Diccionario de psicología, letra R, Resistencia

Resistencia
Al.: Widerstand.
Fr.: résistance.
Ing.: resistance.
It.: resistenza.
Por.: resistência.

Durante la cura psicoanalítica, se denomina resistencia todo aquello que, en los actos y palabras
M analizado, se opone al acceso de éste a su inconsciente. Por extensión, Freud habló de
resistencia al psicoanálisis para designar una actitud de oposición a sus descubrimientos, por
cuanto éstos revelaban los deseos inconscientes e Infligían al hombre una «vejación psicológica». (1)
El concepto de resistencia fue precozmente introducido por Freud; puede decirse que ejerció un papel decisivo en la aparición del psicoanálisis. En efecto, Freud renunció a la hipnosis y a la sugestión sobre todo porque la resistencia masiva que oponían a estas técnicas algunos
pacientes le parecía por una parte, legítima (2) y, por otra, imposible de vencer y de
interpretar (3), cosa que el método psicoanalítico hace posible en la medida en que permite
evidenciar progresivamente las resistencias, que se traducirán especialmente por las diferentes
formas en que el paciente infringe la regla fundamental; en los Estudios sobre la histeria
(Studien Über Hysterie, 1895) se encuentra una primera enumeración de diversos fenómenos
clínicos, evidentes o discretos, de resistencia.
La resistencia se descubrió como un obstáculo al esclarecimiento de los síntomas y a la progresión de la cura. «La resistencia constituye, en fin de cuentas, lo que impide el trabajo
[terapéutico (4)]». Al principio Freud intentará vencer este obstáculo mediante la insistencia
(fuerza de sentido opuesto a la resistencia) y la persuasión, antes de reconocer en él un medio
de acceso a lo reprimido y al secreto de la neurosis; en efecto, en la resistencia y la represión
se ven actuar las mismas fuerzas. En este sentido, como insiste Freud en sus escritos técnicos,
todo el avance de la técnica analítica ha consistido en una apreciación más justa de la
resistencia, es decir, del hecho clínico de que no basta comunicar a los pacientes el sentido de
sus síntomas para que desaparezca la represión. Es sabido que Freud consideró siempre como
características específicas de su técnica la interpretación de la resistencia y la de la
transferencia. Es más, la transferencia debe considerarse en parte cómo una resistencia, en la
medida en que reemplaza el recuerdo verbalizado por la repetición actuada; a esto debe
añadirse que la resistencia utiliza la transferencia, pero no la constituye.
Más difícil resulta destacar los puntos de vista de Freud acerca de la explicación del fenómeno
de la resistencia. En los Estudios sobre la histeria, formula la siguiente hipótesis: los recuerdos
pueden considerarse agrupados, según su grado de resistencia, en forma de capas
concéntricas alrededor de un núcleo central patógeno; durante el tratamiento, cada vez que se
pasa de un círculo a otro más cercano al núcleo, aumentará proporcionalmente la resistencia. A
partir de esta época, Freud considera la resistencia como una manifestación, inherente al
tratamiento y a la rememoración que él exige, de la misma fuerza ejercida por el yo contra las
representaciones penosas. Sin embargo, parece ver el origen último de la resistencia en una
repulsión proveniente de lo reprimido como tal, en su dificultad en volverse consciente y, sobre
todo, en ser plenamente aceptado por el sujeto. Hallamos, pues, aquí dos elementos de
explicación: la resistencia viene regulada por su distancia respecto a lo reprimido; por otra parte,
corresponde a una función defensiva. Esta ambigüedad persiste en los escritos técnicos.
