciadas por Freud en Tótem y tabú. Observemos que Charles Seligman (1873-1940) y Williams Rivers (1864-1922), dos antropólogos de formación médica, fueron los primeros en dar a conocer en el ambiente académico de la antropología inglesa los trabajos freudianos sobre el sueño, la hipnosis y la histeria. Después relevó a esos estudiosos la escuela culturalista norteamericana, desde Margaret Mead hasta Ruth Benediet (1887-1948), pasando por Abraham Kardiner y el neofreudismo.

Tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos las tesis freudianas fueron entonces asimiladas por la antropología al mismo tiempo que impugnadas por su anclaje en un modelo biológico superado y ya abandonado. En efecto, en esos dos países el saber antropológico moderno se construía a principios del siglo XX en ruptura con el darwinismo y el evolucionismo: por un lado a través de la doctrina de Franz Boas (1858-1942), verdadero padre fundador de la escuela norteamericana, que criticaba todas las tesis relativas a la oposición entre el primitivo y el civilizado, el salvaje y el niño, el animal y el ser humano, etcétera, y, por otro lado, siguiendo la enseñanza de Malinowski, Rivers, Seligman, quienes renunciaron a los marcos del evolucionismo de Frazer, en favor del funcionalismo o el difusionismo.

De tal modo se constituyó progresivamente una corriente de antropología psicoanalítica, limitada en el plano científico al mundo anglo-norteamericano, y desde el punto de vista geográfico a experiencias de campo realizadas en la parte norte del continente americano y en Melanesia.

En Francia, solamente Marie Bonaparte se apasionó, a título personal, por las cuestiones antropológicas. Por otro lado, ella aportaba su apoyo a Malinowski y a Roheim. En cuanto a los etnólogos, no mantuvieron ningún debate sobre las tesis freudianas durante el período de entreguerras; esas tesis fueron ignoradas, sobre todo por Marcel Mauss (1872-195 l), el fundador y más ilustre representante de la escuela francesa. Lo mismo que numerosos eruditos de su generación, e incluso cuando abordaba los temas propios del psicoanálisis (el mito, el sexo, el cuerpo, la muerte, lo simbólico, etcétera), desconfiaba de Freud y de su sistema interpretativo. En ese ámbito prefería basarse en los trabajos a menudo antifreudianos de los psiquiatras y psicólogos académicos: Pierre Janet, Théodule Ribot (1839-1916) y Georges Dumas (1866-1946). No obstante, en su comentario a Tótem y tabú se mostró prudente, subrayando que «estas ideas tienen una inmensa capacidad de desarrollo y persistencia». Durante esos años algunos escritores se interesaron por el aspecto antropológico de la obra freudiana: entre ellos, Michel Leiris (1901-1990) y Georges Bataille (1897-1962) valorizaron la concepción de lo sagrado y criticaron violentamente los principios de la psiquiatría colonial, pero sin generar una corriente de etnopsicoanálisis o de antropología psicoanalítica.

Mientras que la anthropology en sentido inglés se convertía en una ciencia social, la etnología en el sentido francés se desarrolló con la creación en París, en 1927, por Marcel Mauss, Paul Rivet (1876-1958) y Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939), del Instituto de Etnología, que emprendió investigaciones lingüísticas, recopilaciones de datos físicos, estudios sobre las costumbres y las instituciones, y, finalmente, trabajos sobre la religión y lo sagrado. Este instituto englobaba por lo tanto lo que los angloparlantes llamaban ethnology y social anthropology. Con la misma perspectiva, Paul Rivet creó el Museo del Hombre, que abrió sus puertas en 1935 en el Palacio de Chaillot, reemplazando así el viejo Museo Etnográfico del Trocadero, de enfoque colonial, inaugurado por Broca en 1878. Los grandes fundadores de la etnología francesa de entreguerras iban a ser militantes de izquierda antes de convertirse en héroes de la Resistencia. En cuanto a la antigua escuela de antropología, evolucionó hacia el racismo, el antisemitismo y el colaboracionismo, sobre todo bajo la influencia de Georges Montandon, un ex médico partidario de la tesis del padre Wilhelm Schmidt (1868-1954). Fundador de la Escuela Etnológica Vienesa y director en 1927 del Museo Etnográfico Pontificio de Roma, Schmidt acusó a Freud de querer destruir la familia occidental. Montandon, por su lado, participó en el exterminio de judíos bajo el régimen de Vichy, y fue amigo del psicoanalista y demógrafo Georges Mauco.

