Diccionario de psicología, letra P, perversión

Perversión
El abordaje de las perversiones requiere una gran prudencia clínica, pues es muy cierto que todavía se agrupan en esta categoría manifestaciones del todo extrañas al campo de la
psicopatología. En nuestros días, las perversiones son objeto de un enfoque semiológico y etiológico inaceptable, porque está fundado en criterios morales, sociales y médico-legales (cf. los artículos «Perversité» y «Perversion» en A. Porot, Manuel alphabétique de psychiatrie, y H. Ey, Études psychiatriques). Semejante colusión, sancionada por normas morales e ideológicas, invalida de entrada toda comprensión clínica del proceso perverso, al asignarle un perfil atípico sin especificidad estructural.
Más allá de las apreciaciones normativas, conviene definir una etiología psicogenética de las
perversiones derivada exclusivamente de la causalidad psíquica y de los procesos
metapsicológicos capaces de objetivarla. En este sentido, la concepción psicoanalítica de las
perversiones revela ser más económica y rigurosa por su carácter operatorio e instrumental. El
enfoque de las perversiones está tanto mejor esclarecido en el plano de la intelegibilidad clínica y la eficacia terapéutica cuanto que es justamente necesario identificar aquí el sustrato psíquico de las manifestaciones psicopatológicas que cuestionan sin tregua la normatividad y la normalidad.
Primera concepción freudiana de las perversiones:
Una de las primeras bases del proceso perverso puede localizarse en la noción freudiana de
pulsión sexual. La noción de pulsión, central en la metapsicología de Freud, es un elemento central de la economía psíquica característica de las perversiones.
En Tres ensayos de teoría sexual (1905), Freud especifica las «aberraciones sexuales» según
una doble determinación: como desviaciones relativas al objeto de la pulsión sexual, o como
desviaciones relativas a su meta. Se aparta de este modo de las concepciones nosológicas
tradicionales de las perversiones (cf. Krafft-Ebing, Psychopathia sexualis, 1869). Si bien la
oposición clásica inversión-perversión parece corresponder a la cupla «desviación en cuanto al objeto-desviación en cuanto a la meta», el término perversión sólo es introducido explícitamente por Freud en el capítulo de las desviaciones que se relacionan con la meta sexual. Además, Freud ve en la perversión una inflación del proceso sexual normal: «No obstante, uno encuentra ya, en el proceso sexual más normal, los gérmenes cuyo desarrollo llevará a las desviaciones que se describen con el nombre de perversiones» (Tres ensayos). Al presentar el estatuto particular del objeto de las pulsiones sexuales, Freud arranca definitivamente el proceso perverso del campo de las discriminaciones que lo inscriben como desviación con relación a las normas. Con Freud, la perversión se inscribe en la norma misma.
Al incluir todo el proceso sexual en el campo de las fluctuaciones pulsionales, Freud puede
establecer una relación directa entre neurosis y perversión. «Los síntomas mórbidos
representan una conversión de las pulsiones sexuales que deberían llamarse perversas si
pudieran encontrar una expresión en actos imaginarios o reales». Cuando éste no es el caso,
estamos en presencia de una neurosis. Además «La neurosis es, por así decirlo, el negativo de la perversión». Las pulsiones sexuales, en el curso del desarrollo de la sexualidad infantil, son parciales, puesto que todas se basan en una desviación en cuanto al objeto (estadio oral:
succión; sádico-anal: retención-expulsión; fálico: masturbación). Tal es el sentido de la idea de
una perversión polimorfa del niño, instalada en el corazón mismo de la sexualidad «llamada»
normal. Estos componentes parciales de la sexualidad, al principio autónomos, se organizan
secundariamente, en el momento de la pubertad, en tomo a la primacía de la zona genital. La
sexualidad infantil es entonces necesariamente «perversa», puesto que impone objetos y metas
que no son el objeto y la meta sexuales «normales». La organización de las perversiones en el
adulto encuentra su explicación legítima en la reaparición de uno o varios componentes parciales
de la sexualidad infantil. Si bien las pulsiones parciales pueden persistir en el adulto como
tendencias perversas en el acto sexual normal, bajo la forma de «placer preliminar», las
perversiones «instaladas» resultarían de una regresión de la evolución libidinal a un estadio anterior al genital, al que el sujeto quedaría electivamente fijado.
En esta etapa de la reflexión freudiana, la sexualidad perversa es menos una marginalización del
proceso sexual que el fundamento de la sexualidad normal como predisposición inevitable en el
desarrollo psicosexual de todo sujeto.