Pero, con la segunda tópica, se hace recaer el acento en el aspecto defensivo: defensa, como
subrayan varios textos, ejercida por el yo. «El inconsciente, es decir, lo «reprimido», no opone
ningún tipo de resistencia a los esfuerzos de la cura; de hecho, sólo tiende a vencer la presión
que actúa sobre él y abrirse camino hacia la conciencia o hacia la descarga mediante la acción
real. La resistencia durante la cura proviene de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que en su tiempo produjeron la represión». Este papel primordial de la defensa del yo Freud lo mantendrá hasta en uno de sus últimos escritos: «Los mecanismos de defensa contra los antiguos peligros retornan en la cura en forma de resistencias a la curación, lo cual es debido a que la misma curación es considerada por el yo como un nuevo peligro». Desde este punto de vista, el análisis de las resistencias no se diferencia del análisis de las defensas permanentes del yo, tal como se ponen de manifiesto en la situación analítica (Anna Freud).
Ahora bien, Freud afirma explícitamente que la resistencia evidente del yo no basta para explicar las dificultades halladas en la progresión y terminación del trabajo analítico; el analista, en su experiencia, encuentra resistencias que no puede atribuir a alteraciones del yo.
Al final de Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Symptom und Angst, 1926), Freud distingue cinco formas de resistencia; tres de ellas se atribuyen al yo: la represión, la resistencia de transferencia y el beneficio secundario de la enfermedad, «que se basa en la integración del
síntoma en el yo». Además, hay que considerar la resistencia del inconsciente o del ello y la del
superyó. La primera hace técnicamente necesario el trabajo elaborativo (Durcharbeiten): es
«[…] la fuerza de la compulsión a la repetición, atracción de los prototipos inconscientes sobre el
proceso pulsional reprimido». Finalmente, la resistencia del superyó deriva de la culpabilidad
inconsciente y de la necesidad de castigo (véase: Reacción terapéutica negativa).
Se trata de un intento de clasificación metapsicológica que no satisfacía a Freud, pero que tiene,
por lo menos, el mérito de subrayar que siempre rehusó asimilar el fenómeno inter- e
intrapersonal de la resistencia a los mecanismos de defensa inherentes a la estructura del yo.
La pregunta: ¿Qué resiste?, sigue siendo para él problemática y queda sin responder (5). Más
allá del yo «[…] que se aferra a sus contracatexis», es preciso reconocer, como obstáculo último
al trabajo analítico, una resistencia radical, acerca de cuya naturaleza las hipótesis freudianas
variaron, pero que de todos modos es irreductible a las operaciones defensivas (véase:
Compulsión a la repetición).

Resistencia
 
s. f. (fr. résistance; ingl. resistance; al. Widerstand). Todo lo que hace obstáculo al trabajo de la
cura, todo lo que traba el acceso del sujeto a su determinación inconciente.
Freud se vio llevado muy pronto a dar un lugar no desdeñable al concepto de resistencia. Este designa el efecto que produce en la cura la represión misma, es decir, el conjunto de los fenómenos que traban las asociaciones o incluso llevan al sujeto al silencio.
¿Cómo situar, sin embargo, el origen de la resistencia? En los Estudios sobre la histeria (1895),
Freud la liga muy claramente con el acercamiento al inconciente mismo: los recuerdos que la cura revela están agrupados concéntricamente alrededor de un núcleo central patógeno. Cuanto más nos aproximamos a este núcleo, más grande es la resistencia: es como si una fuerza de repulsión interviniera para contrariar la rememoración y la interpretación.
Pero importa introducir aquí la cuestión de la trasferencia (véase trasferencia). En Sobre la
dinámica de la trasferencia (1912), Freud muestra en efecto que, cuando el sujeto se aproxima
demasiado a ese núcleo patógeno, cuando las asociaciones le faltan para ir más lejos en la
captación del conflicto que para él es determinante, vuelca sus preocupaciones sobre la
persona del analista y actualiza en la trasferencia las mociones tiernas o agresivas que no llega
a verbalizar. La trasferencia funciona pues como resistencia, lugar donde el sujeto repite lo que
para él constituye un obstáculo.
