Diccionario de psicología, letra S, Sadomasoquismo

Sadomasoquismo
Alemán: Sadomasochismus.
Francés: Sado-masochisme.
Inglés: Sado-masochism.

Término creado por Sigmund Freud a partir de sadismo y masoquismo para designar una
perversión sexual basada en un modo de satisfacción ligado al sufrimiento infligido al prójimo y al experimentado por un sujeto humillado.
Por extensión, este par de términos complementarios caracteriza un aspecto fundamental de la
vida pulsional, basado en la simetría y la reciprocidad entre un sufrimiento vivido pasivamente y
un sufrimiento infligido activamente.
Ya en 1905, en sus Tres ensayos de teoría sexual, Freud había observado que «un sádico es
siempre al mismo tiempo un masoquista, lo que no impide que el lado activo o el lado pasivo de la perversión predomine y carácter de la actividad sexual prevaleciente». En apoyo de esta
afirmación, citó en una nota al pie a Havelock Ellis, quien en 1903, en el segundo volumen de sus Estudios de psicología sexual, escribió lo siguiente: «Todos los casos de sadismo y
masoquismo que conocemos, incluso los que ha citado Richard von Krafft-Ebing, nos llevan a
encontrar huellas de ambas categorías de fenómenos en el mismo individuo».
Freud no cuestionó jamás esta articulación, que desarrolló y transformó paralelamente a su
teoría de las pulsiones.
De modo que se puede hablar de una concepción del sadomasoquismo ligada a la primera tópica, cuya expresión más acabada aparece en el artículo metapsicológico de 1915 titulado «Pulsiones y destino de pulsión». El sadismo es entonces concebido como primero, anterior al masoquismo; expresa la agresividad contra un semejante tomado como objeto. Producto de un cambio de objeto (la propia persona reemplaza como blanco de la agresividad al objeto exterior), en esa etapa el masoquismo se deduce del sadismo. Freud subraya la coexistencia de dos procesos en el interior de esa transformación: la vuelta de la agresividad contra el propio sujeto, y la inversión del funcionamiento activo en funcionamiento pasivo. Desde el punto de vista clínico, así como la neurosis obsesiva se caracteriza por el hecho de que el sujeto se impone a sí mismo el sufrimiento del que es víctima, el masoquismo se caracteriza por el hecho de que el sufrimiento es infligido por otro. Además, en esta primera concepción, el sadismo no aparece inscrito explícitamente entre las pulsiones sexuales, sino bajo el rótulo de la pulsión de apoderamiento.
La articulación con la sexualidad se operaba en el marco de la transformación del sadismo en
masoquismo; el carácter sexual del sadismo sólo aparecía en una segunda inversión, en la cual el masoquismo se retransformaba en sadismo. Por otra parte, esta operación sólo podía
realizarse a través de una identificación con el otro en el registro del fantasma. En el
masoquismo, precisa Freud en 1915, la satisfacción «pasa [ … ] por la vía del sadismo originario, en la medida en que el yo pasivo retorna de modo fantasmático su lugar anterior, que es ahora cedido al sujeto extraño»; en el sadismo se inflige dolor al otro y se goza ese dolor en sí mismo «de manera masoquista, en la identificación con el objeto suficiente». No obstante, cuando Freud afirma que «No parece encontrarse ningún masoquismo originario que no provenga del sadismo de la manera descrita», es posible considerar (con Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis) que su expresión está un tanto rezagada respecto de su pensamiento. Pues al considerar «el par masoquismo-sadismo en su sentido propio, sexual -escriben esos autores-, el tiempo masoquista es ya considerado como primero, fundamental».
En todo caso, esta tesis, opuesta a la de la primera tópica, iba a prevalecer a partir del gran
punto de inflexión de la década de 1920.
En 1919, en el artículo «Pegan a un niño», Freud, además de plantear discretamente las premisas de las modificaciones teóricas futuras, establece con mayor claridad el papel del fantasma en el funcionamiento del par sadismo-masoquismo, aunque no modifique aún la tesis de la primacía del sadismo sobre el masoquismo. No obstante, a través del análisis complejo del fantasma de fustigación, frecuentemente evocado por sus pacientes de uno y otro sexo, introduce la idea de que es siempre la culpa, en el interior del acto de represión, lo que constituye el agente de la transformación del sadismo en masoquismo.
En 1924, basándose en la refundición realizada a través de sus tres libros maestros, Más allá
del principio de placer, Psicología de las masas y análisis del yo y El yo y el ello
, Freud vuelve sobre la cuestión del masoquismo, para proponer una teoría definitiva.
