Diccionario de Psicología, letra O, objeto II

Objeto.
s. m. (fr. objet; ingl. Object; al. Objekt, Gegenstand, Ding). Aquello a lo que el sujeto apunta en
la pulsión, en el amor, en el deseo.
El objeto como tal no aparece en el mundo sensible. Así, en los escritos de Freud, la palabra
Objekt siempre viene unida a un determinante explícito o implícito: objeto de la pulsión, objeto del
amor, objeto con el cual identificarse. En oposición a Objekt, das Ding (la cosa) aparece más
bien como el objeto absoluto, objeto perdido de una satisfacción mítica.
El objeto de la pulsión. El objeto de la pulsión es «aquello en lo cual o por lo cual ella puede
alcanzar su objetivo» (Freud, Pulsiones y destinos de pulsíón, 1915). No está ligado a ella
originariamente. Es su elemento más variable: la pulsión se desplaza de un objeto al otro en el
curso de su destino. Puede servir para la satisfacción de varias pulsiones. Sin embargo, puede
estar fijado precozmente. El objeto de la pulsión no podría entonces ser confundido con el objeto de una necesidad: es un hecho de lenguaje, como lo muestra la fijación. La fijación de la pulsión a su objeto puede ser ilustrada por un caso relatado en un artículo de 1927 (Freud, Fetichismo, 1927). En un sujeto germanófono, educado en Gran Bretaña desde su primera infancia, la condición necesaria para el deseo sexual era la presencia de un «GIanz» («brillo» en alemán) sobre la nariz de la persona deseada. El análisis mostró que había que oír «glance» «últmirada, vistazo» en inglés) sobre la nariz fetichizada. Gracias al destino particular de este sujeto, se demuestra que la fijación se inscribe en términos no de imagen sino de escritura.
Uno de los destinos de la pulsión aislado por Freud consiste en el retorno de la pulsión sobre la propia persona. Explica así la génesis del exhibicionismo. Habría primero una mirada dirigida sobre un objeto extraño (pulsión voyeurista). Luego el objeto es abandonado y la pulsión retorna sobre una parte del cuerpo propio. Por último se introduce «un nuevo sujeto al que uno se muestra para ser mirado». En su lectura de Freud, J. Lacan (Seminario del 13 de mayo de 1964) muestra que este movimiento de retorno es el que permite la aparición del sujeto en el tercer
tiempo. En este caso, el objeto de la pulsión es, para Lacan, la mirada misma como presencia de
ese nuevo sujeto. La persona exhibicionista hace «gozar» al Otro haciendo aparecer allí la
mirada, pero no sabe que ella misma es, como sujeto, una denegación de esa mirada buscada.
Se hace ver. Más en general, toda pulsión puede subjetivarse y escribirse bajo la forma de un
«hacerse … » al que puede agregarse la lista de los objetos pulsionales: «hacerse… chupar
(seno), cagar (heces), ver (mirada), oír (voz)»..
El objeto del amor. El objeto de amor es un revestimiento del objeto de la pulsión. Freud reconoce
que el caso del amor concuerda difícilmente con su descripción de las pulsiones:
1. si bien no puede ser asimilado a una simple pulsión parcial como el sadismo, el voyeurismo,
etc., no por ello podría representar la «expresión de una tendencia sexual total» (que no existe);
2. su destino es más complejo; puede ciertamente retornar sobre la persona propia pero también
puede trasformarse en odio; y odio y amor, además, se oponen ambos a la indiferencia como
tercera posibilidad. La oposición amor -odio es referida por Freud a la polaridad «placer
-displacer»;
3. el amor, por último, es una pasión del yo total (al. gesamtes Ich), mientras que las pulsiones
pueden funcionar de modo independiente, autoerótico, antes de toda constitución de un yo.
Freud sostuvo siempre que «no existe un primado genital sino un primado del falo» (para los dos
sexos). Este falo no entra en juego en el amor sino por medio del complejo de castración. La
amenaza de castración, contingente, sólo adquiere su efecto estructurante tras el
descubrimiento de la privación real de la madre. Hasta entonces, la falta de la madre sólo era
registrable en los intervalos, en «el entre-dicho [interdicto]» de sus dichos, y el niño se complacía
en identificarse con este órgano imaginario, el falo materno, verdadero objeto de amor. La
simbolización de una falta al respecto y la asunción de su insuficiencia real para colmarla son
decisivas para el desenlace del complejo de Edipo del varón, para obligarlo a abandonar sus
pretensiones sexuales sobre la madre. Sin embargo, una de las derivaciones de este amor
edípico, el fenómeno del rebajamiento del objeto sexual, consistente en separar el objeto
idealizado (de la corriente tierna del amor) del objeto rebajado (de la corriente sensual), da
testimonio de la persistencia frecuente de la fijación incestuosa a la madre. Los hombres llegan
así frecuentemente a una división: «Allí donde aman, no desean, y allí donde desean, no aman».