Empero, si los primeros textos de Freud sitúan en el inconciente el origen de la resistencia, no
sucede lo mismo luego, especialmente con la introducción de la segunda tópica. La resistencia
es presentada allí como un mecanismo de defensa entre otros, referible al yo. El inconciente, en
esta perspectiva, no opone resistencia a los esfuerzos de la cura. Lo que hace obstáculo son
los mismos «estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que habían producido la
represión en su momento». Anna Freud sistematizará esta concepción en su obra sobre El yo y
los mecanismos de defensa (1937). Dos cosas pueden destacarse sin embargo. Primero, que
Freud nunca abandonó la idea de una resistencia del inconciente o incluso del ello: la mantiene
en Inhibición, síntoma y angustia (1926) paralelamente a tres resistencias del yo (represión,
resistencia de trasferencia y beneficio secundario de la enfermedad) y a una resistencia del
superyó, derivada de la culpa inconciente y de la necesidad de castigo. Esta resistencia
específica es «la fuerza de la compulsión a la repetición, la atracción de los prototipos
inconcientes sobre los procesos pulsionales reprimidos».
Por último, aun si es verdad que lo que hace obstáculo a la cura se manifiesta la mayoría de las
veces en el nivel del yo, y especialmente de las reacciones de reasegurarniento y de prestancia
del yo con respecto a la persona del analista, la interpretación de los fenómenos en este nivel se
muestra inoperante y desvía la técnica analítica en el sentido de una manipulación psicológica. J.
Lacan, en los primeros años de su seminario, criticaría en detalle esta orientación del
psicoanálisis.  
En el apartado de los Estudios sobre la histeria dedicado a la psicoterapia de la histeria se lee
que el concepto de resistencia proviene de una autocrítica elaborada por Freud con respecto a
una técnica catártica que procedía con la ayuda de una presión física ejercida sobre el paciente:
«Puesto que he realizado un gran elogio -escribe Freud- de los resultados de mi procedimiento
auxiliar de presión, descuidando considerablemente las cuestiones de la defensa o la
resistencia, debo de haberle dado al lector la impresión de que, mediante este pequeño artificio,
se podían llegar a superar los obstáculos psíquicos que se oponen al tratamiento catártico. Pero
creer esto sería engañarse demasiado. Que yo sepa, en la terapéutica no existen semejantes
beneficios. En este ámbito, como en otros, no pueden obtenerse grandes ventajas sino al precio
de grandes esfuerzos. El Procedimiento por presión no es más que un artificio como otros.
Gracias a él se ataca de improviso al yo que aspira a defenderse. En todos los casos algo
serios, el yo se niega a renunciar a sus designios y continúa con su resistencia». Se describen
entonces las diversas formas de resistencia, entre las cuales se presta una atención particular
a ciertos aspectos de lo que Freud enseñará más tarde a conocer con la designación de
transferencia: « … cuando la enferma es asaltada por el miedo a apegarse demasiado a la
persona del médico, a perder su independencia respecto de él, e incluso a ser sexualmente
dependiente de él. Este caso es más grave porque está menos condicionado individualmente. La
razón de este obstáculo reside en la naturaleza de la labor terapéutica. La enferma encuentra
nuevos motivos de resistencia, y ésta se produce no sólo en la ocasión de una cierta
reminiscencia, sino en cada uno de los intentos terapéuticos. Muy frecuentemente, cuando se
utiliza el procedimiento de la presión, la enferma se queja de dolor de cabeza. Casi siempre sigue
ignorante de la causa nueva de la resistencia, y sólo la revela a través de un síntoma histérico
nuevo. El dolor de cabeza traduce la aversión de la enferma a toda influencia que se ejerza
sobre ella». Se observará que sólo se evocan aquí ciertos ejemplos de transferencias
negativas, mientras que más tarde parecerá esencial relacionar con la resistencia la
transferencia positiva como tal.
