Diccionario de Psicología, letra L Libido (Segunda parte)

Diccionario de Psicología, letra L Libido

Estos últimos emanan de cosas oídas pero sólo comprendidas mucho más tarde. Todos los materiales son naturalmente genuinos. Representan construcciones protectoras, sublimaciones, embellecimientos de hechos que al mismo tiempo sirven como autodescargo. Accesoriamente, pueden provenir de fantasmas masturbatorios. Verifico también otro hecho importante: las formaciones psíquicas sometidas en la histeria a la represión no son en sentido propio los recuerdos, puesto que nadie hace trabajar su memoria sin tener buenos motivos. Se trata de impulsos (Impulse) que se desprenden de escenas primitivas. Advierto ahora el hecho de que las tres neurosis -la histeria, la neurosis obsesiva y la paranoia- tienen los mismos elementos (y la misma etiología), es decir, fragmentos mnémicos, impulsos (que derivan de recuerdos) y fabulaciones protectoras. Pero la irrupción en la conciencia, las formaciones de compromiso, es decir, los síntomas, son diferentes en cada caso.» El 27 de octubre del mismo año se anunciaba la fortuna destinada a la hipótesis. «No vivo más que de trabajo «interior» -escribió Freud en la etapa decisiva en su autoanálisis-. Esto me ocupa y me acosa, llevándome, por una rápida asociación de ideas, a recorrer el pasado; mi humor cambia como el paisaje que ve el viajero sentado ante la ventanilla de un tren. Con el gran poeta que usa su privilegio de ennoblecerlo todo (sublimación) exclamo: «Y surgen muchas siluetas amadas, y con ellas, como una antigua leyenda, a medias sepultada, vuelven a mí el primer amor la primera amistad».» Paralelamente se nos propone la versión teórica de la exaltación poética: «Comienzo a presentir la existencia de factores generales, de factores-marco (Rahmenmotive) -éste es el nombre que me gustaría darles- que determinan el desarrollo, y otros factores secundarios, que completan el cuadro y varían según los incidentes vividos por el sujeto». No obstante, doce días antes Freud decía haber comprendido, sobre el fondo de su autoanálisis, «a pesar de todas las objeciones racionales que se oponen a la hipótesis de una fatalidad inexorable, el efecto cautivador de Edipo Rey»; se abría un nuevo ciclo de problemas para la libido, en cuanto la organización edípica le iba a imponer en adelante la referencia al objeto. El plan de conjunto de los Tres ensayos de teoría sexual (1905) muestra en efecto con total claridad la incidencia fundamental que tuvo sobre el desarrollo del concepto de libido y sobre el concepto conexo de zona erógena, la puesta en evidencia de las relaciones edípicas. «Con el comienzo de la pubertad -dice Freud al principio de la tercera sección- aparecen las transformaciones que llevarán la vida sexual infantil a su forma definitiva y normal. La pulsión sexual infantil era hasta entonces esencialmente autoerótica; ahora va a descubrir el objeto sexual. Provenía de pulsiones parciales y de zonas erógenas que, independientes entre sí, buscaban un cierto placer como única meta de la sexualidad. Ahora aparece una nueva meta sexual, para alcanzar la cual cooperan todas las pulsiones parciales, en tanto que las zonas erógenas se subordinan a la primacía de la zona genital.» Mientras que de este modo se retoman y renuevan en un nuevo contexto las concepciones ya adquiridas, emerge al principio de la síntesis teórica la pulsión -y comprendemos la referencia que Freud ha hecho retrospectivamente a Albert Moll y sus Untersuchungen zur libido sexualis (1898), a propósito de su propia elección del término «libido». En efecto, a ciertos lexicógrafos les ha sorprendido que Freud declarara, en los artículos «Psicoanálisis» y «Teoría de la libido» (1923), haber «tornado» el vocablo a Albert Moll, siendo que él mismo lo había usado ya en 1894. Pero, para empezar, el texto no se refiere a la apropiación de algo ajeno: «Libido -escribe Freud en 1923- es un vocablo de la doctrina de las pulsiones, ya utilizado con este sentido por Albert Moll para designar la expresión dinámica de la sexualidad, e introducido por el autor de estas líneas en el psicoanálisis». Lo esencial es entonces que el término sea tomado en el contexto de la teoría de las pulsiones. Por otra parte, lo mismo sucede en 1905, en la definición liminar de los Tres ensayos, que presenta la libido como un equivalente del «hambre» en el registro de la sexualidad. Además, en la obra citada de Albert Moll, totalmente consagrada al tema de la pulsión sexual, el término «libido» sólo aparece en el título. Tampoco aparece en ninguna de las principales obras publicadas posteriormente por Albert Moll: Sexualleben des Kindes [La vida sexual de los niños] (1908), y el monumental Handbuch der Sexualwissenschaften [Compendio de los conocimientos sobre la