Diccionario de psicología, letra P, pulsión (Trieb)

Pulsión: Término que apareció en Francia en 1625, derivado del latín pulsio para designar la acción de empujar, impulsar.
Empleado por Sigmund Freud a partir de 1905, se convirtió en un concepto técnico principal de la doctrina psicoanalítica, como designación de la carga energética que está en la fuente de la
actividad motriz del organismo y del funcionamiento psíquico del inconsciente del hombre.
La elección de la palabra «pulsión» para traducir el alemán Trieb respondió a la preocupación de
evitar cualquier confusión con «instinto» y «tendencia». Esta opción se correspondía con la de
Sigmund Freud, quien, a fin de señalar la especificidad del psiquismo humano, reservó Instinkt
para las componentes animales. Tanto en alemán como en francés, los términos Trieb y pulsion,
respectivamente, remiten, por su etimología, a la idea de un empuje, independiente de la
orientación y de la meta. En la traducción inglesa, lo que guió la elección por James Strachey de
la palabra instinct, en lugar de drive, parece haber sido la fidelidad a la idea freudiana de una
articulación del psicoanálisis con la biología.
La noción de pulsión (Trieb) estaba ya presente en las concepciones de la enfermedad mental y su tratamiento desarrolladas por los médicos de la psiquiatría alemana del siglo XIX,
preocupados, lo mismo que sus colegas ingleses y franceses, por la cuestión de la sexualidad.
Autores como Karl Wilhelm Ideler (1795-1860) o Heinrich Wilhelm Neumann (1814-1884)
insistieron en el papel central de las pulsiones sexuales; el segundo consideraba la angustia
como producto de la insatisfacción de las pulsiones.
Se sabe por otra parte que Friedrich Nietzsche (1844-1900) concebía el espíritu humano como
un sistema de pulsiones que podían entrar en colisión o fundirse unas con otras, y que también
él le atribuía un rol esencial a los instintos sexuales, distinguidos de los instintos agresivos y de
autodestrucción.
Freud nunca hizo un misterio de estos antecedentes. En su autobiografía de 1925 se refirió a
Nietzsche, confesando que lo había leído muy tarde por temor a sufrir su influencia.
Sea que se trate de su aparición, de su importancia o de las revisiones de las que sería objeto, el
concepto de la pulsión está estrechamente ligado a los de libido y narcisismo, así como a sus
transformaciones; estos conceptos constituyen tres grandes ejes de la teoría freudiana de la
sexualidad.
En la época prepsicoanalítica de la correspondencia con Wilhelm Fliess y del «Proyecto de
psicología» (1895), Freud desarrolló la idea de una libido psíquica, forma de energía que él
ubicaba en la fuente de la actividad humana. Trazaba ya una distinción entre ese «empuje», que
por su origen interno el individuo no puede detener, y las excitaciones externas de las que el
sujeto puede huir o que puede evitar. En esa época atribuía la histeria a una causa sexual
traumática, una seducción sufrida en la infancia.
A partir de 1897, cuando abandonó esta teoría, Freud comenzó a revisar su concepción de la
sexualidad, pero conservando la idea de que la represión de las mociones sexuales era la causa
de un conflicto psíquico que llevaba a la neurosis.
En 1898 expuso la concepción de la sexualidad infantil. El texto «La sexualidad en la etiología de
las neurosis» le dio la oportunidad de refutar la tesis de una predisposición neuropática particular
basada en una degeneración general, y de insistir en el hecho de que la etiología de la neurosis
no podía estar más que «en las experiencias vividas de la infancia, y esto de nuevo -y
exclusivamente- en impresiones concernientes a la vida sexual. Se ha cometido un error al
desatender por completo la vida sexual de los niños; por lo que sé, ellos son capaces de todas
las realizaciones sexuales psíquicas, y de numerosas realizaciones somáticas.» Después de
observar que esas experiencias sexuales infantiles sólo desplegaban lo esencial de su acción
en periodos madurativos ulteriores, Freud precisa: «En el intervalo entre la experiencia de estas
impresiones y su reproducción (o más bien el refuerzo de los impulsos libidinales que se
desprenden de ella), no sólo el aparato sexual somático, sino también el aparato psíquico, han
experimentado un desarrollo considerable; por ello, de la influencia de estas experiencias
sexuales precoces resulta entonces una reacción psíquica anormal, y aparecen formaciones
psicopatológicas».
