Diccionario de Psicología, letra L, Libido (tercera parte: Freud- Lacan)

Diccionario de Psicología, letra L, Libido, (tercera parte)

Pero, si la libido del prematuro se inserta en un interés de supervivencia, que le presta un valor prospectivo, la repetición, cuya exigencia ella porta, devuelve la meta hacia el pasado y, si bien en el horizonte de la libido se perfila el objeto, la compulsión repetitiva sólo apunta a la extinción de la excitación, puesto que se da por fin el retor no de la satisfacción, en la que esa excitación es abolida. De modo que la pulsión sexual aparecerá como anudada a la pulsión de muerte, y el principio de placer, que rige el curso del proceso libidinal, como subordinado al principio de constancia. Además el superyó, representante de la pulsión de muerte, se hará cargo de la desexualización de la pulsión: la exclusión del objeto libidinal, al servicio de la cual se pondrá la empresa de la sublimación. Se nos propone una traducción matemática de esta formulación teórica, con la distinción de la representación vectorial del principio de placer, que rige la reducción relativa de la tensión, desde un valor superior a uno menor, y el pasaje al límite al que tiende la serie trigonométrica de Fourier, en la presentación, por Gustav Theodor Fechner, del principio de constancia. También se subrayará el alcance didáctico de la anticipación que al respecto ofrece el comentario de «El motivo de la elección del cofre», en 1913, o sea siete años antes de Más allá del principia de placer. En el estilo del ensayo, Freud presentaba entonces la imagen de Venus como la envoltura ilusoria bajo la cual se oculta la fatalidad de la muerte. De este modo el objeto libidinal revelaba ya su estatuto de ilusión, la subordinación de la pulsión sexual a la pulsión de muerte. También habrá que mantener la especificidad de la pulsión sexual y, en esta medida, la irreductibilidad de la libido: la pulsión sexual no se reduce a la pulsión de muerte, le es subordinada. Además, en la medida en que el estudio de los procesos que suscita la libido nos ha convencido de su movilidad, de su fijación narcisista en la elección de objeto, en esta misma medida tenemos derecho a extender su dominio desde la sociedad restringida a la sociedad ampliada, en los términos de El malestar en la cultura, y al conjunto de la vida colectiva. En tal carácter nos será presentada como derivada de la capacidad universal de vinculación, que designa el Eros platónico. Sin duda, al asimilarle la libido, Freud aduce ese precedente como respuesta a la acusación de pansexualismo. Pero, en un nivel más profundo, de este modo se manifiesta la esencia misma de la libido, en esa movilidad de su relación con el objeto. Ahora bien, esta movilidad, ¿no abriría una perspectiva nueva sobre el estatuto de ese objeto? La noción platónica del Eros se basa en el mito de la unidad del andrógino primordial. También Lacan se vale de un mito en el congreso de Bonneval, en 1960, marcando su concepción de la libido con el toque de fantasía que Freud consideraba indispensable para todo progreso de su metapsicología: recurre al mito del huevo, «que quizá se indique como reprimido a continuación de Platón en la preminencia acordada durante siglos a la esfera en una jerarquía de las formas sancionada por la ciencia de la naturaleza. Consideremos, en efecto, a ese huevo en el vientre vivíparo: cada vez que se rompen sus membranas, es herida una parte del huevo». Dicho esto, la imagen de la laminilla y el mito que la introduce «parecen bastante apropiados -dice Lacan- para figurar tanto como emplazar lo que nosotros llamamos la libido». La libido, en efecto, es «esa laminilla que desliza el ser del organismo en su verdadero límite, que va más lejos que el de cuerpo». ¿Se sospechará aquí el eco de una cierta fenomenología del cuerpo que traduce la expresión, en Husserl y sus émulos, de «organismo intencional»? Lo mismo da, si es cierto que en este caso ese órgano se constituye en virtud de una ruptura fácilmente imaginable cuando se admite que «cada vez que se rompen las membranas de las que va a salir el feto en trance de convertirse en recién nacido, algo levanta vuelo». Como Cupido. Más en general, acerca de ese modelo que es el mito se podrá decir que la laminilla «representa esa parte del viviente que se pierde al producirse éste por las vías del sexo». De esto dirá Lacan en 1964 -en el Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, publicado en 1973, donde retoma en lo esencial su intervención de Bonneval en 1960-, «son los representantes, los equivalentes, todas las formas que se pueden enumerar de¡ objeto a. Los objetos a son sólo los representantes, las figuras de esto. El pecho -como equívoco, como elemento característico de la organización mamífera-, igual que la placenta, representa esa parte de sí que el individuo pierde al nacer, y que puede servir para sintetizar el más profundo objeto perdido». Se trata ahora de dar una representación teórica de esta laminilla; para empezar, se observará que, como se infiere de esa expresión geométrica de una autosuficiencia que es la esfera, ella tiene la naturaleza de una superficie (el seudópodo retráctil evocado por Freud en «Introducción al narcisismo»); esta superficie