Diccionario de psicología, letra R, Repetición (compulsión de)

Repetición
(compulsión de)
 
¿Por qué nos vemos forzados a la repetición? Freud no cesó ni un solo instante de plantearse esta cuestión. Lo que él llamaba la Wiederholungszwang (compulsión de repetición) funcionó como motor de sus reflexiones más audaces. Éstas provocaron vuelcos radicales en la teoría psicoanalítica, como se puede verificar sobre todo en sus textos «Lo ominoso», de 1919, y Más allá del principio de placer, de 1920. Lacan reconoce la importancia singular de este concepto, puesto que dice que la repetición es la novedad freudiana.
Freud partió de ciertas observaciones clínicas, de algunos relatos literarios y de hechos que
pudo observar, sea en su ambiente o en sí mismo. Menciona, por ejemplo, el caso de una mujer
casada tres veces que tuvo que cuidar a los tres maridos en sus lechos de muerte. También se
interroga sobre lo que llevaba a su nieto a jugar de manera repetitiva con un carretel cuando la
madre se ausentaba (fort-da). Se refiere asimismo a experiencias propias, como la de volver
siempre a la misma calle de una pequeña ciudad de Italia. No sin sorpresa, observa que se
trataba de una calle frecuentada por prostitutas. Está además el terrible drama de Tancredo,
que, después de haber matado en un combate a su amada, sin saberlo, descubre que ha
repetido su acto en el momento de asestarle su espada a un árbol: mana sangre, y él comprende
con horror que en ese árbol habitaba el alma de Clorinda. Freud toma este relato de La Jerusalén
liberada, de Torcuato Tasso. En esta pequeña muestra de ejemplos tenemos varias figuras
posibles de la compulsión de repetición. Intentaremos ver cuál es la lógica de este concepto.
La compulsión de repetición es un concepto esencial de la teoría psicoanalítica. Cuando Lacan la
ubica como uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, en su seminario de
1964, es sensible a la indicación del texto freudiano. La repetición, de cierta manera, representa
la pulsación misma de la teoría en tanto que ésta está marcada por la tendencia a volver siempre
al mismo lugar. Estamos ante un concepto en el que convergen varias nociones psicoanalíticas,
y que es un lugar de paso obligado para toda reflexión clínica. Si uno sigue los caminos abiertos
por Freud, tiene que concluir que la repetición forma parte de la definición misma del
inconsciente. Lacan subrayará que del lado del inconsciente no hay más que tendencia a
repetirse. Estos dos conceptos expresan la idea de una servidumbre radical: la compulsión de
repetición permite apreciar ese lugar del sujeto como efecto de los significantes, pues ante esta
Zwang que lo obliga a repetir, el individuo encuentra su impotencia, su dominio desfalleciente.
Para comenzar a desarrollar nuestra reflexión, nada más interesante que una paradoja que nos
parece constitutiva de la repetición en el campo psicoanalítico. Esta paradoja podría formularse
de la siguiente manera: lo que caracteriza la repetición es que nunca se consuma. Esto es cierto
si se entiende por repetición el movimiento de reproducción de lo mismo. En otras palabras, la
repetición emplaza el fracaso de ese intento de volver a encontrar, de hacer surgir das Ding (la
Cosa), como decía Freud, el trazo unario, como lo llama Lacan.
La repetición, en el sentido estricto de hacer surgir lo mismo, está condenada al fracaso. Pero el discurso analítico se ocupa de este fracaso y quiere saber sus razones. Por eso Freud pudo ir más lejos que Kierkegaard en esta cuestión. Kierkegaard parte del interrogante siguiente: ¿es posible la repetición? Ante el fracaso de su intento de repetir un muy agradable viaje que había realizado a Berlín, llega a la conclusión de la imposibilidad de la repetición. El psicoanálisis saca a luz precisamente este fracaso del reencuentro, lo que nos permite cambiar la pregunta inicial. El psicoanálisis se planteará más bien la cuestión de saber qué repetición es posible, y qué es lo que finalmente se repite.