Más tarde, el material clínico acumulado en sus curas llevó a Freud a constatar que la sexualidad
no siempre aparecía explícitamente en los sueños y los fantasmas, sino a menudo bajo disfraces
que había que saber descifrar. Así se vio llevado a estudiar las aberraciones, las perversiones
sexuales y los orígenes de la sexualidad, es decir, la sexualidad «infantil.
Ése era el propósito de los Tres ensayos de teoría sexual, publicados en 1905. En la versión
inicial del libro, Freud recurrió por primera vez a la palabra pulsión. En un pasaje añadido en 1910
expuso una definición general que, en lo esencial, no sufriría ninguna modificación: «Por pulsión
no podemos designar en primer lugar más que la representación psíquica de una fuente
endosomática de estimulaciones, que fluyen de manera continua, por oposición a la estimulación
producida por excitaciones esporádicas y externas. De modo que la pulsión es uno de los
conceptos de la demarcación entre lo psíquico y lo somático.» Desde la primera edición de los
Tres ensayos, se trató esencialmente de la pulsión sexual, cuya definición da por sí sola la
medida de la revolución que Freud generó en la concepción dominante de la sexualidad, fuera
ella la del sentido común o la de la sexología. Para Freud, la pulsión sexual, diferente del instinto
sexual, no se reducía a las actividades sexuales habitualmente catalogadas con sus metas y
sus objetos, sino que era un empuje al que la libido proveía de energía.
Entre la infancia y la pubertad, la pulsión sexual no existe como tal, sino que toma la forma de un
conjunto de pulsiones parciales, que es importante no confundir con las pulsiones categoriales
(cuya existencia Freud rechazó siempre, como lo atestigua, por ejemplo, su refutación de la idea
de una pulsión gregaria en Psicología de las masas y análisis del yo). El carácter sexual de las
pulsiones parciales, cuya suma constituye el fundamento de la sexualidad infantil, se define en
un primer momento por un proceso de apuntalamiento por otras actividades somáticas, ligadas a
zonas particulares del cuerpo que de esta manera adquieren el estatuto de zonas erógenas.
Así, la satisfacción de la necesidad de nutrirse, que se satisface mediante la succión, es
también una fuente de placer, y los labios se convierten en una zona erógena, origen de una
pulsión parcial. En un segundo momento, esa pulsión parcial, cuyo carácter sexual está de tal
modo ligado al proceso de erotización de la zona corporal considerada, se separa del objeto
inicial de apuntalamiento, y se vuelve autónoma. Funciona entonces de manera autoerótica. Este
registro del autoerotismo constituye la fase preparatoria del emplazamiento de lo que Freud,
algunos años después, denominará narcisismo primario, a su vez resultado de la convergencia
de las pulsiones parciales sobre la totalidad del yo, y ya no sólo sobre una zona corporal
particular. Ulteriormente, la pulsión sexual podrá encontrar su unidad mediante la satisfacción
genital y la función procreativa.
En los Tres ensayos Freud bosqueja una distinción entre las pulsiones sexuales y las otras,
ligadas a la satisfacción de necesidades primarias. Cinco años más tarde, en «La perturbación
psicógena de la visión según el psicoanálisis», enunció su primer dualismo pulsional, oponiendo
las pulsiones sexuales, cuya energía es de tipo libidinal, a las pulsiones de autoconservación,
que tienen por fin la conservación del individuo: «Todas las pulsiones orgánicas que actúan en
nuestra alma pueden clasificarse, como ha dicho el poeta, en hambre y amor». Esta clasificación
no debe eclipsar lo que opone a estos dos tipos de pulsiones entre sí, puesto que las pulsiones
de autoconservación, también llamadas pulsiones del yo, participan de la defensa del yo contra
su invasión por las pulsiones sexuales.
