Diccionario de psicología, letra P, Peraldi François

Peraldi François
(1938-1993) Psicoanalista francés
No ha sido en Francia sino en Canadá y en particular en Montreal, donde François Peraldi influyó sobre la historia del lacanismo. De origen corso, inició estudios de medicina en París, pero muy pronto se orientó hacia el psicoanálisis, realizando una cura de objetivo didáctico con Simone Decobert, en el marco de la Société psychanalytique de Paris (SPP). Intelectual brillante, Peraldi perteneció a esa generación psicoanalítica francesa, la cuarta, para la que el compromiso con el freudismo se basaba en la pasión intelectual, la crítica radical al orden establecido y la
impugnación violenta de las instituciones psiquiátricas y psicoanalíticas.
Este compromiso debía necesariamente desembocar en la ruptura o el exilio. Alumno de Roland
Barthes (1915-1980), lector de Louis Althusser (1918-1990), de Michel Foucault (1926-1984) y
de Gilles Deleuze (1925-1995), no podía encontrarse en su lugar en el universo estrecho de la
SPR Como homosexual, no tenía en efecto ninguna posibilidad de llegar a ser psicoanalista.
Después de haber sufrido un rechazo categórico, se volvió hacia la École freudienne de Paris
(EFP), más liberal respecto de la homosexualidad. Allí continuó su formación didáctica mediante
un control con Serge Leclaire, y anudó sólidas amistades con Michéle Montrelay, Françoise Dolto
y Luce Irigaray. En 1969 comenzó a practicar el psicoanálisis, después de haber tenido en Jura
una experiencia de psicoterapia institucional con niños psicóticos.
Sensible a todas las formas de exilio y cosmopolitismo, apasionado del cine, del jazz y de la
cultura norteamericana, muy pronto se sintió incómodo en la atmósfera del lacanismo parisiense
de la década de 1970, donde la enseñanza del maestro giraba hacia el dogmatismo y el culto de
la personalidad. Sobre todo, sus costumbres y su modo de vivir resultaban chocantes para el
conformismo burgués. Se lo sabía amante del sadomasoquismo, y desconcertaba que conviviera
con una serpiente pitón en su departamento parisiense.
Como los pioneros del freudismo, igual que Ernest Jones a principio de siglo, Peraldi soñaba con
conquistar América, para implantar allí la gran renovación del freudismo puesta en marcha por Jacques Lacan.
Después de considerar la posibilidad de enseñar literatura en la Universidad de Harvard, y de
haber establecido vínculos con intelectuales norteamericanos, en particular William Richardson y
John Muller, futuros fundadores en Boston del Lacanian Forum, salió de Francia en 1974 para
tratar de crear «otra escena» del psicoanálisis. Al año siguiente abrió, en Montreal, un seminario
de iniciación en el pensamiento lacaniano, en el marco del departamento de lingüística y
traducción de la universidad.
Su talento de orador le permitió ejercer un verdadero magisterio con los jóvenes estudiantes de
lengua francesa e inglesa. Peraldi no fue sólo un notable docente, sino que también se reveló como un clínico sorprendente, capaz de formar discípulos sin prestarse jamás a la idolatría tan característica de los grupúsculos poslacanianos. Con el correr de los años desempeñó un papel principal tanto en la universidad, donde apadrinó tesis, como en el hospital o en su práctica privada, y encontró su lugar en «los márgenes» psicoanalíticos de Quebec, entre todos los que, psicólogos anónimos o estudiantes desorientados, no lograban incorporarse a la Sociedad
Canadiense de Psicoanálisis (SCP).
Maestro dotado de virtudes socráticas, Peraldi no quiso fundar ninguna institución ni ningún sistema de pensamiento. A la tiranía del jefe oponía un gusto nietzscheano por la fraternidad intelectual, cuya huella se encuentra en la mayoría de sus artículos. Al correr de la pluma, y a veces en dos lenguas, habló de la muerte, de las interdicciones, del sufrimiento colectivo del pueblo de Quebec, del crimen, del sexo y de las minorías, a la manera de los héroes de las novelas de John Steinbeck (1902-1968).
Lejos de hacer escuela, se contentó con animar un grupo (fundando en 1986 la Red de Cárteles,
considerablemente abierta a analistas de diversos horizontes) y con participar en la creación de
tres nuevas revistas: Frayages, Trans, Filigrane. Su homosexualidad no le generó ningún
problema en la práctica del psicoanálisis. Peraldi no fue un militante del movimiento gay que
hiciera ostentación de comportamientos extravagantes, ni un homosexual vergonzante deseoso de normalizarse. De tal modo evitó crear nada parecido a un círculo de jóvenes iniciados, o tomar en análisis solamente a homosexuales. En este sentido, fue un clínico de un nuevo tipo. Capaz a la vez de no ruborizarse por su diferencia y de experimentar los extremos en materia sexual, nunca transgredió las reglas de la ética analítica, lo que le aseguró un gran renombre en una ciudad obsesionada por los abusos sexuales de todo tipo: «Cuando el rumor dice que soy homosexual, y usted sabe que no se priva de hacerlo -le explicó a Jean Forest en 1988-, no dice  nada en cuanto a mi sexualidad, pues precisamente quienes generan este rumor y quienes lo propagan lo ignoran todo de mi vida privada, que yo siempre he separado radicalmente de mi vida pública y profesional; en cambio, ese rumor es un intento de dominarlo que mi discurso
«a-doxal» o paradójico puede tener de amenazante, precisamente porque ataco la doxa, a la
palabra especular y alienante de los aparatos de poder.»
Françoise Peraldi murió de sida a los 55 años. Al descubrir su enfermedad reaccionó con cólera y violencia; no aceptaba la muerte. Continuó practicando hasta su último aliento, mientras
redactaba la crónica de su genealogía familiar. Quería transmitir a sus sobrinos y amigos
fragmentos de su historia inmersa en el siglo: Françoise sabía recibir de manera principesca -ha
escrito Régine Robin-. Nos veíamos en las cuatro esquinas del planeta [.—]. Le gustaba hablar
de sus lecturas, nunca de sus pacientes. Los respetaba. Esa era una zona vedada. Nadie se
aventuraba en ella.»