Diccionario de psicología, letra P, Psicoanálisis aplicado

Psicoanálisis aplicado
Alemán: Angewandte Psychoanalyse.
Francés: Psychanalyse appliquée.
Inglés: Applied psychoanalysis.
El hecho de que Sigmund Freud tuvo muy pronto la inquietud de desarrollar las ideas capaces de
extenderse a ámbitos exteriores al estudio del funcionamiento psíquico, como por ejemplo la
creación literaria o artística, lo atestiguan por lo menos dos cartas a Wilhelm Fliess, En la primera,
del 15 de octubre de 1897, observó que cada lector o espectador de la pieza de Sófocles había
sido alguna vez, «en gérmen, en imaginación, un Edipo», añadiendo: «Pero una idea atravesó mi
mente: ¿no se encontrarían hechos análogos en la historia de Hamlet?» En la segunda carta, del
5 de diciembre de 1898, donde habla del narrador suizo Conrad Ferdinand Meyer (1828-1898) y
del entusiasmo que le suscita la lectura de sus libros, le pidió a Fliess «informaciones sobre la
existencia de ese escritor, sobre el orden de publicación de sus obras, lo que es indispensable
para interpretarlas».
Primero fue la Sociedad Psicológica de los Miércoles la que sirvió de marco a las exposiciones y
discusiones, a menudo apasionadas, sobre la aplicación del psicoanálisis a los ámbitos de la
literatura, las artes plásticas, la mitología y la historia. Por ejemplo, en la sesión del 10 de octubre
de 1906, después de que Otto Rank hablara de los fundamentos de una psicología de la creción
literaria, Adolf Häutler (1872-1938) lo criticó, afirmando que no se podía—aplicarla noción de
represión más que a los individuos, y no a la vida psíquica de un pueblo». En esa misma sesión,
Häutler rechazó la idea de una correspondencia automática entre la vida personal del creador y
sus obras, y previno contra el exceso de interpretación. Freud criticó a su vez el empleo
incorrecto que se había hecho del concepto de represión. En la sesión del 24 de octubre de
1906, dedicada a la segunda parte de la exposición de Rank, Häutler reiteró sus críticas, pero
declarando que «aplicar las teorías de Freud a otros dominios, y descubrir la ramificación de la
sexualidad en la literatura y la mitología, es una actividad que merece ser alentada».
Después fue Alfred Meisl (1868-1942) quien señaló su desacuerdo; Meisl sostuvo que las tesis
de Rank eran demasiado frágiles, y que ese tipo de publicación podía constituir un peligro: «1)
para la psicología como ciencia y 2) para las teorías de Freud; la gente podría utilizar las
«debilidades de los libros de Rank para rechazar igualmente las teorías de Freud». Max Graf
recomendó prudencia en la interpretación de las obras literarias, precisando que «sólo cuando
ciertos temas se desprenden muy claramente y se repiten a menudo, se los puede relacionar
con la vida sexual». Un año más tarde, el 4 de diciembre de 1907, una exposición de Isidor
Sadger dedicada a Meyer provocó un severo enfrentamiento, preludio a la elaboración de una
especie de documento, enunciado la semana siguiente, el 11 de diciembre de 1907, en ocasión
de la exposición de Graf sobre «la metodología de la psicología de los escritores». Graf se
entregó primero a una crítica radical de las tesis de Cesare Lombroso (1836-1909) y de las
desarrolladas por la escuela francesa de psicología, partidaria de la teoría de la
herencia-degeneración. Desde ese punto de vista, explicaba Graf, se han escrito patografías,
«análisis de escritores sobre la base de experiencias patológicas [ … ]. El método de Freud
-añadía Graf- es muy diferente; lleva al inconsciente y demuestra que la enfermedad psiquica no
es más que una variante de la pretendida salud psíquica, que las enfermedades mentales son
una disociación de los elementos psíquicos de la persona sana.» Antes de exponer los principios
del método psicoanalítico y las reglas de «su aplicación a los artistas», Graf concluía: «Lombroso
trata a los escritores de la misma manera que a un tipo criminal particularmente interesante»; en
cuanto a los «psicólogos franceses, [ellos] en el escritor no ven más que un neurótico».
La discusión le dio a Freud la oportunidad de respaldar una vez más a Graf, quien acababa de recordar con fuerza: «Quien quiere conocer al escritor, tiene que buscarlo en sus obras».