Freud se vio llevado a formular la hipótesis de una lógica distinta que la del principio del placer en
la medida en que ésta no explicaba ciertos fenómenos de la repetición. ¿Por qué algunas
personas se ven forzadas a repetir infinitamente ciertos actos, ciertas escenas muy dolorosas,
si tales repeticiones no les procuran placer?, se pregunta Freud con insistencia. Lo intrigaban
sobre todo las neurosis traumáticas. Este lugar de servidumbre radical lo llevó a formular ciertas
hipótesis sobre esa fuerza «demoníaca», sobre la figura del destino en la subjetividad humana.
Para dar cuenta de este hecho psíquico, llega incluso a proponer el nombre de compulsión de
destino (Schicksalzwang). En consecuencia, Freud ha identificado una autonomía del
mecanismo, una autonomía que a nuestro narcisismo constitutivo le cuesta aceptar.
La repetición es también un concepto que permite imponer cierto orden, definir ciertos límites,
atribuir «sentido» a un conjunto de elementos. En El malestar en la cultura, Freud vuelve a esta
idea del orden y nos dice que es una especie de compulsión de repetición (die Ordnung ist eine
Art Wiederholungszwangen) Es sumamente interesante subrayar esta idea del orden, puesto
que remite al concepto de serie, tal como se lo encuentra en matemática. Esto nos abre dos
caminos de reflexión.
En primer lugar, la importancia de ese primer elemento de la serie que se podría llamar el Uno, el
acto inaugural, el trazo unario. Para Lacan, la repetición apunta a hacer surgir ese unario
primitivo. Ese unario primitivo es el Uno inaugural que permite que un orden sea posible, que haya
posibilidad de contar. Ésta es la marca que está en el origen de la función de repetición. Este Uno
no debe confundirse con el Uno unificante. Hay que pensarlo como el Uno contable.
Evidentemente, entre esas dos funciones hay una cierta oscilación que nos indica el estatuto
paradójico de este Uno. La paradoja es que cuanto más reúne y más se borra la diversidad de
las semejanzas, más soporta y encarna él la diferencia como tal. En esta tensión permanente
entre lo igual y lo diferente, ¿cómo resolver esta paradoja, que está sin ninguna duda en el
corazón de concepto de repetición? Lacan propone una distinción de función entre lo que él
llama una Unidad unificante (Einheit) y una Unidad distintiva (Einzigkeit). Emplea estas dos
palabras, muy caras a la historia de la filosofía, para acentuar lo que está en juego, pues Einheit
es el fruto de una tradición que va de Platón a Kant, en la cual el Uno es una función sintética.
«La función que le atribuimos al Uno no es ya la de Einheit, sino la de Einzigkeit; la novedad del
análisis es que hemos pasado de las virtudes de la norma a las virtudes de la excepción.»
El otro camino posible de reflexión es la función de la serie en sí. Ésta instituye un orden que se
incorpora en cada elemento. En este sentido, no se puede decir que los elementos de una serie
del tipo 1 1 1 1 1 son totalmente los mismos, puesto que cada uno ocupa un lugar único y muy
preciso en la cadena. Incluso al repetir lo mismo, lo mismo, por repetirse, se inscribe como
distinto. Por ello Lacan señala que la esencia del significante es la diferencia.
La compulsión de repetición se estructura en torno a una pérdida, en cuanto lo que se repite no
coincide con lo que la repetición repite. En este sentido, la lógica de Kierkegaard no es muy
diferente de la de Freud. Ahora bien, cuando Lacan introduce el concepto de trazo unario,
intenta demostrar que ese rasgo que uno siempre está evocando se repite por no ser nunca el
mismo. Evidentemente, la repetición no tiene nada que ver con la reproducción. Por ello podemos
señalar cuán paradójica es la asociación que Freud establece, en Más allá del principio de
placer, entre la repetición y la idea de los ciclos en la naturaleza. Nos parece que la dirección de
los enunciados freudianos sobre esta cuestión muestra bien la diferencia de naturaleza entre
una y otra. Si se piensa en términos de ciclos, hay que pensar en un ciclo que implique la
desaparición de la vida (retorno a lo inanimado). Evidentemente para Freud no se trata de una
repetición natural en el sentido que indica Lacan, de un retorno de la necesidad. Como sabemos,
se trata más bien de una necesidad de repetición, lo que es totalmente distinto. Es por eso que,
en cierto modo, la «repetición demanda lo nuevo». Repetir no es volver a encontrar la misma
cosa.
