Diccionario de psicología, letra R, represión ( concepción corriente y termino freudiano)

Represión
Alemán: Verdrängung.
Francés: Refoulement.
Inglés: Repression.

En el lenguaje corriente, la palabra represión designa la acción de hacer retroceder, rechazar o repeler a alguien o algo. En francés, se llama refoulement el procedimiento que se aplica a las personas a las que se quiere negar el acceso a un país o a un recinto particular.
Para Sigmund Freud, la represión es el proceso que apunta a mantener en el inconsciente todas las ideas y representaciones ligadas a pulsiones cuya realización, generadora de placer, afectaría el equilibrio del funcionamiento psicológico del individuo al convertirse en fuente de displacer. Freud, que modificó varias veces la definición y el campo de acción de la represión, la consideraba constitutiva del núcleo original del inconsciente.
No fue Freud quien primero llegó a la idea de represión. Él mismo lo reconoció muy claramente en
«Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico», publicada en 1914: «En la teoría de la
represión, he sido sin duda independiente; no conozco ninguna influencia que hubiera podido
acercarme a ella, y durante mucho tiempo yo mismo la consideré una idea original, hasta el día en
que Otto Rank nos señaló el pasaje de
Schopenhauer, en El mundo como voluntad , Y representación, donde el filósofo intenta
encontrar una explicación de la locura. Lo que se dice en este pasaje sobre nuestra repulsión a
admitir los aspectos penosos de la realidad coincide tan perfectamente con el contenido de mi
concepto de represión que tal vez yo haya tenido una vez más la posibilidad de realizar un
descubrimiento gracias a la insuficiencia de mis lecturas.» A continuación de esta puntualización,
Freud se refiere a su renuncia a leer las obras de Friedrich Nietzsche (1844-1900), de quien
reconoce haber tomado el término Inhibición para abordar un mecanismo que coincide con su
concepcion de la represión. Presente en la filosofía alemana del siglo XIX, la idea de represión lo
estuvo también en los trabajos de psicología de Johann Friedrich Herbart, y después en los de
Theodor Meynert, uno de los maestros de Freud.
Después de reconocer su deuda, Freud añade: «La teoría de la represión es actualmente el pilar
sobre el que se basa el edificio del psicoanálisis, en otras palabras, su elemento más esencial,
que no es en sí mismo más que la expresión teórica de una experiencia que se puede repetir con
la frecuencia que se quiera cuando se emprende el análisis de un neurótico sin ayuda de la
hipnosis [.. . ] yo me alzaría muy violentamente contra quien pretendiera ubicar la teoría de la
represión y la resistencia entre los presupuestos del psicoanálisis, y no entre sus resultados la
teoría de la represión es una adquisición del trabajo psicoanalítico.-
El concepto de represión apareció muy pronto en la elaboración de la teoría freudiana del
aparato psíquico, incluso antes de la carta a Wilhelm Fliess del 6 de diciembre de 1896, en la cual
incluyó la definición inaugural de su primera tópica: allí, la represión aparece como el nombre
clínico de la «falta de traducción» de ciertos materiales que no acceden a la conciencia. La razón
de esa carencia «es siempre la producción de displacer que resultaría de la traducción; todo
ocurre como si ese displacer perturbara el pensamiento, trabando el proceso de traducción».
Durante ese período, la noción de represión coincidía a menudo con la de defensa, aunque no
fuera equiparada a esta última.
En los artículos de 1894 y 1896 que Freud dedicó a las psiconeurosis de defensa, la represión
queda como eclipsada por el concepto de defensa, que permitía plantear una distinción etiológica
entre la histeria, la neurosis obsesiva y la paranoia. Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis
han intentado aclarar estas relaciones complejas, y varias veces modificadas, entre la defensa
y la represión: «[ … ] defensa -escriben estos autores- es de entrada un concepto genérico, que
designa una tendencia general», y «si la represión está también universalmente presente en las
diversas afecciones, y no especifica la histeria como su mecanismo de defensa particular, ello
se debe a que las diferentes psiconeurosis implican por igual un inconsciente separado que
instituye precisamente la represión». En 1926 Freud sentirá aún la necesidad de volver sobre el
punto, en su libro Inhibición, síntoma y angustia, pero sin aclararlo de manera convincente.
