Diccionario de psicología, letra p, psicosis

Psicosis

s. f. (fr. psychose; ingl. psychosis; al. Psychose). Organización de la subjetividad en la que
Freud ve una forma específica de pérdida de la realidad con regresión de la libido sobre el yo y
con, eventualmente, la constitución de un delirio como tentativa de curación; para Lacan, el
mecanismo constitutivo de la psicosis es la forclusión del Nombre-del-Padre.
No hay una definición propiamente psicoanalítica de la psicosis. Pero ha sido tarea del
psicoanálisis haberse esforzado a través de sus teorías en iluminar los mecanismos psíquicos
que conducen a la psicosis, delimitando con ello su campo en relación con el de la neurosis.
Si Freud sigue siendo el adelantado incuestionable e ineludible de los avances teóricos en materia de psicosis, fue seguido sin embargo de maneras distintas en los desarrollos teóricos posteriores de los otros adelantados que fueron Lacan, M. Klein y, con ella, Winnicott.
La concepción de Freud. Freud, como Kraepelin en aquella época, veía un lazo entre paranoia y
catatonía (la esquizofrenia de E. Bleuler, alumno de los dos), pero, contrariamente a este, no
aceptaba la organogénesis que se les suponía. Por lo que se esforzó, a partir de su propia teoría
de la libido, en poner en evidencia el fundamento sexual de toda psicosis, dando la clave de los
diferentes tipos de delirio [véase delirio] en un magistral análisis lingüístico.
Fue en el análisis de las Memorias de un neurópata, publicadas en 1903 por el presidente de la
Corte de Apelaciones de Saxe, el doctor en derecho P. D. Schreber, donde Freud encontró los
fundamentos de su teoría de las psicosis (1911), cuando acababa de explorar la libido infantil
(1907- 1910) y justo antes de elaborar su concepción del narcisismo (1914).
La psicosis del presidente Schreber se desencadenó al ser nombrado presidente de la Corte de
Apelaciones. Se ha mencionado de su vida el verdadero terrorismo pedagógico ejercido por su
padre, que era médico (M. Mannoni, La educación imposible, 1973). Este padre es el autor de
un tratado de educación donde se dedica un gran espacio al enderezamiento postural con el
concurso de una «gimnasia terapéutica», cuyo objetivo era erradicar lo malo en el niño y aplastar
todo lo que podía ser del orden del deseo. Tuvo un hermano que se suicidó a los treinta y ocho
años. Su vida conyugal, feliz, se vio empañada por la ausencia de hijos. Estos elementos
presentan un gran interés en la lógica de su proceso mórbido. La enfermedad de Schreber
comienza en 1893 con algunos sueños donde algunos síntomas experimentados nueve años
antes (hipocondría grave, se dijo) se repiten, y donde se impone la idea súbita e insólita de que
«sería hermoso ser una mujer en el momento del coito». Los malestares físicos son interpretados
como persecuciones ejercidas por el doctor Flechsig, el mismo que lo había tratado y curado
anteriormente, que es acusado de «asesinato del alma». El presidente Schreber permanecerá
internado en un sanatorio hasta 1902, y el juicio que le devuelve la libertad, relata Freud,
contiene el resumen de su sistema delirante en el siguiente pasaje: «Se consideraba llamado a
procurar la salvación del mundo y devolverle la felicidad perdida, pero sólo podría hacerlo tras
haberse trasformado en mujer». Schreber estimaba que tenía un papel redentor que cumplir,
convirtiéndose en la mujer de Dios y procreando un mundo schreberiano, al precio de su
emasculación. Pues ese Dios, sustituto del doctor Flechsig, sólo estaba rodeado de cadáveres.
Freud observa que el perseguidor designado, el doctor Flechsig, había sido antes objeto de amor
de Schreber (y también de su mujer, que, en señal de reconocimiento, había conservado por
años su foto sobre el escritorio), y emite la hipótesis de un empuje [«poussée»; término
igualmente presente en la expresión de Lacan: «poussée a la femme» = empuje a (ser) mujer] de
libido homosexual como punto de partida de toda la enfermedad. Se apoya en el hecho de que
Flechsig fue para el paciente un sustituto de sus objetos de amor infantiles, a saber, el padre y el
hermano, ambos muertos ya en el momento de la explosión del delirio. «El fondo mismo del
fantasma de deseo se convierte en el contenido de la persecución», escribe Freud.
