Diccionario de psicología, letra R, Rolland Romain (1866-1944)

Rolland Romain
(1866-1944) Escritor francés

Nacido en Clamecy, departamento de Niévre, descendiente por parte de padre y madre de
familias de notarios católicos, Romain Rolland fue un niño de salud frágil, expuesto al contragolpe
de las desinteligencias conyugales de sus padres, bajo la forma de una influencia materna
rigorista; en cuanto al padre, era más bien desdibujado, aunque patriota y, por decirlo todo,
chovinista.
Por insistencia de la madre, deseosa de verlo realizar estudios brillantes, en 1880 la familia se
instaló en París, donde el joven adolescente asistió al liceo Saint-Louis, y después al liceo
Louis-le-Grand, antes de ser admitido, en 1886, en la prestigiosa Escuela Normal Superior (ENS)
de la rue d’Ulm, donde se hizo amigo de André Suarés (1868-1948) con quien compartía ya la
pasión por la música.
Agregado de historia en 1889, Romain Rolland se alejó de la enseñanza secundaria. Designado
en la Escuela Francesa de Roma, descubrió a Italia, a sus músicos, sus pintores, sus escultores,
al Moisés de Miguel Ángel, tan caro a Sigmund Freud, y se enamoró tan apasionadamente de ese
mundo como lo haría de Alemania y del mundo intelectual y artístico germánico después de su
regreso a París en 1891. En Roma conoció a Malvida von Meysenbug (1816-1903), intelectual
alemana ya mayor, exiliada de su país después de la revolución de 1848, con la que se había
comprometido. En su salón, que había recibido a músicos ilustres como Richard Wagner
(1813-1883) y Franz Liszt (1811-1886), a filósofos como Friedrich Nietzsche (1844-1900) e
incluso a Lou Andreas-Salomé, Romain Rolland descubrió la cultura alemana y la idea europea,
convirtiéndose en un admirador ferviente de la obra de Wagner.
El entusiasmo y la sed de cultura de Romain Rolland eran considerables: gran lector de
Shakespeare, gran admirador de Víctor Hugo (1802-1885), partidario sin reservas de la filosofía
de Spinoza, fue el introductor en la ENS de la gran literatura rusa, y recibió de León Tolstoi
(1828-1910) a quien le escribió dos veces, una larga carta que habría de conmoverlo. Fue
también el primero que introdujo un piano en el austero recinto de la rue d’Ulm, instrumento que él
tocaba de modo notable, si hemos de creer a Stefan Zweig. El gran escritor austríaco, que se
convertiría en uno de los amigos más queridos de Romain Rolland, había descubierto su
existencia en Roma en el salón de Malvida von Meysenbug. Más tarde trazó un retrato de Romain
Rolland desbordante de lirismo: «Era admirable ejecutando música al piano, con un toque cuya
suavidad para mí sigue siendo imposible de olvidar; acariciaba el teclado como si no quisiera
sacarle sonidos por la fuerza, sino exclusivamente por la seducción. Ningún virtuoso (y yo he
escuchado en los círculos más exclusivos a Max Reger, Busoni, Bruno Walter) me ha dado
hasta ese punto la sensación de una comunión inmediata con los maestros amados. Su saber
avergonzaba a los otros, por su amplitud y diversidad; de algún modo, sólo vivía por sus ojos de
lector, y poseía la literatura, la filosofía, la historia, los problemas de todos los países y todos los
tiempos. De la música conocía cada compás; le eran familiares las obras más olvidadas de
Galuppi, de Telemann, e incluso de músicos de sexto o séptimo orden. Con ese bagaje, tomaba
parte con pasión en todos los acontecimientos del presente.»
Escritor prolijo, dramaturgo, biógrafo, musicólogo (su biografía de Beethoven fue un libro de
referencia durante mucho tiempo), ensayista, moralista, Romain Rolland -como lo han señalado
Henri y Madeleine Vermorel- ha entrado sin embargo «en un purgatorio que se prolonga: sus
novelas ya no se leen, con la excepción de Jean-Christophe, su obra maestra».
De hecho, más allá de esa novela-río cuya forma prefigura las obras de Roger Martin du Gard
(1881-1958) o Jules Romains (1885-1972), novela que comenzó en 1904 y por la cual obtuvo en
1913 el gran premio de la Academia Francesa, quien ha pasado a la posteridad es el ensayista,
el moralista, el intelectual diversamente comprometido y el amigo de Freud. El escritor quedó
relegado a un segundo plano. En este sentido, su destino puede compararse con el de Anatole
France (1844-1924), quien fue uno de los escritores franceses más apreciados por Freud.
En 1892 Romain Rolland se casó con Clotilde Bréa, de quien se divorció dolorosamente en 1910.
Con ese matrimonio entró en una familia judía acomodada del ambiente intelectual parisiense. Si
bien esa unión le aportó seguridad material, no pudo apaciguar al joven atormentado, que sentía
pasión por los ideales nacionalistas, influido por los escritos de Maurice Barrés (1862-1923), y al
que le costó alinearse claramente con su amigo Charles Péguy (1873-1914) y con Émile Zola
(1840-1902) en el momento del affaire Dreyfus.
