DICCIONARIO DE PSICOLOGÍA, LETRA P, PSICOANALISTA

Psicoanalista
Un abordaje de la cuestión del psicoanalista es de entrada múltiple y moviliza de inmediato
numerosos conceptos y categorías psicoanalíticas. Es difícil realizarlo con independencia de la
concepción de la cura, que se ha modificado profundamente, y de la evolución de la teoría de las
neurosis de transferencia y de su resolución por la cura.
No obstante, se pueden distinguir metodológicamente dos aspectos: la función del psicoanalista
en la cura y, por otra parte, su formación y su estatuto con relación a los campos del saber, el
«psicoanálisis profano».
La función del analista
En Freud, la definición de las tareas del psicoanalista va acompañando a la comprensión
progresiva de la concepción de la cura analítica (lo que en términos más actuales se denomina el
marco analítico: un cierto número de puntos de referencia relativamente fijos y definidos, tanto
para el analista como para el analizante, que condicionan el proceso, la dinámica de la cura
analítica). Pero también depende de los momentos de la construcción de la metapsicología, que
determina, por ejemplo, cierta declinación de la interpretación concebida como tarea del analista,
en beneficio de la reelaboración concebida como actividad del analizante.
Las tareas del analista resultan entonces diferentes según los descubrimientos clínicos y las
invenciones metapsicológicas a las que Freud recurre para pensar la novedad que tiene que
enfrentar. En los términos de uno de sus últimos textos, «Sin especular ni teorizar -por poco digo
fantasear- metapsicológicamente, no se avanza ni un paso. Lamentablemente, las informaciones
de la bruja -metapsicología- no son esta vez ni muy claras ni muy explícitas».
Importa aquí demarcar algunas etapas, ya coyunturales, ya definitivas, en el establecimiento de
las tareas y las funciones del analista.
La historia del sufrimiento
Fue en un texto de 1893, al final del caso de Elisabeth von R,, donde Freud definió por primera
vez la tarea del analista (der Analytiker), que él llama todavía psicoterapeuta, y que los escritos
ulteriores sobre técnica analítica designan sobre todo con el término de «médico» (der Arzt).
Con este texto escrito al final de la primera cura analítica (que se desarrolló desde el otoño de
1892 hasta el verano de 1893), Freud se desprende de la neuropatología y la neuropsicología de
las enfermedades nerviosas, y subraya la relación interna y significante entre la historia
subjetiva de un sufrimiento y los síntomas clínicos.
«Yo no he sido siempre exclusivamente psicoterapeuta (Psichotherapeut), sino que he
practicado el diagnóstico local y las reacciones eléctricas como los otros neuropatólogos, y aún
me sorprende singularmente que los historiales clínicos (Krankengeschichten) que escribo se
lean como novelas (Novellen) y estén desprovistos, por así decirlo, del carácter serio de la
cientificidad (Wissenschaftlichkeit). Tengo que consolarme con el hecho de que lo
manifiestamente responsable de este resultado es la naturaleza del objeto de estudio, y no mi
preferencia personal: el diagnóstico local y las reacciones eléctricas no tienen ningún valor para
el estudio de la histeria, mientras que una presentación (Darstellung) profundizada de los
procesos psíquicos (seelischen Vorgänge), a la manera de la que nos proporcionan los poetas
(Dichter), me permite, mediante el empleo de unas pocas fórmulas psicológicas, obtener una
cierta comprensión del origen y despliegue de una histeria. Estas historias de enfermos
(Krankengeschichten) deben considerarse psiquiátricas, pero tienen una ventaja sobre estas
últimas: precisamente la relación estrecha entre la historia del sufrimiento (Leidengeschichte) y
los síntomas de la enfermedad (Krankheitssymptomen), relación que buscamos en vano en las
biografías de otras psicosis.»
