Diccionario de psicología, letra P, Psicología de las masas y análisis del yo

Psicología de las masas
y análisis del yo

Obra de Sigmund Freud publidada en 1921 con el titulo de Massenpsychologie und Ich-Analyse.
Traducida por primera vez al francês en 1924 por Samuel Jankélévitch con el titulo de
Psychologie collective et analyse du moi, revisada por Angelo Hesnard en 1966. Nueva
traduccién en 1981 por Pierre Cotet, André Bourguignon (1920-1996), Odile Bourguignon, Janine
Aitounian y Alain Rauzy, con el tituIo de Psychologie des foules et analyse du moi, y en 1991
con el titulo de Psychologie des masses et analyse du moi. Traducida ai inglés por James
Strachey en 1922 con el titulo de Group Psychology and the Analysis of the Ego, retomado sin
modificaciones en 1955.
Escrita en 1920, a continuación de Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y
análisis del yo constituye el segundo tiempo de la gran refundación teórica de la década de
1920, cuya tercera parte fue El yo y el ello, publicado en 1923.
En una carta a Romain Rolland del 4 de marzo de 1923, Freud definió su objetivo: «No se trata de
que yo considere este escrito particularmente logrado -precisó-, pero él indica el camino que
lleva desde el análisis del individuo a la comprensión de la sociedad».
La explicación psicológica de algunos aspectos del funcionamiento de las sociedades humanas,
y en particular de lo que sucede con el psiquismo del individuo insertado en la masa, respondía a
la preocupación que tenían en esa época escritores como Arthur Schnitzler y Hugo von
Hofmannsthal
(1874-1929): aclarar las relaciones entre la psique y la política. El objeto
sociológico y político de este ensayo, en el que Freud se refiere explícitamente a la concepción
aristotélica del hombre como animal político, fue en varios casos eclipsado por traducciones
aproximativas. James Strachey, al traducir el término alemán Massen por el inglés group, y no
por mass -lo que deplora la Encyclopedia of Psychoanalysis de Ludwig Eidelberg (1898-1970)-,
optó por una concepción reduccionista de lo social, característica de la psicología social
norteamericana, según la cual el grupo constituye el modelo, reducido o experimental, de la
sociedad. Las diversas traducciones francesas no fueron más precisas. Hasta 1981 se
privilegió la dimensión cuantitativa (a pesar de que Freud la había refutado), hablándose de
psicología colectiva. Un disfraz tanto más notable cuanto que, para traducir el término francés
foule utilizado por Gustave Le Bon (1841-1931), Freud empleó el término alemán Massen, y no
Menge, privilegiando de tal modo la connotación política. Deseoso de mantener el vínculo con la
obra de Le Bon, los autores de la nueva traducción francesa escogieron primero la palabrafoule
para traducir Massen, antes de volver a «masse» (masa) en su última versión, conforme a la
elección freudiana.
Desde las primeras líneas de su obra, Freud rechaza la oposición clásica entre psicología
individual y psicología social, o psicología de las masas, destacando que en la vida psíquica del
individuo hay constantemente un otro (modelo, objeto, rival), y que por lo tanto la psicología
individual es siempre social. Existe no obstante una diferencia, pero en el interior de la psicología
individual, entre las acciones sociales y las acciones narcisistas, en las cuales la satisfacción
pulsional se sustrae a los efectos de la alteridad.
¿Qué es una masa, de dónde extrae su capacidad para cambiar al individuo, en qué consiste
ese cambio? Freud registra en primer lugar las respuestas aportadas a estos interrogantes por
Gustave Le Bon, en su célebre obra La Psychologie desfoules, cuya primera edición data de
1895, y por uno de los fundadores de la psicología social norteamericana, William McDougall, en
su libro The Group Mind, aparecido en 1920.
Freud toma nota de los aportes positivos de estos dos autores, pero tiene reservas respecto de
las explicaciones que ellos dan de la modificación psicológica del individuo en la masa. Observa
que este fenómeno se traduce por un acrecentamiento del afecto y una inhibición del
pensamiento. Propone reemplazar la «palabra mágica» sugestión -que treinta años antes ya había
encontrado en Hippolyte Bernheim y que Le Bon y McDougall consideraban capaz de dar cuenta
de los procesos constitutivos de una masa- por el concepto de libido, fuente energética de las
pulsiones actuante en todo lo que tiene que ver con el amor. Formula entonces la hipótesis de
que las relaciones amorosas son la esencia del alma de las masas, y enfatiza la función del
conductor, parámetro que Le Bon y McDougall habían pasado por alto. Freud se ve así llevado a
distinguir entre las masas sin conductor, que él llama masas espontáneas, cercanas al estado
de naturaleza, y las masas con conductor, o masas artificiales, que son el producto de la
cultura. La Iglesia y el ejército son dos ejemplos de esas masas organizadas con conductor,
masas artificiales, puesto que están construidas a partir de coacciones que obstaculizan su
disolución espontánea.
