Diccionario de psicología, letra P, Pankejeff Serguei Constantinovich

Pankejeff Serguei Constantinovich
(1887-1979) Caso del «Hombre de los Lobos»
Tercera y última de las grandes curas psicoanalíticas realizadas por Sigmund Freud, después de
la de Dora (Ida Bauer) y la del Hombre de las Ratas (Ernst Lanzer), la historia del Hombre de los
Lobos es única en los anales del freudismo. Comentada numerosas veces por todas las
escuelas psicoanalíticas y los autores más diversos, lo fue también por el propio paciente, quien,
después de haber sobrevivido a las dos guerras mundiales, redactó una autobiografía que
analizaba su propio caso, revelando su verdadera identidad. Esa cura fue la más larga de las
tres. Se inició en enero de 1910 y terminó exactamente el 28 de junio de 1914, día del asesinato
en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando. El paciente no fue «curado»: hizo un «reanálisis» con Freud después de la guerra, y más tarde otro con una alumna de Freud, Ruth  Mack-Brunswick. Instalado en Viena a continuación de la derrota del nazismo, fue mantenido
económicamente por el movimiento psicoanalítico. Todos los veranos lo analizaba Kurt Eissler; lo
atendía además Wilhelm Solms-Rödelheim, y en la redacción de sus memorias lo ayudaba Muriel
Gardiner. Pankejeff se convirtió en un personaje mítico: el Hombre de los Analistas, más bien que
el Hombre de los Lobos, símbolo en todo caso del carácter «interminable» de la cura freudiana.
Serguei Constantinovich Pankejeff nació en Rusia meridional, en una rica familia de la nobleza
terrateniente, y se educó en Odessa, con su hermana Anna, tres institutrices (Grouscha, Nania,
Miss Owen) y preceptores. La madre, afectada de diversos trastornos psicosomáticos, se
preocupaba exclusivamente por su propia salud, mientras que el padre, depresivo, llevaba la
vida activa de un hombre político conocido por sus opiniones liberales.
Los miembros de la familia, en las dos ramas del árbol genealógico, se asemejaban a los
personajes de Los hermanos Karamazov, la novela de Dostoievski. El tío Pedro, primer hermano
del padre, sufría de paranoia y había sido atendido por el psiquiatra Serguei Korsakov
(1854-1900). Huyendo del contacto humano, vivía como un salvaje en medio de animales, y
terminó su vida en un asilo. El tío Nicolás, segundo hermano del padre, había intentado
vanamente robarle la, novia a uno de sus hijos, y casarse con ella por la fuerza. Un primo, hijo
de la hermana de la madre, había sido internado en un asilo de Praga, afectado también de una
forma de delirio de persecución.
En 1896, a los 10 años de edad, el pequeño Serguei presentó los signos de una neurosis grave.
En 1905 se suicidó su hermana Anna y, dos años más tarde, se dio muerte su padre. En esa
época Serguei concurría al gimnasio. Conoció a una mujer de pueblo, Matrona, con la que
contrajo una gonorrea. Cayó entonces en frecuentes accesos depresivos, que pronto lo
llevaron, de sanatorio a asilo, y de casa de reposo a cura termal, a convertirse en un enfermo
ideal para el saber psiquiátrico de fines de siglo. Atendido por Wladimir Bekhterev, quien utilizaba
la hipnosis, más tarde por Theodor Zichen (1862-1950) en Berlín, y finalmente por Emil Kraepelin
en Múnich, quien le diagnosticó una psicosis maníaco-depresiva, se encontraba en el sanatorio
de Neuwittelsbach, donde se le aplicaban tratamientos tan diversos como inútiles: masajes,
baños, etcétera. Allí se enamoró de una enfermera, Teresa Keller, un poco mayor que él y madre
de una niña (Else). Comenzó entonces una relación pasional a la que se oponían su familia (pues
la joven era plebeya) y el psiquiatra (persuadido de que la sexualidad era el peor de los remedios
en los casos de locura). Después de haber roto y más tarde rehecho la relación, Pankejeff volvió
a Odessa, donde se hizo atender por un joven médico, Leonid Droznes (1880-19?), quien
decidió muy pronto llevarlo a Viena para consultar con Freud.
Con una frase mordaz, Freud estigmatizó el nihilismo terapéutico de sus colegas psiquiatras:
«Hasta ahora -le dijo a Pankejeff- usted ha buscado la causa de su enfermedad en un orinal». La
interpretación tenía un doble significado. Freud aludía tanto a la inutilidad de los tratamientos
anteriores como a la psicología de Serguei, quien sufría trastornos intestinales permanentes, y
sobre todo una constipación crónica. Se inició el análisis. En lugar de prohibirle al Hombre de los
Lobos que volviera a ver a Teresa, Freud le pidió simplemente que aguardara al final de la cura.