Por otra parte, la resistencia adquirirá valor operatorio como indicador teórico, en cuanto sus
grados ponen de manifiesto la posición tópica de las series representativas constituidas por el
material del análisis: «He indicado que el agrupamiento de este tipo de recuerdos en una
multiplicidad de haces, linealmente estratificada, se presentaba como un archivo de legajos y le
he dado a cada uno el nombre de «formación de un tema». Esos temas se agrupan además de
otra manera que no podría describir más que diciendo que están estratificados concéntricamente
en torno al nódulo patógeno. No es difícil decir a qué corresponde esta otra estratificación, ni
según qué magnitud (creciente o decreciente) se ordena. Son estratos de la resistencia,
creciente en dirección al núcleo patógeno. Son zonas de transformación del nivel consciente,
semejantes a los estratos que configuraban los temas particulares. Los estratos más periféricos
están formados por aquellos recuerdos (o haces de recuerdos) que pueden volver con más
facilidad a la memoria y fueron siempre claramente conscientes. A medida que se penetra más
profundamente a través de estas capas, el reconocimiento de los recuerdos que emergen
resulta más difícil, hasta que se tropieza, ya cerca del núcleo central, con recuerdos cuya
existencia el paciente persiste en negar aun en el momento de su aparición».
No obstante, la noción no adquirirá todo su alcance más que al recibir una dimensión nueva en
virtud de su relación con la pulsión de muerte y con la segunda tópica. A la primera le deberá la
hipótesis de que una tendencia destructiva puede intervenir para contrariar el éxito de la serie. A
la segunda, tendrá que reconocerle la idea de que es posible que la fuerza del yo sea empleada
para mantener la defensa del sujeto.  
Término empleado en psicoanálisis para designar el conjunto de las reacciones de un analizante,
cuyas manifestaciones, en el marco de la cura, obstaculizan el desarrollo del análisis.
En el vocabulario freudiano, la palabra resistencia aparece en tres modalidades: una es
inspirada por la reflexión sobre la técnica y la práctica analíticas, cuya evolución determinará la
del estatuto acordado a las formas posibles de resistencia del paciente; la segunda es de tipo
teórico, y será fuertemente influida por la formulación de la segunda tópica; la tercera,
finalmente, que no se modificó a lo largo de la vida de Sigmund Freud, es de carácter
interpretativo. Tiene que ver con las manifestaciones de hostilidad y las formas de rechazo suscitadas por el psicoanálisis. En tal sentido, la historiografía freudiana es rica en aportes de todo tipo.
Desde este último punto de vista, Freud utilizó la palabra de un modo totalmente ajeno al marco terapéutico, interpretando como respuestas defensivas (resistencias) las oposiciones al psicoanálisis, fueran cuales fueren sus orígenes y sus razones explícitas. Hay que señalar que esta posición era coherente con su observación de 1917, en el sentido de que el psicoanálisis le infligía al narcisismo humano una herida comparable a las generadas por los descubrimientos de Nicolás Copérnico (1473-1543) y Charles Darwin (1809-1882). Por otra parte, unos cincuenta años antes Ernst Haeckel, mutatis mutandis, había dicho algo análogo, como lo ha establecido Paul-Laurent Assoun.
A igual título que la transferencia, el proceso de la resistencia formó parte del nacimiento del psicoanálisis, pero está aún más directamente asociado con él. En efecto, Freud comenzó a emplear la palabra desde que tropezó con las primeras dificultades en la práctica de la hipnosis y la sugestión, llegando incluso a reconocer como Iegítimas» las resistencias del paciente enfrentado a la «tiranía de la sugestión».
El pasaje al método psicoanalítico no puso por cierto fin a las resistencias, pero éstas cambiaron
de estatuto. Se volvieron susceptibles de interpretación, y por lo tanto podían ser superadas.
