Diccionario de Psicología, letra O, objeto III

Objeto
Freud condujo la cuestión del objeto en psicoanálisis a la de un objeto perdido, en juego en la repetición, y Lacan añadió la cuestión del rasgo que inscribe la repetición. Partiremos de esta situación de la problemática del objeto (donde se encuentra además el aporte lacaniano «clásico» del papel de los significantes y de los efectos del lenguaje). Esta situación acusa un desplazamiento del énfasis desde la cuestión del objeto («el objeto de amor» o de deseo) hacia las cuestiones de lo pulsional, en el sentido de las pulsiones parciales, pero sin que el objeto se reduzca a aquéllas. Por otra parte, el objeto perdido en la repetición conduce también a la
cuestión del acto en el que puede estar en juego. Y, en términos más generales, surge que el
objeto en psicoanálisis se entiende en un sentido que se desdobla: por un lado, según la
cuestión de lo pulsional, y por otro, según la cuestión de los fundamentos. Uno puede quedarse
más acá de ese desdoblamiento, basándose en el término «apuesta»: el objeto que está en juego
con lo pulsional se convierte también en la apuesta eventual de un análisis y en la apuesta del
dominio en sí, puesto que el psicoanálisis implica que lo que está en juego se pueda captar en él,
y que la teoría y la práctica sean (de una cierta manera) la «misma cosa». Es preciso además
explicar lo que implica el aparente desdoblamiento de sentido del término «objeto», es decir, la
manera en que su doble filo es conservado por Lacan con el objeto a.
El «objeto a» y su estatuto
Al retomar la problemática del objeto en psicoanálisis a partir del objeto a, no sólo se imponen
cambios de perspectiva en esta problemática (el objeto se vuelve «activo», y el sujeto, efecto),
sino que surge también el interrogante de en qué sentido se sigue hablando de un «objeto». El
objeto a, dice Lacan, «no es más que una letra», pero al mismo tiempo, añade, parece «ser
algo». Nos vemos por lo tanto llevados a tomar la problemática del objeto (en su aparente
desdoblamiento) a partir de los interrogantes siguientes: ¿qué implica en la cuestión del objeto en
psicoanálisis la introducción del objeto a? ¿De qué manera el objeto a puede ser considerado
como objeto?
«Aspectos» de a
Tomemos en primer lugar el lado de lo pulsional. ¿Hasta qué punto se puede definir y captar el
objeto a como el objeto de la pulsión? Según Lacan, es más bien lo que sería el objeto de la
pulsión si existiera la pulsión genital, « … donde se inscribiría una relación plena, inscribible, del
Uno con lo que sigue siendo irreductiblemente Otro». (Como se sabe, Lacan pone en el centro
del discurso analítico -y no sólo como «verdad»- que no hay «relación sexual» como tal.) Lo
pulsional pasa necesariamente por las pulsiones parciales y su diversidad, su pluralidad. La lista
de los objetos, especificados por las zonas corporales, desemboca en los objetos de la succión,
la excreción, la mirada y la voz. ¿Esta lista es la de los objetos a (como se dice a veces, como lo
dice el propio Lacan llegado el caso)? Esta lista es más exactamente la de las especies [éclats]
del objeto a. ¿En qué consiste entonces el objeto a «en sí mismo» (si tal expresión es posible)? El
problema reside en que no hay «¡dea» del objeto a, salvo en sus especies, a las cuales el objeto
a no se reduce. Para no plantearlo entonces como un objeto en más (con relación a los de la lista
de las pulsiones parciales), lo que terminaría por llevarnos de nuevo a la pulsión genital que no
hay, describamos por el momento la complejidad de lo que se trata como la de «aspectos» del
objeto a.
El objeto como vacío
Un primer aspecto está entonces constituido por esas especies de objeto a en la diversidad de
las pulsiones parciales. Pero el objeto a «él mismo» (si esto puede decirse) constituye un
segundo aspecto. Es el objeto «primero», que Lacan define como «el objeto del que no se tiene
idea». Ahora bien, es posible no considerar esta definición como solamente negativa. El objeto a
puede elaborarse como vacío sin contradecirla. La hipótesis de la elaboración del objeto como
vacío remite en primer lugar a los procesos de vaciamiento del goce, que es posible postular
como principio mismo del proceso analítico. Este vaciamiento, como elaboración, es capaz de
alcanzar la cuestión de lo «íntimo» del sujeto.