Con este texto, Freud toma distancia, e incluso se despide, de la hipnosis, de la catarsis, y de
una concepción neurofisiológica de la histeria. Para advertir la novedad de este texto, basta
compararlo con un fragmento de la séptima lección de los martes de Charcot, que interroga a
una madre sobre su hija histérica:
«La madre: Sí, ella habla de una cosa y después de otra; a veces me llama, o bien me dice que
ve un hombre barbudo.
Charcot: ¿Un hombre?
La madre: Sí, a veces un hombre, pero a veces una mujer. ¡El hombre que ve es feo, horrible!
Charcot: Ésta es quizás una historia que resulta inútil profundizar en este momento». (Salpêtrère,
Lección del martes 17 de enero de 1888; las cursivas son mías.)
El interés inicial de Freud por la historia singular del paciente lo lleva a renunciar a buscar
localizaciones parestésicas; por el contrario, interroga a Elisabeth von R. sobre la fuente
representativa de sus dolores, sobre el origen de las representaciones de su cuerpo, e incluso
sobre el origen de los libretos que lo ponen en escena de un modo doloroso: «¿De dónde
provienen los dolores (Woher rühren die Schmerzen) cuando camina, cuando está de pie,
cuando está acostada?».
De manera que la definición que él da de la histeria -«el histérico sufre sobre todo de
reminiscencias»- puede ampliarse a la fórmula «el neurótico sufre de representaciones
psíquicas inconscientes y/o reprimidas, es decir, de fantasmas o de escenas históricas
reprimidas».
La regla fundamental y su correlato
En los escritos técnicos redactados a partir de 1910 para uso de los analistas sobre la
conducción de la cura analítica, Freud precisa la tarea del analista, ubicada como correlato de la
regla fundamental para el analizante, que consiste en «comunicar sin crítica y sin elección todo
lo que le pasa por la cabeza». La expresión «asociación libre», utilizada inapropiadamente,
implica una posición más activa que la regla de pasividad impuesta al analizante, en el sentido de
comunicar los pensamientos y las representaciones que surjan (Einfall) en su mente.
El correlato para el analista propuesto por Freud en este mismo texto, «como haciendo pareja
(Gegenstück) con la regla psicoanalítica fundamental», es el siguiente: «El comportamiento justo
que el analista mantendrá consiste en pasar de una posición psíquica (psychische Einstellung) a
otra según las necesidades, en no especular o rumiar mientras analiza, y en no someter el
material adquirido a un trabajo intelectual de síntesis antes de que el análisis haya terminado».
Lo que Freud propone aquí, en 1912, es en verdad suspender la actividad intelectual en
beneficio de la actividad psíquica, una epojé teórica e intelectual, que posibilita el objetivo ideal de
una comunicación «de inconsciente a inconsciente», según la teorizará en 1915 en «Lo
inconciente». Por ello la función de interpretación inicialmente atribuida al analista pasará
progresivamente al analizante, y en 1938 sólo subsistirá la «construcción» como hipótesis
intelectual sometida a la apreciación del analizante.
Esta recusación de una posición de saber para el analista aparece además subrayada y
teorizada en un escrito técnico del año siguiente, 1913, «Sobre la iniciación del tratamiento
(Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, l)».
«En la primera época de la técnica analítica, es cierto que, desde una posición de pensamiento
intelectualista (in intellektualistischer Denkeinstellung), nosotros sobrestimábamos el saber sobre
el enfermo y lo que él había olvidado, y por eso no diferenciábamos nuestro saber del suyo.»
La tarea del analista se realiza a partir de una posición de saber. No diferenciar entre el saber de
uno y otro es, de alguna manera, consumar un incesto psíquico con un solo aparato psíquico
para dos cuerpos, como en la relación madre/hijo. Mientras que imponer un saber, introducir un
saber exterior al paciente (aufgedrängter ausserte Wissen), representa una posición
hegemónica, fuera de transferencia, análoga a lo que puede ser un traumatismo psíquico.
