Diccionario de psicología, letra S, Dependencia del yo con respecto al superyó y sentimiento de culpa

Dependencia del yo con respecto al superyó y sentimiento de culpa.
En razón de este origen en el complejo paterno (identificación originaria con el padre y herencia
del complejo de Edipo), el superyó conserva la capacidad de oponerse al yo y dominarlo.
«Monumento recordatorio de la antigua debilidad y dependencia del yo, justifica su dominación
incluso sobre el yo adulto. A la coacción exterior ejercida por los progenitores la sucede la
coacción ejercida por el imperativo categórico del superyó.»
Pero en el carácter de coacción (Zwang) del superyó hay algo más profundo. La relación del
superyó con el complejo paterno resulta de la transformación de las investiduras de objeto del
ello en identificaciones. «El superyó permanece constantemente ligado al ello y podrá
representarlo ante el yo. Se hunde profundamente en el ello y por esta razón está más alejado
de la conciencia que el yo.» Podemos añadir: manifestará entonces toda la violencia coactiva del
caos pulsional que es el ello.
Si bien la dependencia del yo con respecto al superyó se manifiesta de manera evidente en el
sentimiento de culpa consciente, no es esto, según lo que acabamos de decir, lo que constituye
lo esencial de esa dependencia. En el trabajo analítico, nos explica Freud, hay personas que se
comportan de un modo muy extraño. Su situación en la cura se agrava cuando se les demuestra
satisfacción por la evolución del tratamiento. Más allá de los beneficios de la enfermedad a los
que uno se aferra, de la inaccesibilidad narcisista, de la actitud negativa con respecto al médico,
es preciso reconocer en este caso la acción de un sentimiento inconsciente de culpa. Esta
expresión es impropia pues, ¿cómo podría ser inconsciente un sentimiento? Freud propondrá
más tarde la fórmula «necesidad de castigo». El paciente, por otra parte, no se «siente»
culpable, sino enfermo. El sentimiento de culpa se manifiesta sólo en la forma de una resistencia
a la curación que es muy difícil reducir. Contra esa necesidad de punición, insiste Freud, nada se
puede hacer de modo directo. Indirectamente, hay que develar lentamente los fundamentos
inconscientes de esa culpa, de modo que se transforme poco a poco en un sentimiento de culpa
consciente.
El sentimiento inconsciente de culpa está más o menos presente en toda afección neurótica y determina su gravedad de manera decisiva. En «El problema económico del masoquismo» Freud le asignará su verdadero lugar, al ligarlo al masoquismo «moral», es decir, al deseo inconsciente de ser castigado, golpeado por el padre, deseo muy cercano a ese otro deseo de tener relaciones sexuales pasivas («femeninas») con él. Mientras que en el sentimiento consciente de culpa el complejo de Edipo está remontado, desexualizado, y aparece la moral, en la necesidad de castigo inconsciente hay, debido al masoquismo, resexualización de la moral, resexualización que no es beneficiosa para la moral ni para el individuo.
Sentimiento de culpa y angustia decastración.
La angustia del yo ante el superyó es la exteriorización de ese masoquismo del yo que exige la punición para ser así liberado. Esta angustia está estrechamente ligada a la angustia de
castración, sobre todo cuando la intervención del masoquismo es más fuerte y resexualiza la
moral. En caso contrario, se expresa a través de un malestar social, indeterminado: «Así como
en el superyó el padre se convierte en impersonal, la angustia de castración por el padre se
transforma en angustia social o en angustia moral, indeterminada».
La angustia de muerte debe considerarse una elaboración de la angustia de castración a través de la angustia ante el superyó. En Inhibición, síntoma y angustia, Freud escribe: «Según lo que sabemos de la estructura de las neurosis de la vida cotidiana, relativamente simples, es muy poco probable que una neurosis pueda deberse al único hecho objetivo de estar en peligro, sin que queden implicadas las capas inconscientes más profundas del aparato psíquico. Pero en el
inconsciente no hay nada que pueda darle un contenido a nuestro concepto de aniquilación de la
vida. Se podría decir que la experiencia cotidiana de la separación del contenido intestinal y la
pérdida del seno materno experimentada en el destete permiten dar alguna representación de la
castración, pero nunca se ha vivido una experiencia semejante a la muerte, o bien ella no ha
dejado, como es el caso del desvanecimiento, ninguna huella asignable. Por eso me atengo
firmemente a la idea de que la angustia de muerte tiene que concebirse como análoga a la
angustia de castración, y que la situación a la cual reacciona el yo es el abandono por el
superyó protector (por las potencias del destino), abandono que lo deja sin defensa ante todos
los peligros».