Diccionario de Psicología, letra E, Epilepsias (De la sedición de lo inédito a la crisis del psicoanalista) segunda parte

Diccionario de Psicología, letra E, Epilepsias (De la sedición de lo inédito a la crisis del psicoanalista) segunda parte

Invención del inconsciente «Lo psicosomático es algo que, en su fundamento, está profundamente enraizado en lo imaginario [ … ]. En esto puede esperarse que el inconsciente, la invención del inconsciente, pueda servir para algo» (Lacan, le Bloc-Notes, Ginebra, 1985). «Hemos retornado a las fuentes glaucas… les escribo desde la ciudad del tiempo interrumpido» (Henri Michaux). Trabajo de la argumentación: la crisis insiste en no renunciar. «Renunciar» a alguien era rehusarse a reconocerlo. «Esperar» allí el camino de la libre asociación sería renunciar de nuevo. Y hacer de nuevo de ese cuerpo presente el exceso de una elipse no trazada, cuerpo de más reducido a esa extraña lanzadera que no teje nada. Por ejemplo, la crisis de epilepsia que tan a menudo se produce en lugar de la cópula (papá y mamá) desde el bosquejo de su enunciación. Escribir ese trabajo de la argumentación, el ejercicio genealógico, es sin duda asumir el riesgo de tocar el pasado… «Palpar la superficie de la conciencia», decía Freud de su ejercicio. Nosotros vamos más allá, y hablamos del ejercicio por el analista de todos sus sentidos. Pero esta carta del país lejano es preciso escribirla con esmero y con cuidados. Si dejamos un trozo de tiempo en el espacio, ya ningún límite podrá ser fiable. ¿Cómo podría ello devenir finalmente inconsciente? ¡Ningún sufrimiento experimentado para poner límite al dolor devorador! ¡Ningún placer vivido para tachar el exceso de goce apremiante! ¡Ningún deseo confesado para detener lo infinito de la demanda! Construyamos entonces ese nuevo espacio-tiempo apto para recibir ese «trozo de verdad histórica», como decía Freud del delirio. Aquí la crisis remite a la verdad genealógica más que a la del sujeto que «sufriría de reminiscencias». Digamos que se trata de reminiscencias de linajes, de raleas. Desde la acogida por el psicoanalista, atento a situar al paciente en una red ordenada de ascendientes y colaterales, que incluya a los excluidos, no nacidos, no confesados, rechazados de los lazos o de los relatos, desaparecidos o mal-muertos, situar en verdad, en «detalle», cronológico, topográfico, coyuntural, tanto las historias grandes como las pequeñas, a la espera de que la coyuntura de la primera crisis, siempre por revelar, adquiera su valor sobre ese fondo. Sin vacilar en solicitar la indagación, el documento, el testimonio. Allí el propio psicoanalista se aventura a veces a dar testimonios de sus múltiples «pases». De modo que lugar de traductor, pero también lugar de padre que no dice «Yo quiero», o «Tú debes», sino «Hay», o más bien Es gibt: Ello (se) da (a) ser. Dicho de otro modo, traducir en juicio. Esta «construcción para el análisis» prepara de hecho la aparición súbita de la sorpresa de otro modo evitada: un abuelo ignorado, una circunstancia reservada, que de otro modo ocultarían su nocividad incontrolable, insituable. No hay que temer el vértigo de la «completud». El interés cae cuando la tarea de exhumación ha hecho una obra suficiente. Enough. Después de haber consultado algunos árboles genealógicos comentados, uno mismo los establecerá, tomándose tiempo para acoger en ellos las sorpresas que acotan el dominio de la crisis. Lugar del acto «Los niños insoportables y antagonistas ayudan a una madre depresiva a no derrumbarse Un niño insoportable es en verdad, de manera crónica, el electroshock del pobre. Durante todo el día impide que su madre caiga en sus fantasmas depresivos. Siendo agresivo, le permite ser agresiva a su vez, y también mantenerse en la superficie» (Dolto, Séminaires de Psychanalyse de l’Infant). Ya no estamos aquí en el dominio circunscrito por el triplete de «inhibición, síntoma y angustia». Permítaseme proponer «Exhibición, crisis y vergüenza». Exhibición: Yo la ubico aquí en el lugar donde por lo común se enuncia el trauma. Por ejemplo, la obscenidad del sexo del padre no provendría de que sea mostrado, sino de que no represente una huella de lo que habría hecho inscripción en el centro (residencia) del otro (CI. Maritan). En ciertos casos, el cuerpo se manifiesta como ficha falsa [faux-jeton] de una partida no jugada. La crisis no es entonces resolutiva y no produce ningún retoño [rejeton] apto para elevarse. La crisis de epilepsia ¿es un caso particular de acting-out, aquí de la fractura de las envolturas mortales? ¿O bien el caso tipo? Del cual el otro es la pasión: crimen de amor, porque ella no se dirige al otro en el amor sino a una virtualidad irrepresentable. «La pasión patológica es apego a un objeto de forma arcaica del desarrollo, a una imagen sepultada … » (Lacan). Quizá las concepciones recientes del objeto (en las que Lacan no ha intervenido por «nada») nos permiten, también ellas, concebir apegos alpor los agujeros, pozos de desencadenamientos pulsionales innombrables. La crisis de epilepsia o el estado potencialmente crítico, ¿son entonces actos de pasaje, como desde el afuera? ¿Se los puede llamar enfermedad, maldición, accidente, lesión? La experiencia verifica que la causación orgánica o funcional de las crisis, tal como la describen las obras de neurología, es sólo un elemento de facilitación al servicio del proceso crítico. Causación no obligatoria, según lo demuestran las curaciones con disminución o supresión de los medicamentos; tampoco necesaria, como lo indican los muy numerosos casos «sin causa» detectable. No obstante, le corresponderá al analista el reconocimiento del «afuera», real lesional o formación de supervivencia psíquica ante una herida simbólica, así como asegurar su tarea conjuntamente con un seguimiento médico atento y no competitivo. Lo cual por lo menos permitirá no facilitar el recurso de tipo tóxico a la escapada-crisis, reconociendo sus peligros neurológicos y vitales. Es posible transformar la crisis o el estado Epilepsias (De la sedición de lo inédito a la crisis del psicoanalista) mediante el semblante, la fractura, el «proyecto» del analista que se instala en el corazón del dispositivo catástrofe. Las crisis pueden re-accionar [re-agir] en la cura pero sólo si su punto umbilical fuera del sujeto es interrogado por la reactividad del propio analista, hasta la dimensión [dit-mansionl de lo prenatal, entre genealogía y fantasmatización. Escena matriz de la ilusión [fantôme] si falta la función paterna como útil de extracción, escena matriz del fantasma [fantasme] si hay pregnancia de un goce en los bordes sexuados. Convertido así en lugar de la inscripción, el psicoanalista apela a un epitafio cuyo soporte es un resto de las envolturas. Resto con lo que no designo sólo la mitad del huevo condenado al deterioro, sino también lo que hace amar y esperar al futuro-nacido, antes de que sea golpeado por la predicción de su sexo. Pero también lo que puede hacer envoltura, de tejido y palabras, para los difuntos mal enterrados. Enterrar, con ternura en la retrospección, a un progenitor mal muerto, puede terminar con una compulsión al homicidio. al suicidio, a lo fracasado, a lo abortado, que sobre todo no hay que tomar por un deseo de asesinato, pues así se corre el riesgo de precipitar su efecto, sino por lo inacabado de una partida de reconocimiento de defunción mal inscrita, que por lo tanto no permite la estabilidad de las inscripciones futuras. En la envoltura, la «capacidad» [contenance] del psicoanalista, sucede entonces que se desconcierta [décontenance] el autómata de la crisis. Etapa esencial de la curación, se presentan disociadas esas inflorescencias siempre combinadas, amnesia, caída, convulsión, enuresis. Disociadas, y por lo tanto fácilmente asociables, reintegrables en el proceso psíquico, sueños, rememoración. No sin nostalgia: «¡Ah, qué bella era mi crisis!». Pero, si es cierto que «la belleza será convulsiva o no será» (A. Breton), la vida, quizá, será… O bien: «el lugar del prolongado palabrerío puede convertirse en el de la decisión» (E Ponge). Ausencias y consecuencias Recuerdo esta palabra de una joven epiléptica: «cache-mort» [«tapa muerte»]. La ausencia epiléptica, ¿sería una pesadilla [cauchemarl de filiación, fragmento de real, huella sin soporte? ¿La huella de una ausencia sin soporte para interrogarla? Allí donde se cortan los hilos, donde muerte e incesto enlazados hacen agujero negro, antimateria, vacío