Para no concebir el objeto «primero» como jugando de manera autónoma con relación a los
objetos de las pulsiones parciales, proponemos concebir su juego como el de una especie de
segundo fondo (expresión sugerida por el «doble fondo» de la prestidigitación, o el
redoblamiento del fondo en la pintura): segundo fondo, entonces, con relación al juego de los
fragmentos pulsionales.
El resto
Hay un tercer aspecto que necesariamente se suma a la complejidad del objeto a: el aspecto del
«resto», a la vez función y residuo. Este aspecto de resto, como el aspecto de vacío, parecería
susceptible de desprenderse del juego de las parcialidades pulsionales. Pero es más bien
necesario concebir su solidaridad con los otros aspectos: él los dinamiza al reactivar
(diversamente) en ellos la cuestión del resto de los goces inicialmente perdidos. Se vuelve a
encontrar aquí la cuestión de lo perdido que está en juego en la repetición. Por otra parte, no es
necesario plantear que lo perdido haya sido necesariamente alcanzado, como ocurre por
ejemplo con respecto al problema del «narcisismo primario». El problema consiste más bien en
que lo perdido no siempre parece estarlo tanto. No obstante, es posible volver a perderlo: esto
es lo que sucede sobre todo con el fin del análisis, donde se repite de una cierta manera la
represión primaria, solidariamente con la «alienación» del aspecto de resto. Entre los diferentes
aspectos del objeto se produce entonces una especie de báscula capaz de llevar a una
preponderancia de la elaboración del vacío.
La conservación de la solidaridad entre los tres aspectos del objeto a (fragmentos [éclats], vacío
y resto) no responde sólo a una cuestión de prudencia descriptiva. Se trata de captar la
solidaridad (con su juego de tensiones) de lo que Lacan reúne bajo el nombre de objeto a. Lo
que significa, por ejemplo, que el deseo no se independiza del juego de las pulsiones parciales.
En este caso la perversión hace cortocircuito. Es más bien la elaboración del aspecto de vacío lo
que allí se encuentra en dificultades. Esa elaboración está como afuera de la elaboración de la
diversidad de las pulsiones parciales, y las parcialidades en sí se convierten más bien en
fragmentos a recuperar.
No obstante, la elaboración del vacío podría también llevar, por su lado, a hacer surgir de la
solidaridad ciertos aspectos del objeto a. En efecto, en tanto que describamos esta elaboración
como un proceso de vaciamiento (en particular de los goces), el problema del vacío mismo como
objeto, aunque implicado en el horizonte, permanece inabordado, y su paradoja aparente,
eludida. Por el contrario, es necesario llegar a plantear el vacío como objeto. Sin duda esto está
ya implícito en la definición que da Lacan del objeto primero como «el objeto del que no se tiene
idea». Pero plantear el vacío como objeto supone también una posibilidad de autonomización del
aspecto de vacío en el objeto a. Trataremos más bien de mostrar que se trata fundamentalmente
del efecto de una condición mezclada constitutiva del objeto. Lo que nos lleva a retomar ahora la
cuestión del objeto a en tanto que objeto, a partir esta vez del nudo borromeo.
Niveles del nudo borromeo
Se pueden distinguir dos niveles del nudo borromeo despejando una primera borromeidad amplia
que es la de los discursos que se fundan. Esta borromeidad supone tres «niveles», o está
constituida por tres dimensiones que son: primero, lo que es captado en el dominio considerado;
segundo, lo que escapa pero es interno al campo, como lo que hay a captar (ya se encuentra allí
la función de resto); tercero, lo que es imposible de captar, aun siendo de algún modo interno al
campo. (El trabajo de D. Vaudene acerca de los problemas de los fundamentos en la cientificidad
actual demuestra que un discurso se funda en la medida en que organiza el lugar para lo que se
le escapa en ese segundo, e incluso, de cierta manera, en ese tercer nivel.)