Constitutiva del inconsciente, la represión se ejerce sobre las excitaciones internas, de origen
pulsional, cuya persistencia provocaría un displacer excesivo. Freud bosqueja en tal sentido un
desarrollo teórico ya elaborado en una carta a Fliess del 14 de noviembre de 1897. En esa
época, su fascinación por la teoría «fliessiana» de los períodos subtendía su transferencia, y
pensaba estar a punto de comenzar lo que denominó su «autoanálisis». Se sorprendió de que
pudiera prever ciertos acontecimientos mucho antes de que se produjeran: «[ … ] este verano te
he podido anunciar que estaba a punto de descubrir la fuente de la represión sexual normal
(moralidad, pudor, etcétera) y después necesité tiempo para encontrarla». Freud le expone
entonces a Fliess sus ideas sobre las zonas erógenas infantiles que, en la edad adulta, ya no
eran fuente de descarga sexual: la región anal y (en este punto sigue a Fliess) la región
bucofaríngea; esas regiones ya no debían ser fuentes de excitación o aporte libidinal, salvo en
casos de perversión, pero eran capaces de producir una descarga sexual «corno efecto ulterior
del recuerdo». De hecho, se trataba -continúa Freud- de una descarga de displacer, «una
sensación interna análoga a la repugnancia que puede suscitar un objeto. Para hablar más
crudamente, del recuerdo se desprende la misma hediondez que de un objeto actual. Así como
apartamos con repugnancia nuestro órgano sensorial (la cabeza y la nariz) de los objetos que
hieden, también el preconsciente y nuestra comprensión consciente se apartan del recuerdo.
Esto es lo que uno llama represión.»
La represión no se ejerce sobre las pulsiones en sí, sino sobre sus representantes, imágenes o ideas que, aunque reprimidas, siguen activas en la forma de brotes tanto más prontos a retornar al consciente cuanto que están localizados en la periferia del inconsciente. Por lo tanto, la represión de un representante de la pulsión no es nunca definitiva. Sigue siempre activo,
generando un gran consumo de energía.
En la quinta sección del capítulo VII de La interpretación de los sueños, Freud describe la
represión como un proceso dinámico, vinculado al proceso secundario que caracteriza al
preconsciente: «Sostenemos con firmeza (ésta es la clave de la teoría de la represión) que el
segundo sistema [el proceso secundario] sólo puede investir una representación (es decir,
apoderarse de ella para encaminarla hacia el consciente) cuando es capaz de inhibir el
desarrollo del displacer que puede generarse».
En 1915, en el marco de la metapsicología, la represión fue objeto de un artículo en el que el
inconsciente ya no era totalmente asimilado a ella. «Todo lo reprimido debe seguir siendo
necesariamente inconsciente, pero de entrada queremos puntualizar que lo reprimido no coincide
con todo lo que es inconsciente. El inconsciente tiene una mayor extensión; lo reprimido es una
parte del inconsciente.» Esta puntualización requiere una redefinición de la represión: ella se
encuentra en el núcleo del artículo dedicado a este proceso. Freud comienza por repetir allí que
la represión constituye para la pulsión y sus representantes «un término medio entre la fuga
[respuesta apropiada a las excitaciones externas] y la condena [que sería lo privativo del
superyó]». A continuación distingue tres tiempos constitutivos de la represión: 1) la represión
propiamente dicha, o represión en la posterioridad; 2) la represión originaria; 3) el retorno de lo
reprimido en las formaciones del inconsciente.
Si se quiere captar la esencia de esta construcción freudiana, es preciso abordarla desde la
cuestión de la represión originaria.
La represión en general se ejerce sobre los representantes de las pulsiones, objetos de un retiro
de la investidura, es decir, de una interrupción de la asunción por parte del preconsciente; en
este caso, el inconsciente realiza de inmediato una investidura sustitutiva que reclama a cambio
una «contrainvestidura» por parte del preconsciente, el cual choca entonces con la atracción
constituida por elementos del inconsciente reprimidos anteriormente. Este último punto lleva a
Freud a postular la existencia de una represión antecedente, o represión originaria. Esa
represión es asimilada por Freud a una fijación resultante del rechazo inicial de la asunción del
representante de una pulsión por el consciente. El representante así reprimido subsiste de
manera inalterable y sigue ligado a la pulsión. Se advertirá que Freud no es muy explícito en
cuanto al verdadero origen M proceso: ¿de dónde provienen los elementos de atracción del
inconsciente responsables de esa primera fijación? A falta de una respuesta clara, en 1926
formuló la hipótesis de una efracción primordial, resultado de una fuerza de excitación
particularmente intensa. El retorno de lo reprimido, tercer tiempo de la represión, se manifiesta en
la forma de síntomas -sueños, olvidos y otros actos fallidos- que Freud considera formaciones
de compromiso.