Postula la existencia de un masoquismo primario, originario y erógeno, con referencia a la pulsión de muerte, constituido por la parte de la pulsión de muerte que la libido no ha podido poner al servicio de la pulsión de destrucción ni de la pulsión sexual para generar el sadismo propiamente dicho. Este componente inutilizado de la pulsión de muerte se convierte entonces en componente de la libido, sin más objeto que el ser íntimo del individuo. Este masoquismo primario, continúa Freud, es el testigo,, el vestigio de ese tiempo primitivo en el que la pulsión de muerte y la pulsión de vida estaban totalmente mezcladas. Como parte de la libido, ese masoquismo erógeno vuelve a encontrarse en obra en todos los estadios del desarrollo psicosexual: en el estadio oral primitivo toma la forma de angustia ante el devoramiento por el padre, y después, en la fase sádico-anal, resurge como deseo inconsciente de ser golpeado por el padre. Finalmente se manifiesta por la angustia y la renegación de la castración en el momento de la fase fálica. En esta constitución del masoquismo primario, hay que destacar la posible manifestación de un masoquismo secundario que se le superpone, resultado de la vuelta contra sí mismo de la pulsión de destrucción o de la pulsión sádica.
Junto a este masoquismo primario, Freud distingue otras dos formas de masoquismo: el
masoquismo llamado «femenino», que no concierne específicamente a la mujer sino a una
posición «femenina» compartida por ambos sexos, y el masoquismo moral, al que el psicoanálisis ha denominado «sentimiento (inconsciente) de culpa».
La mayoría de los elementos del masoquismo femenino remiten a la primera infancia, donde se basan ya en un sentimiento de culpa, como Freud lo había demostrado en 1919 en «Pegan a un niño». El masoquismo femenino se basa enteramente en el masoquismo primario, erógeno, caracterizado por el vínculo establecido entre el placer, de naturaleza libidinal, y el dolor, producto de la pulsión de muerte.
Tanto en la experiencia clínica como en la descripción de la vida cotidiana, Freud considera que
es la tercera forma de masoquismo, el masoquismo moral, basada en el sentimiento de culpa, la más importante y la más destructiva. Se caracteriza en primer lugar por su distancia aparente de la sexualidad y el relajamiento de los lazos con el objeto amado; la atención se vuelve entonces hacia la intensidad del sufrimiento, sea cual fuere su origen.
Freud subrayó que la emergencia de esta tercera forma de masoquismo podía constituir un
obstáculo muy importante para el desarrollo del análisis, y que, en casos de aparente éxito
terapéutico, es capaz de llevar a pasajes al acto que provocan nuevos trastornos: «Una forma
de sufrimiento -escribió- ha sido en este caso reemplazada por otra, y vemos que sólo se
trataba de mantener una cierta cantidad de sufrimiento».
Esta forma destructiva de masoquismo resulta de los ataques del superyó al yo, pero importa
distinguir este sadismo del superyó, generalmente consciente, respecto del masoquismo moral, casi siempre inconsciente, y cuyo distanciamiento de la sexualidad es una pura apariencia. Por ejemplo, en el fantasma del niño golpeado se puede discernir la forma del masoquismo femenino, es decir, el deseo inconsciente de tener relaciones sexuales pasivas. La sexualización de la relación con la pareja parental, superada al final del Edipo a través del proceso que conduce a la emergencia de una conciencia moral, sustrato parcial de lo que llegará a ser el superyó, retorna entonces en la forma de una moral resexualizada. «El sadismo del superyó y el masoquismo del yo se completan mutuamente -escribe Freud- y se unen para provocar las mismas consecuencias.»
Desde el punto de vista de los estudios clínicos, la literatura psicoanalítica es pobre en e sos de masoquismo erógeno que presenten sevicias sexuales graves, sin duda porque el psicoanálisis ha desplazado progresivamente el sadomasoquismo hacia la conciencia moral, introduciéndolo en el núcleo mismo del individuo «normal». En este contexto, la escuela francesa se distingue por la riqueza de sus estudios en materia de clínica de la perversión.
El artículo publicado en 1972 por el psicoanalista francés Michel de M’Uzan con el título de «Un
cas de masochisme pervers. Esquisse d’une théorie» es particularmente notable. Se trata de un hombre de apariencia tranquila, cuyo cuerpo tatuado, quemado, martirizado, mutilado, así como las prácticas sexuales perversas a las cuales se sometía, dieron lugar a un conjunto de
reflexiones clínicas y teóricas convalidatorias de las tesis que Freud expuso en 1924.
En 1967, en su presentación del texto de Leopold von Sacher-Masoch (1836-1895) titulado La
Venus de las pieles, Gilles Deleuze (1925-1995) adoptó una perspectiva totalmente distinta de la de Freud. Sostuvo que el masoquismo no es lo contrario ni el complemento del sadismo, sino «un mundo aparte» que se sustrae a cualquier simbolización, un mundo heterogéneo lleno de horrores, castigos, crucifixiones y contrastes entre verdugos y víctimas. Esta tesis es también la de Georges Bataille (1897-1962). Jacques Lacan se inspiró en ella para forjar su concepto de goce, y la desarrolló en su artículo «Kant con Sade».