Diccionario de psicología, letra R, repetición

Repetición

s. f. (fr. répétition; ingl. repetition; al. Wiederholung), El hecho de que en las representaciones,
los discursos, las conductas, los actos o las situaciones que vive el sujeto, algo vuelva sin
cesar, la mayor parte de las veces sin que él lo sepa y, en todo caso, sin una intención
deliberada de su parte.
Este retorno de lo mismo y esta insistencia se hacen fácilmente compulsivos y, por lo general, se
presentan bajo la forma de un automatismo. Por otra parte, es con las expresiones compulsión a
la repetición o automatismo de repetición como se suele traducir la fórmula freudiana original de
la Wiederholungszwang, coerción a la repetición.
Originalidad de un concepto. Desde un punto de vista clínico importa distinguir la repetición de la
reproducción; es que, a diferencia de aquella, esta última es actuada, ejecutada voluntariamente
por el sujeto.
La comprensión del fenómeno de la repetición remite directamente al del trauma; su teorización pone en juego nociones muy diversas, entre otras las de fracaso (neurosis de fracaso, neurosis de destino) y culpa, y revela un principio de funcionamiento psíquico radicalmente diferente de aquel, descrito en los términos clásicos, que está dominado por el principio de placer: Freud, por otra parte, lo conceptualizó como un más allá del principio de placer. Desde un punto de vista epistemológico, la repetición es uno de los conceptos rectores de la última parte de la obra de Freud. Introduce la pulsión de muerte, abre el camino para la segunda tópica y, accesoriamente, signa un reajuste considerable de la clínica y de la técnica analíticas. En J. Lacan, la repetición constituye, con el inconciente, la trasferencia y la pulsión, uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, en especial justamente porque se ha
convertido en una referencia omnipresente de la clínica, y porque hace nudo de los otros tres
conceptos: ¿no es acaso el punto de obstáculo del inconciente, el pivote de la trasferencia y el
principio mismo de la pulsión?
Las tesis freudianas. Fue en 1914, en el artículo Recordar, repetir y reelaborar, donde Freud
comenzó a conceptualizar la noción de repetición. El punto de partida es de orden técnico: la
eficacia de las curas ha menguado. Es porque el discurso analítico ya está viejo, adquiere un
principio de legitimidad social y pierde así una parte de su filo. Es también porque las indicaciones
de análisis se han extendido: las histéricas ya no son las únicas en venir y los «nuevos»
pacientes escapan en mayor medida que antes al trabajo de la cura, centrado en la reconquista
de las nociones reprimidas, en la consideración del inconciente. En una palabra, Freud descubre
que hay un límite a la rememoración. Esto plantea un obstáculo: ¿cómo tener acceso a lo que hay
más allá? Y también otra dificultad, casi paralela: es cada vez más manifiesto que los pacientes
ponen en escena y llevan a la acción, fuera del marco de la cura, en su vida, toda suerte de
cosas que sin embargo se vinculan a ella. De hecho, esta será la solución: lo que no se puede
rememorar, descubre Freud, retorna de otro modo: por la repetición, por lo que se repite en la
vida del sujeto y sin que él lo sepa.
La nueva técnica analítica consistirá, por lo tanto, no sólo en explorar las formaciones del
inconciente, sino también en tener en cuenta la repetición y explotar el material que esta revela.
Su nueva eficacia va a depender no sólo de su capacidad de hacer desaparecer tal o cual
síntoma, sino también de trabar tal o cual compulsión repetitiva a la que el paciente está
sometido.
A partir de allí, la repetición va a echar una nueva luz sobre la trasferencia: esta no aparece de
aquí en adelante sólo como un fenómeno pasional, un enamoramiento, en gran parte inducido por
la posición que ocupa el analista, sino más bien como un fenómeno repetitivo, como la revivencia
de antiguas emociones. En tanto repetición, la trasferencia constituye por lo tanto una
resistencia, la más importante de todas, capaz de paralizar completamente el progreso de la
cura. Pero también suministra precisamente la posibilidad de captar in situ el funcionamiento de la
repetición y, gracias a su interpretación, puede llevar al único desenlace posible de la neurosis y
de la cura misma.
La repetición también da acceso a la comprensión de las conductas de fracaso, de los libretos
repetitivos de los que se ven a veces prisioneros los sujetos, que les dan la sensación de ser
los juguetes de un destino perverso. Freud estudió este proceso sobre todo en el marco de las
neurosis obsesivas y en el segundo capítulo de un pequeño artículo: «Los que fracasan cuando
triunfan» en Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico (1916). A partir
del análisis de una obra de Ibsen, Rosmersholm, postuló que el fracaso tiene a menudo para el
sujeto la función de un «precio a pagar», de un tributo exigido por una culpa subyacente. Era
fácil demostrar a continuación que las conductas repetitivas de fracaso eran por lo tanto
simultáneamente una manera de soportar el peso de la culpa y una prueba de que esta última no
se conformaba con ello puesto que exigía siempre nuevos fracasos.