En un texto de 1911, «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico», Freud
distribuyó esos dos grupos pulsionales según las modalidades de funcionamiento del aparato
psíquico: las pulsiones sexuales son gobernadas por el principio de placer, y las de
autoconservación están al servicio del desarrollo psíquico determinado por el principio de
realidad.
En 1914, el desarrollo del concepto de narcisismo trastornó ese dualismo. A partir de sus
propias observaciones sobre las psicosis, y de la lectura de los trabajos de Eugen Bleuler, Karl
Abraham y Emil Kraepelin, Freud llegó a la conclusión de que en esas formas patológicas se está
en presencia de un retiro de la libido de los objetos externos, y de una vuelta de esa libido hacia
el yo, que se convierte en tal caso en objeto de amor. Esta revisión teórica consistió entonces en
una distribución nueva de las pulsiones sexuales, asignadas por una parte al yo (de allí la
denominación de libido del yo, o libido narcisista), y por la otra a los objetos exteriores (de allí la
denominación de libido de objeto u objetal).
Poco a poco se fue imponiendo esta nueva concepción. En «Introducción del narcisismo» Freud
indicó explícitamente que «la distinción en la libido de una parte propia del yo y otra que se apega
a los objetos es la consecuencia inevitable de una primera hipótesis que separaba entre sí las
pulsiones sexuales y las pulsiones del yo».
Aparentemente, en 1914 Freud intentó abandonar la concepción dualista para volver a una
perspectiva monista, lo que, lo habría acercado a la idea junguiana de la libido originaria. Jean
Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis han señalado que el propio Freud no tomó nota de esa
deriva hasta después de haber emplazado, en 1920, un nuevo dualismo, que opuso las
pulsiones de vida a las pulsiones de muerte. De hecho, sólo en 1923, en «Dos artículos de
enciclopedia», Freud se refirió a ese momento de duda entre la hipótesis dualista y la concepción
monista.
En 1915, con el marco de su gran proyecto de metapsicología, Freud, en «Pulsiones y destinos
de pulsión», procedió a una recapitulación de los conocimientos adquiridos acerca del concepto
de pulsión, del cual precisa que no por ser «todavía bastante confuso» es menos indispensable
«en psicología». Recuerda en primer término el carácter limítrofe (entre lo psíquico y lo somático)
de la pulsión, representante psíquico de las excitaciones provenientes del cuerpo que llegan al
psiquismo. A continuación enumera y define las cuatro características de la pulsión. El «empuje»
constituye su esencia, y la ubica como motor de la actividad psíquica. El «Fin», es decir la
satisfacción, supone la supresión de la excitación que está en el origen; este proceso puede
implicar «fines intermedios- o incluso fracasos, ilustrados por las pulsiones denominadas
«inhibidas en su fin», que se han apartado parcialmente de su trayectoria. «El objeto» de la
pulsión, es el medio por el cual la pulsión alcanza su fin, y no siempre estuvo ligado originalmente
a ella. (Alfred Adler, citado por Freud, lo había observado al hablar de «intrincación» o
«entrecruzamiento de las pulsiones»: un mismo objeto puede servir simultáneamente para la
satisfacción de varias pulsiones.) Finalmente, la «fuente» de las pulsiones es el proceso
somático localizado en una parte del cuerpo o en un órgano, cuya excitación es representada en
el psiquismo por la pulsión.
