Diccionario de psicología, leta R, Rorschach Hermann (1884-1922)

Rorschach Hermann (1884-1922)

Rorschach Hermann
(1884-1922) Psiquiatra y psicoanalista suizo

Fue el historiador Henri F. Ellenberger quien redactó la biografía de este fascinante médico de la primera generación freudiana, célebre en el mundo entero por su test de manchas de tinta.
Nacido en Zurich, en una vieja familia protestante del cantón de Thurgovia, Hermann Rorschach puso de manifiesto muy pronto un gusto acentuado por el dibujo. Es interesante que sus compañeros de clase le hayan puesto el sobrenombre de «Klex», porque era muy hábil en la  «flexografía», juego con manchas de tinta difundido entre los escolares y conocido desde que Justinius Kerner (1786-1862) publicó en 1857 su Kleksographien, conjunto de dibujos obtenidos a partir de manchas, y poemas inspirados por ellos. El juego consiste en manchar con tinta una hoja de papel y después plegarla, con lo cual las manchas toman formas diversas: de objetos, de animales, de plantas, etcétera.
Después de algunas vacilaciones, Rorschach se orientó hacia la medicina, y estudió psiquiatría
con Eugen Bleuler y Carl Gustav Jung en la Clínica del Burghölzli. Allí se entusiasmó con las
ideas freudianas, mientras se iniciaba en la técnica de la asociación verbal. Más tarde llegó a ser asistente, y después director de varios asilos: el de Munterlingen, cerca del lago de Constanza, el de Munsingen, cerca de Berna, y finalmente en Herisau, en el cantón de Appenzell.
Polígloto, curioso de todas las culturas, amante de las artes y los viajes, y siempre en busca de
un universo distinto del mundo visible, se apasionó por el «alma rusa» y pasó primero una
temporada en Moscú, en 1906, y después otra en Kazán, en 1909, adonde fue a reunirse con su novia, Olga, quien iba a ser su esposa y colaboradora.
Lo mismo que a Sigmund Freud, lo marcó la lectura de La novela de Leonardo da Vinci, obra de Dmitri Merejkovski (1865-1941) publicada en San Petersburgo en 1902, y en particular el pasaje en el cual Giovanni Boltraffio (1466/67-1516) narra de qué modo el maestro, a la manera de la klexografía, hacía surgir una «quimera de fauces abiertas» siguiendo con el dedo las manchas de humedad de un viejo muro: «A menudo sobre las paredes -decía-, en la mezcla de las piedras, en las fisuras, en los dibujos del moho del agua estancada [ … ], he encontrado semejanzas con sitios maravillosos, con montañas, con picos escarpados, etcétera.»
En el momento de la ruptura entre Jung y Freud, Hermann Rorschach optó por el freudismo, lo que no le impidió continuar empleando un vocabulario en gran medida junguiano. En 1919 fundó con Oskar Pfister y Emil Oberholzer la Sociedad Suiza de Psicoanálisis (SSP), en cuyo seno desempeñó un papel importante. Como muchos profesionales de esa generación pionera, practicó el psicoanálisis sin haber sido él mismo analizado. En Herisau, durante los tres últimos años de su breve vida, redactó la gran obra que lo haría célebre: se publicó en 1921 con el título de Psychodiagnostik. En ella Rorschach definió el principio del test proyectivo destinado a explorar el mecanismo de las representaciones imaginarias de niños y adultos, haciéndoles expresar asociaciones verbales a partir de las manchas. Su tratado se inspiraba a la vez en el método junguiano, en el estudio experimental de Kerner y en la concepción freudiana del inconsciente.
El libro reflejaba plenamente la verdadera fascinación que ejercía sobre Rorschach el dominio del sueño, de las alucinaciones, del delirio, de la locura. Heredero de la tradición romántica alemana, trató de definir dos funciones principales de la actividad psicológica: por un lado la introversión (es decir, el mundo de las imágenes interiores, de la creación, y por lo tanto de la «Kultur»), y por el otro la extraversión (es decir, el ámbito de la relación social, de los colores, de las emociones,  y por lo tanto de la «civilización»). Desde este punto de vista, pensaba que su psicodiagnóstico era una clave universal capaz de descifrar las culturas humanas del pasado y el presente. Pero, como todos los pioneros suizos de esa psiquiatría dinámica de inspiración protestante, aspiraba también a ser un reformador, un educador racionalista.
De modo que fue a la vez un científico moderno, a la manera de Freud, y un alienista a la antigua, todavía impregnado de espiritismo, de ocultismo, de historias de adivinación y bolas de cristal.
Cuando utilizaba su test para atender a sus enfermos, no vacilaba en mostrarles otras imágenes a fin de estimular sus reacciones: gatos verdes, ranas rojas, leñadores abatiendo árboles con la mano izquierda, etcétera.
Si hubiera vivido más tiempo, habría sin duda escrito la otra gran obra en la que trabajaba con entusiasmo: una historia de las sectas suizas. Hablaba de esa obra con fervor a sus allegados, y había reunido una considerable documentación sobre el tema. Después de estudiar a la secta de la Waldbrüderschaft (Fraternidad de la Selva), cuyo gurú predicaba el incesto y la adoración de su pene y su orina, bosquejó una concepción general del fenómeno, demostrando que las sectas aparecían en regiones donde era inexistente el interés por la política. Clasificó a los discípulos y los profetas, distinguiendo a los esquizofrénicos de los simples neuróticos: cuanto más importante era la locura del jefe, más profunda resultaba la acción transferencial, y en mayor medida la mitología enseñada expresaba pulsiones inconscientes.
Hermann Rorschach murió a los 37 años, como consecuencia de una apendicitis aguda, antes de que lo pudieran operar. En una carta a Freud del 3 de abril de 1922, Pfister subrayó que Rorschach era el mejor analista del grupo suizo, y que suscribía las ideas freudianas «hasta en sus menores detalles». Freud, que no conocía las obras de Rorschach, le confió a su amigo pastor la respuesta siguiente: «Hoy mismo le envío algunas palabras a su
viuda. Tengo la impresión de que tal vez usted lo sobrestima como analista. Por sus renglones, me entero con satisfacción de la alta estima en que usted lo tenía en el plano humano. Por supuesto, nadie sino usted escribirá para nuestra revista su elogio fúnebre y, por favor, lo antes posible.»