La Wiederholungszwang está en contradicción con el principio de placer, lo que lleva a Lacan a
atribuirle a la repetición el estatuto de una «intrusión conceptual». La elaboración de otra lógica
de funcionamiento psíquico fue necesaria para explicar ese «trastorno» del principio de placer.
Encontramos entonces un más allá del principio de placer y todo un desarrollo sobre la idea de
pulsión de muerte. Esta Zwang hace entonces posible una reflexión sobre lo que es el sujeto del
inconsciente para el psicoanálisis.
Lacan ha insistido en que Wiederholungszwang debe pensarse como insistencia de la cadena
significante. Según él, el significante es el único soporte posible de lo que es originalmente para
nosotros la experiencia de repetición. Particularmente en su texto inspirado en «La carta
robada» de Edgar Allan Poe, nos ha mostrado que los lugares que el sujeto puede ocupar están
determinados por una cadena significante. Por lo tanto, hay que pensar al sujeto como
producción de la articulación entre dos significantes (SI /S2). En esta relación entre dos
significantes, el estatuto del sujeto sería el de un resto. En otras palabras, es entre «los dos
significantes en el nivel de la repetición primitiva donde se opera esta pérdida, esta función del
objeto perdido». Allí está el lugar central del surgimiento del sujeto. Es efecto de discurso. El
sujeto nace de esta repetición inicial (SI /S2).
La mayor parte de los textos sobre la repetición tienden a situar el ingreso de este concepto en
la teoría psicoanalítica freudiana en 1914, fecha en la que Freud publicó «Recordar, repetir y
reelaborar». Por cierto, en ese momento Freud le otorga a este concepto un lugar más
importante, pero no se puede hacer tabla rasa con su elaboración anterior a 1914. La lógica de
la compulsión de repetición está presente en toda la obra de Freud. Se pueden entonces
identificar diferentes maneras de abordarla. Desde los primeros escritos psicoanalíticos de
Freud encontramos el término Wiederholung, y también el término Zwang.
Es en su texto de 1894 titulado «Las neuropsicosis de defensa» donde Freud emplea por
primera vez la palabra Zwangsvorstellungen (representaciones compulsivas). En ese momento
vemos ya bosquejada la idea de una repetición constitutiva del funcionamiento psíquico. Zwang
indica el carácter de insistencia, de perseverancia, de necesidad. Es justamente en tomo a estas
representaciones compulsivas donde con mayor frecuencia se encuentran los actos obsesivos
y repetitivos que dieron lugar al término Zwangsneurose (neurosis compulsiva).
El escrito de Freud de 1895 titulado «Proyecto de psicología» ofrece una interesante articulación
sobre el concepto de facilitación (Balinung), el cual puede abrirnos un camino en la comprensión
de esta lógica de la repetición. En ese texto, Freud desarrolla sus primeros bosquejos e hipótesis
acerca del funcionamiento psíquico. La repetición ocupa allí un lugar central. Lacan ha sido muy
sensible a este punto teórico, puesto que dice que la originalidad del «Proyecto» de Freud reside
en la noción de facilitación. La articulación sobre la facilitación nos proporciona los primeros
bosquejos de lo que más tarde será concebido como la compulsión de repetición. Es muy
revelador, por ejemplo, que después de muchos años sin mencionar en absoluto la Balinung,
Freud utilice este concepto precisamente en el texto de 1920, Más allá del principio de placer,
cuando pone en primer plano la idea de compulsión de repetición. La facilitación y, además, sus
primeras articulaciones sobre la repetición, obedecen sin equívoco a la lógica del principio de
placer. Lo que está en juego es la idea de una economía de la energía psíquica. Esta idea es
fundamental en todo el pensamiento freudiano. La facilitación freudiana nos revela una
evidencia, a saber: que siempre se tiende a recorrer un camino ya recorrido. Los caminos
nuevos oponen resistencia. La facilitación no sería más que una disminución permanente de esa
resistencia. Encontramos aquí una especie de memoria que nos ahorra el encuentro continuo
con lo nuevo. El sujeto se atiene a ciertos trazos. Freud nos recuerda en el «Proyecto» que la
memoria «depende de [ … ] la intensidad de la impresión recibida, y también de la repetición
(Wiederholung) más o menos frecuente de esta última». Se podría pensar que la noción de
facilitación responde más o menos a lo que comúnmente se denomina hábito. Lacan muestra las
diferencias que existen. «La facilitación no es un efecto mecánico; se la invoca como placer de
la facilidad, y será retomada como placer de repetición.» Añade que lo que se llama la repetición
de la necesidad tiene que pensarse en el nivel del psicoanálisis como «necesidad de repetición»
o, más exactamente, como compulsión de repetición. Ahora bien, basta articular esta lógica de la
facilitación con otros elementos, reemplazando, por ejemplo, ese término por «cadena
significante», y se tendrá alguna luz sobre esa relación del sujeto con el lenguaje y sobre la
atadura del sujeto a ciertos significantes. Lacan indica la importancia de esta articulación entre
facilitación y cadena significante en su seminario La ética del psicoanálisis. La compulsión de
repetición es en consecuencia la insistencia de la cadena significante.