Retornando la tesis expuesta unos días antes en una conferencia, «El creador literario y el
fantaseo», pronunciada en la sede de la editorial de Hugo Heller, tesis que postulaba la identidad
de los procesos de producción literaria con los mecanismos del sueño despierto, Freud sostuvo:
«Todo escritor que presente tendencias anormales puede ser objeto de una patografía. Pero la
patografía no nos enseña nada nuevo. El psicoanálisis, en cambio, informa sobre el proceso de
la creación merece ser colocado por encima de la patografía.»
La empresa del psicoanálisis aplicado, distinta de la patografía, se inició por lo tanto muy pronto.
Daría lugar a los ejercicios de interpretación más diversos, a la psicobiografía (interpretación de
las obras en función de la vida del autor), a la psicocrítica (interpretación psicoanalítica de los
textos), pasando por la psicohistoria (interpretación de la historia con ayuda del psicoanálisis). El
objetivo de esta extensión de la teoría psicoanalítica y de su campo interpretativo no tardó en ser
puntualizado. Ludwig Binswanger lo registró en sus notas sobre su segunda visita a Freud, en
1909: «Freud encara siempre el psicoanálisis como una ciencia total, como el gran y nuevo
método de investigación que le gustaría ver aplicado a la religión, la historia y el arte». En 1914,
en su artículo «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», Freud, a propósito de La
interpretación de los sueños y de otro libro, El chiste y su relación con lo inconsciente, escribió
que esas dos obras habían «demostrado de entrada que las enseñanzas del psicoanálisis no
pueden limitarse al dominio médico, sino que es posible aplicarlas a otras ciencias del espíritu».
Ése era el objetivo esencial: liberarse de la tutela médica, sustraerse al registro exclusivo del
método terapéutico, y no quedar reducido a servir a la psiquiatría. Pero la idea era que el
psicoanálisis -sobre el que Freud insistía en que no era una de esas ciencias del espíritu
(Geisteswissenschaften) a las que sin embargo podía enriquecer- encontrara su lugar en el
orden de las ciencias de la naturaleza (Naturwissenschaften). Más de una vez Freud se aplicó a
procurarle a este objetivo su legitimidad teórica, recordando, en particular en la trigésimo cuarta
de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, que, habiendo comprendido el
alcance del psicoanálisis como «psicología de las profundidades», se vio llevado a admitir que, en
cuanto «nada de lo ejecutado o creado por los hombres es comprensible sin el concurso de la
psicología», de ello resultaban «espontáneamente las aplicaciones del psicoanálisis a numerosos
ámbitos del saber, en particular los de la ciencia del espíritu, aplicaciones que se imponían y
reclamaban su elaboración».
Esencial para el desarrollo del psicoanálisis y la adquisición del estatuto pleno de disciplina
científica, la aventura del psicoanálisis aplicado fue vivida por Freud como una conquista militar y
colonial. Lo atestigua la correspondencia con Carl Gustav Jung, Oskar Pfister o Sandor Ferenczi.
Hubo por lo tanto una logística, reflejada en proclamas institucionales (el psicoanálisis aplicado
figura en un buen lugar en la declaración de los fines de la International Psychoanalytical
Association [IPA]), en la investigación sistemática en colaboración con especialistas de las
ciencias del espíritu, que los psicoanalistas conocían sólo superficialmente, y finalmente en
actividades editoriales. Fue así como, en 1907, con la publicación del ensayo de Freud titulado El
delirio y los sueños en la «Gradiva » de W Jensen, se creó la colección de los Schriften zur
Angewandten Seelenkunde (Monografías de psicoanálisis aplicado).
Muy pronto esta serie demostró ser demasiado estrecha para permitir el desarrollo de un sector
en plena expansión. Surgió entonces la idea de una revista totalmente dedicada a trabajos de
psicoanálisis aplicado, «no médicos», como precisaría Freud en una carta a Jung del 29 de junio
de 1911; una revista que Hamis Sachs y Otto Rank iban a fundar en 1912, que llevaría el nombre
de Imago, y a la cual Freud dedicó muchos recursos y energía. En particular, publicó en ella las
primeras versiones de Tótem y tabú, así como su estudio «El Moisés de Miguel Ángel», que hizo
aparecer sin firma. Con independencia de lo que haya podido decir Freud, quien en una carta a
Edoardo Weiss del 12 de diciembre de 1933 habló al respecto de un «hijo del amor» que era
también un «hijo no analítico», ese anonimato era el signo de sus vacilaciones sobre la validez del
psicoanálisis aplicado. En una carta a Karl Abraham del 6 de abril de 1914 se refirió a dicho
estudio, criticando su «carácter diletante» y añadiendo que ese diletantismo era algo difícil de
evitar «en los trabajos para Imago».
