Diccionario de psicología, letra O, Otro (con mayúscula), otro (con minúscula)

Otro, Otro
s. m. (fr. autre, Autre [de donde derivan las letras a y A, cuyo origen se pierde en la traducción
en castellano otro, Otro]; ingl. other; al. [derl Andere). Lugar en el que el psicoanálisis sitúa, más
allá del compañero imaginario, lo que, anterior y exterior al sujeto, lo determina a pesar de todo.
La elaboración de las instancias intrapsíquicas se acompaña necesariamente, para el
psicoanálisis, de la atención a la relación del sujeto con el otro, o con el Otro. De entrada, por
supuesto, el acento recae sobre el lugar y la función de aquellos en relación con los cuales se
forma el deseo del niño: madre, padre, e inclusive, en una dimensión de rivalidad, hermanos y
hermanas. Pero, aun en este nivel obvio, hay que distinguir registros que no son equivalentes.
Está claro, por ejemplo, que el niño constituye su yo [moi], en toda una dimensión de
desconocimiento, a través de mecanismos de identificación con la imagen del otro: la
identificación imaginaria, fuente de agresividad como de amor, cualifica una dimensión del otro
donde la alteridad, en cierto modo, se borra, tendiendo los participantes a parecerse cada vez
más.
A esta primera dimensión de la alteridad debe oponerse sin embargo una segunda, una alteridad
que no se reabsorbe, un Otro [Autre] que no es un semejante y que J. Lacan escribe con una A mayúscula, una «gran A», para distinguirlo del compañero imaginario, del pequeño otro [autre].
Lo que se busca marcar con esta convención de escritura es que, más allá de las
representaciones del yo [moi], más allá también de las identificaciones imaginarias, especulares,
el sujeto está capturado en un orden radicalmente anterior y exterior a él, del que depende aun
cuando pretende dominarlo.
La teoría del Edipo podría servir aquí al menos para introducir lo que ocurre con este Otro. Así el
padre, por ejemplo, puede aparecer bajo las formas tomadas a lo imaginario del padre bonachón
o del padre azotador, puede confundirse con el otro de la rivalidad. Pero, por su lugar en el
discurso de la madre, es también el Otro cuya evocación impide confundir las generaciones, no
deja subsistir una relación sólo dual entre la madre y el hijo. Observemos que la misma madre,
inaccesible por causa de la prohibición del incesto, encarna, en tanto objeto radicalmente
perdido, la alteridad radical.
A partir de aquí, se puede dar un paso más. Si la referencia a una instancia Otra se hace en el
interior de la palabra, el Otro, en el límite, se confunde con el orden del lenguaje. Es dentro del
lenguaje donde se distinguen los sexos y las generaciones, y se codifican las relaciones de
parentesco. Es en el Otro del lenguaje donde el sujeto va a buscar situarse, en una búsqueda
siempre a reiniciar, puesto que ningún significante basta para definirlo. Es por este Otro como el
sujeto intenta hacer aceptar, en el chiste, la expresión de un pensamiento obsceno, absurdo o
agresivo. Esta definición del Otro como orden del lenguaje se articula por lo demás con la que
podemos producir desde el Edipo, si la despojamos de todo elemento imaginario. Es el
Nombre-del-Padre el que está en el punto de articulación; el Nombre-del-Padre, o sea, «el
significante que en el Otro en tanto lugar del significante es el significante del Otro en tanto lugar de la ley».
El deseo y el goce. Una vez introducida, esta categoría del Otro se muestra indispensable para
situar una buena parte de lo que el psicoanálisis está llamado a conocer. Si el inconciente, por
ejemplo, constituye aquella parte de un discurso concreto de la que el sujeto no dispone, no
debe concebírselo como un ser escondido en el sujeto, sino como transindividual, y más
precisamente, como discurso del Otro. Y esto en el doble sentido del genitivo: del Otro se trata
en lo que dice el sujeto, aun sin saberlo, pero también a partir del Otro él habla y desea: el deseo
del sujeto es el deseo del Otro.
Pero la cuestión central para el psicoanálisis, en lo concerniente al Otro, es la de lo que puede
romper la necesidad del retorno de lo mismo. Así, por ejemplo, a partir de que Freud demuestra
que toda libido se ordena alrededor del falo como símbolo, que toda libido es fálica, resurge la
cuestión de lo que, a pesar de todo, más allá de la referencia efectiva de los hombres y las
mujeres al falo, califica al sexo femenino como Otro. Por otra parte, a partir de allí puede ser
introducida también la idea de un goce Otro, un goce no todo fálico [siendo la mujer no toda
fálica], es decir, que no estaría ordenado estrictamente por la castración. Se observará que el
goce mismo se presenta como satisfacción Otra con relación a lo que mueve al sujeto a recorrer
tan fácilmente las vías balizadas, las del placer, que le permiten restablecer con la mayor rapidez
una tensión menor. El Otro en el sujeto no es lo extraño o la extrañeza. Constituye
fundamentalmente aquello a partir de lo cual se ordena la vida psíquica, es decir, un lugar en el
que insiste un discurso articulado, aunque no siempre sea articulable.