Diccionario de psicología, letra P, Pulsión (1905)

Pulsión (1905).
Los añadidos sucesivos realizados por Freud al texto inicial de 1905 de los Tres ensayos de
teoría sexual bastan para comentar su reflexión un tanto desengañada de 1924: «La teoría de
las pulsiones es la parte más significativa pero también la más inacabada (unfertigste) de la
teoría psicoanalítica».
Incide en esta indecisión la diversidad de las líneas de pensamiento que se siguieron en la
construcción del concepto: legado antiguo, en primer lugar estoico y de la termodinámica;
referencia sexual de la primera teorización freudiana; repercusión de la crítica junguiana y
elaboración de la segunda tópica; inflexión sociológica e historicista del último pensamiento
freudiano; articulación de la pulsión con el registro del significante (Lacan).
Para dar cuenta de la confusión entre la acepción física y la acepción psicológica del término
Trieb en el uso alemán, habría que remontarse a la elaboración estoica de una energética
general bajo la categoría de la opun. La disociación de ambas acepciones sancionará la
precisión técnica obtenida en el dominio de la termodinámica (en el cual se determina con
Helmholtz la oposición entre energía libre y energía ligada) y en el dominio de la psicología (donde
la noción está llamada a designar un principio de acción independiente de la voluntad). Desde
este último punto de vista se elaboró la distinción trazada por Breuer entre la energía «tónica» y
la energía «libre». No obstante, esta conceptualización no hace ninguna referencia a la
sexualidad. En Freud, el concepto de pulsión presentará el interés de especificar en tanto
«pulsión sexual» la energía propia de la libido, distinta de la pulsión del yo o de conservación.
Esta sexualización de un tipo de pulsión encontrará su primera base en la noción de zona
erógena. De la pulsión (Trieb) proveniente de fuentes no sexuales -simplemente motrices- se
distinguirá, en efecto, bajo la forma de pulsiones parciales, la contribución de los órganos
receptores de excitación (piel, mucosa, órganos de los sentidos), y -escribe Freud- se puede
describir como «zona erógena» al órgano «cuya excitación le presta a la pulsión un carácter
sexual».
El pasaje al punto de vista explicativo favorece después la ampliación del dominio de
investigación: «Podemos llegar a un conocimiento mayor de la pulsión sexual en ciertos sujetos
bastante próximos a lo normal, estudiándolos con la ayuda de un método particular. Sólo hay un
modo de llegar a conclusiones útiles acerca de la pulsión sexual en las neuropsicosis (histeria,
neurosis obsesiva, la llamada neurastenia), y consiste en someterlas a investigaciones
psicoanalíticas, siguiendo el método practicado por primera vez por Breuer y en 1893, y que
entonces denominamos tratamiento «catártico»».
En el centro de la conceptualización aparece entonces el problema de la energía: «Diremos en
primer lugar, repitiendo lo que hemos publicado en otra parte, que estas neuropsicosis, por lo
que hemos podido verificar, deben relacionarse con la fuerza de las pulsiones sexuales.
Con esto no entiendo sólo que la energía de la pulsión sexual constituye una parte de las
fuerzas que sostienen las manifestaciones patológicas, sino también que ese aporte es la fuente
de energía más importante de la neurosis, y la única constante. De manera que la vida sexual de
los enfermos se manifiesta exclusivamente, en gran parte, o parcialmente, por estos síntomas.
Estos no son, como ya lo he dicho en otro lugar, más que la actividad sexual del enfermo. La
prueba de lo que digo está en las observaciones psicoanalíticas realizadas durante veinticinco
años, sobre histéricos y otros neuróticos, observaciones cuyos resultados están consignados
en otros escritos o serán publicados más adelante».
La diferenciación de los síntomas remite entonces a la noción de pulsión parcial: «Entre las
causas de los síntomas de las neuropsicosis es preciso atribuir un rol importante a las pulsiones
parciales, que forman por lo común pares antagónicos y que nosotros conocemos ya como
capaces de constituir nuevas metas: tales son la pulsión de ver y de mostrar en los voyeurs y
los exhibicionistas, la pulsión de crueldad en sus formas activa y pasiva. No se puede
comprender lo que hay de sufrimiento en los síntomas mórbidos si no se tiene en cuenta la
pulsión de crueldad. Ésta, casi siempre, determina una parte de la actitud social del enfermo. Es
este elemento de crueldad en la libido lo que causa la transformación del amor en odio, de
emociones tiernas en movimientos hostiles, que se encuentra en la sintomatología de muchas
neurosis y forma, casi en su totalidad, la sintomatología de la paranoia».