sexualidad] (1912), escrito en colaboración, sobre todo con Havelock Ellis, y que aborda a la vez la fisiología, la biología y, de manera extensa, los aspectos culturales de la sexualidad. Con la apariencia de una discusión de detalle se vislumbra entonces un problema de fondo. Si Freud se remitió a Albert Moll (una carta del 14 de noviembre de 1897 ya atestiguaba su interés por este autor, y además, en una nota de los Tres ensayos, recordará su idea de la descomposición de la pulsión sexual en «pulsión de detumescencia» y «pulsión de contrectación», o toma de contacto con un objeto), fue porque le pareció esencial basar la teoría de la libido precisamente en la pulsión. Se advertirá por otra parte que, en el momento de su descubrimiento de las «zonas erógenas», habla de «impulsos», y no de «pulsiones», como lo hace en los Tres ensayos. Sin anticipar los desarrollos que el estudio de 1913 titulado «Pulsiones y destinos de pulsión» consagrará a los «conceptos fundamentales» (Grundbegriffe), cuya primera ilustración será precisamente la pulsión, está claro que la cuestión es de tipo epistemológico, y también que el recurso a la pulsión, en tanto que concepto energético, tiene la finalidad de apuntalar la diversidad de los procesos que surgen del concepto dinámico de la libido. Inicialmente, en efecto, y en el ámbito de la cura catártica, se considera que el proceso libidinal se despliega de manera lineal, desde la excitación orgánica hasta su asunción psíquica. a medida que se desarrolla la teoría y, en definitiva, desde el momento en que se toma en cuenta la relación con el objeto, el concepto de pulsión es llamado a designar todo un conjunto de procesos heterogéneos. Habrá entonces que integrar en el común denominador de «pulsión» sexual la fuente de energía de la cual los procesos «libidinales» trazarán las vías de liquidación. Pero además esta sistematización debía obtener su garantía de la organización de la experiencia. Los Tres ensayos proponen abordar el problema en dos etapas: la primera -centrada en la pulsión- parte de los estadios autoeróticos de la sexualidad infantil; la segunda -que permite seguir las incidencias del advenimiento del objeto- encara la cuestión tanto desde el punto de vista de la pulsión y sus metas, como desde la definición de la libido. Con relación a las posiciones anteriores, el progreso consiste en un desplazamiento de la noción de libido. En oportunidad del descubrimiento de la estratificación de las zonas erógenas, la libido aparece como procedente del «contacto» entre la excitación orgánica y los «grupos de representaciones» determinados por las huellas registradas y su modificación. En adelante, a las pulsiones les corresponde asumir de manera general el campo de las excitaciones orgánicas. En cuanto a la libido, se constituirá en una meta de objeto. ¿La noción queda entonces excluida de la descripción de la sexualidad infantil, si es cierto que ésta tiene que concebirse como autoerótica? En realidad, a riesgo de contradicción, Freud no vacila en evocar, en la sección que trata de las transformaciones de la pubertad con el título de «El descubrimiento del objeto», el apego más arcaico del lactante a su madre como «objeto sexual». Además, esboza una crítica del tema del autoerotismo, en cuanto se puede formular la hipótesis de que la pulsión, «que encontraba su objeto afuera, en el seno de la madre», refluye secundariamente a una posición autoerótica. Desde este punto de vista, «sólo después de haber superado el período de latencia se restablece la relación original. No sin razón el niño prendido al pecho de la madre se ha convertido en el prototipo de toda relación amorosa. En síntesis, encontrar el objeto sexual no es más que reencontrarlo». Pero es precisamente en este contexto donde se hace referencia a la libido, en primer lugar con respecto a la angustia infantil: «La conducta de los niños, desde la más tierna edad, indica que su apego a las personas que los cuidan tiene la naturaleza del amor sexual [ … ]. Se angustian en la oscuridad, porque no ven a la persona amada, y esta angustia sólo se apacigua cuando pueden tomarle la mano [ … ]. El niño se comporta en este caso como el adulto: su libido se transforma en angustia en cuanto no puede alcanzar una satisfacción; el adulto, por su parte, convertido en neurótico a causa de una libido no satisfecha, se comportará en sus angustias como un niño». Asimismo, tratándose de la «barrera contra el incesto», «el niño tenderá naturalmente a elegir a las personas que ha amado desde su infancia, con una libido de alguna manera atenuada»; además, «ciertas jóvenes, que experimentan una excesiva necesidad de ternura están expuestas a una tentación irresistible que las lleva, por una parte, a buscar en la vida el ideal de un amor asexual y, por la otra, a enmascarar su libido