¿A qué atribuir este aspecto de insistencia inherente al concepto de Wiederholungszwang?
Como lo indica Freud, se trata de la insistencia repetitiva en volver a encontrar el objeto perdido.
Sabemos que esta búsqueda está destinada a un fracaso continuo, el cual, sin embargo, no
impide perseverar en ella. No se cesa de engendrar objetos sustitutivos, y precisamente por
esta razón se puede pensar la función de la repetición como estructurante del mundo de los
objetos. Ahora bien, en esta búsqueda del objeto perdido, y en este encuentro de los objetos
sustitutivos, estamos en el corazón de la cuestión del movimiento indicado por Freud entre das
Ding y die Sache. En tomo a das Ding se orienta todo el encaminamiento del sujeto. En efecto,
das Ding debe identificarse con Wiederzufinden, la tendencia a reencontrar, que, para Freud,
funda la orientación del sujeto humano hacia el objeto. La diferencia entre las expresiones
freudianas die Sache y das Ding echa luz sobre uno de los motores de la repetición. Freud se
apoya en esta sutileza que permite la lengua alemana para subrayar que el objeto de deseo, das
Ding, no es conforme a lo que se encuentra finalmente, es decir, die Sache. Inhibición, síntoma y
angustia ilustra muy bien esta posición. «Lo que no ha sucedido como el sujeto deseaba que
sucediera es anulado por su repetición bajo otra forma, y a ello se añaden, desde entonces,
toda una serie de motivos para continuar indefinidamente estas repeticiones.» Aquí reaparece la
idea de la repetición como constitutiva del mundo de los objetos. Para pensar la repetición es
imperativo abordar todo ese mecanismo del objeto perdido y de su búsqueda continua. Por ello el
término repetición lleva el signo de la nostalgia.
Freud trata de articular las nociones de Wiederkerhr (retorno) y Wiederholung a partir de una
reflexión sobre el Zwang. Parte de una experiencia clínica de escucha de pacientes. Es
identificando los incidentes que se repiten en la clínica como hay que facilitar el camino del
teórico. Ahora bien, en el plano de la clínica, lo que insiste y se repite es el síntoma. Esto es lo
que intrigó a Freud en su reflexión sobre la compulsión de repetición. Pero abordar la cuestión
del síntoma significa entrar en el campo del lenguaje, porque Freud nos indica que es en ese
nivel donde hay que encararlo. Como lo recuerda en Estudios sobre la histeria, el síntoma tiene
su palabra que decir. El sujeto dice mediante el síntoma, por no poder decir de otro modo. De ello
se puede deducir que el síntoma, en tanto que palabra que decir, pide ser escuchado. La
repetición del síntoma es el signo de la insistencia de ese «llamado». Como subraya Freud, en
esta insistencia se encuentra la persistencia obsesiva de reminiscencias cuyo retorno pide una
liquidación. Vemos aquí de qué modo funciona la lógica de Freud. Hay retorno de reminiscencias
con la finalidad de resolverla. El aparato psíquico busca ese estado de homeóstasis.
