Diccionario de psicología, letra P, pertenencia

Pertenencia
Definición
Del latín pertinentia-acción de pertenecer. En Corominas, acción o derecho que tiene a la
propiedad de una cosa o cosa accesoria a la principal que entra con ella en propiedad.
Desde el psicoanálisis, la pertenencia es un sostén narcisista que ampara al sujeto. El
sentimiento de pertenencia se basa en la necesidad de estar incluido en un vínculo, que opera
como sostén frente a la vivencia de inermidad e indefensión del individuo. Tiene dos vertientes,
una manifiesta, adaptativa a la realidad, y otra imaginaria que se refiere a la necesidad de
sentirse protegido, contenido en un ambiente amparador.
La pertenencia marca una ley entre un adentro y un afuera; el adentro es el área privilegiada que asegura continuidad, continencia y seguridad. Pertenecer es sentirse sostenido-sujetado, da permanencia y estabilidad. La necesidad de pertenecer a un vínculo es inherente a la condición de ser.
El estar ligado a los objetos internos, a una estructura familiar, a un contexto social, protege de
las angustias ligadas al vacío y la soledad. Es un intento de recuperar la sensación oceánica
propia de la vivencia de unicidad. Formar parte de un conjunto, estar en la mente del otro, se
relaciona con el estar vivo. No pertenecer, estar fuera de un vínculo es como estar fuera del
mundo del yo y del sí mismo. La pertenencia es una estructura inconsciente que sólo se hace consciente en situaciones críticas (Berenstein, 1991). El reconocimiento es ineludible al
sentimiento de pertenencia, la necesidad de pertenecer y ser reconocido como condición de ser,
lleva al individuo en algunas oportunidades a soportar situaciones de extrema exigencia, para
evitar «la angustia de no asignación», de no reconocimiento (Kaës, 1976). Asignarse y ser
asignado a un lugar, en un grupo, es ser para sí y para los otros; es existir en una trama
deseante. Ocupar un lugar, entre un conjunto de semejantes, es la condición a partir de la cual
puede funcionar el campo de la ilusión, de la coincidencia, del entre dos. La pertenencia tiene
que ver con una apropiación del sujeto de un espacio teóricamente existente, de un lugar, y es
dado o confirmado por un otro o un conjunto (Puget, J. 1993). La pertenencia juega como una
promesa que conjuga el presente del decir con un futuro anticipado.
Origen e historia del término
El sujeto se constituye desde sus inicios a partir de su relación con los otros, lo que será
definitorio para su supervivencia y desarrollo. La pertenencia es una etapa inherente al proceso identificatorio que cada cultura ofrece al individuo. Freud, S. (1926), hace referencia en el recién nacido a su indefensión, dada su incapacidad de emprender una acción coordinada y eficaz por sí mismo. El lactante frente al desamparo, necesita de un otro Para satisfacer sus necesidades y poner fin a sus tensiones ulteriores. El primer objeto amoroso, la madre, brinda el primer sostén.
En este primer modelo de vínculo se apoyan los vínculos posteriores. Klein, M. (1962) acentúa la
relación del bebé con la figura materna, remarca la calidad de la relación introyectada para la
constitución del psiquismo, lo que luego le permitirá extrapolarla a otros vínculos. El tipo de
relación de objeto favorece las identificaciones, es el referente de vínculos posteriores. La
posibilidad de investir sería proporcional al sentimiento de pertenencia. Winnicott, D. (1971)
plantea en su obra que el lugar de la experiencia cultural es el espacio potencial que existe entre
el individuo y el ambiente, y que la utilización de este espacio lo determinan las experiencias de
las primeras etapas de vida. Este espacio transnacional cuyo heredero es el juego creador
primero Y las realizaciones culturales luego, surgen de la relación con la madre. Diferencia entre
madre ambiente y madre objeto de la pulsión. El bebé es parte de la relación madre-bebé y para
su adecuado desarrollo es necesaria una madre lo suficientemente buena, que a su vez esté
sostenida por un ambiente facilitador (función paterna). Anzieu, D. (1986) define al grupo como
una envoltura gracias a la cual los individuos se mantienen juntos. Está constituida por el
entramado de reglas y códigos que marcan un límite entre los de adentro y los de afuera. Habla
de la ilusión grupal como una etapa necesaria («estamos bien juntos»), sería una forma de
preservar la unidad yoica amenazada («somos todos iguales»). Bleger, J. (1967) destaca la
importancia de pertenecer a un grupo como un instrumento dador de identidad. Pichón Riviére,
E. (1968) plantea que la necesidad de afiliación del individuo a un grupo estaría en relación con
sus identificaciones más precoces, dicha necesidad se ve realizada a través de la pertenencia.