estará dotada de un borde, a fin de responder a las exigencias de la teoría psicoanalítica: «La laminilla tiene un borde -indica Lacan, en respuesta a la pregunta de un oyente-; se inserta sobre la zona erógena, es decir, sobre uno de los orificios del cuerpo, en tanto que esos orificios, toda nuestra experiencia lo demuestra, están ligados a la apertura-cierre de la hiancia del inconsciente». Así la figuración de la libido, mítica y después teórica, podrá ordenarse a las categorías elaboradas por Lacan con miras a articular la constitución «en el lugar del Otro» de la cadena significante, y la emergencia de un sujeto en sus lagunas. Pues «lo importante -decía Lacan en Bonneval- es captar de qué modo el organismo se engancha en la dialéctica de sujeto. Este órgano de lo incorporal en el ser sexuado es aquello del organismo que el sujeto emplaza en el momento en que se opera una separación. Es por él que realmente puede hacer de su muerte el objeto del deseo del Otro. Por medio de esto ocuparán ese lugar el objeto que él pierde por naturaleza, el excremento, o incluso los soportes que él encuentra al deseo del Otro: su mirada, su voz. Esa actividad que en él denominamos pulsión se aplica a rodear esos objetos para recuperar en ellos, restaurar su pérdida original. No hay otra vía en la que se manifieste en el sujeto la incidencia de la sexualidad». En resumen, la imagen no deja de situarnos al hilo de la problemática freudiana. Al término del capítulo de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1932) consagrado a «La femineidad», Freud se interrogó sobre el sexo de la libido, y llegó a la conclusión de que era de naturaleza masculina: «Hemos dado a la fuerza pulsional de la vida sexual el nombre de libido. La vida sexual está dominada por la polaridad masculino-femenino; nada más natural que estudiar la situación de la libido con relación a esta oposición. No nos sorprendería que a cada sexualidad correspondiera una libido particular». No obstante, en verdad «éste no es el caso. No hay más que una libido, la cual se encuentra al servicio de la función sexual, tanto del varón como de la hembra. Si, fundándonos en las semejanzas convencionales entre la virilidad y la actividad, nosotros la calificamos de masculina, nos cuidaremos de no olvidar que ella representa también mociones de metas pasivas». La originalidad de la concepción de la libido en Lacan tiene que ver con el origen que él le atribuye. Caracterizarla como «un órgano» -es decir, según el criterio de los efectos que emanan de la estructura del organismo- implica la puesta al día de su construcción: en este caso, en el pensamiento de Lacan, un proceso cuyo modelo es la separación de la «laminilla». Cuando con Freud nos representamos la libido como «masculina», conviene aún interrogarse sobre el alcance de este concepto. Es precisamente esencial al pensamiento freudiano integrar en él la castración; no menos esencial, en lo que concierne a la libido femenina, es integrar la envidia del pene. De ello resulta que, por ambas partes, la libido se polariza sobre una falta. Así se comprende la naturaleza del objeto, bajo las especies del objeto a de Lacan, que tiene la naturaleza de una «caída» procedente de la cadena significante, sobre el fundamento de la carencia del Otro. El problema consiste entonces en discernir lo que puede transparentarse de esa falta a través del «objeto» libidinal; en otras palabras, qué parte le corresponde en su constitución a la pulsión de muerte. La «primera presencia auxiliar», a la cual nos remite el capítulo VII de La interpretación de los sueños, ¿no se constituía ya en «objeto» de deseo sobre el fondo del desamparo? Con la expansión de la libido bajo la designación de Eros, también convendrá seguir las vicisitudes de la categoría de la falta. Tótem y tabú, El malestar en la cultura, no han agotado al respecto su fecundidad operatoria y, en esta perspectiva, subsiste aún abierto un campo de investigación todavía inexplorado sobre el tema de la sublimación. A medida que se amplía el dominio de la libido, su contenido parece restringirse. Tomando por tema inicial la experiencia común del hambre sexual, hemos asistido, en efecto, a la construcción de este concepto en olas sucesivas; cada uno de los tiempos de su elaboración traduce un refuerzo de la dependencia de la libido respecto de la pulsión. En un primer momento, desde la perspectiva genética de los Tres ensayos de teoría sexual, el concepto de pulsión tiene la función de integrar los estadios de desarrollo de la libido. En un segundo momento, con el desplazamiento del centro de la teoría desde la neurosis hasta la psicosis -y, correlativamente, con la manifestación de la fijación narcisista-, a la noción de destinos de pulsión le corresponderá sostener la hipótesis de una desexualidad de la energía libidinal. En un tercer tiempo, esta hipótesis se precisa a la luz de la oposición pulsión de vida – pulsión de muerte. Por fin, en un último movimiento, la generalización de la libido bajo la forma de Eros la ordena de manera asintótica a la energía de la pulsión. Sucede además que, por un efecto de arrastre, la pulsión reacciona sobre el concepto de libido a la manera de un revelador, dando forma, sobre todo, a la noción