Del examen de estos dos ejemplos surge la existencia de dos ejes estructurales: un eje vertical
según el cual se organiza la relación de los miembros de la masa con el conductor, y un eje
horizontal que representa la relación de los miembros de la masa entre ellos. Diversas
observaciones dan testimonio en favor de la naturaleza amorosa de esos vínculos. En primer
lugar, en cada uno de esos dos ejemplos se piensa que el conductor (Cristo o comandante en
jefe) profesa el mismo amor por cada miembro de la masa. En segundo lugar, en caso de
disolución de la masa, aparece un fenómeno de pánico, en el cual se mezclan sentimientos de
soledad y abandono, ligados al debilitamiento de los lazos constitutivos de la masa, y
generadores de angustia. Finalmente, siempre en apoyo de la hipótesis acerca de la naturaleza
libidinal de los vínculos constitutivos de la masa, Freud observa la existencia de un sentimiento
de hostilidad, incluso de odio, dirigido a quienes no son miembros de la masa, y que por ello
representan un peligro para su cohesión.
Estas observaciones demuestran que el eje vertical, el vínculo con el conductor, es determinante
para el eje horizontal, el de la relación entre los miembros de la masa. Y surgen otras cuestiones.
Si bien el conductor es indispensable para el mantenimiento de la masa, puede no obstante ser
reemplazado por una idea, o por un sentimiento negativo y unificador respecto del objeto exterior
a la masa, y el examen de todos estos temas queda subordinado a la demostración, distinta de la
simple observación, del carácter libidinal de los vínculos que forman la masa.
En el curso de esa demostración, Freud se ve llevado a abandonar por un tiempo su objeto, la
psicología de las masas, para remitirse a reflexiones teóricas anteriores, expuestas sobre todo
en un artículo de 1914 («Introducción del narcisismo»), y otro de 1915 («Duelo y melancolía»). En
consecuencia, por una parte propondrá la teorización acabada de la cuestión de la
identificación, proceso que él considera el fundamento del eje horizontal, y por otro lado la
reconsideración de la diferenciación del yo, para trazar una distinción clara entre el yo y el ideal
del yo. Esta conceptualización llevará en 1923 al emplazamiento, en El yo y el ello, de la segunda
tópica, donde el ideal del yo se convierte en el superyó.
Al término de su reflexión, Freud establece que una masa organizada es el producto de un
proceso doble. Por un lado, resulta de la instalación por numerosos individuos de un mismo
objeto exterior en el lugar de su ideal del yo, o sea de la constitución del eje vertical, que él
asimila al vínculo entre el hipnotizado y el hipnotizador. Por otra parte, la genera la identificación
recíproca entre esos mismos individuos, o sea el eje horizontal, que Freud considera asimilable a
un vínculo amoroso cuya dimensión sexual habría sido sublimada.
Desconfiando de la explicación por el fenómeno de la sugestión, Freud, para dar cuenta de la
transformación psíquica del individuo en la masa, saca a luz tres mecanismos. La
transformación, dice, es el producto de una limitación del narcisismo, aceptada por cada uno de
los miembros de la masa. Esta limitación es consecuencia de la instalación del conductor en la
posición del ideal del yo para cada uno de esos individuos. El vínculo amoroso que se establece
entre los miembros de la masa actúa como una compensación de la lesión narcisista aceptada.
Más que ningún otro, este ensayo de Freud ha sido objeto de múltiples interpretaciones acerca
del contexto en el que fue elaborado y del esclarecimiento que se considera que aportó sobre
ciertos tipos de regímenes políticos.
Sobre los orígenes del texto, Jacques Lacan, en «Situación del psicoanálisis y formación de
psicoanalistas en 1956″, ha señalado que Freud teorizó en ese ensayo los fenómenos cuyas
consecuencias negativas, de haber aparecido diez años antes, lo habrían quizá llevado a
desconfiar de la organización creada por él mismo, la International Psychoanalytical Association
(IPA), con el propósito de preservar y transmitir la verdad de su descubrimiento. Para Lacan, la
naturaleza de los vínculos de masa reconocidos por Freud había dado lugar, en cuanto al
psicoanálisis y su transmisión, al establecimiento de un imperativo que asignaba como criterio del
fin del análisis didáctico la identificación del yo con el analista, fuente de un conformismo y de
una suficiencia capaces de edulcorar el carácter subversivo del descubrimiento freudiano.