Así tendremos una primera idea de la pulsión, al caracterizar el trabajo del aparato psíquico en
su naturaleza y en su relación con el cuerpo.
Desde el primer punto de vista, La interpretación de los sueños y El chiste sugieren una
dirección: este trabajo deberá estudiarse y comprenderse como reducción del proceso
secundario al proceso primario.
Se observará además que, desde ese momento, Freud tiende a subrayar la relatividad de su
construcción. «He propuesto distinguir dos grupos de estas pulsiones originarias, el de las
pulsiones del yo o de autoconservación, y el de las pulsiones sexuales. Pero esta distinción no
tiene la importancia de un supuesto necesario como lo es, por ejemplo, la hipótesis concerniente
a la tendencia biológica del aparato psíquico; es una simple construcción auxiliar, que sólo
conservaremos mientras resulte útil y que podrá reemplazarse por otra sin que ello cambie
mucho en los resultados de nuestro trabajo de descripción y ordenamiento de los hechos. El
motivo de esta distinción se encuentra en la historia del desarrollo del psicoanálisis, que ha
tomado como primer objeto las neuropsicosis o, más exactamente, entre ellas, el grupo que se
puede denominar «neurosis de transferencia» (histeria y neurosis obsesiva): ellas han permitido
comprender que en la raíz de toda afección de este tipo tiene que encontrarse un conflicto entre
las reivindicaciones de la sexualidad y las del yo. Es siempre posible que un estudio profundo de
las otras afecciones neuróticas (sobre todo de las neuropsicosis narcisistas: las
esquizofrenias) nos obligue a cambiar esta fórmula y, al mismo tiempo, a agrupar de otro modo
las pulsiones originarias.»
Pero la crítica puede tomar una forma más radical. «Finalmente, dudo que algún día sea posible,
sobre la base de la elaboración del material psicológico, recoger indicios decisivos para separar
y clasificar las pulsiones. Para elaborar este material, parece más bien necesario aplicarle
ciertas hipótesis concernientes a la vida pulsional, y sería deseable tomar estas hipótesis de otro
dominio y transferirlas a la psicología. Sobre este punto, lo que nos aporta la biología no
contradice seguramente la separación de las pulsiones del yo y las pulsiones sexuales. La
biología nos enseña que la sexualidad no puede ponerse en el mismo plano que las otras
funciones del individuo, pues sus tendencias superan al individuo y tienen por fin la producción
de nuevos individuos, es decir, la conservación de la especie. La biología nos muestra además
la coexistencia codo a codo de dos concepciones de la relación entre el yo y la sexualidad,
igualmente justificadas; según una, el individuo es lo esencial: la sexualidad se considera una de
sus actividades, y la satisfacción sexual, una de sus necesidades; según la otra concepción, el
individuo es un apéndice temporario y pasajero del plasma germinativo, casi inmortal, que le ha
sido confiado para la generación.»
De hecho, el destino de las pulsiones, es decir, la historia de su desarrollo, se limitará a las
pulsiones sexuales, encaradas según las polaridades sujeto-objeto, placer-displacer y
activo-pasivo.
Además, esta noción del destino de las pulsiones es totalmente modificada cuando Freud
reemplaza la oposición de pulsiones del yo y pulsiones sexuales por la oposición de pulsiones
de vida y pulsiones de muerte.
Aporte de las afecciones narcisistas
Según el propio reconocimiento de Freud, la crisis que se produjo en la concepción de la pulsión
puede atribuirse a la ampliación de la investigación al dominio de las afecciones narcisistas.
Desde la época de sus primeros trabajos, en efecto, Freud había subrayado la parte que en la
paranoia le corresponde a los desplazamientos del yo. No obstante, se abrió una perspectiva
nueva al profundizarse de manera decisiva el análisis del yo bajo la égida del narcisismo: por
este hecho, el «destino de las pulsiones» fue llamado a inscribirse, no sólo en la dimensión
prospectiva del desarrollo, sino también en la dimensión de una «regresión narcisista».
Correlativamente, la puesta en evidencia del conflicto lleva a considerar, en oposición a las
pulsiones sexuales, otro grupo de pulsiones, las pulsiones del yo. La noción es introducida -o
mejor precisada- por Freud en 1910, a propósito del análisis del trastorno psicógeno de la visión.