Esta división entre amor y deseo reproduce la diferencia freudiana entre pulsiones de
autoconservación (necesidades) y pulsiones sexuales (verdaderas pulsiones). El amor tiene
una ligazón contradictoria con la necesidad. Todo lo que perturba la homeostasis del yo provoca
displacer, es odiado. Pero todo objeto que aporta placer, en tanto extraño, amenaza también la
perfecta tranquilidad del yo, desencadena una parte de odio. (Lacan traslada sobre el sujeto
mismo la división operada por M. Klein entre objetos buenos y malos; ella es causada por el
objeto [véase objeto a.) Ligado al placer, es decir, a la menor tensión posible compatible con la
vida, el amor apenas tiene recursos para investir los objetos. Por eso debe ser sostenido por las
verdaderas pulsiones, las pulsiones sexuales parciales. El objeto de amor se convierte así en el
revestimiento del objeto de la pulsión. Para su puesta en acto y para la elección de objeto, el
amor es tributario del discurso social: las formas del amor varían según los tiempos y los
lugares.
El amor conoce también una vertiente pasional, debido a que compromete al «yo total», a la
unidad del yo. Freud había destacado que no existía «desde el principio, en el individuo, una
unidad comparable al yo»… «Una nueva acción psíquica debe venir entonces a agregarse al
autoerotismo para darle forma al narcisismo» (Introducción del narcisismo, 1914). Una de las
primeras contribuciones de Lacan al psicoanálisis fue haber mostrado que esta nueva acción
psíquica era el reconocimiento por la criatura, todavía incoordinada en su motricidad, de la forma
unificada de su cuerpo en su propia imagen en el espejo, siempre que fuera reconocida por el
Otro. Que la unidad del yo dependa de una imagen (yo ideal) reconocida por la palabra del Otro
explica, primeramente, la tensión agresiva hacia esta imagen rival tanto como su poder de
fascinación, caracteres propios de toda relación dual; segundo, que el yo sólo se vea amable a
condición de moldearse según este signo de reconocimiento (ideal del yo). El investimiento del yo
ideal no es sin embargo total. Una parte de la libido permanece ligada al cuerpo propio. El núcleo
autoerótico falta a la imagen amada y precisamente por esta falta el objeto es amado. En tanto no
tiene el falo, justamente, una mujer puede serlo para un hombre.
El objeto de identificación. Se ha visto cómo situaba Lacan el ideal del yo, función simbólica, en
este rasgo formal del asentimiento del Otro. Este rasgo extrae su poder del estado de
desamparo del lactante frente a la omnipotencia del Otro. Lacan acerca así el ideal del yo a ese
rasgo único (al. einziger Zug) que el yo, según Freud, toma del objeto de amor para identificarse
con él a través de un síntoma. De acuerdo con este proceso, «la identificación toma el lugar de la
elección de objeto, la elección de objeto regresa hasta la identificación» (Freud, Psicología de
las masas y análisis del yo, 192l). Efectivamente, para Freud, la identificación es la forma más
precoz y más originaria del lazo afectivo con otra persona. Una primera identificación se haría al
principio con el padre. Ella instala el ideal del yo y hace así posible el enamoramiento: en el
estado amoroso, «el objeto se ubica en el lugar del ideal del yo». El mismo mecanismo explica la
hipnosis así como el fenómeno de la masa y su sumisión al conductor: «Una masa primaria (no
organizada) es una suma de individuos que han puesto a un mismo y único objeto en el lugar del
ideal del yo y, en consecuencia, en su yo, se han identificado los unos con los otros».
El objeto perdido. «En el caso de la identificación, el objeto se ha perdido o se ha renunciado a él
…» (Freud, op. cit.). La identificación reduce el objeto a un rasgo único y se hace por lo tanto al
precio de una pérdida. De acuerdo con el principio de placer, el aparato psíquico se satisfaría
con representaciones agradables, pero el principio de realidad lo obliga a formular un juicio no
sólo sobre la calidad del objeto, sino sobre su presencia real. «El fin primero e inmediato del
examen de realidad no es por lo tanto encontrar en la percepción real un objeto correspondiente
al representado, sino volver a encontrarlo, convencerse de que todavía está presente» (Freud,
La negación, 1925). Ahora bien, por el hecho del acceso al lenguaje, el objeto está
definitivamente perdido, al mismo tiempo que está constituido. «Es este objeto, das Ding, en tanto
otro absoluto del sujeto el que se trata de volver a encontrar. Se lo vuelve a encontrar a lo sumo
como nostalgia. No se lo reencuentra a él, sino que se reencuentran sus coordenadas de
placer» (Lacan, Seminario del 9 de diciembre de 1959). Hay, por lo tanto, distinguido ya por
Lacan en los textos freudianos, un objeto más fundamental: das Ding, la cosa, opuesta a los objetos sustitutivos, perdida desde el comienzo. Es el soberano bien, la «inadre» interdicta por
las leyes mismas que hacen posible la palabra. Se puede comprender así, por ejemplo, el
mecanismo de la melancolía y su potencial suicida: identificación no ya con un rasgo único del
objeto (al precio de la pérdida de ese objeto) sino identificación «real», sin mediación, con la
cosa misma, expulsada del mundo del lenguaje.