Se advertirá en este sentido que Freud elaboró su texto en el momento en que un diferendo lo
oponía a Karl Abraham. El desacuerdo se refería a un punto de la organización y el
funcionamiento de la comunidad analítica. En mayo de 1920, Abraham le había propuesto a Freud
que se detuviera en Berlín en septiembre, al volver del Congreso de La Haya, a fin de participar
en un ciclo de conferencias cuyo éxito quedaría entonces asegurado. Freud se refirió a un
«Trabajo difícil» en curso (se trataba de Psicología de las masas), y respondió subrayando que
la creación de un comité debía tener el efecto de que se pudiera «prescindir cada vez más de
[su] presencia». Abraham insistió en la necesidad absoluta de que él estuviera en Berlín,
explicando que Jones y Ferenczi eran aún desconocidos, y que la presencia de Freud
constituiría «el punto de mira de la atención». Freud le respondió el 4 de julio con algo de
impaciencia: «Para agosto, tengo un tema difícil en trabajo, que me exigirá una concentración total
[ … ]. Usted dice que el acto de ustedes no tendrá ninguna posibilidad de éxito si yo no estoy allí,
pero ésta es justamente la actitud contra la cual quiero luchar.» De modo que, precisamente en el
momento en que se aprestaba a reflexionar sobre la naturaleza de la psicología de las masas,
sobre la función de los jefes, de los conductores y otros personajes supuestamente
«carismáticos», Freud se vio llevado a negarse a ocupar ese lugar. Vale la pena subrayar esta
coincidencia, aunque, en tal sentido, hay que recordar que a Fritz Wittels, que postulaba la
existencia de una relación entre la muerte de Sophie Halberstadt, la hija de Freud, y la redacción
de Más allá del principio de placer, el maestro le respondió: ‘Trobabilidad no siempre significa
verdad».
Los comentadores de la Psicología de las masas se entregaron por otra parte a
interpretaciones ambiguas. En el texto ya citado, Lacan circunscribe con una frase definitiva el
alcance de la exposición de Freud, revelando en ella «un descubrimiento sensacional»,
anticipatorio de «las organizaciones fascistas que lo hicieron patente». Poco tiempo después,
Jean-Bertrand Pontalis asumió a su vez la apreciación lacaniana, y habló de una «primera
explicación psicológica -anticipada- del nazismo». Contemporáneos del clima ideológico de la
posguerra en Francia, donde la sombra de los regímenes del Eje aún acosaba a todos los
discursos, en especial después de la aparición del libro de Max Horkheimer (1895-1973) y
Theodor Adorno (1903-1969) titulado La dialéctica de la razón, en realidad estos juicios se
tomaban libertades con la historia. Si bien el texto de Freud anticipó «por poco» una forma de
autoritarismo político, no fue tanto la de las organizaciones fascistas futuras como la que se
instalaba en la URSS en el momento mismo en que Freud redactaba este ensayo. El autoritarismo
se concretó sobre todo con la adopción de la demasiado célebre «Resolución sobre la unidad del
Partido», votada en el X Congreso del Partido Comunista de marzo de 1921, que prohibía la
formación de fracciones en el interior del partido, y hacía imposible el debate democrático. Esa
resolución se convertiría en la principal herramienta para el ejercicio de la dictadura estalinista
que acompañó la instalación del «culto de la personalidad».
Un pasaje del texto, al final del capítulo V, permite por otra parte pensar que Freud tenía perfecta
conciencia de la evolución del comunismo soviético. Al referirse al debilitamiento del sentimiento
religioso, causa primera de la disminución de la intolerancia y la crueldad que anteriormente
habían caracterizado a la Iglesia, escribió: «Si otro vínculo de masa ocupa el lugar del vínculo
religioso, como parece estar lográndolo actualmente el vínculo socialista [sozialistischen], de ello
resultará hacia quienes están afuera la misma intolerancia que en la edad de las luchas de
religión…»
Observemos que los primeros traductores franceses, Samuel Jankélévitch y Angelo Hesnard,
utilizaron la expresión «partido extremista» para verter el sozialistischen de Freud, mientras que
Strachey, fiel en este punto al texto original, habla de socialistic tie. Hubo que aguardar hasta
198 1, fecha de la nueva traducción, para que el lector francés pudiera volver a encontrar el
sentido de esas líneas escritas cerca de quince años antes de la llegada de los nazis al poder.
No obstante, fuera cual fuere la forma del régimen político en el que Freud pensaba, su
insistencia en privilegiar el eje vertical de la relación con el jefe lo llevó a desatender otros modos
del funcionamiento de lo social y la política, estudiados en particular por Maurice Merleau-Ponty
(1908-1961) a partir de las nociones de lo improbable y lo incierto, nociones éstas que Myriam
Revault d’Allonnes, filósofa francesa, ha examinado recientemente.
En 1938 Lacan estudió el funcionamiento de la familia, constatando la declinación, en la
civilización occidental, de la ¡mago paterna, y subrayó ya el carácter caricaturesco de la
revalorización de esta ¡mago en la ideología de las organizaciones fascistas, que para él
ubicaban la pulsión de muerte en el fundamento del vínculo social. Siete años más tarde, en un
viaje de estudio a Inglaterra, Lacan descubrió los trabajos de Wilfred Ruprecht Bion, y su
utilización por el ejército inglés para consolidar su unidad. Advirtió entonces, como ha escrito
Élisabeth Roudinesco, que «una teoría del poder del grupo sin jefe basada en la prevalencia del
eje horizontal era superior a una teoría del poder del jefe sobre el grupo basada en el privilegio
del eje vertical». Con este enfoque exploró el funcionamiento del eje horizontal, un tanto
descuidado por Freud, para demostrar que la libertad inscrita en él dependía de una temporalidad
que le dejaba a cada sujeto la posibilidad de hacer suya una decisión lógica. Esta posibilidad era
en sí misma función de un tiempo para comprender, tiempo de meditación que precede al
momento de concluir, que es el de la decisión propiamente dicha.