La pertenencia sería el logro del vencimiento de la necesidad, un pasaje de la necesidad a la libertad, que hace posible la planificación. Maldavsky, D. (1992) habla de un sentimiento íntimo de resguardo, de disponer de un amparo frente a las distintas adversidades. Bernard, M. (1991) plantea que se puede definir el sentimiento de pertenencia como un «estar dentro», lo que desde lo manifiesto remite a la posibilidad de compartir metas, normas, leyes y desde lo imaginario haría referencia a la ilusión de estar contenido en un ambiente amparador («cómo aquel del que venimos y al que nunca renunciaremos totalmente de regresar»). Kaës, R. (1984) plantea que el apuntalamiento es uno de los procesos más importantes en la construcción del psiquismo y da cuenta de las relaciones iniciales de la psique, del cuerpo, del grupo y de la cultura.
De ahí que la estructuracion psíquica comience a generarse a partir del primer encuentro con la
madre que es el inicio de la historia relacional. Aulagnier, P. (1977) habla de una situación de
encuentro. La madre anticipa en actos y palabras dando significados aún antes que el bebé sea
capaz de reconocer su significación y tomarlo por sí mismo, habla de la función de portavoz de
la madre: enunciante y portavoz de un discurso ambiental y cultural. Es la madre la que en
primera instancia ofrece un mundo, ya que es una forma de ver un mundo. Plantea que para dar
contenido y coherencia al proyecto identificatorio se torna necesario tener referentes estables
de la historia que sirvan de punto de anclaje para investir libidinalmente el futuro y dar sentido al
presente.
Los autores mencionados resaltan la función intermediaria de la madre, entre el individuo y la
cultura. Sería este primer momento fusional la matriz sobre la que operarán los posteriores
enriquecimientos y modificaciones, dando lugar a posteriores identificaciones (como etapas
sucesivas) que hacen posible la pertenencia a distintos espacios. Puget, J. – Berenstein, L
(1988) parten de que el vínculo es precedente a toda organización mental. Proponen la idea de
que el sujeto se va construyendo sobre tres pilares que no dependen uno del otro, si bien
mantienen relación entre sí: intrasubjetivo, intersubjetivo, transubjetivo. El bebé ya antes de
nacer es un otro para sus padres y les propone sus significados, tanto como éstos a él. Los
padres determinan al hijo como éste a aquellos. El bebé los ubica en la estructura familiar como
padre-madre. Se produce una dependencia mutua, recíproca. Pero los padres no son los únicos
proveedores de subjetividad sino que también lo es el mundo circundante en el que el sujeto está
inmerso. La atribución de un lugar, así como cada uno de los diferentes estímulos, revisten una
fuerza identificatoria que le permiten al sujeto construir su pertenencia al conjunto (Puget, J.,
1996). Para Berenstein (1995) la pertenencia estaría en relación a una representación de lugar,
sector de un espacio psíquico posible de investir, que implica un convencimiento de reciprocidad
entre los yoes. Puget (1993) plantea que el sentimiento de pertenencia proviene de la
representación inconsciente de la ocupación de lugares en las estructuras, para lo cual se
ponen en actividad mecanismos propios a la pertenencia y que son diferentes a los mecanismos
de la identificación. Estos autores plantean que hay distintos niveles de pertenencia: social,
familiar y al propio cuerpo.
Desarrollo desde la perspectiva vincular
El individuo nace en un vínculo y de un vínculo. Es imposible pensarlo solo, aislado.