Las afirmaciones teóricas de Freud sobre la libido infantil le hacen llevar el punto débil de los
paranoicos a la fijación en el estadio del autoerotismo, del narcisismo y de la homosexualidad,
etapa obligada de toda construcción libidinal en la que el niño toma como objeto de amor a aquel
que detenta órganos genitales similares a los de él, pues se ha amado primero a sí mismo con
sus propios órganos genitales.
Freud agrega que esto mismo ocurre en la esquizofrenia: los psicóticos tienen en esencia una
libido vuelta sobre el propio cuerpo.
La libido, de un modo general, se sublima en las relaciones sociales, pero su ejercicio es
peligroso para el psicótico que, en todo otro, sea cual sea, se las tiene que ver con una
duplicación de sí mismo que desconoce. El genio de Freud fue haber hecho notar que, en los
diferentes delirios que se constituyen, todo se remitía a contradecir una única proposición: «yo,
un hombre, lo amo a él, un hombre», y que las diferentes formas clínicas de los delirios agotan
todas las maneras posibles de formular esta contradicción.
Por medio de un análisis lingüístico, Freud muestra tres maneras de contradecir la proposición:
contradicción del sujeto, del verbo o del objeto. El delirio de persecución operará una inversión
del verbo: «yo no lo amo, él me odia, lo odio porque me persigue»; el erotomaníaco rechazará el
objeto: «no es a él a quien amo, es a ella a quien amo», que se trasformará en un «es a ella a
quien amo porque ella me ama»; por último, el celoso delirante no reconocerá al sujeto y
trasformará la proposición en «no soy yo quien ama al hombre, es ella quien lo ama; no soy yo la
que ama a las mujeres, él las ama». La proposición, agrega Freud, puede también ser rechazada
en bloque: «no amo a nadie, sólo me amo a mí», y se trata entonces del delirio de grandeza.
El problema teórico a resolver para Freud es entonces el de aclarar los lazos entre proyección y
represión, puesto que, en la economía libidinal del psicótico, una percepción interna es sofocada,
y en su lugar aparece una percepción venida de¡ exterior.
Se plantea así la cuestión de un mecanismo que sería propio de la psicosis. Apoyándose en la
convicción de Schreber de la inminencia del fin del mundo, convicción que se encuentra muy a
menudo en la paranoia, Freud estima que la represión consistiría en un retiro de los
investimientos libidinales colocados en las personas u objetos antes amados y que la producción
mórbida delirante sería una tentativa de reconstrucción de estos mismos investimientos, una
especie de tentativa de curación. Hace entonces la observación, extremadamente importante, de
que lo abolido del adentro (Verwerfung) vuelve del afuera; agrega que el desprendimiento de la
libido debe de ser el mecanismo esencial y regular de toda represión, pero deja en suspenso el
problema mismo del desprendimiento de la libido.
Después de haber elaborado su segunda tópica, Freud deslindará el campo de la psicosis en un
conflicto entre el yo y el mundo exterior, y el campo de la neurosis, en un conflicto entre el yo y
el ello (Neurosis y psicosis, 1924).
La pérdida de la realidad, consecuencia de estos conflictos, que se ve en ambos casos, sería
un dato inicial en la psicosis, en la que es mejor decir entonces que un sustituto de la realidad ha
venido en lugar de algo forcluido, mientras que, en la neurosis, la realidad es reacomodada
dentro de un registro simbólico.
Las perspectivas de Lacan. En línea directa con la empresa freudiana, Lacan retomará la
perspectiva sobre el narcisismo de 1914 y la cuestión de la Verwefung (como forclusión) para
construir su teoría del fracaso de la metáfora paterna en la base de todo proceso psicótico. El
narcisismo no es sólo la libido investida sobre el propio cuerpo, sino también una relación
imaginaria central en las relaciones interhumanas: uno se ama en el otro. Es allí donde se
constituye toda identificación erótica y donde se juega toda tensión agresiva (Lacan, Seminario
III, 1955-56, «Las psicosis»).
