Diccionario de Psicología, letra N, normalidad

Normalidad
La dificultad de asignar un contenido propiamente psicoanalítico a los conceptos de lo «normal» y lo «patológico» tiene que ver en primer lugar con el hecho de que derivan de tipos de teorización fundamentalmente distintos, según el dominio de experiencia con que están
relacionados, y que los vinculan con la primera o la segunda tópica, sea que se determinen en el
terreno de la neurosis o en el de la psicosis.
Para la neurosis, campo en el que prevalece, en su aplicación a la histeria, la cura catártica, la
Psicopatología de la vida cotidiana caracteriza un registro intermedio entre un orden de los
procesos «normales» y la versión «patológica» de su prolongación.
«No vamos a comenzar con hipótesis», escribe Freud incluso en 1916, en el capítulo II de
Conferencias de introducción al psicoanálisis, dedicado a los actos fallidos, «sino con una
investigación, a la cual asignaremos por objeto ciertos fenómenos, muy frecuentes, muy
conocidos y muy insuficientemente apreciados, que no tienen nada que ver con el estado
mórbido, puesto que es posible observarlos en todo hombre con buena salud. Son los
fenómenos que designaremos con el nombre genérico de actos fallidos, y que se producen
cuando una persona dice o escribe, lo advierta o no, una palabra que no es la que quería decir o
escribir (lapsus); cuando lee, en un texto impreso o manuscrito, una palabra que no es la que
está realmente impresa o escrita (falsa lectura), o cuando oye algo distinto de lo que se le ha
dicho, sin que esta falsa audición se deba a un trastorno orgánico de su capacidad auditiva.
Otra serie de fenómenos del mismo tipo tiene por base el olvido, cuando se trata de un olvido no
permanente sino momentáneo, como en el caso, por ejemplo, en que no se puede recordar un
nombre que no obstante se conoce y que por lo general se termina por recordar más tarde, o
cuando uno olvida ejecutar un proyecto que no obstante recuerda más tarde y que, en
consecuencia, sólo ha sido olvidado momentáneamente».
También será preciso comprender en qué condiciones esos procesos se determinan como
patológicos. La respuesta se encuentra en los Tres ensayos de teoría sexual, de 1905, que
contribuyen en primera instancia a invocar la intervención de la pulsión sexual: «Sólo hay un
medio de llegar a conclusiones útiles sobre la pulsión sexual en las neuropsicosis (histeria,
neurosis obsesiva, la llamada neurastenia, sin duda también la demencia precoz y la paranoia);
consiste en someterlas a las investigaciones psicoanalíticas, según el método practicado por
primera vez por Breuer y por mí en 1893, y que entonces denominamos tratamiento «catártico».
«Diremos en primer lugar, repitiendo lo que hemos publicado en otra parte, que las
neuropsicosis, por lo que he podido verificar, tienen que relacionarse con la fuerza de las
pulsiones sexuales. Al decir esto no entiendo sólo que la energía de la pulsión sexual constituye
una parte de las fuerzas que sostienen las manifestaciones patológicas, sino que ese aporte es
la fuente de energía más importante de la neurosis, y la única constante. De manera que la vida
sexual de los enfermos se manifiesta exclusivamente, o en gran parte, o parcialmente, por sus
síntomas. Éstos, como lo he dicho en otro lugar, no son más que la actividad sexual del enfermo.
La prueba de lo que afirmo surge de observaciones psicoanalíticas que tienen ya veinticinco
años, realizadas con histéricos y otros neuróticos, con resultados consignados en otros
escritos, o que serán publicados más adelante.»
Muy pronto, sin embargo, esta representación puramente cuantitativa encuentra su complemento
en una perspectiva solidariamente genética y tópica: «El psicoanálisis puede hacer desaparecer
los síntomas de la histeria si ellos son el sustituto, la transposición, por así decirlo, de una serie
de procesos psíquicos, investidos de afecto, de deseos y tendencias que, en virtud de cierto
acto (la represión), no han podido llegar a su término en una actividad que se integraría en la
vida consciente. Estas formaciones de pensamiento, retenidas en el inconsciente, tienden a
encontrar una expresión que corresponda a su valor afectivo, a una descarga. Esto es lo que
ocurre en la histérica, con la forma de conversión en fenómenos somáticos que no son más que
los síntomas de la histeria. Con la ayuda de una técnica precisa, que permite retransformar estos
síntomas en representaciones afectivamente investidas, las cuales, en consecuencia, se
vuelven conscientes, es posible llegar a comprender la naturaleza y el origen de esas
formaciones psíquicas, que hasta ese momento seguían siendo inconscientes».
Interpretación genética, en la medida en que Freud, sin ningún tipo de duda, ve en las
formaciones «retenidas en el inconsciente» las reliquias de estadios primitivos del desarrollo
libidinal. Interpretación tópica, en cuanto parece esencial para la normalidad que esas reliquias
sean «integradas a la conciencia», es decir, al registro de las «representaciones de palabra» o,
en otros términos, «que hayan llegado a su término» en su verbalización, en el nivel del proceso
secundario.
La inflexión que da a estos temas el análisis de las psicosis y la elaboración concomitante de la segunda tópica llevará a privilegiar en la teoría la diferenciación de lo simbólico y o imaginario.
En efecto, asistimos al desarrollo patológico de un modo de mediación que reemplaza la
mediación simbólica por «una proliferación imaginaria». Esto, porque «la realidad», para retomar
el modo de ver de Lacan en su seminario sobre la psicosis, está entonces marcada de entrada por la aniquilación simbólica.