Diccionario de psicología, letra P, pulsión de autoconservación

Pulsiones de autoconservación
Al.: Selbsterhaltungstriebe.
Fr.: pulsions d’auto-conservation.
Ing.: instincts of self-preservation.
It.: istinti o pulsioni d’autoconservazione.
Por.: impulsos o pulsões de autoconservação.
 
Término mediante el cual Freud designa el conjunto de las necesidades ligadas a las funciones
corporales que se precisan para la conservación de la vida del individuo; su prototipo viene
representado por el hambre.
Dentro de su primera teoría de las pulsiones, Freud contrapone las pulsiones de
autoconservación a las pulsiones sexuales.
Si bien el término «pulsión de autoconservación» no aparece en Freud hasta el año 1910, la idea
de oponer a las pulsiones sexuales otro tipo de pulsiones es anterior a dicha fecha. Se halla, en
efecto, implícita en lo que Freud afirma, a partir de los Tres ensayos sobre la teoría sexual (Drei
Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905), acerca del apoyo de la sexualidad sobre otras
funciones somáticas (véase: Apoyo); por ejemplo, a nivel oral, el placer sexual encuentra su
apoyo en la actividad de nutrición: «La satisfacción de la zona erógena se hallaba asociada, al
principio, a la satisfacción de la necesidad de alimento»; dentro del mismo contexto, Freud habla
todavía de «pulsión de alimentación».
En 1910 Freud enuncia la oposición que seguirá siendo central en su primera teoría de las
pulsiones: «De singular importancia […] es la oposición innegable existente entre las pulsiones
que sirven a la sexualidad, a la obtención del placer sexual, y los que tienen por fin la
autoconservación del individuo, las pulsiones del yo: todas las pulsiones orgánicas que actúan
en nuestro psiquismo pueden clasificarse, según las palabras del poeta, en «Hambre» o en
«Amor»». Este dualismo ofrece dos aspectos, puestos en evidencia simultáneamente por Freud
en sus trabajos de esa época: el apoyo de las pulsiones sexuales sobre las pulsiones de
autoconservación y el papel fundamental que desempeña su oposición en el conflicto psíquico.
El ejemplo de los trastornos histéricos de la visión ilustra este doble aspecto: un mismo órgano, el
ojo, constituye el soporte de dos tipos de actividad pulsional; en él se localizará el síntoma si
existe conflicto entre dichas actividades.
En lo referente al problema del apoyo, remitimos al lector a nuestro comentario acerca de este
término. En cuanto al modo en que llegan a oponerse en el conflicto defensivo los dos grandes
tipos de pulsiones, uno de los pasajes más explícitos figura en las Formulaciones sobre los dos
principios del funcionamiento psíquico (Formulierungen über die zwei Prinzipien des
psychischen Geschehens, 1911). Las pulsiones del yo, en tanto que sólo pueden satisfacerse
con un objeto real, efectúan muy pronto el tránsito del principio de placer al principio de realidad,
hasta el punto de convertirse en agentes de la realidad, oponiéndose así a las pulsiones
sexuales, que pueden satisfacerse en forma fantasmática y permanecen durante más tiempo
bajo el dominio del solo principio de placer: «Una parte esencial de la predisposición psíquica a la
neurosis proviene del retardo de la pulsión sexual en tener en cuenta la realidad».
Esta concepción se condensa en la siguiente idea, ocasionalmente enunciada por Freud: el
conflicto entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación proporcionaría la clave para
la comprensión de las neurosis de transferencia (acerca de este punto véase nuestro
comentario a: Pulsiones del yo).
Freud nunca dio una exposición de conjunto acerca de los diversos tipos de pulsiones de
autoconservación; cuando habla de ellas, suele hacerlo en forma colectiva o tomando como
prototipo el hambre. Con todo, parece admitir la existencia de numerosas pulsiones de
autoconservación, tantas como las grandes funciones orgánicas (nutrición, defecación, emisión
de orina, actividad muscular, visión, etc.).
La oposición establecida por Freud entre pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación
puede llevar a preguntarnos sobre la legitimidad de usar la misma palabra Trieb para designar
unos y otros. Ante todo se observará que, cuando Freud habla de la pulsión en general, se
refiere, más o menos explícitamente, a la pulsión sexual, atribuyendo, por ejemplo, a la pulsión
características tales como la variabilidad del fin y la contingencia del objeto. Por el contrario, para
las «pulsiones» de autoconservación las vías de acceso están preformadas y el objeto que las
satisface se halla determinado desde un principio; usando una expresión de Max Scheler, el
hambre del lactante implica «una intuición del valor alimento». Según muestra la concepción
freudiana de la elección objetal por apoyo, son las pulsiones de autoconservación las que
indican a la sexualidad el camino hacia el objeto. Es sin duda esta diferencia la que condujo a
Freud a utilizar repetidamente el término «necesidad» (Bedürfnis) para designar las pulsiones de
autoconservación. Desde este punto de vista, sólo cabe subrayar lo que hay de artificial en
pretender establecer, dentro de una perspectiva genética, un estricto paralelismo entre
funciones de autoconservación y pulsiones sexuales, considerando a unas y otras sometidas
inicialmente al solo principio de placer, para obedecer más tarde progresivamente ‘al principio de
realidad. En efecto, las primeras deberían situarse más bien, desde sus comienzos, en el lado
del principio de realidad, y las segundas en el lado del principio de placer.
Las sucesivas reformas efectuadas por Freud en la teoría de las pulsiones le obligarían a situar
de otro modo las funciones de autoconservación. Ante todo se observará que, en estas
tentativas de reclasificación, los conceptos de pulsiones del yo y pulsiones de
autoconservación, que anteriormente coincidían, experimentan transformaciones que no son
exactamente las mismas. En lo referente a las pulsiones del yo, es decir, a la naturaleza de la
energía pulsional que se halla al servicio de la instancia del yo, remitimos al lector a los
comentarios a los artículos: Pulsiones del yo, Libido del yo – libido objetal, Yo. Respecto de las
funciones de autoconservación, puede decirse esquemáticamente que:
1.° Con la introducción del concepto de narcisismo (1915), las pulsiones de autoconservación
siguen oponiéndose a las pulsiones sexuales, si bien estas últimas se encuentran ahora
subdivididas, según que apunten al objeto exterior (libido objetal) o al yo (libido del yo).
2.° Cuando Freud, entre 1915 y 1920, efectúa un «acercamiento aparente a las concepciones de
Jung» y se siente inclinado a admitir la idea de un monismo pulsional, las pulsiones de
autoconservación tienden a considerarse como un caso particular del amor a sí mismo o libido
del yo.
3.° Después de 1920 se introduce un nuevo dualismo, el de pulsiones de vida y pulsiones de
muerte. En una primera fase, Freud dudará respecto a la situación de las pulsiones de
autoconservación, clasificándolas primeramente dentro de las pulsiones de muerte, ya que no
representarían más que rodeos que expresarían el hecho de que «el organismo sólo quiere morir
a su manera», pero rectifica pronto esta idea para ver en la conservación del individuo un caso
particular de la manifestación de las pulsiones de vida.
En lo sucesivo mantendrá este último punto de vista: «La oposición entre pulsión de
autoconservación y pulsión de conservación de la especie, al igual que la existente entre amor al
yo y amor objetal, debe situarse todavía dentro del Eros».