En 1914, después de la muerte en combate de Péguy y de la publicación del célebre artículo de
Rolland «Au-dessus de la mélée», esa prudencia respecto del compromiso militante le valió la
hostilidad de los nacionalistas de ambas orillas del Rin, y la admiración de los intelectuales
europeos más prestigiosos. La celebridad iluminó entonces la totalidad de su obra, y en 1916
obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
En 1922 Rolland fundó la revista Europe. Comenzó entonces a interesarse por las religiones, en
particular el hinduismo, al que dedicó varios textos. Muy pronto advirtió la importancia del
fermento antisemita en Alemania a través del desarrollo del Partido Nacionalsocialista, del que
siguió siendo un adversario sin concesiones, acercándose progresivamente a los ideales de la
revolución bolchevique de 1917, y convirtiéndose en una figura eminente del movimiento
antifascista de la década de 1930.
En febrero de 1923, en el momento en que aparecían los primeros signos del cáncer de Freud,
éste, en una carta dirigida al decorador Édouard Monod-Herzen, frecuentador del ambiente
psicoanalítico parisiense, expresó con una humildad sorprendente su deseo de tomar contacto
con Romain Rolland: «Puesto que usted es amigo de Romain Rolland -escribió Freud-, ¿podría
pedirle que le transmita la admiración respetuosa de un desconocido?. Esa coquetería anunciaba
una relación cuya calidez, convertida posteriormente en afecto, sorprendió a muchos. Rolland se
contó entre quienes, a ejemplo de los surrealistas, de Pierre Jean Jouve (1887-1976), de André
Gide (1869-1951), de Jacques Rivière (1886-1925), fueron los artífices de la vía literaria a través
de la cual el freudismo penetró en Francia. Por otra parte, él le respondió a Freud con fervor, y el
vienés no ocultó su emoción: «[ … ] hasta el fin de mi vida recordaré la alegría de haber podido
relacionarme con usted, pues para mí su nombre está ligado a la más preciosa de todas las
ilusiones: la reunión en un mismo amor de todos los hijos de los hombres. Yo pertenezco a una
raza a la que la Edad Media hizo responsable de todas las epidemias nacionales, y que el mundo
moderno acusa de haber llevado al Imperio Austríaco a la decadencia, y a Alemania a la derrota.
Las experiencias de ese tipo desengañan, y uno se vuelve poco inclinado a creer en ilusiones.
Además, a lo largo de mi vida (tengo diez años más que usted), una parte importante de mi
trabajo ha consistido en destruir mis propias ilusiones y las de la humanidad.»
La pasión del universalismo, la adhesión a los valores de la Ilustración, el amor a Shakespeare y
Spinoza, eran otras tantas referencias que sellaron una fuerte amistad.
Los dos hombres se encontraron una sola vez, en Viena, el 14 de mayo de 1924, en una reunión
concertada por su amigo común Stefan Zweig, encantado de hacer que se conocieran dos de
sus ídolos. En esa ocasión actuó como intérprete, pues Freud tenía dificultades de elocución.
Conversaron especialmente sobre Flaubert y Dostoievski (a quien Freud consideraba histérico, y
no epiléptico). Sin duda, hablaron también sobre la pasión de Rolland por la India, puesto que al
término del encuentro Freud, que le obsequió a su visitante un ejemplar de las Conferencias de
introducción al psicoanálisis, le pidió que a su vez le enviara su último libro, dedicado al
Mahatma Gandhi (1869-1948). Visita «inolvidable» para Freud, cuyo entusiasmo suscitó algunos
celos entre sus allegados, sobre todo en Theodor Reik.
Esa cálida relación no impidió que se expresaran divergencias, en particular a propósito del
sentimiento religioso y su estatuto. En 1927 Freud le hizo llegar a su amigo un ejemplar de El
porvenir de una ilusión, cuyo título parece haberle sido inspirado por una pieza de Rolland, Liluli.
El novelista respondió subrayando la justeza del análisis freudiano de las religiones, pero
lamentando que Freud no hubiera tomado en cuenta el sentimiento religioso, la «sensación
religiosa», ese «sentimiento oceánico» del que hablaban los grandes místicos asiáticos, pero
también orientadores doctrinarios de la Iglesia cristiana. Freud le pidió entonces permiso para
referirse a ese «sentimiento oceánico», del que quería hacer la crítica en su obra siguiente, El
malestar en la cultura. Aunque el francés consintió, Freud no lo citó explícitamente en ese
«opúsculo» donde teorizaría su alergia a toda forma de mística («la mística está tan cerrada para
mí como la música», le escribió a Rolland), y redujo el «sentimiento oceánico» a la sensación de
plenitud característica del yo primario del lactante antes de la separación psicológica respecto de
la madre.
En 1936, para el cumpleaños de Romain Rolland, Freud redactó su célebre texto «Una
perturbación del recuerdo en la Acrópolis», en el cual analizó la relación con la figura paterna y la
rivalidad entre hermanos. En el párrafo introductorio de ese ensayo, escrito en forma de carta,
Freud expresó nuevamente su admiración por el escritor, evocando su humanidad, su valentía y
su amor a la verdad, rasgos respecto de los cuales su propio texto le parecía pobre: «Tengo diez
años más que usted; mi producción está agotada. Lo que puedo finalmente ofrecerle es sólo el
don de un hombre empobrecido, que antaño conoció «mejores días».»
Retirado en Vézelay, donde escribió una biografía de Charles Péguy, Romain Rolland murió el 30
de diciembre de 1944. Lo mismo que Freud, no llegó a ver el retorno de los «mejores días».