Diccionario de psicología, letra R, renegación

Renegación
Al.: Verleugnung.
Fr.: déni (-de la réalité).
Ing.: disavoiwal.
It.: diniego.
Por.: recusa.
 
Término utilizado por Freud en un sentido específico: modo de defensa consistente en que el
sujeto rehusa reconocer la realidad de una percepción traumatizante, principalmente la ausencia
de pene en la mujer. Este mecanismo fue especialmente Invocado por Freud para explicar el
fetichismo y las psicosis.
Freud comienza a utilizar, a partir de 1924, el término Verleugnung en un sentido relativamente
específico. Entre 1924 y 1938 hace numerosas referencias al proceso así denominado; la
exposición más completa del mismo la efectúa en el Esquema del psicoanálisis (Abriss der
Psychoanalyse, 1938). Aunque no puede decirse que haya expuesto la teoría de este concepto
ni que lo haya diferenciado rigurosamente de otros procesos afines, puede distinguirse, sin
embargo, en esta evolución una línea directriz.
Freud comienza a describir la Verleugnung en relación con la castración. Ante la ausencia de
pene en la niña, los niños «[…] reniegan [leugnen] esta carencia, y creen a pesar de todo ver un
miembro […]». Progresivamente considerarán la ausencia de pene como el resultado de una
castración.
En Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos (Einige
psychische Folgen des anatomischen Geschlechtsunterschieds, 1925), esta renegación se
atribuye tanto a la niña como al niño; conviene hacer observar que Freud relaciona este proceso
con el mecanismo psicótico: «[…]sobreviene un proceso que quisiera designar con la palabra
«renegación» (Verleugnung), proceso que no parece raro ni muy peligroso en la vida psíquica
del niño, pero que, en el adulto, constituirá el punto de partida de una psicosis». En la medida en
que la renegación se refiere a la realidad exterior, Freud ve en ella, en contraste con la
represión, el primer tiempo de la psicosis: mientras el neurótico comienza reprimiendo las
exigencias del ello, el psicótico comienza por renegar la realidad.
A partir de 1927, Freud elabora el concepto de renegación basándose fundamentalmente en el ejemplo privilegiado que constituye el fetichismo. En el estudio que dedica a esta perversión (El fetichismo, [Fetischismus, 1927]), muestra cómo el fetichista perpetúa una actitud infantil haciendo coexistir dos posiciones inconciliables: la renegación y el reconocimiento de la castración femenina. La interpretación que de ello da Freud es todavía ambigua; intenta explicar esta coexistencia recurriendo a los procesos de la represión y de una formación transaccional entre las dos fuerzas que se hallan en conflicto; pero muestra también cómo esta coexistencia constituye una verdadera escisión en dos (Spaltung, Zwiespältigkeit) del sujeto.
En textos ulteriores (La escisión del yo en el proceso de defensa [Die Ichspaltung im
Abwehrvorgang], 1938; Esquema del psicoanálisis [Abriss der Psychoanalyse], 1938), este
concepto de escisión del yo viene a aclarar, de un modo más definido, el de renegación. Las dos
actitudes del fetichista (renegar la percepción de la falta de pene en la mujer, reconocer esta
carencia y extraer las consecuencias [angustia]) «[…] persisten durante toda la vida uno junto a
la otra sin influirse recíprocamente. Esto puede llamarse una escisión del yo».
Esta escisión debe diferenciarse de la división que instituye en la persona toda represión
neurótica:
1) se trata de la coexistencia de dos tipos distintos de defensa del yo, y no de un conflicto entre
el yo y el ello;
2) una de las defensas del yo afecta a la realidad exterior: renegación de una percepción.