En los primeros tiempos de su práctica psicoanalítica, la actitud de Freud acerca del tratamiento
de la resistencia revistió dos formas: si bien la resistencia fue invariablemente reconocida como
una traba al trabajo analítico, sobre todo en la forma del no-respeto a la regla fundamental, al
principio Freud creyó posible salvar el obstáculo explicándole su contenido al paciente, con
insistencia y convicción. En un segundo momento comenzó a considerar la resistencia como un
dato clínico, síntoma de lo reprimido, de modo que formaba parte del proceso de la represión y
correspondía interpretarla a igual título que la transferencia, bajo cuya forma se manifestaba a
menudo.
En el marco de su segunda tópica, Freud identificó cinco formas de resistencia: tres tenían su
sede en el yo, una en el ello y la última en el superyó. Las resistencias ligadas al yo podían tomar
la forma de la represión como tal, o de la resistencia transferencia¡, o bien, finalmente, de un
beneficio secundario ligado a la persistencia de la neurosis, mientras la curación es vivida como
un peligro para el yo. La resistencia con sede en el ello llevaba a la compulsión de repetición.
Podía superarse cuando el sujeto integraba una interpretación (reelaboración). La resistencia
superyoica se expresaba en términos de culpabilidad inconsciente y necesidad de castigo.
Esta clasificación atestigua la negativa freudiana a reducir las resistencias a las defensas del
yo. Con este enfoque, Freud insiste en la existencia de elementos residuales de resistencia, elementos irreductibles que él interpreta de diversos modos, pero que pueden ubicarse hipotéticamente del lado de la pulsión de muerte.
A diferencia de los conceptos de transferencia y contratransferencia, el de resistencia suscitó
pocas discusiones y polémicas en la descendencia freudiana, con la excepción de Melanie Klein,
quien asimila casi exclusivamente la resistencia a una transferencia negativa. Éste fue uno de
los temas de debate en las Grandes Controversias que la opusieron a Anna Freud.

Notas:
1- Idea que se expresa a partir de 1896: «La hostilidad que me manifiestan y mi aislamiento bien podrían indicar que he descubierto las mayores verdades».
Acerca de la «vejación», véase Una dificultad del psicoanálisis (Eine Schwierigkeit der Psychoanalyse, 1917).
2- «Cuando se gritaba a un enfermo que se mostraba rebelde: «¿qué hace usted?, se está usted contra-sugestionando», yo pensaba que aquello era entregarse manifiestamente a una injusticia y a una violencia. El hombre tenía ciertamente derecho a contra-sugestionarse, cuando se intentaba dominarlo por medio de sugestiones».
3- La técnica de sugestión «[…]no nos permite, por ejemplo, reconocer la resistencia que hace que el enfermo se aferre a su dolencia y, por consiguiente, luche contra su curación».
4- Véase la definición de la resistencia en La interpretación de los sueños (Die Traunuleutung, 1900): «Todo aquello que perturba la continuación del trabajo es una resistencia».
5- Puede consultarse la obra de E. Glover, Técnica del psicoanálisis (The Technique of Psycho-Analysis, 1955). El autor, tras efectuar un relevamiento metódico de las resistencias como manifestaciones, despertadas por el análisis, de las defensas permanentes del aparato mental, reconoce la existencia de un residuo: «Después de agotar la lista posible de las resistencias que podrían provenir del yo o del superyó, nos queda el hecho desnudo de que ante nosotros el individuo se entrega a una repetición ininterrumpida del mismo conjunto de representaciones […]. Esperábamos que, al apartar las resistencias del yo y del superyó, provocaríamos algo así como una liberación automática de presión y que otra manifestación de defensa se apresuraría a ligar esta energía liberada, como sucede en los síntomas transitorios. Pero, en lugar de ello, parece como si hubiéramos fustigado la compulsión a la repetición y el ello hubiera aprovechado la debilitación de las defensas del yo para ejercer una atracción creciente sobre las representaciones preconscientes».