Diccionario de psicología, letra R, Recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci (un)

Recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci (un)
 
Obra de Sigmund Freud publicada en alemán en 1910 con el título de Eine Kindheitserinnerung
des Leonardo da Vinci. Traducida por primera vez al francés por Marie Bonaparte en 1927 con
el titulo de Un souvenir d’infance de Léonard de Vinci, y en 1987 por Janine Altounian, Odile
Bourguignon y André Bourguignon (1920-1996), Pierre Cotet y Alain Rauzy, sin cambio de título.
Traducida al inglés por primera vez en 1916 por Abraham Arden Brill con el titulo de Leonardo da
Vinci, y por Alan Tyson en 1957 con el titulo de Leonardo da Vinci and a Memory of His
Childhood.
Con el mismo derecho que Aníbal o Moisés, Leonardo da Vine¡ (1452-1519) pertenece al panteón
de los grandes hombres y héroes a los que Freud consagró una admiración particular.
En una carta a Wilhelm Fliess del 9 de octubre de 1898 manifestó su interés por ciertos detalles
de la vida de ese genio del Renacimiento. Observó que Leonardo era zurdo y que no se le
conocía ninguna historia amorosa. Diez años más tarde, el 17 de octubre de 1909, recién llegado
de los Estados Unidos, le escribió a Carl Gustav Jung para hacerle conocer un descubrimiento:
el enigma del carácter de Leonardo se le había aparecido con total transparencia. Según él,
Leonardo se había vuelto sexualmente inactivo u homosexual después de haber convertido su
sexualidad inmadura (infantil) en una pulsión de saber. Freud añadía que acababa de encontrar
la misma problemática en un neurótico carente de genio.
De inmediato se puso a trabajar, y redactó la obra entre enero y marzo de 1910, para publicarla
en mayo. Mientras tanto, en abril, siempre ambivalente respecto a su propia producción, le
escribió a Ernest Jones: «No espere mucho de este Leonardo que va a salir el mes próximo. No
espere encontrar allí el secreto de La Virgen de las rocas ni la solución al problema de La
Gioconda; para que la obra le guste, no ponga tan altas sus esperanzas.»
Ésta era una perfecta renegación, pues a Freud le interesaba realmente la sonrisa de Mona Lisa,
la esposa del florentino Francesco del Giocondo: quería incluso captar su quintaesencia
estudiando el desarrollo psicológico e intelectual del pintor, cuyo destino, dijo, no podía
sustraerse a las Ieyes que rigen con igual rigor las conductas normales y las patológicas».
Consciente de que su obra corría el riesgo de provocar escándalo al abordar la sexualidad de
uno de los creadores más célebres del mundo, Freud le advertía al lector que todo ensayo
biográfico debe evitar la mojigatería de pasar en silencio la vida sexual del héroe escogido.
Ahora bien, se sabía muy poco de la vida sexual de Leonardo, que puso de manifiesto una
frialdad evidente y rara en un artista habituado a pintar la belleza femenina.
Lo «poco que él sabía» provenía de algunas lecturas: una imponente biografía de Edmondo Solmi
publicada en 1908, la de Giorgio Vasari (1511-1574), y sobre todo una novela histórica de Dmitri
Sergueievich Merejkovski (1865-1941). En esta última, el escritor ruso trazaba un retrato de
Leonardo imaginando que un discípulo llevaba un diario sobre el maestro. En todos estos textos
falta un elemento central concerniente a la sexualidad del pintor. Freud terminó por encontrarlo
en los Cuadernos del propio Leonardo. En efecto, allí descubrió una frase a propósito de su
interés por el vuelo de los pájaros: «Parece que ya me había sido asignado antes de que me
interesara tan fundamentalmente por el buitre, pues me viene a la mente como primerísimo
recuerdo que, estando aún en la cuna, un buitre descendió hasta mí, me abrió la boca con la cola
y, varias veces, me dio en los labios con ella».
Freud decidió entonces someter esa «fantasía del buitre en Leonardo» a una escucha
psicoanalítica. En ese recuerdo vio la huella de una felación que era sólo la repetición de una
situación más antigua: «En la edad de la lactancia, tomamos en la boca el pezón de la madre o de
la nodriza. La impresión orgánica que produce en nosotros ese primer goce vital había dejado sin
duda una huella indestructible [ … ]. Comprendemos ahora por qué Leonardo ubica en sus años
de lactancia el recuerdo de la experiencia supuestamente vivida con el buitre.»