A partir de la teoría del narcisismo en Freud (1914) el sujeto aparece siendo por un lado «para sí
mismo su propio fin» y por otro, miembro de una cadena a la que está sujeto desde antes de su
existencia como individuo. Piera Aulagnier (1977), con su concepto de contrato narcisista, alude
al mismo hecho, a esta «atadura» del sujeto humano; el sujeto debe asegurar la continuidad del
linaje y del conjunto social para lo cual la familia debe investir al nuevo miembro al que le asigna
un lugar que le es significado desde las generaciones anteriores como ideales, valores, modos
de interpretar la realidad. Para asegurar la continuidad generacional y la vida institucional el
sujeto se va insertando en el conjunto familiar y en otros grupos de los que irá formando parte y
a cambio recibirá el sostén que le da la pertenencia a los mismos. «La inserción social es
impuesta e incluye al individuo en una historia que lo precede y lo postcede. Tiene una cualidad
inconsciente y transforma al sujeto en transmisor y actor de una organización social, en la cual
es sujeto activo y objeto pasivo a la vez» (Puget, J). Los acuerdos y pactos inconscientes sellan
la pertenencia al conjunto. El grupo precede al individuo singular y le va dando señales de
reconocimiento, asigna lugares, ofrece medios de protección, marca límites, establece
prohibiciones. Su pertenencia al grupo tiene para el individuo un carácter reparatorio; aparece
ligado a la sensación de completud frente a la fragmentación, mitiga la herida narcisista frente a
la omnipotencia perdida, sostiene la función de los ideales y de los ídolos, le brinda la sensación
de permanencia. Kaës plantea que «el grupo brinda al sujeto la imagen de su mismidad perdida y
el apoyo necesario para superar el desamparo, la indivisión, la continuidad, la seguridad, la
mismidad de la coherencia» (Kaës). El grupo es mediador de la trasmisión de identidad, mitos,
ideologías, ritos, lengua, etcétera.
La institución que precede al individuo, lo introduce en el orden de la intersubjetividad, en el
orden simbólico. La producción de subjetividad se da a través de la pertenencia, a través de la
búsqueda de perdurar, de «ser alguien». El ser se construye y se afianza en la red social. Kaës
propone la noción de «sujeto de grupo». Para él, el sujeto es ante todo un «intersujeto».
Pero toda inserción en un grupo pone en juego cierto grado de renuncia. Kaës (1989) define el
pacto denegativo como un antecedente imprescindible para la construcción del vínculo. Es
necesaria cierta renuncia pulsional para que el vínculo se pueda sostener y poder crear la
ilusión de un espacio compartido que es equivalente a seguridad. Sería lo que hay que dejar
fuera para que ¿I vínculo pueda existir, tiene una función defensiva y organizadora del vínculo.
En algunas oportunidades esta renuncia puede volverse excesiva generando una pertenencia
indiscriminada, indiferenciada, «identidad por pertenencia» (Bleger-Bernard) donde existe falta de
autonomía del sujeto y una dificultad en reconocer la autonomía del mundo exterior. Kaës (1976)
lo define «funcionamiento isomórfico», en contraste a un «funcionamiento homomórfico» que se
caracteriza por una pertenencia discriminada, diferenciada, donde se mantiene una capacidad
crítica, y a la que Puget llama pertenencia madura, donde existe un proceso simbólico. La
pertenencia al vínculo tiene un carácter obligatorio, ya que sin ella no habría vida psíquica, Pero
el individuo tiene la opción de elegir desde que nace la forma y modo de pertenecer. Puget
(1993) plantea la paradoja entre la obligación de pertenecer y la opción de elegir.
La intensa necesidad de pertenecer explicaría situaciones donde el individuo acepta exigencias
extremas para evitar la «angustia de no asignación» (Kaës, 1976), de no reconocimiento. El pacto
denegativo tanto como su contrapartida, el contrato narcisista, son formaciones transubjetivos
que atraviesan tanto al psiquismo individual como el familiar y el social. Permite articular el orden
intrasubjetivo, intersubjetivo y transubjetivo.
La pertenencia se relaciona con la apropiación de un lugar teóricamente existente, y es dado o
confirmado por un otro «reconocer privilegiado» (Puget, J., 1993).
La necesidad de reconocimiento es inagotable y se realiza en forma presente y puntual. Para
cada nueva necesidad, habrá necesidad de un nuevo reconocimiento. La posesión de un lugar
necesita ser permanentemente confirmada. Ser pensado por un otro es una condición necesaria
para la constitución del psiquismo. Puget (1996) plantea la necesidad de diferenciar «ser
pensado» de «ser anulado» por un otro; donde sólo se busca lo semejante, sin dar lugar a la
diferencia. No se tolera la ajenidad, lo no cognoscible del otro. Sería un intento de buscar la
«completud narcisista» en lugar de la «suplementación» (Lewkowicz, 1995), lo que daría lugar a
una pertenencia discriminada, madura.