El célebre enunciado de Freud, Los histéricos sufren sobre todo de reminiscencias, data de
1893. Se ve de qué modo Freud comienza a identificar el mecanismo del Zwang. Tres años más
tarde, en 1896, en el artículo «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa»,
utiliza por primera vez la expresión «retorno de lo reprimido» (Wiederkehr des Verdrangten).
Este artículo muestra bien qué lugar le atribuye Freud a la defensa (Abwehr) en la estructura de
la repetición. En cierto modo, lo que él señala es que el fracaso de la defensa podría encararse
como lo que abre el campo de la repetición bajo la forma de un retorno de los recuerdos
reprimidos. Ese fallo muestra el fracaso de la represión en su misión de mantener los
pensamientos indeseables alejados de la conciencia. En cierto sentido, este fracaso es el
elemento constitutivo de la represión, al punto de que, en cierto momento, Freud permite pensar
que finalmente la represión y el retorno de lo reprimido son casi lo mismo. En este texto, Freud es
claro acerca de la imposibilidad de una repetición de lo mismo en ese movimiento de retorno de lo
reprimido, y esto por un hecho de estructura del aparato psíquico. Hay que tratar de situar esta
idea de Freud en los términos y los conceptos con los que contaba en ese momento. Siempre,
necesariamente, hay una diferencia entre lo que se puede llamar la impresión mnémica «original»
y el recuerdo ulterior de esa primera imagen. Ese recuerdo no puede ser la repetición fiel (nicht
die getreue Wiederholung) de la impresión recibida antes. Freud nos indica que los recuerdos
revivificados no entran jamás en la conciencia sin ser modificados. Esta cuestión de la repetición
como repetición de las diferencias puede también pensarse como consecuencia del proceso de
represión. En última instancia, las diferencias se deben a lo inabordable de lo reprimido. En otras
palabras, el movimiento de repetición busca siempre las huellas de ese camino imposible.
Por lo tanto, en ese movimiento de retorno de lo reprimido hay una constante insistencia. Freud
introducirá, sobre todo en dos textos, otro nombre para esta repetición. Propone la expresión
«compulsión de cavilación» (Grübelzwang). Se encuentra particularmente esta referencia en Un
recuerdo infantil de Leonardo da Vinci y en el artículo «Acciones obsesivas y prácticas
religiosas». Esta compulsión de cavilación debe pensarse como insistencia del significante, y es
por eso que nunca encuentra fin. El texto de 1907, «Acciones obsesivas y prácticas religiosas»,
nos permite captar el doble aspecto de la compulsión de repetición, pues es la figura del fracaso
de la represión, pero al mismo tiempo se presenta como una medida de defensa ante ese
fracaso. Según lo subraya Freud en ese texto, el ceremonial religioso (los actos sagrados) se
presenta como una medida de protección, algo que viene a enfrentar a cierto desfallecimiento del
proceso de represión.
De modo que la repetición, además de su aspecto contingente, que es posible identificar en
algunos síntomas, se anuncia como un hecho de estructura y, como tal, es insuperable. Freud,
de una manera más sistemática y argumentada, le dará otro estatuto a la compulsión de
repetición. La saca del campo de lo patológico y considera que forma parte de la estructura del
sujeto en general.
Como es posible advertirlo en la trayectoria teórica freudiana, las diferentes formulaciones sobre
el concepto de repetición dan lugar a diferentes concepciones del tratamiento psicoanalítico y la
cura. Este recorrido va desde la idea de que el psicoanálisis podría, mediante el descubrimiento
de lo reprimido, hacer cesar la repetición, hasta la conclusión de que la repetición es
constituyente-constitutiva del sujeto.
Hasta el final de su vida, Freud se aferró con mucha firmeza a las proposiciones que había
formulado en 1920 sobre la compulsión de repetición. Lo que hay que llevar hasta las últimas
consecuencias es la herencia de ese concepto. En efecto, él nos revela la singularidad de la
experiencia psicoanalítica, que en ningún caso debe confundirse con el ideal optimista de la cura
y el furor curandis que Freud no cesó de denunciar. La repetición nos obliga a encarar otra vía
de trabajo, pues, como Freud lo afirma en uno de sus últimos textos, «Análisis terminable e
interminable», es imposible desembarazarse por completo de esas manifestaciones residuales
(Resterscheinungen). Según Freud, no se puede concebir al sujeto sin pensar en una entropía
psíquica. Siempre existirá lo inevitable de la repetición, constitutiva del sujeto. Empleando una
expresión de Freud, podemos llamarla «los dragones del tiempo originario».