«Si el trastorno psicógeno de la visión, como lo hemos aprendido, se basa en el hecho de que
ciertas representaciones relacionadas con la visión quedan separadas de la conciencia,
entonces el modo de pensar psicoanalítico obliga a admitir que estas representaciones
sucumben a la represión porque están en oposición a otras que se han vuelto más fuertes y
para las cuales empleamos el concepto colectivo de «yo», compuesto cada vez de modo
diferente. Pero ¿de dónde puede provenir esta oposición entre el yo y los grupos aislados de
representaciones, que causa la represión? Observarán ustedes que este tipo de interrogante no
era posible antes del psicoanálisis, pues entonces no se sabía nada del conflicto psíquico ni de
la represión. Por nuestras investigaciones estamos ahora en condiciones de dar la respuesta
esperada. Ahora prestamos atención a la importancia de las pulsiones para la vida
representativa; la experiencia nos ha enseñado que cada pulsión trata de imponerse dando vida
a representaciones conformes a sus metas. Estas pulsiones no se concilian siempre entre ellas;
a menudo entran en conflicto de intereses; las oposiciones entre las representaciones no son
más que la expresión de los combates entre diferentes pulsiones. La oposición innegable entre
las pulsiones que sirven a la sexualidad, a la obtención de placer sexual, y las otras, que tienen
por meta la autoconservación del individuo, las pulsiones del yo, tiene una importancia muy
particular para nuestro intento de explicación. Todas las pulsiones orgánicas que actúan en
nuestra alma pueden clasificarse, siguiendo las palabras del poeta, en «hambre» y «amor».»
Sucede además que esta heterogeneidad se duplica con una estrecha solidaridad entre los
vehículos orgánicos de los que surgen esos dos grupos. «De una manera general, son los
mismos órganos y los mismos sistemas de órganos los que están a disposición de las pulsiones
sexuales y las pulsiones del yo. El placer sexual no está simplemente vinculado a la función de
los órganos genitales; la boca sirve para besar tanto como para comer y comunicar la palabra;
los ojos no perciben sólo las modificaciones del mundo exterior importantes para la conservación
de la vida, sino también las propiedades de los objetos por las cuales éstos son elevados al
rango de objetos de la elección amorosa, y que constituyen sus «encantos». Se confirma
entonces que no es fácil para nadie servir a dos amos al mismo tiempo. Cuanto más íntima es la
relación que un órgano dotado de esta función bilateral establece con una de las grandes
pulsiones, más se rehúsa a la otra. Este principio conduce necesariamente a consecuencias
patológicas si las dos pulsiones fundamentales se desunen, si el yo mantiene una represión
contra la pulsión sexual parcial interesada.»
Sobre este fundamento se constituyó, hacia 1913 («Pulsiones y destinos de pulsión») una
energética de la pulsión, considerada como un «concepto fundamental» de la metapsicología.
Construcción teórica, apertura crítica
Para especificar el punto de vista propiamente psicoanalítico hay que distinguir tres aspectos de
la noción de pulsión.
a) Aspecto fisiológico: si se considera la pulsión en su generalidad, se distinguirá la excitación
pulsional de la excitación refleja por tres características: origen interno, forma constante,
imposibilidad de escapar de ella mediante acciones de fuga.
b) Aspecto biológico: en ausencia de una eventualidad de fuga, se impondrá la tarea de un
«dominio» de las excitaciones, cuyas fluctuaciones se manifestarán por el automatismo de las
variaciones en la serie placer-displacer.
c) Aspecto psicológico o biopsicológico: «Si, ubicándonos en un punto de vista biológico,
consideramos ahora la vida psíquica, el concepto de «pulsión» se nos aparecerá como un
concepto límite entre lo psíquico y lo somático, como el representante psíquico de las
excitaciones provenientes del interior del cuerpo y que llegan al psiquismo, como una medida de
la exigencia de trabajo que se le impone a lo psíquico como consecuencia de su ligazón con el
cuerpo». Exigencia de trabajo que se pone de manifiesto en la búsqueda de la satisfacción
libidinal.
Aporte de las afecciones narcisistas
Ya hemos dicho que al profundizarse el análisis del yo bajo la égida del narcisismo, el «destino
de las pulsiones» se inscribió también en la dimensión inversa de una «regresión narcisista».