Plantea que la pertenencia se relaciona con un «compartir», única manera en que se tejerá la
representación vincular y se manifiesta a través de una historia o código compartido (Puget,
1995). Para Berenstein, I. «una familia es un conjunto de personas vinculadas por la pertenencia
tanto al sistema de parentesco, como al de la lengua. Estos dos sistemas comprenden un
período de tiempo vivido en común, asimismo de cotidianeidad y un supuesto compartir de
sentidos respecto a los afectos que impregnan las relaciones así como las experiencias que en
ellas se dan». (Berenstein, I.) La pertenencia sería aquello que ubica y contiene a los sujetos
ligados en un conjunto. Berenstein, I. propone recurrir al Complejo de Edipo para entender las
relaciones de los sujetos de la Estructura Familiar Inconsciente, pero agregando a sus tres
facetas clásicas «ser, tener y hacer» otras dos, «parecer y pertenecer que tienen que ver con el
profundo sentimiento de compartir valores, significados con los otros, parecerse» (I. Berenstein).
La sensación de no pertenecer invadiría al yo y se expandiría como ansiedad de no ser, no tener
y no pertenecer. Plantea que la pertenencia al medio familiar se sostiene por un discurso
compartido y la palabra singular puede ser vivida como un riesgo. Un excesivo grado de lealtad
no permitiría modificación, transformación o complejización vincular. La pertenencia es una
estructura inconsciente que sólo se hace consciente en situaciones críticas. Para Kaës (1980)
la crisis sería un intervalo entre una pérdida segura y una adquisición incierta. Etapa en la que no
se pueden hacer proyectos. Esto se podría ver en procesos de separación del vínculo
matrimonial, comparable en algunos aspectos a la crisis de la adolescencia, procesos de
emigración y desarrraigo. Donde se pierde una pertenencia, un espacio conocido para pasar a
otro todavía incierto.
Situaciones vividas como extranjería (Aguilar-Nusimovich, 1997) donde no se comparten
códigos, donde no se es reconocido como un otro privilegiado para alguien, generan angustia
de no asignación. Berenstein y Puget (1997), proponen que «la pertenencia del Yo configura una
espacialidad con una geografía cuyos bordes fantasmáticos trascienden el límite del lugar
geográfico, de la lengua, de la identidad religiosa, aún cuando retiene contenidos de los tres.
Plantean que la pertenencia tendría dos bordes: uno hacia lo intrapsíquico y otro hacia el ámbito
de lo sociocultural. Tiene también un sector fijo, mudo, no cuestionable y otro en permanente
reconstrucción, ya que no se adquiere de una vez y para siempre, sino que necesita
permanentes reconocimientos, según los distintos momentos del sujeto. Así el sujeto compondría
un sector del yo constituido por la hipervaloración de la comunidad, e incluyendo el narcisismo
de los padres, así como el del propio cuerpo.
Consideramos que la familia es la mediadora primordial entre la cultura y el sujeto; de modo
análogo la cultura media entre las reglas transculturales, los grupos y los sujetos que la
conforman. Cada cultura ofrece al individuo posibilidades identificatorias, que son mediatizadas y
filtradas a través de la estructura familiar inconsciente.
Se generan así distintos significados familiares, se conciben convicciones, mitos, ideologías, con
lo cual el yo constituirá sus propias producciones. El individuo se siente así, sostenido, sujetado,
«perteneciente», vivo.
Problemáticas conexas
Algunos autores (Bernard, Kaës, etc.) proponen que el aparato psíquico se constituye en un
acto psíquico inaugural, del cual por sucesivas transformaciones, deriva la instalación de los
ámbitos, intra, inter y transubjetivos. Otros (Berenstein, Puget) consideran que cada espacio
psíquico tiene su propio acto psíquico inaugural. Desde esta perspectiva el sujeto construye su
identidad simultáneamente en distintos ámbitos, teniendo cada uno de ellos su propio acto
fundante. El individuo se estructura en su pertenencia a distintos vínculos. Al intentar definir este
término, por momentos se confunde con el de identidad, por tener en la mayoría de los autores
un desarrollo muy similar. Se encuentran referencias a la pertenencia como dadora de identidad.
Se podría hacer una distinción: la pertenencia se refiere sobre todo a lugares, se vincula con
ansiedades ligadas a mudanzas, migraciones, necesidad de estar incluido en determinados
contextos. Se puede ligar la pertenencia al poder, rivalidades, etcétera, que no necesariamente
pasan por la conflictiva edípica, mientras que la identidad, pasa necesariamente por lo edípico y
aparece en el material con otros referentes.