Diccionario de psicología, letra P, Pasión

Pasión
Jubilosa o dolorosa, entusiasta o melancólica, extática o colérica, toda pasión es una puesta en
tensión del deseo y una intensificación de las emociones, incluso una puesta en escena
dramatizada de lo que se verifica, se exige, se lamenta, se espera. No obstante, en el sentido del
pathos, más se la sufre que se la actúa deliberadamente. Es, en efecto, por el hecho de que no
se posee a si mismo que el sujeto puede ser tomado por una pasión que, si desborda los límites
del yo, lo empuja a la expansión narcisista o lo amenaza con la disolución. De todos modos, el
sujeto pasa cada vez por un momento de fascinación en el que es cautivado y en el que parece
que el destino hiciera signo. Es éste el rasgo común que permite identificar como pasiones una
serie de fenómenos: el enamoramiento, la entrada en trance, la creencia en un oráculo, el
encuentro que deja estupefacto, la excitación súbita, pero también la apuesta del jugador, la
obstinación del coleccionista, etcétera.
Como la pulsión, la pasión puede situarse en el límite entre lo psíquico y lo somático. En tanto que estado del cuerpo, es reactivación de experiencias primordiales, en la que lo que causa el deseo y la angustia da lugar a un apego vital marcado por la avidez de los primeros lazos. Pero al mismo tiempo el sujeto padece en su cuerpo el estar bajo el dominio de un discurso que lo aliena: es «la pasión del significante», según Lacan, es decir, la inscripción en el inconsciente de la parte de goce perdido. En este sentido, cada pasión atestigua la intrincación de la vida y la
muerte, es una misma figura capaz de representarlas a las dos.
En cuanto al objeto de una pasión, se lo descubre único o variable, encantador o espantoso,
encontrado fortuitamente o buscado con obstinación, amorosamente idealizado o rechazado con
odio. Lo que está en juego es la identificación de algo que podría colmar la falta o garantizar la
existencia del deseo del Otro. Así, la pasión es búsqueda de certidumbre, lo que no impide que
pueda resultar de un rechazo de saber concerniente a la falta subjetiva que esa necesidad
recubre.
Este último aspecto se destaca particularmente en las formas patológicas de lo pasional, en las
que el ser atormentado por el vacío se consume en la destructividad. En este caso la falta es
experimentada como humillación narcisista, y se intenta anular la pérdida. Se impone entonces
como necesario un lazo fusional, aunque se huya de él o se lo ataque cada vez que interviene la
angustia persecutoria. Entonces el amor se sustenta en la rivalidad celosa, intenta fijarse en el
ideal pero finalmente sólo se sostiene en el odio. En efecto, si la alteridad es insoportable y la
confusión peligrosa, el otro sólo puede ser alcanzado en la violencia. En el límite, el
desconocimiento de las fuentes incestuosas o agresivas de una pasión puede así transformarse en una certidumbre en la que la prueba se relaciona con el hecho de que alguien debe ser  sacrificado.
No obstante, la pasión no es mortífera si no procede de una fascinación en la que el sujeto se remite a una figura del destino que lo condena a lo trágico. En consecuencia, el análisis puede ser, no la anulación de las pasiones sino su pacificación, en la medida en que permita dilucidar lo que surge del impase repetitivo y lo que abre a nuevas posibilidades de realización. Pues, como lo enuncia Freud en ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, «decidir cuándo es más oportuno dominar las pasiones y plegarse a la realidad, o bien tomar partido por ellas y prepararse para defenderse del mundo exterior, es el alfa y omega de la experiencia de la vida».