Diccionario de psicología, letra P, psicosis alucinatoria

Psicosis alucinatoria
En un artículo de 1881, Meynert había propuesto llamar «confusión alucinatoria aguda» a una
forma esencialmente alucinatoria de la «locura primaria» descrita en 1876 por Westphal. En 1890
aparecieron las Lecciones clínicas del mismo Meynert, que incluían su exposición sobre la
amentia o confusión, de la cual la especie alucinatoria descrita antes se convertía en una de las
formas más corrientes, pero no la única. El autor oponía la amentia a la dementia. La confusión
era presentada como un proceso deficitario, en el que faltaba la asociación sensata y
coordinada. El cuadro complejo de Meynert ponía en primer plano la ilusión: «la confusión no
necesariamente se acompaña de alucinaciones. Por el contrario, la ilusión está en una relación
mucho más estrecha con el trastorno asociativo puro de la confusión». La primera observación
presentada en la larga monografía sobre la amentia registra manifestaciones de angustia, de
pavor extremo, de rabia autodestructora (la joven de que se trata temblaba de cuerpo entero,
lanzaba grandes gritos, se arrancaba los cabellos -que le habían dicho que eran diablos-, se
cubría de equimosis por arrojarse contra las paredes, se embadurnaba con excrementos y
trataba de comerlos, etc.). Muchos otros rasgos enriquecen el síndrome, que sorprende por la
ininteligibilidad, la furia, la agitación maníaca, los delirios de envenenamiento, de persecución, de
traición. La imagen de un hombre, «sentado en el suelo, con la cara excesivamente amenazante
y tensa, la mirada temible, que por miedo trataba de volverse espantoso», es quizá la que mejor
ilustra el personaje, esbozado por Meynert, del confuso alucinado que se esfuerza por rechazar
lejos de sí a los perseguidores que lo acosan.
En 1894, Freud toma el concepto de amentia para convertirlo en algo totalmente distinto. En el
único ejemplo clínico que da entonces de la confusión alucinatoria (que también llama y llamará
en adelante «psicosis alucinatoria») el autor del ensayo sobre las «neuropsicosis de defensa»
narra la profunda decepción de una joven enamorada que había esperado en vano, durante una
fiesta familiar, al objeto de su pasión. Al revelarse insuficiente la defensa histérica, «ella entró en
una confusión alucinatoria. El hombre llegó, ella oyó su voz en el jardín, corrió en camisa de
dormir para recibirlo. A partir de ese día, vivió durante dos meses en un sueño feliz». Aunque
Freud sólo dispone entonces de un «muy pequeño número de análisis de psicosis de este tipo»,
estima que debe tratarse de una enfermedad mental muy frecuente. Poco estudiada por sí
misma, la confusión es separada por Freud del cuadro sombrío y complejo bosquejado por
Meynert, y reducida a «una especie mucho más enérgica y eficaz de defensa» que las
empleadas en las neurosis. Allí donde no ha triunfado el «olvido» de la representación
inconciliable, se debe admitir que ésta es rechazada al mismo tiempo que su afecto. Pero
estando esta representación indisolublemente ligada a un fragmento de realidad, el yo se separa,
en todo o en parte, de la realidad, a la cual sustituye por un «sueño feliz».
Esta idea de una locura cuerda que apunta a restablecer de modo oniroide aquello cuya pérdida
irreparable ha sido infligida por la realidad a un ser amante, no se encuentra en absoluto en
Meynert. En cambio había sido claramente formulada en 1845 por Griesinger, que sin embargo no
empleaba la expresión «psicosis alucinatoria». Ahora bien, en sus «Formulaciones sobre los dos
principios del acaecer psíquico», Freud escribió que «el neurótico se extraña de la realidad
efectiva porque la encuentra intolerable en todo o en parte. El tipo más extremo de esta manera de apartarse de la realidad nos es propuesto por ciertos casos de psicosis alucinatoria, en los cuales debe ser recusado [dénié] el acontecimiento que provocó la locura (Griesinger)». La
mención de este autor (que trazó un paralelo entre el sueño y la locura, ambos reparadores de
los daños infligidos por la realidad) revela claramente el sentido de la referencia freudiana a la
amentia. Ésta pierde su significación clínica original, para servir de argumento nosológico a una
presentación de los diversos grados del extrañamiento de la realidad. Desde el ensayo sobre el
presidente Schreber (que sigue inmediatamente a las «Formulaciones» de 1911), la expresión
«amentia de Meynert» es empleada para designar las formas de psicosis alucinatorias en las
que el paciente se desinteresa integralmente del mundo exterior (por contraste con la paranoia,
en la que ese mundo es percibido y escrutado). La misma expresión aparece en el
«Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños», donde la formación de la fantasía
de anhelo y su regresión a la alucinación son consideradas las partes esenciales del trabajo del
sueño, que se vuelven a encontrar en «la confusión alucinatoria aguda o amentia (de Meynert) y
en la fase alucinatoria de la esquizofrenia. El delirio alucinatorio de la amentia -añade Freud- es
una fantasía de anhelo nítidamente reconocible, a menudo tan completamente ordenada como un
hermoso sueño diurno. De una manera totalmente general, se podría hablar de una psicosis de
anhelo alucinatoria, y reconocerla por igual en el sueño y en la amentia».
De este modo, el infierno de la confusión descrito por Meynert se ha convertido, según el
ejemplo simplísimo de 1899, en un «bello ensueño diurno»… El interés de la creación de este mito
nosológico consiste en que representa un caso extremo de retiro por el yo [Je] de las
investiduras del sistema de percepciones (sistema Cs), con lo cual se hace a un lado la prueba
de realidad. La amentia sería la única afección capaz de producir en el estado de vigilia ese
«espectáculo interesante de una desunión entre el yo y uno de sus órganos, el que quizá le
servía más fielmente y estaba más íntimamente ligado con él». Este caso económico tipo, en el
que -contrariamente a lo que ocurre en el sueño- se mantienen las investiduras de los otros
sistemas (preconsciente e inconsciente), permite completar la configuración distributiva del retiro
de investiduras que caracteriza la tópica de la represión. En efecto, «en el sueño -concluye
Freud-, el retiro de la investidura (libido, interés) afecta a todos los sistemas en igual medida; en
las neurosis de transferencia, lo retirado es la investidura del sistema Pcs; en la esquizofrenia,
se retira la investidura del sistema les, y en la amentia, es retraída la investidura del sistema Cs».
Al disociar la forma de la amentia respecto del contenido clínico que Meynert le había asignado,
Freud vierte en ella la «locura del sueño» tal como se la concebía mucho antes del
descubrimiento de la confusión alucinatoria. La notable constancia de la referencia freudiana a
esta forma mítica se explica por la función paradigmática que se le asignó, tanto con respecto a
la realización onírica del Wunsch, como con relación a otros procesos psicóticos. Se la
encuentra aún en «Neurosis y psicosis» ( 1924), donde la amentia aparece de entrada en el
primer plano, como «la forma de psicosis más extrema y más impresionante», reducida de hecho
a la creación autocrática de un «nuevo mundo, exterior e interior a la vez», erigido siguiendo los
deseos del ello, por el único motivo de que «la realidad se rehusó al deseo de una manera grave,
que pareció intolerable». Treinta años después de «Las neuropsicosis de defensa», la amentia
no ha perdido nada de su bella simplicidad ni de su posición ilustrativa artificial pero privilegiada.
Sólo en el Esquema del psicoanálisis la simplicidad se encuentra un tanto erosionada, desde el
momento en que la escisión del yo [jel se generaliza, «incluso en estados también alejados de la
realidad del mundo exterior».