La constitución del sujeto humano es inherente a la relación con su propia imagen; esto es lo que
Lacan conceptualizó con el estadio del espejo, etapa en que el niño se identifica con su propia
imagen. Esta imagen es su yo [moi], con tal que un tercero la reconozca como tal. Así, por un
lado, le permite diferenciar su propia imagen de la de otro, y le evita, por otro lado, la lucha
erótica o agresiva que provoca la colusión no mediatizada de un otro con otro, donde la única
elección posible es «él o yo». En esta ambigüedad esencial en la que puede estar el sujeto, la
función del tercero, por lo tanto, es regular esta inestabilidad fundamental de todo equilibrio
imaginario con el otro. Este tercero simbólico es lo que Lacan llama el «Nombre-del-Padre», y por
ello la resolución del complejo de Edipo tiene una función normativa.
Para comprender este mecanismo, hay que referirse al juego del deseo que es inherente al
psiquismo humano, sujetado de entrada en un mundo simbólico por el hecho de que el lenguaje lo
preexiste. El juego del deseo capturado en las redes del lenguaje consistirá en la aceptación por
parte del niño (al. Bejahung) de lo simbólico, que lo apartará para siempre de los significantes
primordiales de la madre (represión originaria), operación que en el momento del Edipo hará lugar
a la metáfora paterna: en tanto sustitución de los significantes ligados al deseo de ser el falo
materno por los significantes de la ley y del orden simbólico (el Otro). Así quedará asegurada la
perpetuación del deseo, que recaerá sobre un objeto distinto de la madre. Si hay fracaso de la
represión originaria, hay forclusión, rechazo de lo simbólico, que resurgirá entonces en lo real
-dice Lacan- en el momento en que el sujeto se vea confrontado con el deseo del Otro dentro
una relación simbólica. El Otro, de la misma manera que el otro, el semejante, será arrojado
entonces al juego especular.
Lacan indica que en todo el delirio de Schreber se observa la disolución del otro en tanto
identidad en una subjetividad especular en disolución. Es así como la homosexualidad de
Schreber no tiene nada que ver con una perversión sino que se inscribe en el proceso mismo de
la psicosis. El perseguidor, en efecto, no es sino una simple imagen de un otro con el cual la
única relación posible es la agresividad o el erotismo, sin mediación de lo simbólico. Lo que no ha
sido simbolizado en Schreber es el significante padre, la relación con la mujer en el símbolo de la
procreación, y bien podría ser que el fracaso de la metáfora paterna se debiese al hecho de que
el padre real de Schreber se había instaurado como figura de la ley del deseo y no como
representante de esa ley, bloqueando así toda sustitución significante.
En el campo de la neurosis, nunca hay pérdida de la relación simbólica. Todo síntoma es una
palabra que se articula; y la relación con la realidad no está obturada por una forclusión sino por
una renegación (al. Verneinung).
La concepción de Melanie Klein y de Donald Woods Winnicott. Muy otra es la posición de Melanie
Klein, Ella otorga un papel esencial a la madre como proveedora de objetos buenos y malos y, en
tanto tal, como generadora de todos los males y todos los bienes. En el sistema de conceptos
que forjó para el desarrollo libidinal, dentro de las diferentes etapas que llevan a la resolución del
conflicto edípico, la noción de escisión es fundamental: consiste en una oscilación perpetua
entre agresividad y angustia donde los objetos de deseo se juegan a la vez en el interior y en el
exterior del cuerpo; Lacan, admirador de sus experiencias, la denomina «tripera genial», sin
adherir a su manera de teorizar.
Para Klein, dentro del juego perpetuo de introyección de los objetos buenos y los objetos malos
en el interior del cuerpo, subtendido por la agresividad y la angustia inherentes a la libido, que
ella designa como posición esquizoparanoide, la psicosis es la huida hacia el objeto interno
bueno, y la neurosis, la huida hacia el objeto externo bueno.
Distinguiéndose ligeramente de Klein, Winnicott, aunque también adjudica un papel muy
importante a la madre, denuncia el proceso psicótico como una enfermedad de la falla del
entorno; el prematuro desinvestimiento de la madre, al no permitir la sustitución de los objetos
buenos, fija al niño en la posición esquizoparanoide, de donde la importancia del objeto
transicional en la conquista de la independencia del niño pequeño. Klein y Winnicott estuvieron
en el origen de todo el movimiento de la antipsiquiatría (R. Laing y D. Cooper) y tienen un vasto
público en los países anglosajones. La influencia de Lacan es preponderante en los países
francófonos, con una vasta penetración del otro lado del Atlántico, especialmente en América
Latina.