No se opuso al matrimonio: «Teresa -dijo- es el impulso hacia la mujer». En una carta a Sandor
Ferenzci de febrero de 1910, señaló la violencia de las manifestaciones transferenciales de su
paciente: «El joven ruso rico que he tomado a causa de una pasión amorosa compulsiva me ha
confesado, después de la primera sesión, las transferencias siguientes: judío estafador, le
gustaría tomarme por atrás, y cagarme en la cabeza. A los 6 años, el primer síntoma manifiesto
consistió en injurias blasfematorias contra Dios: puerco, perro, etcétera. Cuando vio tres
montones de mierda en la calle, se sintió mal a causa de la Santísima Trinidad, y buscó
ansiosamente un cuarto montón para destruir la evocación.»
Por primera vez Pankejeff tuvo la impresión de ser escuchado, y no tratado ya como enfermo.
Sobre todo mantenía con Freud relaciones casi amistosas, y terminó por venerarlo: al final de la
cura, Freud sentía mucha simpatía por él. Conoció a Teresa y estuvo de acuerdo con el
matrimonio, que se celebró en Odessa en 1914. Pankejeff se sentía curado, y subrayó que el
análisis le había permitido casarse con la mujer que amaba.
Dos semanas después de la interrupción del tratamiento, Austria entró en guerra contra Rusia.
Freud tuvo entonces el fantasma de que su hijo mayor Martin Freud, que acababa de ser
movilizado, podría caer en el frente bajo las balas de su antiguo paciente. Con este estado de
ánimo, y en medio de la tormenta de la guerra, redactó en dos meses, entre octubre y noviembre
de 1914, la historia de este caso, sin utilizar nunca la denominación «Hombre de los Lobos». El
relato se publicó en 1918, con el título de «Extracto de una neurosis infantil».
En el historial del Hombre de las Ratas la lógica de la cura aparece expuesta de manera
implacable, pero para escribir la historia del Hombre de los Lobos Freud se entregó a un
verdadero trabajo de creación novelesca, al punto de «inventar», a golpes de interpretación,
acontecimientos que quizá no se habían producido nunca; todo el relato se centraba en la
infancia del paciente, y toda la reconstrucción de su vida giraba en torno a su sexualidad.
El cuadro familiar estaba compuesto por la madre, el padre, la hermana y tres empleadas: la
niñera (Nania), la institutriz inglesa (Miss Owen), la criada (Grouscha). Según Freud, que se
basaba en los recuerdos de Serguei, éste había sido objeto de un intento de seducción a los tres
años y medio, por parte de su hermana Anna, quien le había mostrado su «popó»; más tarde, él
se había exhibido ante Nania, quien lo había regañado. Hacia los 10 años quiso a su vez seducir
a la hermana, que lo rechazó. Después prefirió a mujeres de condición inferior a la suya.
Descartando todos los diagnósticos de melancolía y psicosis formulados antes que él por los
otros médicos, Freud vio en este caso una histeria de angustia, con fobia a los animales, que
más tarde se había transformado en una neurosis obsesiva o infantil: de allí el título del texto.
Freud reconstruyó el origen de la neurosis infantil interpretando un sueño que Serguei había tenido a los 4 años, narrado e ilustrado por él con un dibujo durante la cura: «Soñé que era de noche y que estaba acostado en mi cama [ … ]. Sé que era invierno. De pronto se abrió sola la ventana y vi con pavor, en el gran nogal que había frente a ella, algunos lobos blancos sentados en las ramas. Eran seis o siete. Los lobos eran totalmente blancos y tenían más bien el aspecto de zorros o perros pastores, pues tenían grandes colas como los zorros y sus orejas estaban erguidas como en los perros cuando prestan atención a algo. Manifiestamente muy angustiado, por miedo a que me comieran los lobos, grité y me desperté.»
A partir de ese sueño, y de varios recuerdos del paciente concernientes a su sexualidad infantil,
Freud inventó, con detalles de una precisión inaudita, una pasmosa escena primitiva que se
volvería célebre en los anales del psicoanálisis, y fue muchas veces comentada. Patrick Mahony
la resume muy bien: «En un cálido día de verano, el pequeño Serguei, entonces de 18 meses y
afectado de malaria, dormía en el dormitorio de los padres, al que éstos también se habían
retirado, semidesnudos, para la siesta. A las cinco de la tarde, verosímilmente en el acmé de la
fiebre, Serguei se despertó y, con una atención sostenida, observó a sus padres,
semidesnudos en ropa interior blanca, de rodillas sobre las sábanas blancas, entregarse tres
veces a un coito a tergo: observando los órganos genitales de los progenitores, y el placer en el
rostro de la madre, el bebé, habitualmente pasivo, tuvo un súbito movimiento intestinal y comenzó
a gritar, interrumpiendo así a la joven pareja.»
Otros dos episodios de la vida de Serguei fueron objeto de una serie de interpretaciones. Uno
tenía que ver con Gruscha, cuyas nalgas, comparadas con alas de mariposa, y después con el
número romano V, remitían a los cinco lobos del sueño y a la hora en que habría tenido lugar el
célebre coito. El otro episodio se relacionaba con una alucinación visual. En su infancia, Serguei
había visto su dedo meñique cortado por un cortaplumas, y de inmediato había advertido la
inexistencia de la herida. Freud dedujo que el paciente había puesto de manifiesto en este asunto
una actitud de rechazo (Verwerfung) consistente en ver sólo la sexualidad bajo el ángulo de una
teoría infantil: el comercio por el ano.