El júbilo de Freud es comprensible: acaba de encontrar una reminiscencia perfectamente
concordante con las perspectivas teóricas desarrolladas en 1905 en los Tres ensayos de teoría
sexual, en 1908 en el artículo «Sobre las teorías sexuales infantiles», e ilustradas en el curso del
análisis de Juanito (Herbert Graf).
No obstante, subsistían algunos interrogantes: ¿por qué un buitre, y cómo articular esto con la
homosexualidad de Leonardo? Para responder, Freud supone que Leonardo da Vine¡ pudo
inspirarse en mitos de la civilización egipcia, en la cual, en efecto, a la palabra «madre» le
correspondía un pictograma que remitía a la imagen del buitre, animal cuya cabeza representaba
a una divinidad materna, y cuyo nombre era Mout (parecido al alemán Mutter, madre). Por otra
parte, continúa Freud, en la leyenda de inspiración cristiana el buitre es una especie que sólo
tiene género femenino: en ciertos períodos, esos buitres hembra se detienen en pleno vuelo,
abren su vagina y son fecundados por el viento. De modo que encarnan a la virgen inmaculada.
La reminiscencia del buitre y su connotación sexual pasiva son entonces relacionadas con la
infancia del gran pintor. Hijo ¡legítimo criado por su madre, Leonardo fue el objeto exclusivo del
amor de esta última. No tuvo ningún padre con el que pudiera identificarse en el momento de la
emergencia de su sexualidad. Freud establecía un vínculo causal entre la relación infantil del
pintor con la madre y su homosexualidad ulterior: «No nos arriesgaríamos a inferir ese vínculo a
partir de la reminiscencia deformada de Leonardo, si no supiéramos por los exámenes
psicoanalíticos de nuestros pacientes homosexuales que esa relación existe, e incluso que se
trata de una relación esencial y necesaria».
En ese punto Freud expresa su simpatía por los homosexuales, y a continuación retoma, para
desarrollarlas, las etapas de la organización de la sexualidad infantil y las modalidades de esa
organización capaces de llevar a un sujeto masculino a la homosexualidad. Después interpreta a
esta última como un repliegue en la fase del autoerotismo, en cuyo transcurso el individuo sólo
puede amar a sustitutos de su propia persona. Por primera vez habla aquí del narcisismo, que
más tarde se convertirá en un concepto técnico.
Subsiste entonces el enigma de la sonrisa de la Mona Lisa. Para Freud, esa célebre sonrisa es la
de Catarina, la madre de Leonardo. Análogamente, las hermosas cabezas de niños son
reproducciones de su propia persona infantil, y las mujeres sonrientes, réplicas de la madre,
cuya sonrisa de antaño lo había perdido.
Freud procede a otro cotejo. En efecto, observa que el cuadro de Leonardo da Vinci
cronológicamente más próximo a La Gioconda era Santa Ana, la Virgen y el Niño, en el que
figuraban Santa Ana, María y el niño Jesús. Después de señalar que ese motivo aparecía
raramente en la pintura italiana, encuentra en el cuadro, que representa a dos mujeres junto a un
niño, la huella de otro recuerdo infantil de Leonardo. Hacia los 3 años de edad, éste había
encontrado al padre, quien se había vuelto a casar; Leonardo habría tenido entonces dos
madres, como el niño Jesús del cuadro, entre dos jóvenes de sonrisa delicada. ¿Cómo explicar
de otro modo esa transfiguración de Santa Ana?, se pregunta Freud. La madre de María, y por lo
tanto abuela de Cristo, ¿no aparece acaso en ese cuadro tan joven como la hija?
Peter Gay observa que Freud nunca pretendió explicar el genio de Leonardo da Vinci: a lo sumo
intentó aclarar el proceso de sublimación que condujo al desarrollo de las pulsiones de
investigación y al adormecimiento de las pulsiones sexuales. También subrayó un rasgo de
carácter particular de Leonardo: la inclinación a no dar nunca por terminadas sus obras, como
efecto de la identificación con el padre que había abandonado al hijo en su primera infancia.
El 3 de julio de 1910, Freud le escribió a Karl Abraham: «He recibido la primera reseña del
Leonardo, la de Havelock Ellis en el Journal of Mental Science: es amable, como siempre. Les
gusta a todos los amigos, y espero que provocará la aversión en quienes no están con
nosotros.»
En 1923, un lector especialista en el Renacimiento italiano escribió a la dirección del Burlington
Magazinefor Connoisseurs, en el cual se había publicado un artículo elogioso sobre el libro de
Freud. En su carta, ese corresponsal señalaba un error que a su juicio socavaba gravemente la
validez de la interpretación freudiana. Freud parecía haber confiado en una versión en alemán
de los Cuadernos de Leonardo da Vinci, en la cual el término italiano nibbio había sido traducido
por la palabra Ge¡er, que significa buitre. Ahora bien, en realidad nibbio en italiano es «milano», y
no «buitre».