En adelante, lo que prima es la aptitud del analista para reconocer la transferencia, para
identificarla -«se debe ante todo comenzar por el descubrimiento de la transferencia»-, para
poder situarse en el lugar y el momento en que el paciente revive tal escena o tal relación a fin
de que pueda operar el proceso psicoanalítico. Las cualidades psíquicas que se eligen al
analista son indispensables para que la transferencia se elabore como neurosis de
transferencia.
Reelaborar
Con el texto capital de 1914 titulado «Recordar, repetir, reelaborar» se abre una nueva etapa
sobre el objetivo de la cura y una nueva articulación entre transferencia, repetición, actuar y
resistencia, en cuanto todas estas nociones adquieren un nuevo sentido. También se encuentra
modificada la función del analista.
La transferencia es entonces definida como un «fragmento de repetición». Ya no se la
considera una relación con objetos (posición que Ferenczi sostiene en 1912 en su texto
«Transferencia e introyección», según el cual la transferencia es sólo una modalidad de las
introyecciones del sujeto), sino un desplazamiento de representaciones insistentes y repetitivas
cuyo soporte es el analista, y cuya escena de actuación es el espacio analítico. Esta concepción
de la transferencia privilegia la relación analítica misma por sobre los otros dos polos que son el
analizante y el analista.
En adelante, la esencia de la transferencia es más temporal que afectiva; es el desplazamiento
temporal de una escena del pasado, olvidada como pasado, y cuya insistencia en resurgir no es
más que una forma de la compulsión de repetición (concepto que aparece por primera vez en
este texto, según la Standard Edition, tomo XII). Del lado del analizante, la compulsión de
repetición en la cura aparece como el intento de abolir ese doble saber, marca de la separación
de dos psiques, para hacer coincidir el pasado y el presente en el espacio de la cura.
La tarea del analista consiste entonces en la reconducción al pasado (Zurückführung auf die
Vergangenheit) de aquello que el enfermo experimenta como algo real y actual. Esto es lo que,
con otras palabras, Freud llama el análisis de la resistencia, la resistencia del paciente a
rememorar su pasado y a introducirlo en la escena del presente. «Cuanto más grande es la
resistencia, más la rememoración es reemplazada por el actuar (la repetición).»
Desde el punto de partida, la enfermedad psicoanalítica fue definida por Freud como el sufrir de
recuerdos que no llegan a constituirse como pasado y que continúan parasitando el presente. La
reelaboración es esta actividad intrapsíquica del analizante que puede llevar a su término las
repeticiones mantenidas en el dominio psíquico. Y esto en la medida en que el analista es el
guardián del marco analítico y de la arena de la transferencia, donde las repeticiones sólo
pueden actuar en forma de recuerdos.
La transferencia adquiere entonces un sentido nuevo, el de «neurosis de transferencia», y
sobre todo el de «reino intermedio» entre la enfermedad y la vida real, lo que permitirá, si es
reelaborada, separar pasado y presente. La finalidad de la cura analítica no es entonces
separable del medio para llegar a ese término, curar del pasado mediante un trabajo
intrapsíquico.
De lo psíquico a lo somático
En «Análisis terminable e interminable», Freud define el final del análisis en los términos
siguientes: «sustituir, gracias al refuerzo del yo, por una solución correcta, la decisión
inadecuada que se remonta a la primera época de la vida». Esta formulación remite al yo como
totalidad psíquica y corporal («el yo es el cuerpo»), y sobre todo como instancia del presente, de
lo actual, de la posibilidad de estar presente en el presente, por oposición a la insistencia
repetitiva del pasado, que es la neurosis.
No obstante, esta concepción del final de análisis sigue siendo intrapsíquica, y omite considerar
dos tipos de realidades de alguna manera externas a la psique: la realidad del cuerpo, sobre la
que Freud, trasponiendo un adagio de Napoleón («la geografía es el destino») escribirá «la
anatomía es el destino», y la diferencia de los sexos. Éste es el tema de uno de sus últimos
textos metapsicológicos, «Análisis terminable e interminable», que relanza la cuestión del final del
análisis, como término, como objetivo, y también el principio mismo de la analizabilidad.