En otra carta a Abraham del 4 de marzo de 1915, hablando de su «Guerra y muerte», calificó ese
ensayo de «charla de actualidad», precisando: «Por supuesto, no faltan en esto reticencias
interiores».
La ambivalencia freudiana respecto del psicoanálisis aplicado se refleja tanto en las
contribuciones del propio Freud como en las reacciones contrastantes que este ámbito suscita
en la comunidad psicoanalítica.
En primer lugar, es preciso observar que, a pesar del entusiasmo provocado por el psicoanálisis
aplicado en el círculo freudiano y más allá, el propio Freud practicó muy poco la psicobiografía
(que por otra parte execraba cuando pretendía aplicársele a él). Con la excepción de una breve
colaboración incluida en el libro de Rank El mito del nacimiento del héroe, donde desarrolló la
noción de la novela familiar, acerca de estas cuestiones Freud adoptó una posición singular. En
todos sus trabajos considerados propios del ámbito del psicoanálisis aplicado, se puede en
efecto constatar la existencia de un segundo objetivo, puramente teórico, que casi siempre
reemplaza a la aplicación pura y simple.
Por ejemplo, el estudio sobre Leonardo da Vine¡ (1452-1519) se distancia de las psicobiografías
habituales para dar un paso hacia la teoría de la sexualidad, en particular en el enfoque de la
homosexualidad. También Tótem y tabú supera los límites de sus referencias etnológicas, ya
perimidas en el momento de su publicación. En Psicología de las masas y análisis del yo Freud
recurrió a la psicosociología francesa de Gustave Le Bon (1841-1931), pero muy pronto
abandonó ese marco para elaborar el primer ensayo teórico dedicado a los aspectos de lo que
se denominaría el fenómeno totalitario, y plantear, teórica e históricamente, los fundamentos de la
segunda tópica. Y la obra que firmó con William C. Bullitt (1891-1967) sobre el presidente
Thomas Woodrow Wilson sigue siendo hasta hoy el único intento de comprender los procesos
subyacentes en la emergencia del fenómeno del «gran hombre», tema que se vuelve a encontrar
en la última obra de Freud publicada durante su vida, Moisés y la religión monoteísta.
En la actualidad, el psicoanálisis aplicado es objeto de juicios particularmente contrastantes. En el
mundo de lengua inglesa, autores tan diferentes como Ernest Jones y Peter Gay ubican por igual
una parte importante de las obras de Freud bajo el rótulo de psicoanálisis aplicado, sin que ello
suscite el menor debate; en cambio, en la comunidad psicoanalítica francesa esa expresión es
objeto de un rechazo particularmente violento.
Se pueden proponer dos explicaciones para la reacción francesa: la primera corresponde a la
preocupación de algunos psicoanalistas, entre ellos Daniel Lagache, de recobrar para el
psicoanálisis una respetabilidad que la ligereza de numerosos ensayos de psicoanálisis aplicado
le hicieron perder. Al mantenerse a distancia de ese tipo de proyectos -ilustrado sobre todo en
Francia por la psicobiografía de Edgar Allan Poe (18091849) debida a Marie Bonaparte y por las
diversas obras de René Laforgue-, y desarrollando trabajos articulados especialmente con la
teoría y la clínica de la cura, estos psicoanalistas apuntaban a obtener para su disciplina el
reconocimiento universitario que hasta allí le había faltado. La otra razón fue expuesta por
Jacques Lacan en su intervención sobre la cuestión del psicoanálisis aplicado, en su reseña
crítica de la obra de Jean Delay titulada La Jeunesse d’André Gide.
En ese artículo, Lacan afirmó en particular que «El psicoanálisis, en sentido propio, sólo se aplica
como tratamiento, y por lo tanto a un sujeto que habla y escucha»; cualquier otra forma de
aplicación sólo podía serlo en sentido figurado, es decir, imaginario, sobre la base de analogías,
y como tal sin eficacia.