Diccionario de psicología, letra P, pulsión sexual

Pulsión sexual
Al.: Sexualtrieb.
Fr.: pulsion sexuelle.
Ing.: sexual instinct.
It.: istinto o pulsione sessuale.
Por.: impulso o pulsão sexual.

Empuje interno que el psicoanálisis ve actuar en un campo mucho más extenso que el de las
actividades sexuales en el sentido corriente del término. En él se verifican eminentemente
algunos de los caracteres de la pulsión, que la diferencian de un instinto: su objeto no está
predeterminado biológicamente, sus modalidades de safisfacción (fines) son variables, más
especialmente ligadas al funcionamiento de determinadas zonas corporales (zonas erógenas),
pero susceptibles de acompañar a las más diversas actividades, en las que se apoyan. Esta
diversidad de las fuentes somáticas de la excitación sexual implica que la pulsión sexual no se
halla unificada desde un principio, sino fragmentada en pulsiones parciales, que se satisfacen
localmente (placer de órgano).
El psicoanálisis muestra que la pulsión sexual en el hombre se halla íntimamente ligada a un juego
de representaciones o fantasías que la especifican. Sólo al final de una evolución compleja y
aleatoria, se organiza bajo la primacía de la genitalidad y encuentra entonces la fijeza y la
finalidad aparentes del instinto.
Desde el punto de vista económico, Freud postula la existencia de una energía única en las
transformaciones de la pulsión sexual: la libido.
Desde el punto de vista dinámico, Freud ve en la pulsión sexual un polo necesariamente
presente del conflicto psíquico: es el objeto privilegiado de la represión en el inconsciente.
Nuestra definición resalta la transmutación aportada por el psicoanálisis a la idea de un «instinto
sexual», y ello tanto en extensión como en comprensión (véase: Sexualidad). Esta
transformación afecta tanto al concepto de la sexualidad como al de la pulsión. Cabe pensar
incluso que la crítica de la concepción «popular» o «biológica» de la sexualidad, que hace que
Freud encuentre una misma «energía», la libido, interviniendo en fenómenos muy diversos y a
menudo muy alejados del acto sexual, coincide con lo que, en el ser humano, diferencia
fundamentalmente la pulsión del instinto. Dentro de esta perspectiva, se puede anticipar que la
concepción freudiana de la pulsión, elaborada a partir del estudio de la sexualidad humana, sólo
se verifica plenamente en el caso de la pulsión sexual (véase: Pulsión; Instinto; Apoyo; Pulsiones
de autoconservación).
A lo largo de toda su obra Freud sostuvo que la acción de la represión se ejercía en forma
electiva sobre la pulsión sexual, en consecuencia, debía atribuirle un papel fundamental en el
conflicto psíquico, aunque dejando sin resolver el problema de qué es lo que, en definitiva,
determina tal privilegio. «Teóricamente nada impide pensar que toda exigencia pulsional,
cualquiera que sea, puede provocar las mismas represiones y sus consecuencias; pero la
observación nos revela invariablemente, en la medida en que podemos enjuiciarlo, que las
excitaciones que desempeñan este papel patógeno emanan de las pulsiones parciales de la
sexualidad» (véase: Seducción; Complejo de Edipo; Posterioridad).
La pulsión sexual, que Freud, en la primera teoría de las pulsiones, contrapone a las pulsiones
de autoconservación, es asimilada en el último dualismo a las pulsiones de vida, al Eros. Así
como en el primer dualismo la pulsión sexual era la fuerza sometida al solo principio de placer,
difícilmente «educable», que funcionaba según las leyes del proceso primario y que
constantemente amenazaba desde dentro el equilibrio del aparato psíquico, ahora se convierte,
con el nombre de pulsión de vida, en una fuerza que tiende a la «ligazón», a la constitución y
mantenimiento de las unidades vitales; y, en compensación, su antagonista, la pulsión de muerte,
es la que funciona según el principio de la descarga total.
Un cambio de este tipo resulta difícil de comprender si no se tiene en cuenta todo el conjunto de
transformaciones conceptuales efectuadas por Freud después de 1920 (véase: Pulsiones de
muerte; Yo; Ligazón).