Pero ese texto de 1915 dio también la oportunidad para un nuevo desarrollo sobre el «devenir de
las pulsiones sexuales». Freud conserva el dispositivo teórico basado en el dualismo, pero no
advierte aún la magnitud del cambio que está realizando, y que llevará a la oposición de libido del
yo/libido de objeto. Escribe entonces: «Es siempre posible que un estudio profundizado de las
otras afecciones neuróticas (sobre todo las psiconeurosis narcisistas: las esquizofrenias) nos
obligue a cambiar esta fórmula y, al mismo tiempo, a agrupar de otro modo las pulsiones
originarias. Pero por el momento no conocemos esa nueva fórmula, ni tenemos ningún argumento
que contradiga nuestra oposición entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales.»
Las pulsiones sexuales pueden tener cuatro destinos: transformación en lo contrario, la vuelta
sobre la propia persona, represión y sublimación. En este marco, Freud aborda los dos primeros
destinos, y deja de lado la sublimación. En cuanto a la represión, le dedicó un texto específico en
su compilación de metapsicología.
Al tratar de la transformación de la pulsión en su contrario, distingue dos casos típicos. En el
primero, ilustrado por la oposición sadismo /masoquismo y voyeurismo/ exhibicionismo, hay una
inversión del fin. El segundo caso, ilustrado por la transformación del amor en odio, se
caracteriza por la inversión del contenido. Este último ejemplo permite observar que el odio no
puede reducirse a una figura invertida del amor. Sin duda hay que postular en tal sentido la
existencia de una configuración más antigua que el amor, «arquetipo» de lo que en la pluma de
Freud será más tarde la pulsión de muerte. El análisis de la vuelta de la pulsión sobre la propia
persona le permite a Freud ceñir la relación entre el sadismo y el masoquismo, visualizado
entonces como la vuelta sobre la propia persona de un sadismo originario. En 1924 Freud
transformaría radicalmente esta concepción en un texto titulado «E] problema económico del
masoquismo».
En 1920, con la publicación de Más allá del principio de placer, Freud formuló un nuevo
dualismo pulsional que oponía pulsiones de vida y pulsiones de muerte: la repercusión iba a ser
inmensa, tanto por sus efectos sobre el pensamiento filosófico del siglo XX, como por las
polémicas y rechazos que esta tesis suscitaría en el seno mismo del movimiento psicoanalítico.
La particularidad de esta nueva elaboración conceptual residía en su carácter especulativo, a
menudo denunciado como una debilidad grave por sus adversarios. No obstante, Freud pensó
en teorizar lo que denominó pulsión de muerte a partir de la observación de la compulsión de
repetición. De origen inconsciente, y por lo tanto difícilmente controlable, esa compulsión lleva al
sujeto a situarse de manera repetitiva en situaciones dolorosas, réplicas de experiencias
antiguas. Aunque en este proceso existe siempre alguna huella de satisfacción libidinal (lo que
contribuye a hacerlo difícilmente observable en estado puro), el principio de placer no basta por
sí solo para explicarlo.
De modo que Freud reconocía un carácter «demoníaco» en esta compulsión de repetición, que él
comparó con la tendencia a la agresión identificada por Adler en 1908. Sin embargo, en esa
época Freud se había negado a tomarla en cuenta, aunque el análisis de Juanito (Herbert Graf)
le había demostrado su existencia. También la relacionó con la tendencia destructiva y
autodestructiva que había advertido en sus estudios sobre el masoquismo. La vinculación de
estas observaciones con la constatación filosófica de que la vida es inevitablemente precedida
por un estado de no-vida condujo a Freud a la hipótesis de que existe una pulsión cuya finalidad,
tal como la expresó en el Esquema de psicoanálisis, «es llevar lo que vive al estado inorgánico».
La pulsión de muerte se convierte entonces en prototipo de la pulsión, cuya especificidad reside
precisamente en ese movimiento regresivo de retorno al estado anterior. Pero la pulsión de
muerte es imposible de localizar o incluso aislar, salvo tal vez, como se precisa en El yo y el ello,
en la experiencia de la melancolía. Por otra parte, Freud subrayó en 1933, en las Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis, que la pulsión de muerte no puede «estar
ausente de ningún proceso de la vida»: enfrenta permanentemente al eros, las pulsiones de vida,
agrupamiento de las pulsiones sexuales y de las reunidas hasta entonces bajo el rótulo de
pulsiones del yo. «De la acción conjugada y opuesta» de los dos grupos de pulsiones -las
pulsiones de muerte y las pulsiones de vida-, «proceden las manifestaciones de la vida, a las que
la muerte pone término».