de «tipo libidinal». En efecto, si la pulsión ha emergido en el corazón de la teoría, es porque las polaridades antagonistas que la especifican en su esencia psicológica -inversión en lo contrario, vuelta sobre la propia persona, represión y sublimación en el registro de la pulsión sexual, unión y destrucción en su forma generalizada- asignan sus puntos de anclaje al desarrollo de la existencia. Así, la articulación del concepto de libido con el de pulsión, es decir, con las leyes del destino pulsional, dibujará los cuellos de botella del apetito sexual a través de las vicisitudes de la historia individual. El recurso de los Tres ensayos a la noción de pulsión sólo aseguraba entre los estadios del desarrollo una unidad formal; caracterizada más profundamente por sus mutaciones, la pulsión convertirá el desarrollo en un destino. Encarada, por otra parte, desde el punto de vista de la organización del aparato psíquico -en otros términos, según la configuración de las instancias que gobiernan la regulación de la energía-, los diversos regímenes característicos de la pulsión -estado libre, ligadura, modelos de ligadura- se distribuyen entre las regiones de la segunda tópica. En el seno de esta estructura -estructura de lo simbólico en la lectura que propone Lacan del pensamiento freudiano-, el apetito sexual o libido es llamado a orientarse a la manera de la aguja imantada en un campo magnético; el espectro de orientaciones así abiertas se especifica en una clasificación de los tipos libidinales. Con respecto a estas tentativas, la originalidad del artículo de 1931 consiste en tomar como criterio para una tipología, la situación de la libido en la estructura de la segunda tópica, es decir, en la configuración de las «provincias» entre las cuales se distribuye la energía pulsional. Por otra parte, desde un punto de vista puramente psicológico, la función atribuida al «tipo» aparece aquí como solidaria de un estilo de’ investigación característica. Las constelaciones de la libido, nos dice Freud, pueden en efecto «servir» para fundar esta clasificación. Pero ella no puede ser «simplemente deducida de los conocimientos o de las hipótesis elaboradas previamente en este dominio». Es preciso además que podamos legitimar fácilmente su aplicación en el plano experimental, y que ella contribuya, por su lado, «a respaldar nuestras tesis». En otros términos, la teoría de la libido no tendrá más que una función heurística, De allí una doble consecuencia: por un lado, los tipos inferidos no son los únicos posibles; por el otro, lejos de coincidir con los tipos patológicos, ayudarán a llenar la brecha entre lo patológico y lo normal. De este modo Freud se aparta deliberadamente de los procedimientos de verificación que le son familiares. El tipo no es un concepto teórico elaborado según las reglas de una metodología experimental. Destinado a orientarnos prácticamente y por aproximaciones sucesivas en la diversidad inagotable de los datos empíricos, será comparable a los conceptos reguladores de Kant en oposición a los conceptos constitutivos, y comparable además a los conceptos cuyo rol nos demuestran los ensayos de Freud sobre el análisis de las obras de arte. Además, al intentar una clasificación de los tipos cedemos a una «necesidad» y la teoría de la libido sólo puede «servirnos» para desarrollarla. Y la razón es clara: estamos abordando la libido desde el ángulo de la tópica, sin asociar las determinaciones energéticas y dinámicas que gobiernan la construcción de toda teoría. Por un instante, en efecto, volvamos a ese segundo punto de vista. En la determinación del proceso libidinal interferirán dos series de puntos de referencia: por una parte, el apetito sexual inicialmente connotado por el concepto de libido se determina en su relación con el objeto virtual o actual en el que la pulsión apunta a satisfacerse; por la otra, los avatares de la pulsión -avatares de la simbolización en su relación con el Otro, en el lenguaje de Lacan- sitúan históricamente esta relación en el devenir del sujeto. La primera de estas determinaciones es de orden dinámico, y la segunda de orden energético; una apunta en principio a la orientación del proceso psíquico en el instante, y la otra al curso de la existencia en sus mutaciones esenciales, oposición ésta que subtiende la psicología clásica en la pareja de emoción y pasión, matemáticamente formulada por las ciencias de la naturaleza en la represntación vectorial de las fuerzas como el otro polo de la expresión integral del ciclo energético, y que consagrará, en el registro del psicoanálisis, la polaridad metodológica de la interpretación y la construcción. Pero ubiquémonos entonces en un punto de vista tópico. Asistiremos al emplazamiento de los «tipos libidinales» según la diversidad de las relaciones de la libido con las instancias de la psique. Así distinguiremos un tipo «erótico», un tipo «narcisista» y un tipo «obsesivo», caracterizados, respectivamente, por la prevalencia de una relación de la libido con el ello, con el yo y con el superyó. La simple comparación de esta clasificación con la primera anticipación por Freud de un «tipo» psicológico permite discernir el beneficio extraído en este sentido del advenimiento de la segunda tópica.