En la segunda tópica, la represión es vinculada a la parte inconsciente del yo. En este sentido,
Freud puede decir que lo reprimido se fusiona con el ello, como esa parte del yo. «Lo reprimido
-escribe Freud en El yo y el ello- no está nítidamente separado del yo más que por las
resistencias de la represión, mientras que por el ello puede comunicarse con él»

Represión

La mutación producida en la concepción freudiana de la represión por el advenimiento de la
segunda tópica fue explicitada en 1925 en Inhibición, síntoma y angustia: «Desde que
introdujimos la distinción del yo y el ello -escribe Freud, en una nota del capítulo VIII-, los
problemas de la represión no podían dejar de adquirir un nuevo interés a nuestros ojos. Hasta
entonces nos había bastado tomar en consideración los aspectos de este proceso que
concernían al yo, a saber: el mantenimiento fuera de la conciencia y de la motilidad, y la
formación de sustitutos (síntomas); en cuanto a la moción pulsional reprimida en sí misma,
admitimos que subsistía inmodificada en el inconsciente durante un tiempo determinado. Ahora
nuestro interés se vuelve hacia los destinos de lo reprimido, y presentimos que no es evidente,
que quizá ni siquiera es habitual, que lo reprimido subsista inmodificado e inmodificable y
apartada de su meta por la represión. Desde luego, la moción pulsional originaria ha sido inhibida
pero, ¿su esbozo se ha mantenido en el inconsciente y se ha mostrado resistente frente a las
influencias de la vida, capaces de modificarlo y desnaturalizarlo ?». La respuesta apuntará a la
persistencia de los «deseos» antiguos, en la acepción del Wunsch. En efecto, precisa Freud,
«los antiguos deseos reprimidos tienen que subsistir en el inconsciente, puesto que
encontramos sus retoños, los síntomas, aún activos, «vivaces»». ¿Es decir que el destino del
deseo era agotarse en la investidura de esos retoños, o bien ser reanimado «por regresión, en
el curso de la neurosis»? Freud nos remite aquí a su estudio sobre el ocaso del complejo de
Edipo, donde su atención «fue atraída por la diferencia entre la simple represión y la supresión
verdadera de una antigua moción de deseo».
Esta referencia al texto de 1923, destinada a completar la exposición de los Tres ensayos de la
teoría sexual integrando en ella la hipótesis de una fase fálica como corolario de la función
reconocida a la castración, nos enfrenta sin embargo a una alternativa concerniente a la
influencia de la segunda tópica sobre la concepción de la represión. ¿Habría que sostener la
modificación del concepto sobre la base de la segunda tópica, o bien ésta, precisamente, sólo se
ha desarrollado en razón y en continuidad directa con el desarrollo producido acerca del sujeto
de la represión, en primer lugar en la perspectiva de la organización edípica?
En efecto, el concepto no tiene originalmente otra función que la de enraizar en la estructura del
sujeto el fenómeno de la resistencia manifestado en el curso de la interpretación. El paciente se
niega a expresar su deseo: esto es la revelación de la «resistencia». La construcción del
concepto de represión consistirá en coordinar entre sí esos diferentes acontecimientos. En el
marco del análisis «catártico», la cura tiene por objeto «dar palabra» a la afección no
abreaccionada. Lo inconsciente habrá entonces afectado a un representante verbal de la
pulsión, y la represión habrá incidido también sobre un representante de ese tipo; la iniciativa
desarrollada en 1915 en los artículos «Lo inconsciente» y «La represión», acerca del proyecto
global de una metapsicología, deriva en realidad del vuelco que marca con el análisis del
presidente Schreber el desplazarmiento del interés desde la neurosis hasta la psicosis, bajo el
impulso de Jung.
Correlativamente surge el reconocimiento de la importancia de la regresión, subrayada por
Conferencias de introducción al psicoanálisis en 1916, y que ya anticipa el desarrollo de la
segunda tópica, en cuanto ella concierne en primer lugar a las vicisitudes del yo. Además el
análisis del yo revelaría el rol del superyó en el proceso de la represión. En última instancia, este
último se deriva de la organización edípica, en la línea ya sugerida por la remisión que Freud
realiza en 1927 a su artículo de 1923 sobre el ocaso del complejo de Edipo. En cuanto a las
consecuencias teóricas y prácticas de esta interpretación, la misma nota de Inhibición, síntoma y
angustia presenta un primer balance.