«a», que Lacan ubica a menudo en el centro del nudo, puede designar también al «objeto» del
discurso analítico de una manera que pasa por la nodalidad de ese discurso, y por su relación
real (efectiva) con lo real. La borromeidad de base está implicada en lo que concierne al análisis
desde que se toma en cuenta el inconsciente. En efecto, se encuentra allí el juego de la función
de resto: en la práctica analítica, el resto de un dicho se convierte en lo que resta decir. Pero
este juego del resto implica (en el tercer piso de la borromeidad) lo inaccesible en la práctica (lo
cual remite a la represión primaria), así como a lo que escapa además teóricamente al análisis en
su propio campo, sin que pueda decir de qué se trata.
En un segundo nivel, el nudo borromeo específico del análisis está implicado por una hipótesis
que concierne absolutamente a lo real (y por ello también al «objeto»): se trata, también aquí, de
goce. Este segundo nivel implica una especificación correlativa a dimensiones tales como lo real,
lo simbólico y lo imaginario. El objeto a designa allí además el resto, pero ese resto deviene
«ambiguo»: no se trata solamente de la función de resto, sino también de residuos de goce con
los cuales el objeto es constituido (en el sentido más corriente del término).
Ahora bien, esos dos niveles del nudo son conjugados por y en el análisis, de una manera que
constituye el nudo borromeo lacaniano y determina su funcionamiento. Resulta de ello que el
objeto a es intrínsecamente un «mixto»: mixto del principio de la nodalidad (o de la efectividad) y
de residuos de goce. Se puede localizar aquí la definición por Lacan del objeto a como «el efecto
mayor del lenguaje» si se toma ese carácter mixto del objeto en sentido inverso: el efecto mayor
del lenguaje es ante todo en la producción de goce y de residuos de goce; en el objeto ambos se
conjugan con el vaciamiento de goce: vaciamiento como efectividad que conduce a su vez al
efecto del lenguaje. El objeto a es, puede decirse, «el efecto mayor del lenguaje» en tanto que
conjugado a sí mismo.
Abordemos ahora la cuestión del vacío como objeto, implicado en el horizonte si se encaran las
cuestiones desde lo pulsional. Para ello será preciso ubicarse en la perspectiva del carácter
«mixto» del objeto. Se trata de la conjunción de la efectividad y del vacío de (o en) el goce.
Según el orden R.S.I. implicado por el nudo borromeo constitutivo de[ análisis, se trata de entrada
en lo relativo a ese vacío, de lo real, o más aún, de un agujero de lo real: aquel que resulta de la
ininscriptibilidad, la imposibilidad de escribirse la «relación sexual» como tal; se vuelve a
encontrar aquí que no se trata sólo de una «verdad», sino de un real: un defecto -en el sentido
de agujero- en el goce.
Ese vacío como objeto, que no carece de aspectos traumáticos, puede elaborarse en una
especie de pivoteo conforme al orden R.S.I. En primer lugar, puede convertirse -de manera
decisiva en el proceso analítico- en la falla (en el sentido de imperfección) del goce al que se
pudo acceder, y volverse de tal modo subjetivable como castración. Cabe observar que el vacío
como objeto, al convertirse entonces en lo que Lacan llama también el «vacío central», implica
siempre su naturaleza de objeto mixto, es decir, su conjunción simultánea con la efectividad.
Finalmente, puede convertirse en «la cima» (según un término tomado a Ives Bonnefoy, quien
dice que «la imperfección es la cima») en la que un sujeto encuentra una satisfacción (relativa).
Este último pivoteo del vacío implica repensar lo imaginario como siempre ya borromeo, y no
planteado con anterioridad o independientemente del nudo.
Por otra parte, en el punto de partida de lo que es constitutivo del sujeto, Lacan despeja la
implicación del lugar del Otro como «círculo quemado». Esta expresión podría evocar por ejemplo
la necesidad de que «haya claros». Pero también se reencontrará ese «círculo quemado» en lo
que implica la elaboración del vacío como objeto. Puede servir para constituir al menos dos tipos
de «practicable» o elaboraciones de la «causa del deseo». Por una parte, el acto analítico, en
tanto que capta por sí mismo su propia dimensión, implica un «círculo quemado» (es decir, el
vacío como objeto). Por otro lado, también hay implicado un «círculo quemado» en la «ronda de
las pulsiones», donde se encuentra la solidaridad entre los diversos aspectos del objeto a que
hemos descrito antes.