Pero ¿cuál es el resorte de esta regresión? ¿Hay que admitir simplemente que la investidura del
yo prevalece en intensidad sobre la del objeto? El proceso sería entonces regido por el principio
de placer. ¿0 bien el retomo a un estadio anterior del desarrollo pone en juego una relación
esencial del sujeto con el tiempo, a saber: la prevalencia de la anterioridad en tanto que tal? En
Freud, esta última hipótesis se justifica por la analogía entre diferentes procesos, en los que el
desarrollo parece no sólo escapar sino incluso a menudo contradecir la jurisdicción del principio
de placer: por ejemplo, los procesos observables en las neurosis traumáticas, el juego infantil, la
transferencia. En estos casos, la tendencia a la repetición se ejerce a la manera de una
«compulsión» (Zwang). Vayamos más lejos. Esta «compulsión» ¿en qué relación está con lo
«pulsional», tomado en su generalidad?
«Se nos impone la idea de que estamos aquí sobre las huellas de una propiedad general de los
instintos, quizás incluso de la vida orgánica en su conjunto, una propiedad todavía poco
conocida o que, por lo menos, no ha sido aún formulada explícitamente. Un instinto no sería más
que la expresión de una tendencia inherente a todo organismo vivo, que lo empuja a reproducir,
a restablecer un estado anterior al que se vio obligado a renunciar bajo la influencia de fuerzas
perturbadoras exteriores; la expresión de una especie de elasticidad orgánica o, si se lo
prefiere, de la inercia en la vida orgánica.»
«De modo que no haremos más que llevar nuestra hipótesis al límite al postular que la meta (Ziel)
de toda vida debe estar representada por un estado antiguo, un estado de partida que la vida
abandonó otrora y hacia el cual tiende a volver por todos los rodeos de la evolución. Si
admitimos, como hecho experimental sin excepciones, que todo lo que vive vuelve al estado
inorgánico, muere, por razones internas, podemos decir que el fin hacia el que tiende toda vida
es la muerte y, a la inversa, que lo inanimado es anterior a lo animado.»
Se observará además que no por ello la definición en sí de la pulsión se encuentra modificada.
En los términos del artículo «Pulsiones y destinos de pulsión», la pulsión es la medida del trabajo
impuesto al aparato psíquico por el hecho de su dependencia del cuerpo. Al caracterizar más en
general el proceso pulsional por «la elasticidad de la vida orgánica», la concepción de la pulsión
de muerte de 1920 mantiene que la sede de la tensión que el aparato psíquico está llamado a
reducir ya no es el «cuerpo» (en su dependencia en primer lugar de la zona erógena), sino el
«ser vivo orgánico» como tal. En síntesis, a la oposición de la pulsión sexual al yo la sucederá la
oposición de pulsión de muerte y pulsión de vida, en cuanto esta última consagra la tensión
derivada del advenimiento de la organización en su relación retrospectiva con lo inanimado. El
propio Freud confirma que la noción de pulsión de muerte es en última instancia de orden
esencialmente especulativo; subraya que ninguna experiencia nos permite captar su acción en
estado puro, salvo quizá la epilepsia; además su alcance operatorio se manifiesta mejor cuando
se encuentra imbricada con la pulsión de vida, sobre todo bajo la forma de pulsión de agresión.
La pulsión de muerte contribuye así a justificar una noción derivada de Adler, durante mucho
tiempo recusada por Freud. En su nueva versión, la pulsión de agresión conservará un carácter
compuesto. Interiormente, en efecto, en la agresión se oponen dos tendencias: la tendencia a
apropiarse del objeto (que surge del registro de la pulsión de vida, puesto que apunta en primer
lugar a unirse a ese objeto), y la tendencia a destruirlo (que surge de la pulsión de muerte). Pero
la pulsión de agresión, a su vez, se compone con el Eros: asistimos aquí a la génesis de la culpa
y a su desarrollo a través de los diferentes estratos de la sociabilidad, desde la sociedad
restringida hasta la sociedad extendida. «El hecho de matar al padre, o de abstenerse de
hacerlo, no es decisivo; uno tiene que sentirse necesariamente culpable en ambos casos, pues
ese sentimiento es la expresión del conflicto de la ambivalencia, de la lucha eterna entre el Eros
y la pulsión de destrucción o de muerte.»