A pesar de las objeciones y la oposición, Freud nunca se dejó impresionar. Perfectamente
consciente de que «la doctrina de las pulsiones es un dominio oscuro incluso para el
psicoanálisis» (según escribió en 1926 en el artículo de la enciclopedia titulado «Psicoanálisis»),
reivindica esa opacidad como una característica de la pulsión. «La teoría de las pulsiones es, por
así decirlo, nuestra mitología -afirmó en 1933- Las pulsiones son seres míticos, formidables en
su imprecisión.» Se comprende entonces que las críticas, basadas sobre todo en la ausencia de
pruebas empíricas que validaran la existencia de una pulsión de muerte, le parecieran
inconsistentes, y que lo hayan llevado a sostener, en El malestar en la cultura: «No comprendo
que podamos seguir ciegos a la ubicuidad de la agresión y la destrucción no erotizadas, y dejar
de asignarles el lugar que merecen en la interpretación de los fenómenos de la vida». En 1937
reafirmó una vez mas, en Análisis terminable e interminable, que basta evocar el masoquismo,
las resistencias terapéuticas y la culpa neurótica para sostener la existencia en la vida del alma
de un poder que por sus fines denominamos pulsión de agresión o destrucción, y que derivamos
de la pulsión originaria de muerte de la materia animada».
Los descendientes de Freud no han sido unánimes en el rechazo de la última elaboración de la
teoría de las pulsiones. Por ejemplo, Melanie Klein realizó una inversión total M segundo dualismo
pulsional, considerando que las pulsiones de muerte participan del origen de la vida, tanto en la
vertiente de la relación de objeto como en la del organismo. En el organismo, las pulsiones de
muerte, a través de la angustia, contribuyen a instalar al sujeto en la posición depresiva, hecha
de miedo y destrucción.
En su seminario de 1964, Jacques Lacan consideró la pulsión como uno de los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis. Guiado por una lectura exigente del texto freudiano de 1915,
cuyo título cambió por «Las pulsiones y sus vicisitudes», Lacan desprendió la conceptualización
freudiana de sus cimientos biológicos, e insistió en el carácter constante del movimiento de la
pulsión, un movimiento arrítmico, que la distingue de todas las concepciones funcionales. La
pulsión tal como la ve Lacan se inscribe en un enfoque del inconsciente en términos de
manifestación de la falta y de lo no-realizado. En tal carácter, la pulsión es vista bajo la categoría
de lo real. Recordando lo que había dicho Freud acerca de la independencia del objeto, y en
cuanto a que cualquier objeto puede ser llevado a llenar la función de otro por la pulsión, Lacan
subrayó que el objeto de la pulsión no puede ser asimilado a ningún objeto concreto. Para captar
la esencia del funcionamiento pulsional hay que concebir el objeto como del orden de un hueco,
un vacío, dibujado de manera abstracta y no representable: el objeto (pequeño) a.
Para Lacan, la pulsión es por lo tanto un montaje caracterizado por la discontinuidad y la
ausencia de lógica racional, por medio del cual la sexualidad participa de la vida psíquica al
conformarse a la «hiancia» del inconsciente.
En realidad, Lacan desarrolla la idea de que la pulsión es siempre parcial. Hay que entender el
término en un sentido más general que el pensado por Freud. Al adoptar la expresión «objeto
parcial», proveniente de Karl Abraham y los kleinianos, Lacan introdujo dos nuevos objetos
pulsionales, además de las heces y el pecho: la voz y la mirada. Los denominó objetos del
deseo.