Con el deseo de pene en la mujer y la protesta viril en el hombre (es decir, el rechazo de la
feminidad y de la bisexualidad psíquica tanto en el hombre como en la mujer), Freud tiene la
impresión de haber alcanzado la roca de origen de lo inanalizable, de lo que no puede ser
analizado y ante lo cual sólo cabe «modificar [la propia] posición con respecto a ese factor»
(biológico). El complejo de castración no sería analizable porque remite a la roca de lo biológico y
de la diferencia de los sexos: esto escaparía a la representación y por lo tanto a una inscripción
psíquica, pero pondría de manifiesto una realidad externa al sujeto.
Situación del psicoanálisis
La dificultad del ejercicio de la práctica del psicoanálisis, para el analista mismo, es a la vez tan
singular y tan específica que le permite a Freud verificar que esa práctica «rompe todas las
estructuras artificiales del analista [lo que Winnicott llamó posteriormente el «falso self», una
especie de protección del sujeto mediante un caparazón teórico] y eventualmente anula en él
incluso el recurso de la sublimación» (carta a Lou Andreas-Salomé de 17 de noviembre de
1924).
Este riesgo, inherente a la práctica del psicoanálisis, está en el origen de las principales
escisiones del movimiento psicoanalítico, de las reflexiones y de las tomas de posición
circunstanciales de Freud acerca del psicoanálisis y el psicoanalista.
En lo que concierne al psicoanálisis, Freud intervino en varias oportunidades pero nunca de
manera sistemática, para especificar el lugar de esta disciplina en el campo del saber y de la
ciencia. En 1913, en una revista científica internacional, Scientia, publicó un artículo titulado «El
interés por el psicoanálisis», texto en el que precisa que el psicoanálisis no forma parte de las
«ciencias del espíritu» (Geisteswissenschaft), cuyo equivalente actual serían las «ciencias
humanas», sino de las «ciencias de la naturaleza». Esta formulación es sorprendente, pero para
Freud significa sobre todo que el psicoanálisis no es un sistema cerrado de representaciones,
como puede serlo un sistema filosófico, sin¿ esencialmente un método con un objetivo práctico,
la cura analítica. Desde este punto de vista, está construido sobre el modelo de las ciencias,
siempre abiertas y nunca acabadas ni acabables, según la concepción de su época.
En cuanto es eventualmente un espacio de interlocución y de enunciación en el que las
transferencias, las repeticiones del pasado, pueden organizarse metodológicamente como
neurosis de transferencia y regresión psíquica, el psicoanálisis no hace sistema. Freud utilizará
también reiteradas veces el término bíblico Shibboleth, como signo de reconocimiento entre
analistas, no para designar los artículos de una doctrina analítica, sino mecanismos psíquicos: el
carácter dinámico del inconsciente, el complejo de Edipo como apuesta identificatoria, la etiología
sexual de las neurosis.
Los mecanismos psíquicos, esos principios de modalidades referenciales del funcionamiento
psíquico, se formulan para permitir que en el espacio analítico propio de cada sujeto se verifique
individualmente de qué modo se ha constituido el mundo de sus pensamientos, cómo está
construido su mundo interior. Precisamente en este sentido el psicoanálisis no es una nueva
visión del mundo, ni entra en competencia o en rivalidad con la medicina o la filosofía, con la
religión o con la ética.