«Este conflicto se encendió en el instante en que se impuso a los hombres la tarea de vivir en
común. Mientras esta comunidad conoce sólo la forma familiar, el conflicto se manifiesta
necesariamente en el complejo de Edipo, instituye la conciencia moral y engendra el primer
sentimiento de culpa. Cuando la comunidad tiende a ampliarse, este mismo conflicto persiste
revistiendo formas dependientes del pasado, se intensifica y provoca una acentuación de aquel
primer sentimiento. Como la civilización obedece a un empuje erótico interno que apunta a unir a
los hombres en una masa mantenida por lazos estrechos, sólo puede llegar a hacerlo por un
único medio, reforzando siempre más el sentimiento de culpa.»
Construida por etapas en respuesta al desarrollo progresivo de la experiencia, esta noción de
pulsión encontró el inicio de una sistematización estructural en el pensamiento de Lacan. No es
que no haya sufrido modificaciones desde la época en que aparecía como equivalente de la
«demanda». Pero nunca dejó de conformarse en sus progresos a la interpretación de la
definición freudiana de la pulsión como «medida del trabajo exigido al aparato psíquico por el
hecho de su ligazón con el cuerpo». Simplemente se trata en este caso del hacerse cargo del
organismo por parte del sujeto hablante.
Con este modo de ver podrían en efecto articularse las representaciones freudianas de la
pulsión sexual y la pulsión de muerte; lo esencial de la construcción se encuentra asegurado por
la representación de la cadena significante como «buclada», a fin de contornear el objeto a. En
su noción propia, este objeto o causa del deseo, a, se perfila a través de los intersticios de la
cadena. En cuanto la cadena vuelve sobre sí misma, el campo de ese objeto o causa de deseo
es representable como situado -aunque no localizable- en una zona interior de un bucle. Pero, en
virtud de su dependencia de la palabra, nos es devuelto desde el Otro. Así se comprende el
acoplamiento formulado por Freud en su artículo de 1913; así se comprende también la
fenomenología del proceso pulsional, por ejemplo en la pulsión escópica: «Lo que uno mira, es lo
que no puede verse. Si, gracias a la introducción del Otro, aparece la estructura de la pulsión,
ella sólo se completa en su forma invertida, en su forma de retorno que es la verdadera pulsión
activa. En el exhibicionismo, aquello a lo que apunta el sujeto es lo que se realiza en el Otro. El
objetivo verdadero del deseo es el Otro, en tanto que forzado, más allá de su implicación en la
escena. No es sólo la víctima la interesada en el exhibicionismo, es la víctima en tanto que
referencia a algún otro que la mira».
¿Qué hay entonces de la dependencia del trabajo pulsional frente al cuerpo? La construcción
topológica de Lacan se basa aquí en indicación proporcionada por Freud en El yo y el ello:
«El yo es ante todo una entidad corporal, no sólo una entidad en superficie, sino además una
entidad que corresponde a la proyección de una superficie. Para servirnos de una analogía
anatómica, lo compararíamos de buena gana con el «homúnculo cerebral» de los anatomistas,
ubicado en la corteza cerebral, con la cabeza abajo, los pies arriba, los ojos atrás y la zona del
lenguaje a la izquierda.» «No sólo lo más bajo puede ser inconsciente, sino también lo que hay de
más elevado. Tenemos aquí como una nueva demostración de lo que hemos dicho antes con
respecto al yo, es decir, que es ante todo un ser corpóreo.»
De modo que las zonas erógenas tendrán que figurarse sobre esta «superficie» del cuerpo. La
originalidad de la presentación de Lacan consiste en «abrir» las zonas erógenas -oral, anal-
para caracterizarlas como estructuras «de borde». Entendemos que la excitabilidad descrita por
Freud en Tres ensayos de teoría sexual interesa al borde del tegumento del contorno interno de
un orificio.
Así, en definitiva, queda preservada una conexión entre los aportes respectivos de la segunda y
la primera tópica a la concepción de la pulsión; la primera tópica señala la zona erógena como
fuente de la pulsión sexual, y la segunda tópica somete de manera general la pulsión al principio
de repetición. De un registro al otro, la estructura de borde de la zona erógena se proyecta en el
trayecto en bucle del proceso, consagrado a contornear su objeto sin jamás satisfacerse, lo que
expresa además la pertenencia de este objeto a la esfera del Otro, conforme a la constitución
antitética de los pares pulsionales de Freud.