con una ternura que pueden manifestar sin autorreproches». En conclusión, en el caso general de los neuróticos «se podrá demostrar con certidumbre que el mecanismo de la enfermedad consiste en un retorno de la libido a las personas amadas durante la infancia». La noción de libido encuentra entonces su lugar en el nivel del autoerotismo infantil, pero como anticipación de la constitución del objeto, que llega en la madurez. De allí en más, el desarrollo de la pulsión, caracterizada por sus fuentes y su meta, dominará el conjunto de la teorización de los Tres ensayos. Las fuentes son orgánicas, sea que se trate de las pulsiones parciales o de la pulsión genital que se les integra; en cuanto a la meta, las pulsiones parciales tenderán a la satisfacción local propia de cada zona erógena, mientras que la pulsión genital se pondrá al servicio de la función de reproducción, asumiendo las excitaciones orgánicas que emanan de la «zona» genital. «Ella, por así decirlo -escribe Freud-, se vuelve altruista.» La libido es la exigencia de darle un objeto a ese altruismo. Pero, ¿cuál es la intensidad de esta exigencia, de este apetito o «hambre» sexual? Un complemento incorporado en 1915 a los Tres ensayos, con el título de «Teoría de la libido», reforzará aún más la dependencia de la libido respecto de la pulsión. Una vez instaurada la primacía de las zonas genitales, recordemos en primer lugar cuáles son las excitaciones capaces de poner en acción el aparato genital externo; ellas pueden provenir del mundo exterior por la estimulación de las zonas erógenas, del interior del organismo, o bien «tienen por punto de partida la vida psíquica, que se presenta como un depósito de impresiones interiores y un puesto de recepción para las excitaciones exteriores. «Estos tres mecanismos -continúa Freud determinan un estado que llamamos «excitación sexual».» Sabemos además que la pulsión es el «representante» de esas excitaciones. Ahora bien, según el suplemento de 1915 a los Tres ensayos, «nos hemos detenido -declara Freud- en una noción de la libido que hace de ella una fuerza (Kraft) cuantitativarnente variable que nos permite medir los procesos y las transformaciones en el dominio de la excitación sexual». De modo que esta nueva versión lleva a su culminación, en 1915, la sistematización esbozada diez años antes. El intento encuentra su justificación, decimos nosotros, en la diversificación de los procesos anteriormente concebidos como imputables a la libido, es decir, a la expresión psíquica de tensiones orgánicas. Al definirla ahora cuantitativamente, como medida «de los procesos y las transformaciones», Freud unifica su dominio, pues desde este punto de vista dinámico, es decir, desde el punto de vista de la «fuerza» que los representa, es precisamente el valor respectivo de su representación en el registro psíquico de la libido lo que permite configurar la distribución global que decide su orientación. En otros términos, la fuerza del apetito sexual que apunta a dar un objeto a la «pulsión altruista», al servicio de la función de reproducción, traduce la configuración dinámica de las excitaciones que emanan de las zonas erógenas y, en primer lugar, de la zona genital, que permite la erección y el coito. Pero, ¿cuál es el alcance de esta noción de «pulsión altruista»? A algunos años de distancia, el suplemento a los Tres ensayos que acabamos de mencionar prolongaba la discusión abierta en 1912 por la publicación de la obra de Jung titulada Wandlungen und Symbole der Libido. Recordemos sólo que si Jung, rompiendo con Freud, desarrolló la noción de una «libido» desexualizada (asimilada, según sus propios términos, al élan vital de Bergson o a la noción más general de un «interés» existencial), que por otra parte escaparía a toda determinación coactiva del pasado, en tanto que representativa de la exigencia de autonomía de un sujeto vuelto hacia el futuro, Jung, decimos, lo hizo en razón del desplazamiento de centro de la teoría desde la neurosis hasta la psicosis, y de la consiguiente «radicalización» de los planteos y conceptos derivados del análisis de la histeria, según lo atestiguan las Conferencias de introducción al psicoanálisis. En efecto, en la medida en que la libido freudiana es apetito de objeto, apetito de un objeto cuyo goce satisfaría la meta de la pulsión sexual, en esa medida la ruptura del psicótico con la realidad -sea que ella se manifieste por el delirio, la alucinación o el repliegue del sujeto sobre su experiencia íntima- parece exigir, a la inversa, un nuevo estatuto para la libido que, orientada al mundo y no ya a la búsqueda del objeto, se sustraiga por ese mismo hecho a la esfera de la sexualidad. Con esto Jung parece también abolir la distinción, mantenida por Freud, entre la energía de la pulsión y la dinámica de los procesos