Esta observación crítica fue soberanamente ignorada por los ambientes psicoanalíticos de la
época, y treinta años más tarde Ernest Jones se limitó a registrarla en unas pocas líneas
anodinas. Como ha escrito Jean-Bertrand Pontalis en su prefacio a una de las ediciones
francesas de la obra, «Se necesitó sobre todo que el gran historiador del arte Meyer Schapiro
publicara su estudio «Leonardo y Freud» para que la comunidad psicoanalítica se conmoviera».
Si bien Schapiro, en su trabajo publicado en 1956, da muestras de un inmenso respeto a Freud y
se abstiene de cualquier polémica, subraya sin embargo que el error de Freud era real, y que se
debía a una lectura superficial del recuerdo consignado en los Cuadernos. Schapiro añade que
la evocación de ese tipo de recuerdo era un procedimiento retórico corriente en la época de
Leonardo para significar un presagio, y que por lo tanto no se trataba de una verdadera
reminiscencia.
La crítica era inobjetable, pero Kurt Eissler, director de los Archivos Freud, y figura de alto nivel
de la ortodoxia psicoanalítica, decidió dar una batalla más contra los adversarios del maestro.
Lejos de reconocer los errores de Freud y de encontrar en ellos materia para reflexionar sobre
los riesgos del psicoanálisis aplicado, Eissler se aplicó a justificar el conjunto de la exposición de
Freud, poniéndose por lo tanto al servicio de la historiografía oficial. Pontalis resume como sigue
lo esencial de su argumentación: «El error es mínimo: reemplazar «milano» por «buitre» no altera
la esencia del fantasma, su significación sexual de avidez oral y pasividad. El error es puntual:
no vuelve cuestionable el conjunto de los aportes de la obra, que concierne al narcisismo,
introducido aquí por primera vez [ni] la génesis de la homosexualidad masculina […] se trata
menos de un error que de un lapsus [como si, comenta Pontalis con humor, un lapsus no fuera
también un error…] [… ]. ¡Qué importa un error fáctico, sea acerca del buitre o de los
acontecimientos de la infancia, si funciona la lógica interna (de la construcción o del fantasma,
su homólogo) y la lógica del escrito que la atestigua! ¡Felices los psicoanalistas que caen siempre
de pie!»
La crítica de Schapiro no se detenía allí. El historiador subrayó otro error de Freud, más grave, a
propósito del cuadro que representaba a la Virgen, Jesús y Santa Ana. Ese tema, explicó, lejos
de ser raramente tratado en la época de Leonardo da Vinci, como Freud parecía suponer, había
sido en realidad uno de los predilectos del Renacimiento italiano. Por ejemplo, el culto de Santa
Ana fue particularmente desarrollado por iniciativa del papa Sixto IV (1414-1484) entre 1481 y
1510. Y Schapiro da una lección de rigor: «Lo primero que hay que hacer cuando se quiere
explicar una nueva imagen artística, es establecer su prioridad En este punto, el psicoanálisis
debe dirigirse a la historia del arte y a los dominios culturales vecinos, la historia de la religión y
de la vida social.»
Es difícil no interrogarse sobre el fundamento del apego de Freud a este ensayo, del que diría, en
cartas dirigidas simultáneamente a Lou Andreas-Salomé y Sandor Ferenczi en febrero de 1919,
que «Es lo único bello que he escrito». Según Peter Gay, además de la fascinación que ejercía
sobre Freud ese gran hombre del Renacimiento, hubo razones más subterráneas. Gay cita una
carta a Jung del 2 de diciembre de 1909, el día siguiente al de la conferencia, en la cual Freud
afirma haberse liberado de una «obsesión» con esa exposición sobre Leonardo en la Sociedad
Psicológica de los Miércoles. Las huellas dolorosas de la relación con Fliess, y su reactivación
en oportunidad de la ruptura con Alfred Adler, atestiguan la persistencia de Freud en lo que él
mismo identificó como Ias mismas cosas paranoides».
El interés fundamental de esta obra es de tipo teórico. El Recuerdo fue en efecto el canal hacia
el estudio, entonces en curso, sobre las Memorias de un neurópata de Daniel Paul Schreber,
donde Freud enunció su tesis esencial de que la tendencia reprimida a la homosexualidad es un
elemento fundamental de la paranoia.