DICCIONARIO DE PSICOLOGÍA, LETRA P, PSICOANALÍTICA (TÉCNICA)

Psicoanalítica
(técnica)

 (fr. technique psychanalytique; ingl. psychoanalitic technique; al. psychoanalytische Technik).
Método original inventado por Freud para facilitar la verbalización de lo que es inaccesible para el
sujeto en tanto está reprimido.
Hay que ver en ella una descripción de los medios que se ponen en práctica efectivamente en la
conducción de una cura y no la codificación a priori de procedimientos tendientes a ritualizarse.
El descubrimiento freudiano supone la existencia de un psiquismo inconciente que nos determina
sin saberlo nosotros, inconciente que no es una simple ausencia de conciencia sino el efecto
estructural de una represión. Y establece que numerosas dificultades propias del sujeto,
numerosos síntomas, no pueden desaparecer a no ser que la represión sea levantada al menos
parcialmente y que el sujeto tenga acceso a lo que de ordinario es inaccesible. Hay a partir de allí
una paradoja que parece difícilmente superable. ¿Cómo puede el sujeto tomar conciencia de lo
que por definición es inconciente en sí mismo? El proyecto parece irrealizable, a menos que se
promueva un método enteramente particular, una técnica apropiada para vencer la represión.
Asociación libre y atención flotante. La primera técnica utilizada por Freud, en la cual, por otra
parte, hay que ver más bien un procedimiento preanalítico, otorga un lugar predominante a la
hipnosis, ya empleada por J. Breuer en el tratamiento de Bertha Pappenheim, designada en los
Estudios sobre la histeria con el seudónimo de Anna O. Pero Freud no estaba cómodo en la
posición de hipnotizador, demasiado aleatoria y expuesta a menudo a la oposición de los
pacientes. El abandono de la hipnosis, al que tuvo que decidirse, acentuó la paradoja incluida en
el proyecto original: ¿cómo acceder a lo inaccesible privándose de un medio aparentemente
apropiado para el objetivo buscado (al menos por la semejanza supuesta entre el estado que
produce la hipnosis y la parte del psiquismo que se encuentra inaccesible)?
Fueron las histéricas, esas enfermas brillantes que constituyeron la primera clientela de Freud,
las que sugirieron la solución. Ya Anna O. había puesto en evidencia que lo esencial del método
empleado por Breuer residía en la verbalización: talking cure, decía, cura por la palabra, o
también chimney sweeping, limpieza de chimenea. Breuer dio a este método el nombre más noble
de catharsis (véase catártico (método)). Fue otra paciente, Emmy von N., de la que Freud nos
habla en los Estudios sobre la histeria, la que lo incitó a Freud a confiar en las leyes que rigen
esta palabra: cuando los obstáculos ordinarios, como la preocupación por la decencia y los
modos de pensamiento constreñidos por una «racionalidad» demasiado estrecha, no impiden el
funcionamiento de la asociación libre, se presentan otros pensamientos que poco a poco van a
ligar -se, a tomar sentido y a dar una idea de los contenidos inconcientes que representan. Pero,
para permitir su emergencia, es necesario incitar al sujeto a respetar lo que debía aparecer como
la regla fundamental del psicoanálisis, o sea, a decir todo lo que se le presenta a la mente, en el
momento mismo en que se presenta, aun cuando le parezca sin importancia, sin relación con lo
que habla o embarazoso para decir por la razón que sea: en resumen, incitarlo a abstenerse de
toda crítica, de toda selección.
Conviene además situar lo que corresponde a la regla fundamental del lado del psicoanalista.
Freud le recomienda que permanezca por su parte en un estado de receptividad, en una
apertura, en una disponibilidad tan grande como le sea posible hacia lo que el paciente pueda
decir. En el plano de la práctica cotidiana, esto implica que no debe privilegiar un tipo de
enunciado por sobre otro. Debe prestarle a todo la misma atención, lo que se designa, de una
manera sin duda un poco imprecisa, como «atención flotante». Notemos por otra parte que este
método instala del lado del psicoanalista una forma de pensamiento que se emparienta con la del
paciente, en cuanto trata de favorecer los procesos inconcientes al menos tanto como la
reflexión conciente. El terapeuta debe así, por ejemplo, para captar lo que se le ha dicho, fiarse
más de su «memoria inconciente» que de un esfuerzo voluntario de atención.