que aspira, escamoteo, en el discurso familiar, puntos de referencia esenciales nunca revelados (relevados). Escamoter [escamotear] significa en provenzal «deshilachar», deshacer la trama. Entonces las cadenas quedan libres, locas, y los «hilos»* yerran sin límite. En la introducción a «El seminario sobre «la carta robada»», Lacan habla de lo que no se puede representar en una sola ocasión (una mano de cartas, una tirada de permutaciones). En suma, se trata de la forclusión de un estado de representaciones al que sólo se arriba por construcción, tal como ocurre con las tiradas imposibles del taquin. Esas tiradas, esas figuras, esos cuadros que no terminan de ocultar su ombligo: en ese lugar es requerido el «se» del sujeto llamado epiléptico -lugar del comodín apto para todo, ausencia. «Me hago cero para pasar detrás de ellos y conocer sus reglas», decía una joven de quince años. Entonces, ¿esos comodines, esas lanzaderas en lugar de una clínica ausente? Por cierto se manifiestan a los analistas, al principio por ese primer golpe de suerte [coup de dés], imprevisible en su tirada, y más aún en su continuación, que yo he denominado transferencia-catástrofe. Golpe de suerte que no iluminará, digamos como un «relámpago» [coup de foudre], a menos que el analista se preste a ello, puesto que ese encuentro sólo puede ser recíproco. En él no puede dejar de haber solicitación al «análisis mutuo», un tanto sulfuroso, de Ferenczi, siempre que se recuerde que recíproco no es simétrico. Lo que probablemente vale para toda empresa psicoanalítica. Registro A nosotros, a veces aterrados por esta clínica ausente, nos corresponde buscar las huellas de la borradura de las huellas. Reconstituir lo que sucedió y también registrar por qué no nos ha llegado y por qué el sujeto ha sido tan poco o tan mal marcado por ello. Proceso inacabado, que hay que retomar indefinidamente, ya que el derecho en este linaje no puede ser dicho, redicho, contado, y que el sujeto es abandonado, «renunciado» a lo que, a falta del dicho [dudit], le «hace la ley», o sea a los registros pulsionales, biológicos, entrópicos. Los registros del proceso han sido escamoteados, lo que no es idéntico a forcluidos. Reabrir la causa no bastará; se necesitan hechos nuevos y un «por qué» recibirlos. A falta de inscripción fiable, siempre se espera una retroacción [aprés coup] y en ese suspenso se producen los golpes [coups]. La crisis es a veces lo que le falta a la realidad para ser verosímil. La crisis, «se» del sujeto: exhibición sin continuidad ni consecuencias de una vergüenza sin nombre. De pronto el encuentro con el psicoanalista exige un proceso-verbal. Mediante ese golpe, mediante la transferencia-catástrofe, ¿sabremos nosotros, los analistas, facilitar el pasaje hacia la isla de Robinson, a través de tempestades y naufragios? Robinson crea sus instrumentos como síntomas de su humanidad. Después de la angustia vertiginosa del naufragio, esos útiles, esas medidas, esos procesos-verbales harán inhibición, creadora de los límites, de otras partes, de mañanas. Inhibición que permite asumir el terror del espejo-objeto, la mirada muda que no viene de ninguna parte, partición. Robinson, hijo de Robin… de los Bosques, ya no será obligado a eclipsarse para poner en crisis los estados sin ley. La idea «En la transferencia, las palabras del sujeto vuelven a dar vida al esbozo interrumpido de un yo perimido. Es él el artista de su cuerpo, el que ha abandonado el esbozo… Ese instrumento lo ha traicionado»… (Dolto, op. cit.). Restablecer el movimiento en el «signo», construir los lazos reales, evita dejar al niño o al «crítico» en su lugar electivo de «placa sensible», lugar de ejercicio de luchas pulsionales indefinidamente telepáticas. Evita también la «enfermedad de la cópula» que él no cesa de elegir, «inimaginable» mensajero de un encuentro entre los linajes sin armazón estable. Linajes que sólo han sabido dejar huellas sin goce, o producir goces sin huella. Construir el momento de ese encuentro le evitará al &ltcrítico» cesar (de tratar) de ser su «primera piedra». En ese campo de ruinas, tratamos de reconstruir algunos «ojos fértiles». Espejito, dime… Pero, ¡cuidado, Reina! ¡Deja hablar a ese espejo! Y no despaches