Aunque sin desarrollar todas las consecuencias teóricas hasta 1920, en Más allá del principio
de placer, Sigmund Freud vinculó muy pronto entre sí las ideas de compulsión (Zwang) y
repetición (Wiederholung) para dar cuenta de un proceso inconsciente, y como tal indominable,
que obliga al sujeto a reproducir secuencias (actos, ideas, pensamientos o sueños) que en su
origen generaron sufrimiento y que han conservado ese carácter doloroso.
La compulsión de repetición proviene del campo pulsional, cuyo carácter de insistencia
conservadora posee.
La idea de repetición, muy pronto vinculada con la de compulsión, es una de las dimensiones
constitutivas de la noción de inconsciente en la doctrina freudiana.
En 1893, en su «Comunicación preliminar», Freud y Josef Breuer subrayaron la importancia de la
repetición en su enfoque de la histeria, al hablar de la rememoración de un sufrimiento moral
ligado a un trauma antiguo, y al concluir con un célebre aforismo: «la histérica sufre de
reminiscencias».
El término compulsión fue empleado por Freud en una carta a Wilhelm Fliess del 7 de febrero de
1894. Allí habló de la dificultad que encontraba para relacionar la neurosis obsesiva y la
sexualidad, ilustrando este hecho con un caso clínico a propósito del cual habló de «micción
compulsiva».
En su «Proyecto de psicología», Freud desarrolló la idea de facilitación, en la cual se puede
discernir la prefiguración de la compulsión de repetición: algunas cantidades de energía logran
atravesar las barreras de contacto y ocasionan de tal modo un dolor, pero abriendo un paso,
una huella, que tenderá a volverse permanente, y como tal fuente de placer, a pesar del dolor
reavivado en cada oportunidad.
Cuando en su carta a Wilhelm Fliess del 6 de diciembre de 1896 Freud definió por primera vez su
concepción del aparato psíquico y describió las superestructuras de las «psiconeurosis
sexuales», constató la necesidad de ir más lejos y «explicar por qué ciertos incidentes sexuales,
generadores de placer en el momento de su producción, provocan displacer en algunos sujetos
al reaparecer ulteriormente en forma de recuerdo, mientras que, en otras personas, dan origen a
compulsiones».
La idea de una repetición inexorable, asimilable al destino (Freud identificará más tarde las
neurosis de destino, cercanas a las neurosis de fracaso definidas por René Laforgue), es
contemporánea del descubrimiento del Edipo, comunicado a Fliess en una carta del 15 de
octubre de 1897: «He encontrado en mí, como en todos lados, sentimientos amorosos hacia mi
madre y celos respecto de mi padre, sentimientos que, pienso, son comunes a todos los niños
pequeños [ … ]. Si esto es así, se comprende, a pesar de todas las objeciones racionales que se
oponen a la hipótesis de una fatalidad inexorable, el efecto sobrecogedor del Edipo rey [ … ] la
leyenda griega capta una compulsión que todos reconocen porque todos la han experimentado.»
Freud comenzó a hacer de la compulsión de repetición un objeto autónomo de su reflexión en
1914, en un artículo titulado -Recordar, repetir y reelaborar» (reelaboración). De cura a cura,
identificó la permanencia de esa compulsión a repetir: ella tiene que ver con la transferencia
misma, si acaso no es toda la transferencia. Constituye para el paciente una manera de
recordar, tanto más insistente cuanto que él se resiste a una rememoración cuya connotación
sexual lo avergüenza. «Es en el manejo de la transferencia -escribe Freud- donde se encuentra
el medio principal que permite detener la compulsión de repetición y transformarla en una razón
para recordar. Hacemos a esta compulsión anodina, incluso útil, limitando sus derechos,
permitiéndole subsistir sólo en un dominio circunscripto. Le permitimos el acceso a la
transferencia, esa especie de palestra donde podrá manifestarse con una libertad casi total y
donde nosotros le pedimos que nos revele todo lo que se disimula de patógeno en el psiquismo
del sujeto.»