Por otro lado, uno podría sorprenderse de la importancia que Freud da a esta regla que propone
a los analistas, puesto que, en un texto como Consejos al médico sobre el tratamiento
psicoanalítico, 1912, no vacila en decir que todas las reglas que debe emplear el terapeuta
pueden reducirse a esta. Uno podría preguntarse por qué el consejo principal dado al analista
consiste en evitar lo que podría hacer obstáculo a su escucha, antes que darle medios positivos,
teóricamente fundados, para la comprensión del sentido de los síntomas o de las formaciones
del inconciente. Es verdad que Freud, por otra parte, pudo describir por ejemplo bastante
precisamente el método del que se servía para la interpretación de los sueños. Pero la
interpretación de los sueños no constituye por sí misma lo esencial del psicoanálisis. Más aún, si
el analista se preocupa sólo de ir lo más lejos posible en el análisis de cada sueño en particular,
se arriesga a contrariar el proceso de la cura en su conjunto, ya sea por privilegiar de manera
indebida un elemento intelectualmente interesante, ya sea por suscitar resistencias allí donde el
sujeto no está todavía dispuesto a admitir concientemente los deseos que su sueño vehiculiza.
El análisis de las resistencias y la crítica de Lacan. La noción de resistencia, justamente, ha sido
el centro de uno de los debates más vivos sobre la técnica psicoanalítica. Ya desde el principio,
Freud había reconocido que la represión tiene efectos en la cura misma. Cuando el análisis se
acerca mucho al «núcleo patógeno» del conflicto inconciente fundamental, el discurso del
paciente se hace más dificultoso o aun se interrumpe. Y casi siempre, en el momento en que ya
no puede enfrentarse con su propia verdad, traspone sus dificultades a la relación con su
analista, repitiendo en la trasferencia lo que no puede verbalizar en su discurso.
En el nivel descriptivo, nadie puede negar que la experiencia impone reconocer estas
dificultades. El problema se sitúa más allá, en el nivel de los deslizamientos de la teoría y de la
práctica que produjo lo que se llamó el «análisis de las resistencias».
Si la lectura de los textos de Freud permite plantear claramente, a pesar de algunas
ambigüedades, el origen de la resistencia en el nivel de las dificultades que encuentra el sujeto
para abordar lo real de sus conflictos inconcientes, no ocurre lo mismo con los planteos de los
analistas que lo siguieron. Insistiendo en lo que se manifiesta en el nivel de la trasferencia, estos
hicieron de la resistencia una dificultad de la relación de persona a persona, de yo a yo [moi à
moi] (véase yo) y, sobre todo, codificaron una técnica que buscaba en lo esencial analizar
predominantemente en ese plano. W. Reich, por ejemplo, que dirigió el seminario técnico de Viena
durante varios años, exigía que se analizaran las resistencias antes de analizar el «contenido»
de los conflictos constitutivos de la problemática del paciente. Si el analista no podía vencer la
agresividad del paciente (y antes que nada hacer manifiesta la agresividad latente), agresividad
dirigida contra aquel que intentaba llevarlo a reconocer sus pulsiones reprimidas, fracasaría
inevitablemente. Una interpretación dada antes de haber reconocido y vencido todas las
resistencias era inútil. Al proponerla, el analista no haría más que perder sus «municiones» en un
momento inadecuado, arriesgándose con ello a encontrarse escaso de argumentos en el
momento en que debiesen encararse las cosas más serias.
J. Lacan iba a oponerse firmemente a esta técnica que después de la Segunda Guerra Mundial
había alcanzado universal aceptación. Mostró que todo análisis de la resistencia en el nivel de la
relación imaginaria con el analista, toda interpretación que situase los problemas en el nivel del
ego, del yo, no podía sino incrementar las dificultades porque no hacía sino reforzar las
reacciones de prestancia, de celos, de amor o de odio, al analizarlas en este plano. El análisis no
es una relación de yo a yo, supone siempre un tercero, aunque más no sea el discurso mismo.
El acto psicoanalítico. Tal toma de posición tiene efectos inmediatos y constantes en la práctica.
Por ejemplo, sobre la interpretación: interpretar no consiste en proponer al sujeto un sentido que
vaya contra lo que cree comprender, y sobre todo no consiste en intentar imponerse a su
aceptación conciente, a su yo oficial, sino más bien en hacer jugar el enigma que la propia
enunciación vehiculiza. De este modo, la escansión, la detención de la sesión fuera de la
jurisdicción del reloj, no sólo permite que surja en el discurso algún término esencial que así
recorta: impide también al sujeto, descaminado por lo que ha podido decir, reasegurarse en su
completud imaginaria, pone fuera de juego la resistencia, antes que combatirla o analizarla. Todo
esto no es posible evidentemente si se considera que las reglas técnicas de Freud son las
prescripciones, deducidas de una vez para siempre, de una ciencia acabada. Freud mismo decía
por otra parte que su técnica sólo era un instrumento, un instrumento adaptado a su mano, pero
que otros quizá podrían servirse de otros instrumentos. De este modo, ninguna regla técnica
dispensa al analista de asumir a su manera la responsabilidad de su acto.