libidinales; se atribuye a la libido la energía de una tensión consagrada globalmente al desarrollo pleno del sujeto en un «mundo». Los criterios de verificación característicos de estos trayectos se pueden captar comparando los trabajos que les sirvieron de preludio: el artículo publicado por Jung en 1909, «Die Bedeutung des Vaters für das Schicksal des Einzelnen» [La significación del padre para el destino del individuo] y el análisis presentado por Freud en 1911 sobre la demencia paranoide del presidente Schreber. Un intercambio de cartas entre Abraham y Freud acerca del artículo de Jung demuestra el interés que éste había suscitado en Freud, quien subraya que, mientras que la atención del psicoanálisis se había concentrado particularmente en la investidura libidinal de la madre, Jung era el primero en atribuir un rol esencial a la representación de la paternidad y sus vicisitudes. Habrá que observar además (y esto es lo esencial) que Jung entiende precisamente la paternidad como un modelo, herencia del linaje de los antepasados, según el cual se determina la figura efectiva y crucial del padre. En 1912, Freud retendrá en Tótem y tabú esta dimensión del problema, en una perspectiva filogenética. No obstante, desde el punto de vista de la ontogénesis individual en el que nos sitúa el análisis de Schreber, el padre interviene en tanto que objeto de una fijación homosexual. Y si, más profundamente, esta relación se enraíza en una fijación narcisista, lo hace en cuanto ese padre ha sido por sí mismo un objeto de amor, un objeto libidinal. El individuo en desarrollo «reúne, en efecto, en una unidad sus pulsiones sexuales -que hasta allí actuaban de modo autoerótico-, a fin de conquistar un objeto de amor, y al principio se toma a sí mismo, toma su propio cuerpo, como objeto de amor». Esta corriente libidinal arcaica, en una primera fase de represión, se fija en el inconsciente. En una segunda fase interviene la represión, descrita, en el caso de las neurosis, como «emanada de las instancias más altamente desarrolladas, capaces de ser conscientes». Pero «la tercera fase, la más importante en lo que concierne a los fenómenos patológicos, es la del fracaso de la represión, la del retorno de lo reprimido. Esta irrupción se origina en el punto en que tuvo lugar la fijación, e implica una regresión de la libido hasta ese punto preciso». «Ya hemos aludido -continúa Freud- a la multiplicidad de los puntos posibles de fijación; hay tantos como estadios en la evolución de la organización de la libido.» Esta regresión tiene una sanción, que es la vivencia de la destrucción del mundo. Schreber, en efecto, «adquiere la convicción de que es inminente una gran catástrofe, el fin del mundo». Pero entonces se desencadena el delirio: el paranoico reconstruye el universo, no en verdad «más espléndido», como dice Fausto, pero al menos «de modo tal que de nuevo pueda vivirse en él». Lo que entonces «atrae poderosamente nuestra atención es el proceso de curación que suprime la represión y reconduce la libido hacia las mismas personas que ella había abandonado». En este caso no podemos decir que el sentimiento reprimido adentro sea proyectado afuera: «se debería decir más bien que lo que ha sido abolido (aufgehoben) adentro vuelve desde afuera». Lo que está en juego en la refutación de Freud a Jung es entonces la posición atribuida al objeto en la definición de la libido. La libido freudiana, que es ansia de objeto, recorre todas las posiciones que ese objeto puede ocupar, en una serie cuyo primer momento es dado por «la primera presencia auxiliadora». La libido junguiana es desexualizada por cuanto se asimila a la energía de una existencia singular que se realiza en el mundo, con exclusión de toda aspiración de objeto. Sin duda, en el ciclo recorrido por la libido se pueden distinguir la libido del yo y la libido de objeto. Esta precisión terminológica no compromete la esencia de la noción, tomada en su acepción freudiana si es cierto que, en su posición más arcaica, la libido del yo nos es representada como segunda con relación a la investidura de la «primera presencia» que aseguró la satisfacción nutricia. En la línea de las sugerencias de Freud, también es posible remover el equívoco terminológico del «objeto» libidinal con referencia al estado de «prematuración»; ante la carencia orgánica del recién nacido, este objeto se encuentra reducido al polo virtual de un «apetito», cuya cualidad de «sexual» sólo sirve para justificar el hecho de que proviene «del exterior», y a la exigencia de repetición que, por este mismo hecho, se liga menos a la satisfacción de la necesidad que al goce de un contacto precario. Así adquirirá todo su alcance la noción de una «pulsión altruista». 

continuación del término en ¨Diccionario de Psicologia, letra L, Libido (tercera parte)¨