En Más allá del principio de placer, observando hechos de la vida cotidiana (por ejemplo, al
nieto en un juego incansable con un carretel que arrojaba por encima de la cuna y volvía a atraer
tirando de un hilo, mientras puntuaba sus actos con dos exclamaciones -Fort [ido] y Da
[vuelto]-), pero también las neurosis de guerra, en las cuales los sujetos no cesan de revivir
episodios dolorosos, Freud profundizó su reflexión. Si esas formas de la compulsión a repetir
eran el aspecto que tomaba el retorno de lo reprimido, no se podía sostener que sólo obedecían
a la búsqueda de placer; en efecto, subsistía una especie de residuo que se sustraía a esa
determinación, un «más allá del principio de placer». Freud se ve así llevado a desarrollar lo que el
mismo reconoció como una especulación, pero a la que no renunció nunca. Esa compulsión, esa
fuerza pulsional que produce la repetición del dolor, traduce la imposibilidad de escapar a un
movimiento de vuelta atrás, sea o no displaciente su contenido. Ese movimiento regresivo lleva
por recurrencia a postular la existencia de una tendencia a volver al origen, al estado de reposo
absoluto, el estado de no-vida, de antes de la vida, lo que supone pasar por la muerte.
Según la posición de cada uno respecto del concepto de pulsión de muerte, los analistas
freudianos le otorgan una importancia más o menos grande a la idea de compulsión de repetición
que constituye su premisa.
Jacques Lacan ocupa desde este punto de vista una posición ejemplar, al considerar la
repetición como uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis», título aplicado a
su seminario del año 1964. Sensible al vínculo postulado por Freud entre repetición e
inconsciente, Lacan observa que la repetición inconsciente no es nunca una repetición en el
sentido usual de reproducción de lo idéntico: la repetición es el movimiento (o mejor, la pulsión)
que subtiende la búsqueda de un objeto, de una cosa (das Ding) siempre situada más allá de tal
o cual cosa particular y, por esto mismo, imposible de alcanzar. Por ejemplo, es imposible revivir
una impresión tal como fue en una primera experiencia. «Una representación teatral -explica
Freud en Más allá del principio de placer- nunca llega a producir la segunda vez la misma
impresióon que había dejado la primera; de hecho, es difícil decidir a un adulto a quien le ha
gustado mucho un libro, que lo relea totalmente en seguida. La novedad será siempre la
condición del goce.» Se sabe que, para Lacan, el goce tiene su origen en la búsqueda, tan
repetitiva como vana, del tiempo de la satisfacción de una necesidad que sólo se constituyó
como demanda en la ulterioridad de la respuesta que se le dio.
Lacan distingue dos tipos de repetición, que analiza desde una perspectiva aristotélica. Por una
parte la tyche, encuentro dominado por el azar (es de algún modo lo contrario del kairos, el
encuentro que se produce en el «buen momento»), y que es posible asimilar al trauma, al choque
imprevisible e indominable. Ese encuentro sólo puede ser simbolizado, evacuado o domesticado
por la palabra, y su repetición traduce la búsqueda de esa simbolización. Pues si bien la palabra
permite escapar al recuerdo del trauma, sólo puede realizarse reviviéndolo sin cesar como una
pesadilla en el fantasma o en el sueño. Por otro lado está el automaton, la repetición simbólica,
no de lo mismo, sino del origen, cercano a la compulsión de repetición freudiana, que se articula
con la pulsión de muerte. Lacan articula este segundo tipo de repetición en el marco de su teoría
del significante en cuanto depositario del origen de la repetición por la cual todo sujeto no sólo es
constituido sino también guiado hacia los diversos «lugares» que ocupará en el curso de su
existencia. En su célebre «Seminario sobre «La carta robada»», lectura psicoanalítica del relato
de Edgar Allan Poe (1809-1849) que abre el volumen de los Escritos, Lacan ha proporcionado
una de las más bellas ilustraciones existentes de ese proceso repetitivo, por el cual el
significante le asigna sus lugares al sujeto.