Este descubrimiento progresivo realizado por Freud del proceso de la renegación puede
considerarse como un indicio, entre otros, de su constante preocupación por describir un
mecanismo originario de defensa frente a la realidad exterior. Esta preocupación se pone de
manifiesto, sobre todo, en su primera concepción de la proyección (véase esta palabra), en su
concepto de retiro de la catexis o de pérdida de la realidad en la psicosis, etc. El concepto de
renegación se sitúa dentro de esta línea de investigación. Si insinúa de un modo más preciso en
algunos pasajes de Historia de una neurosis infantil: «Finalmente subsistían -n él
simultáneamente dos corrientes opuestas, una de las cuales aborrecía la castración, mientras
que la otra estaba dispuesta a admitirla y a consolarse con la feminidad como substitutivo. La
tercera corriente, la más antigua y la más profunda, que simplemente había rechazado
(verworfen halte) la castración, y en la cual ni siquiera se planteaba el problema de juzgar sobre
la realidad de ésta, era todavía la misma ciertamente susceptible de reactivación». En estas
líneas se establecen ya la idea de una escisión de la personalidad en varias «corrientes»
independientes, la de una defensa primaria consistente en un rechazo radical, y finalmente la
idea de que tal mecanismo se refiere electivamente a la realidad de la castración.
Sin duda es este último punto el que permite comprender mejor el concepto freudiano de
renegación, y también extender y renovar su problemática. Si la renegación de la castración
constituye el prototipo, y quizás incluso el origen, de las demás renegaciones de la realidad,
conviene preguntarse qué entiende Freud por «realidad» de la castración o percepción de ésta.
Si lo que se reniega es la «carencia de pene» en la mujer, resulta difícil hablar aquí de
percepción o de realidad, puesto que una ausencia no se percibe como tal; sólo se convierte en
realidad en la medida en que se relaciona con una presencia posible. Si es la misma castración lo
rechazado, la renegación afectaría no a una percepción (puesto que la castración jamás es
percibida como tal), sino a una teoría explicativa de los hechos (una «teoría sexual infantil»). A
este respecto, conviene recordar que Freud siempre relacionó el complejo o la angustia de
castración, no con la percepción de una simple realidad, sino con la conjunción de dos datos:
comprobación de la diferencia anatómica de los sexos y amenaza de castración por el padre
(véase: Castración). Estas observaciones permiten preguntarse si fundamentalmente la
renegación, cuyas consecuencias en la realidad son tan evidentes, no afectarían a un elemento
fundador de la realidad humana más que a un hipotético «hecho de percepción» (véase también:
Repudio).
Hemos traducido al francés la palabra Verleugnung por déni, ya que ésta comporta algunas
diferencias de matiz con respecto al término dénégation.
En castellano elegimos renegación.
1) renegación (déni) suele tener un sentido más fuerte. Por ejemplo: «Reniego de vuestras
afirmaciones»;
2) la renegación no sólo se refiere a una afirmación a la que uno se opone, sino también a un
derecho o a un bien al que se rehusa;
3) en este último caso el rehusar es ilegítimo. Por ejemplo, renegar de la justicia, de los alimentos,
etc.; rehusarse a lo que le corresponde.
Estos diversos matices concuerdan con la noción freudiana Verleugnung.

La renegación o desmentida [dénie] pone en juego una percepción imaginaria traumatizante que
se trata de diferenciar de la denegación [dénégation], que se sitúa en el campo simbólico al
participar de la represión y de su levantamiento parcial. La desmentida es otra cosa; en
particular, una cierta relación con la realidad. Ahora bien, Freud aborda precisamente la cuestión
de la psicosis centrándola en «la pérdida de realidad»: «el delirio es empleado como parche que
se pega allí donde inicialmente se produjo una falla en la relación del yo con el mundo exterior»,
escribe en «Neurosis y psicosis». En la psicosis, la realidad es renegada [déniée], mientras que
en la neurosis las exigencias del ello son objeto de represión. Toda la dificultad de la cuestión va
entonces a residir en la noción misma de realidad, puesto que dice de ella en 1895: «La realidad
no es una realidad exterior sino una realidad de pensamiento» («Proyecto de psicología»). El
aparato psíquico se ve obligado a adaptarse «a una realidad cogitativa», continúa. En efecto,
