Diccionario de Psicología, letra N, neurosis obsesiva III

Neurosis obsesiva

Alemán: Zwangsneurose.
Francés: Névrose obsessionnelle.
Inglés: Obsessional neurosis.
Forma principal de neurosis identificada por Sigmund Freud en 1894, la neurosis obsesiva (o neurosis de coacción) es, junto con la histeria, la segunda gran enfermedad neurótica de la clase de las neurosis, según la doctrina psicoanalítica. Tiene por origen un conflicto psíquico infantil, y una etiología sexual caracterizada por una fijación de la libido en el estadio anal. En el plano clínico, se pone de manifiesto por ritos conjuratorios de tipo religioso, síntomas obsesivos y por permanente rumiación mental, en la que intervienen dudas y escrúpulos que inhiben el pensamiento y la acción.
El alienista francés Jules Falret (1824-1902) introdujo el término obsesión para designar el
fenómeno de influencia en virtud del cual el sujeto es asediado por ideas patológicas, por una falta que lo acosa y obsesiona al punto de hacer de él un muerto vivo. El término fue más tarde traducido al alemán por Richard von Krafft-Ebing, quien escogió para ello la palabra Zwang, la cual remite a una idea de coacción y compulsión: el sujeto se obliga a actuar y pensar contra su voluntad. Pero le correspondió a Freud el mérito de haberle dado por primera vez un contenido teórico a la antigua clínica de las obsesiones, no sólo ubicando la enfermedad en el registro de la neurosis, sino haciendo de ella, frente a la histeria, la segunda gran componente de la estructura neurótica humana.
Mientras que la histeria era conocida desde la Antigüedad, la obsesión apareció tardíamente en
la clínica de las enfermedades nerviosas. Sin embargo, las dos entidades tuvieron que ver con la
historia de la religión en Occidente. En efecto, ambas están emparentadas con los antiguos
fenómenos de posesión y con la división entre el alma y el cuerpo. En el caso de la histeria, la
posesión es más bien sonambúlica, pasiva, inconsciente y «femenina»: es el diablo quien se
apropia de un cuerpo de mujer para torturarlo. En la obsesión, por el contrario, es activa y
«masculina»: el propio sujeto es torturado interiormente por una fuerza diabólica, mientras
permanece lúcido acerca de su estado. Por una parte la mujer, asemejada a una bruja, es
culpable a través de un cuerpo diabólico ofrecido a la lujuria; por la otra, el hombre es invadido
por una mancha moral que lo obliga a convertirse en su propio inquisidor. La histeria es un arte
«femenino» de seducción y conversión; la obsesión, un rito «masculino» comparable a una
religión.
Esta diferencia entre lo femenino y lo masculino, entre lo activo y lo pasivo, entre el cuerpo
convulsivo y la conciencia culpable, se vuelve a encontrar en el modo en que Freud opuso, en
una carta a Wilhelm Fliess de 1895, la neurosis obsesiva a la histeria: «Imagínate, yo olfateo,
entre otros, el condicionamiento estrecho siguiente: para la histeria, que se haya producido una
experiencia sexual primaria (antes de la pubertad) con pánico; para la neurosis obsesiva, que se
haya producido con placer La histeria es la consecuencia de un pánico sexual presexual. La
neurosis obsesiva es la consecuencia de un placer sexual presexual que se transforma más
tarde en reproche.» De modo que, hasta 1897, en el marco de la teoría freudiana de la seducción
(trauma sexual infantil) la sexualidad de las niñas se desplegaba bajo el signo de la pasividad y
el pánico, y la de los varones, bajo el signo de un placer activo vivido como pecado.
Después del abandono de la teoría de la seducción, Freud no volvió sobre la cuestión de la
neurosis obsesiva hasta 1907: presentó entonces por primera vez ante la Sociedad Psicológica
de los Miércoles el principio de la historia de un enfermo afectado de esta neurosis: Ernst
Lanzer, que se hizo célebre con el seudónimo de Hombre de las Ratas. Esa exposición magistral
iba a servir de modelo a todos los comentarios ulteriores dedicados a la idea de la obsesión.
Aunque conservando una cierta correlación entre pasividad e histeria, y actividad y obsesión,
Freud rechazó en lo esencial la bipolarización, reemplazándola por una explicación etiológica
basada en su nueva teoría de la sexualidad. La neurosis obsesiva aparecía entonces como una
afección que podía alcanzar por igual a hombres y mujeres, y cuyo origen era un conflicto
psíquico. El cambio principal se produjo de hecho con la
publicación de 1905 de los Tres ensayos de teoría sexual, donde Freud puso de manifiesto la
sexualidad infantil, la perversión polimorfa y el erotismo anal, que suscitarían una formidable
hostilidad entre los adversarios del psicoanálisis, induciendo la acusación de pansexualismo
dirigida contra Freud.