Hubo que esperar a la segunda mitad del siglo XX para que Claude Lévi-Strauss introdujera en Francia la terminología de lengua inglesa. En 1954 liberó al término «antropología» de todas las antiguas figuras de la herencia-degeneración, a fin de definir una nueva disciplina que comprendiera la etnografía, como primera etapa de un trabajo de campo, y después la etnología, designada como segunda etapa y primera reflexión sintética. Según esta nueva organización, la antropología tenía un papel agrupador: en efecto, tomaba como punto de partida los análisis producidos en otros dominios del saber, y pretendía extraer de ellos conclusiones valiosas para el conjunto de las sociedades humanas. En este contexto, Lévi-Strauss fue el primer antropólogo de lengua francesa que leyó y comentó la obra de Freud, cuando ésta ya llevaba más de treinta años integrada en los trabajos de la antropología anglo-norteamericana. Observemos que Georges Devereux, cuya obra fue redactada esencialmente en lengua inglesa, se orientó hacia el psicoanálisis al final de la Segunda Guerra Mundial.

Si Marcel Mauss, sobrino de Émile Durkheim, había separado la etnología de la sociología durkheimiana, sin dejar de inspirarse en sus modelos, Claude Lévi-Strauss pasó de la etnología a la antropología unificando los dos dominios (el de lengua inglesa y el de lengua francesa) en torno a tres grandes ejes: el parentesco (en lugar de la familia y el patriarcado), el universalismo relativista (en lugar del culturalismo) y el incesto. Siempre se situó como un contemporáneo de la obra freudiana, a la cual se remitirá, así como al Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussure (1857-1953), subrayando en Tristes trópicos lo que ella le había aportado: » ..[esta obra] me reveló que [ … ] las conductas en apariencia más afectivas, las operaciones menos racionales, las manifestaciones declaradas prelógicas son al mismo tiempo las más significantes».

Lévi-Strauss se convirtió en etnólogo entre 1935 y 1939, al entrar en contacto con los indios de Brasil (Caduveo, Bororo, Nambikwara). Pero contrariamente a Maree] Mauss, por un lado, que no tenía experiencia directa de campo, y a Malinowski por el otro, para quien el encuentro en el terreno tuvo un efecto de revelación, Lévi-Strauss fue sin duda el primer etnólogo que teorizó el viaje etnológico siguiendo el modelo de una estructura melancólica: todo etnólogo redacta una autobiografía o escribe confesiones -dijo en sustancia-, porque debe pasar por el yo para desprenderse del yo. En consecuencia, propuso comparar la experiencia de campo con un análisis didáctico. Exiliado en Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial, encontró allí un nuevo «campo»: el de las diferentes teorías de los etnólogos y lingüistas norteamericanos (Roman Jakobson, Franz Boas, etcétera), en las que iba a inspirarse para construir un enfoque estructural de la antropología. En este sentido, se convirtió de algún modo en el etnólogo de los etnólogos, al punto de considerar las teorías antropológicas como mitologías comparables a los mitos elaborados por el pensamiento salvaje.

Con esta perspectiva, estableció una analogía entre la técnica de la curación chamánica y la cura psicoanalítica. En la primera -dijo-, el brujo habla y provoca la abreacción, es decir, la liberación de los afectos del enfermo, mientras que en la. segunda este papel es asumido por el médico que escucha, en el interior de una relación en la que habla el enfermo. Más allá de esta comparación, Lévi-Strauss demostró que en las sociedades occidentales, tendía a constituirse una «mitología psicoanalítica» que oficiaba como sistema de interpretación colectivo: «Vemos entonces surgir un peligro considerable: que el tratamiento, lejos de conducir a la resolución de un trastorno preciso, siempre respetuoso del contexto, se reduzca a la reorganización del universo del paciente en función de las interpretaciones psicoanalíticas». Si la curación se produce por la adhesión a un mito, que actúa como una organización estructura¡, esto significa que el sistema está dominado por una eficacia simbólica. De allí la idea propuesta en 1947 en la «Introducción a la obra de Marcel Mauss», en cuanto a que lo que se llama inconsciente sólo sería un lugar vacío en el que se verificaría la autonomía de la función simbólica.

A partir de 1949, sobre todo en Las estructuras elementales del parentesco, Lévi-Strauss iluminó de un modo nuevo la famosa cuestión de la prohibición del incesto. En lugar de buscar la génesis de la cultura en un hipotético renunciamiento de los hombres a la práctica del incesto, como lo habían hecho Freud y sus herederos, o, por el contrario, oponer a ese origen el florilegio de la diversidad de las culturas (desde Malinowski hasta los culturalistas), él eludió esa bipolarización, para mostrar que la prohibición realizaba el pasaje de la naturaleza a la cultura.

Esta nueva expresión de la dualidad naturaleza/cultura volvió a lanzar el debate sobre el universalismo, pero sin dar origen a una corriente francesa de antropología psicoanalítica. Y fue Jacques Lacan quien se inspiró en los conceptos de Lévi-Strauss para elaborar sobre todo su teoría del significante y de lo simbólico.