entonces a tu rival en ciernes a la regresión indefinida de sus pulsiones desorganizadas, sus «siete enanos» cortados del mundo. El terror del espejo objeto es el aspecto de todo o nada de la crisis: o bien adentro, o bien afuera. Ese espejo de hielo, inexorable, fijamente cercado, y mudo. En la continuidad de la relación con el otro, aparece una discontinuidad-singular: el espejo objeto además de la mirada (o el dominio corporal mediatizado de otro modo). Pero, para nuestra desdicha, esta discontinuidad «espejo» es sin palabra, sin expresión, sin IDEA. A menos que hagamos pivotear nuestra «psiché» (M. Guibal), que hagamos dar vuelta los espejos del «estaba escrito», del «eso va de suyo». Una palabra entonces sobre la idea: para mí es la organizadora de base que corresponde a la imagen inconsciente del cuerpo. Toma su forma de todos los espejos; su estado, de todos los depósitos lenguajeros; su movimiento, de ese «órgano irreal», la libido que desfleca los límites anatómicos (« … designar la libido no como un campo de fuerzas, sino como un órgano. La libido es el órgano esencial para comprender la naturaleza de la pulsión. Ese órgano es irreal. Irreal no es imaginario. Lo irreal se define por articularse con lo real de una manera que se nos escapa, y es justamente esto lo que exige que su representación sea mítica, como nosotros la hacemos. Pero ser irreal no impide al órgano encarnarse»; Lacan, Seminario XI). «ldea de sí» si se quiere, mito encarnado que se abre al Self, al yo, a la persona loca(o)(s) del «yo» Uel. La supongo en un antes del sujeto retroactivamente tejido, en un soporte que no se sabe destinado a la inscripción. «Ella es el límite extremo de un estado, de una situación. Pero no tiene nombre ni rostro [ … ] es designada por su función. Es un estado ¡limitado del individuo, el lugar de lo escrito, sin fondo, sin fin. [ … ] un estado del ser humano, que no se conoce. [. .. ] ella es sin conocimiento [ … ] es el instante. Es como un estado primero que será reencontrado, un estado animal del ser humano, que hace que ella participe del estado de todos… del cual ella es la idea más próxima.» (Marguerite Duras, comentario del filme India Song. «Ella» es la pordiosera.) Lo urdido La exhibición que opera en la crisis implora la Referencia , en su consistencia y su lógica. Más allá del escamoteo que ha deshecho las tramas, es el depósito, el montaje singular de la cadena tal como está urdida, que maquina la pérdida del «Sujeto» en advenir-crítico. Lo que se ha anudado para tejer las peticiones cotidianas (anatomía que se quiere destino, amor que se quiere salvador, barbarie que se quiere purificadora), esos nudos no han sido consistentes para nuestro «sujeto». (Como opción opuesta, uno podría considerar el carácter obsesivo «normal» como un delirio exitoso: todo funciona sin «referencia»… mientras los trenes lleguen a horario, poco importa lo que acarrean.) Para dividir estas evidencias, que «llegan sin decir» hasta la ruptura crítica, necesitamos los relatos. El R.S.I. (aunque ya sólo «existe» el electrón o el fotón, pensables de otro modo, como efectos de campos o como subpartículas en espera de clasificación). ¿Qué es entonces lo que sostiene la salida de la familia? ¿Qué bastón de peregrino? ¿Qué órgano irreal puede organizarse en cada uno de nosotros para mantener la presencia de ese «falo», de lo deseable? Necesitamos los relatos en su multivocidad en nuestras tres bandas, nuestros tres anillos de humo que e(qui)vocan sus chimeneas: las palabras para decir la significancia, las imágenes a partir de las cuales se constituye la idea de sí, la envoltura genealógica que autoriza los mapas detallados. Ese relevamiento genealógico que yo pido pondría relieve en los cuentos planos de los espacios familiares, pero también relevaría, elevaría, promovería las sobras, los restos, los «dejados para no contar» de nuestras H/historias. Los relatos. El R.S.I. permitiría mantenerlos juntos, sin caer en el horror de la escisión. Quizá los epilépticos -en tal sentido paradigmas de otros «críticos»- han sido los precursores de nuestra modernidad, cuando después de Auschwitz e Hiroshima, la fobia se convirtió en la norma, cuando lo humano del destino dejó de estar asegurado.