Después de esta gran inmersión en la infancia de Serguei, Freud se sintió seguro de haberlo
curado. El hombre entró entonces en la tormenta de la guerra, y su vida se encontró modificada
totalmente. Hasta la primavera de 1918 vivió en Odessa, entre la madre y Teresa, que no se
llevaban bien. Él retomó sus estudios y se recibió de abogado. Pronto Teresa se vio obligada a
salir de Rusia para unirse a su hija, que finalmente murió en Viena, y después Serguei la siguió,
La Revolución de Octubre lo había arruinado, y el antiguo aristócrata de fortuna se convirtió en
otro hombre, en un emigrante sin recursos, obligado a emplearse en una compañía de seguros,
en la que permaneció hasta la jubilación.
Los cambios producidos en su vida lo hundieron en una nueva depresión, que lo hizo volver a
Freud. Éste lo acogió de buen grado, le regaló sin tardanza el texto sobre su caso, que acababa
de publicar, y lo tomó de nuevo en análisis, entre noviembre de 1919 y febrero de 1920. Según
él, esa «post-cura» sirvió para liquidar un resto de transferencia no analizada, y curar finalmente
al paciente.
En realidad, éste continuó presentando los mismos síntomas, incluso agravados por su mediocre
situación económica. En este sentido, Freud lo ayudó recolectando dinero para él en el círculo de
sus discípulos vieneses. Entonces Serguei Pankejeff comenzó a identificarse con la historia de
su caso, y a tomarse verdaderamente por el Hombre de los Lobos. En 1926, padeciendo los
mismos síntomas, consultó de nuevo a Freud, quien se negó a tratarlo por tercera vez, y lo
derivó a Ruth Mack-Brunswick. Serguei quedó entonces apresado en un increíble enredo
transferencial. No sólo Freud analizaba al mismo tiempo a Ruth, a su marido y al hermano de este
último, sino que además envió ese mismo año al diván de Ruth a una norteamericana, Muriel
Gardiner, que iba a convertirse en la amiga y confidente de Pankejeff a medida que se
desarrollaban sus respectivos análisis.
Más enferma que su paciente, Ruth Mack-Brunswick había adquirido el hábito de atender con
morfina sus dolores vesiculares. Como a toda la generación psicoanalítica de la década de 1920,
le interesaban las psicosis y los mecanismos preedípicos identificados por Melanie Klein. Por ello,
después de haber analizado a Pankejeff entre octubre de 1926 y febrero de 1927, identificó en
él, no una neurosis, sino una paranoia. En 1928 publicó una segunda versión del caso, con el
título de «Suplemento al extracto de una neurosis infantil». Por primera vez le puso al paciente el
sobrenombre que en adelante lo destinguiría: «Hombre de los Lobos». Lo describió como una
persona perseguida, antipática, avara, sórdida, hipocondríaca, obsesionada por su imagen y
sobre todo por una pústula que le corroía la nariz. A partir de este nuevo diagnóstico el
movimiento psicoanalítico se dividió en dos campos: el de los partidarios de la psicosis y el de los
partidarios de la neurosis.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial transformó una vez más la triste existencia de
Pankejeff. En 1938, unos días después de la entrada de los nazis en Viena, encontró a su mujer
muerta en su departamento: se había suicidado.
A partir de 1945, y durante el resto de su vida, Pankejeff, todavía y siempre melancólico, fue
tomado a cargo por el movimiento freudiano de una manera a la vez inédita y espectacular.
Impulsado por Muriel Gardiner y «pensionado» por Kurt Eissler en nombre de los Sigmund Freud
Archives, comenzó a redactar sus memorias y a comentar el historial de su caso en la lengua
del discurso psicoanalítico. Las memorias se publicaron en 1971, fueron traducidas en todo el
mundo y comentadas innumerables veces.
Unos años después, contra la opinión de los guardianes del templo freudiano, aceptó conceder
una prolongada entrevista a una periodista vienesa, Karin Obholzer, quien le hizo narrar su vida
en otro estilo, más directo y menos estudiado. Declaró entonces que, sin duda alguna, la célebre
escena del coito a tergo no había tenido lugar, porque en Rusia lo niños no dormían nunca en la
habitación de los padres. Venerando siempre el genio terapéutico de Freud, tomó partido por el
diagnóstico de este último y contra el de Ruth Mack-Brunswick. Ante las barbas de los
psicoanalistas de la International Psychoanalytical Association (IPA), que lo transformaban en
una especie de archivo, el Hombre de los Lobos se metamorfoseó una vez más, convirtiéndose,
acerca de su propio caso, en más competente que la mayoría de los comentadores, que no
tenían, como él, el privilegio de ser trozos inalterables de la obra freudiana.
Murió en Viena asistido por su médico, el conde Wilhelm Solms-Rödelheim, quien en 1945, junto
con August Aichhorn y el barón Alfred von Winterstein, había sido uno de los refundadores de la
antigua Wiener Psychoanalytische Vereinigung (WPV), sepultada por la guerra.