Se revelaba así una función particular de la repetición: pagar por una culpa subjetiva y disminuir
con ello su carga, aunque sin saldarla. Después de la Primera Guerra Mundial, Freud pudo
arrojar una luz sobre la función general de la repetición, lo que al mismo tiempo lo llevó a
discernir otro modo de funcionamiento psíquico, a suponer la existencia de una pulsión de
muerte y a reorganizar finalmente de arriba abajo la teoría analítica. El artículo princeps es Más
allá del principio de placer, aparecido en 1920. Freud comienza allí por describir ciertos ejemplos de repetición: en la literatura, en los actos de los sujetos, en los sueños, en el marco de las neurosis de guerra o de las neurosis traumáticas. Luego se demora en un ejemplo, el de su nieto, entonces de dieciocho meses, que se divertía arrojando bajo un mueble, es decir, fuera de su vista, un carretel atado a un hilo, y en volver a traer de nuevo hacia él, acompañando estas acciones de un «ooo» para la desaparición del carretel y de un «aaa» para su retorno. Con la ayuda de la madre del niño, pudo establecer que estos fenómenos -ooo para fort («allá»), aaa para da («acá» eran producidos por el pequeño con ocasión de cada partida y cada retorno de la madre. Entonces se planteaba la siguiente cuestión: ¿por qué ponía el niño en escena en forma repetitiva una situación (en este caso la de la partida de su madre) que evidentemente le
disgustaba mucho? Esta misma pregunta imponían el retorno incesante de las imágenes del
trauma en el accidentado o la insistencia de ciertas pesadillas, o la inquietante porque familiar
extrañeza («das Unheimliche») de algunas situaciones repetitivas de la vida cotidiana.
La cuestión era tanto más delicada cuanto que estas manifestaciones tenían la característica
particular de contradecir radicalmente el principio esencial de la vida psíquica que Freud había
establecido hacía mucho tiempo: que el funcionamiento del sujeto, aun a menudo de manera
aparentemente paradójica, o de manera inconciente, buscaba siempre la obtención de la
satisfacción, obedecía siempre al principio de placer. Y este ya no era el caso.
Entonces Freud formuló la siguiente hipótesis. Cuando a un sujeto le ocurre algo a lo que no
puede hacer frente, es decir, cuando no lo puede integrar al curso de sus representaciones ni lo
puede abstraer del campo de su conciencia reprimiéndolo, entonces ese acontecimiento tiene
propiamente valor de trauma. Trauma que, por supuesto, para dejarlo en paz al sujeto, exige ser
reducido, ser simbolizado. Su retorno incesante -en forma de imágenes, de sueños, de puestas
en acto- tiene precisamente esa función: intentar dominarlo integrándolo a la organización
simbólica del sujeto. La función de la repetición es por lo tanto recomponer el trauma
(«recomponer una fractura», como se dice). Pero, por otra parte, a menudo se evidencia que
esta función es inoperante. De hecho, por lo general la repetición es vana: no llega a cumplir su
misión, su tarea es renovada sin cesar, siempre por rehacer. Así manifiesta su carácter de
automatismo y termina perpetuándose al infinito.
Para Freud, la repetición por lo tanto es la consecuencia del trauma, una vana tentativa por
anularlo, una manera también de hacer algo con él, que lleva al sujeto a un registro que no es el
del placer, puesto que repite algo que no responde en nada a un deseo. Faltaba aún caracterizar
ese «otro registro». Freud lo hace radicalizando la noción de trauma. Finalmente, dice, el primero
de los traumas es el del nacimiento, que es inherente al hecho mismo de vivir. Y vivir es tomar
todo tipo de desvíos para volver al punto de origen, al estado inanimado, a la muerte. En esta
perspectiva, la repetición es ciertamente la marca del trauma original y estructural y de la
impotencia del sujeto para borrarla. Lo que equivale a decir que es la firma de la pulsión de
muerte, que se revela como retorno al origen, y que también es su anuncio: el retorno de lo
mismo es lo contrario de un adelanto, de un paso vital, es el retorno a la muerte.
Esta idea del más allá del principio de placer, de la repetición como sello de la pulsión de muerte,
no era al principio para Freud más que una hipótesis metapsicológica. Muy pronto, sin embargo,
reconoció que adquiría el valor de una referencia central de la teoría analítica; finalmente se
convirtió en su cuerpo.
Las tesos lacanianas. Lacan tiene el mismo punto de vista. Una buena parte del retorno a Freud
que promovió busca restablecer esta perspectiva que una sola generación de analistas había
logrado hacer esfumar. Pero no se queda allí y desarrolla el concepto de repetición según dos
ejes diferentes.
El primero es el de lo simbólico. La repetición, expone, está, en resumen, en el principio del orden
simbólico en general y de la cadena significante en particular. El seminario sobre «La carta
robada», pronunciado en 1954-55 (Escritos, 1966), detalla esta proposición. El funcionamiento
de la cadena de los significantes, en la que el sujeto tiene que reconocerse como tal y abrir el
camino de su palabra, reposa en la operación de la repetición; y si los significantes retornan sin
cesar, lo que en definitiva es un hecho de estructura de lenguaje, esto sucede porque dependen
de un significante primero, que ha desaparecido originalmente y al que esta desaparicion en
cierto modo da el valor de trauma inaugural.
El segundo eje es el de lo real (véanse imaginario, real, simbólico). Desde 1964, en el Seminario
XI, «Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis» (1973), Lacan propone distinguir las
dos vertientes de la repetición, sirviéndose de dos conceptos aristotélicos, la tujê y el
automaton. El automaton designa para él la insistencia de los signos, ese principio de la cadena
simbólica; en cuanto a la tujé, dice, se trata de lo que está en el origen de la repetición, lo que
desencadena esta insistencia -en suma, el trauma-, es el encuentro, que no ha podido ser
evitado, de algo insoportable para el sujeto. A esto insoportable que Freud intentaba tomar en
cuenta con la pulsión de muerte, Lacan va entonces a conceptualizarlo bajo el término real: lo
imposible, lo imposible de simbolizar, lo imposible de enfrentar para un sujeto. O sea que la
repetición, para él, está en el nudo de la estructura: indicio e índice de lo real, ella produce y
promueve la organización simbólica y permanece en el trasfondo de todas las escapatorias
imaginarias.