Entre 1907 y 1926, Freud transformó su concepción de la neurosis obsesiva. En el historial del
Hombre de las Ratas lo que aparece dominando la organización sexual del obsesivo es el
erotismo anal, y esa analidad está también presente -observa Freud- en los «ejercicios
religiosos». Constatando la analogía entre la religión (cuyos rituales tienen un sentido) y el
ceremonial de la obsesión (en el que esos mismos rituales sólo responden a una significación
neurótica), Freud caracteriza la neurosis como una religión individual, y la religión como una
obsesión universal.
En 1913 retomó esta temática con la publicación de un libro, Tótem y tabú, y un artículo, «La
predisposición a la neurosis obsesiva». Comparada con la histeria, definida como un lenguaje
pictórico, y con la paranoia, considerada una filosofía frustrada, la neurosis de coacción es
nuevamente ubicada bajo el signo de la religión: «Las neurosis, por una parte, presentan
concordancias sorprendentes y profundas con las grandes producciones sociales del arte, la
religión y la filosofía-, por otro lado, aparecen como distorsiones de estas últimas. Podríamos
arriesgarnos a decir que una histeria es una imagen distorsionada de una creación artística; que
una neurosis de compulsión es la imagen distorsionada de una religión, y que un delirio
paranoico es la imagen distorsionada de un sistema filosófico.» No obstante, también había que
relacionar la obsesión con una regresión de la vida sexual a un estadio anal, y su corolario: un
sentimiento de odio propio de la constitución misma del sujeto humano. Pues, según Freud, era el
odio, antes que el amor, lo que estructuraba el conjunto de las relaciones entre los hombres,
obligándolos a defenderse contra él mediante la elaboración de una moral.
En 1926, en Inhibición, síntoma y angustia, esta teoría es revisada a la luz de la segunda tópica
y de la noción de pulsión de muerte. El desencadenante de la neurosis obsesiva sería entonces
el miedo del yo a ser castigado por el superyó. Mientras el superyó actúa sobre el yo como un
juez severo y rígido, el yo se ve obligado a resistir a las pulsiones destructivas del ello,
desarrollando formaciones reactivas que toman la forma de escrúpulos, limpieza, sentimientos
piadosos y de culpa. De este modo el sujeto se hunde en un verdadero infierno del que nunca
logra liberarse.
Ahora bien, este infierno no es más que la versión patológica de un sistema institucional patriarcal y judeocristiano del que Freud, por otra parte, pondera tanto las debilidades como los méritos. En su análisis del Hombre de las Ratas, y después en Tótem y tabú, vincula en efecto los progresos de la ciencia y de la razón con el advenimiento del patriarcado, señalando de tal modo que el freudismo, como expresión de esa ciencia y de esa razón, podía servir de defensa contra los diversos intentos de abolición de la familia, y contra la ineluctable declinación del padre en la sociedad occidental del siglo XX. En 1938, en la última etapa de la reflexión que realiza paralelamente sobre la religión y la lógica de la estructura obsesiva, sacó a plena luz, con Moisés y la religión monoteísta, la ambivalencia del amor y el odio, sintomática a sus ojos de la «relación con el padre». Desde luego, esta ambivalencia remite a la función de prohibición del  incesto sostenida por el padre en el mundo judeocristiano.
De modo que la neurosis obsesiva definida por Freud siempre sería para él un verdadero objeto de fascinación, en la medida en que pone en escena la esencia de la relación edípica. En una carta de 1907 a Carl Gustav Jung, Freud se pintó a sí mismo con los rasgos de un obsesivo, mientras consideraba a su delfín como un histérico: «Si usted, un hombre sano, pertenece a la categoría del tipo histérico, yo tengo que reivindicar para mí el tipo obsesivo». Por otra parte, a propósito de un joven en tratamiento, caracterizó la historia de Edipo como un caso de neurosis obsesiva: «Se trata de un individuo sumamente dotado, de tipo edípico, amor a la madre, odio al padre (el Edipo antiguo es en efecto un caso de neurosis obsesiva en sí mismo -pregunta de la Esfinge-), enfermo desde los 11 años, ante la revelación de los hechos sexuales».
A igual título que la histeria, la neurosis obsesiva es por lo tanto correlativa de la historia del psicoanálisis en su intento clínico y antropológico de aportar una respuesta al enigma de la diferencia de los sexos y a la cuestión de la organización de la familia y las sociedades.