tiene que adaptarse a las modalidades que enfrentan al sujeto con las realizaciones posibles de
su satisfacción, abandonando en adelante el modo alucinatorio mediante el cual intentaba
lograrla. De hecho, la experiencia narcisista subsiguiente al emplazamiento del principio de
realidad va a fundarse sobre la relación de objeto. Allí tomará la noción de renegación o
desmentida todo su valor, en cuanto se la articula con la castración. La castración afecta a las
teorías sexuales infantiles. En su escrito de 1908 «Sobre las teorías sexuales infantiles», Freud
observa que ellas coinciden en atribuir un pene a todos los seres humanos, incluso a los de
sexo femenino. Por extensión, la renegación concernirá al no reconocimiento de la diferencia
sexual, es decir, de la ausencia del pene en la mujer. Esto plantea el problema de la percepción,
que según Freud «permanece» y obliga por ello a «una acción muy enérgica para mantener su
desmentida» («Fetichismo», 1927). Freud aclara que este proceso se produce por el horror a la
castración: «si el otro no tiene pene, eso quiere decir que sobre la posesión de su pene por el
sujeto pesa esa amenaza». En la noción de renegación se perfila entonces la idea de un recurso
de la defensa ante la realidad exterior, mecanismo accionado ante una percepción de carácter
sexual que será desmentida por un proceso de pensamiento. Es precisamente por su
articulación con la castración que la renegación se ofrece como una placa giratoria entre
neurosis, psicosis y perversión. Es fácil deslizarse de allí a la comprensión del mecanismo
psicótico; la psicosis, escribe Freud, «adquiere su fuerza de convicción de un fragmento de
verdad histórico vivencial que se ubica en el lugar donde la realidad es rechazada»
(«Construcciones en el análisis»). Este proceso se aclara con la articulación de la renegación
con el fracaso en la generación de la metáfora paterna, tal como lo ha formulado Lacan; si el
deseo materno no deja lugar alguno al padre simbólico, y por lo tanto no deja lugar a la ley del
deseo, que se sostiene de desear el deseo del Otro, es innecesario decir que la diferencia de
los sexos adquiere el valor de una imposibilidad. Por esta razón, no tiene lugar la ley del padre,
que se basa en la castración simbólica. La distinción entre real y realidad trazada por Lacan
permite entonces comprender que el psicótico es confrontado con una ausencia de significante
en ese lugar, ausencia del padre como portador del falo en tanto que significante del deseo. La
articulación de la diferencia anatómica de los sexos en la que hace su obra lo imaginario, con la
amenaza de castración mediatizada por lo simbólico, que surge del deseo del padre enunciado
por la madre, no puede captarse si ambas cuestiones se toman por separado. En efecto, lo
imaginario no podría funcionar solo. Para que una imagen se despliegue en tanto que tal a partir
de lo real, es preciso que la respalde aquello que falta en el cuerpo propio, o sea la castración
imaginaria. Ahora bien, la castración imaginaria responde necesariamente a la castración
simbólica en tanto ésta evoca que los significantes del Otro han hecho retorno sobre el sujeto.
De modo que el hecho perceptivo llega por un movimiento de retroacción, desde el campo del
Otro. En la psicosis, la renegación está entonces en paralelo con la forclusión del
Nombre-del-Padre.
En 1927, Freud hará también funcionar la renegación en el marco del fetichismo; el fetiche hace
que coexistan dos posiciones lógicamente inconciliables. En efecto, ocupa el lugar del pene
materno faltante. Ahora bien, si ese es su lugar, se entiende que la castración esté a la vez
reconocida y al mismo tiempo renegada por el aporte del fetiche. Esto llevará a decir a Lacan, en
el seminario La relación de objeto, que la renegación se sitúa en una vertiente imaginaria, «pero
toma el lugar de un punto de vista simbólico» (enero de 1957). En textos ulteriores de Freud,
como «La escisión del yo en el proceso defensivo» (1938) y Esquema del psicoanálisis (1938),
la noción de escisión del yo fundamenta la de renegación. La renegación no surge de un
conflicto del yo con el ello, sino de la combinación de dos tipos de defensa del yo, una de las
cuales consiste en desmentir una percepción. La distinción lacaniana entre imaginario y
simbólico de la que hemos hablado permite comprender que en el centro de la cuestión está, en
efecto, la castración.