De modo que la regla de conducta del analista, ante el estado amoroso que surge en la cura,
debe apreciarse, no con relación a los «decretos de la moral», sino «según el respeto debido a
la técnica psicoanalítica». Esta observación, que aparece reiteradas veces en los escritos de
Freud, significa que la ética y la moral existen en forma separada, exteriores al proceso
psicoanalítico, y que no coinciden con éste, si no se quiere reintroducir subrepticiamente una
visión del mundo en el campo de la cura analítica. En este nivel, esto es corroborado por El
malestar en la cultura, en cuyo capítulo VII Freud bosqueja una psicogénesis del sentimiento de
culpa, a partir de la manera como se constituye subjetivamente el sentimiento de la falta y de la
deuda en su sujeto en lugar de entregarse a una sociogénesis diferencial que tomaría partido
por o contra tal formación cultural o religiosa.
Freud introducirá el término «profano», «Laie», para definir, no al psicoanalista, sino el
psicoanálisis, porque el psicoanálisis no es del orden de un nuevo discurso, ni un simple
discurso fuera de escuadra, sino la teorización de una práctica de interlocución que le hace
posible a un sujeto descubrir la constitución de su subjetividad a través de su historia.
En la acepción freudiana, Laie se opone tanto a lo médico como a lo religioso, pero también a lo
erudito y lo científico.
Freud emplea por primera vez esta palabra en 1914, en «El Moisés de Miguel Ángel». «Yo no soy
un especialista en arte -dice-, sino un profano (sonder Laie)». En 1926, en razón de un proceso
por ejercicio ilegal de la medicina al que fue sometido Theodor Reik, en Viena, precisa su
pensamiento y define el análisis como profano ante la medicina; lo hace desde la primera frase
del texto: «Lo explicaré: profano = no médico; y se trata de saber si se le debe permitir a los no
médicos que también ellos practiquen el análisis». Pero si bien opone profano a médico en lo que
concierne al ejercicio profesional, en la continuación el texto tiene el cuidado de oponer profano
a psicología y a religión como campos del saber.
De la concepción misma del análisis como profano, se desprende para Freud la definición del
psicoanalista y de su formación. En cambio, su definición profesional -y esto se ha observado
poco- depende de las circunstancias de tiempo y de país, en cuanto lo profano es el
psicoanálisis como método, y no el analista respecto de la profesión.
Que para convertirse en analista el analista emprenda un análisis es una necesidad que se fue
instaurando progresivamente, y hacia el final de su vida Freud llegó incluso a sugerir que el
analista repitiera circunstancialmente su análisis cada cinco años. De modo que la concepción
de un análisis didáctico o de formación era extraña a su pensamiento; ningún análisis tiene
efecto terapéutico más que en la medida en que es una investigación psíquica personal. Hay una
sola forma de análisis.
En cuanto a la formación, Freud declara firmemente «que no se trata de saber si el analista tiene
un diploma de médico, sino si ha adquirido la formación particular que necesita para la práctica
del análisis». En efecto, tanto el interés de la medicina como su «manera de pensar» son ajenos
a la aprehensión de los fenómenos psíquicos».
En cuanto a la «formación más apropiada», sería una que abarque «historia de la civilización,
mitología, psicología de las religiones y literaturas», así como «sociología, anatomía, biología e
historia de la evolución». Y llega a la conclusión de que sólo los «Institutos de Psicoanálisis»
realizan ya en parte ese ideal en 1926.
Esta concepción de la formación analítica puede parecer demasiado vasta o ambiciosa; ahora
bien, su especificidad no se basa en la extensión de los conocimientos y la multiplicidad de los
campos del saber abiertos a la investigación, sino en la posición particular del psicoanálisis, que
indaga el impacto de la cultura sobre un sujeto singular.
En un texto contemporáneo de ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, titulado «Los límites de la
interpretabilidad» (1925), en «Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su
conjunto», Freud precisa que «nadie puede ejercer la interpretación de los suenos como una
actividad aislada», independientemente de un espacio analítico y como si fuera exportable al
campo social; ella «no es mas que una parte del trabajo analítico».
Este acotamiento de la actividad analítica, que es un límite, da testimonio de la preocupación de
Freud por analizar en singular.